El chico de la tienda
El chico de la tienda
Al pasar por la puerta de la abacería que me sirve, dije al dueño:
-Envíeme un cuarto de kilo de queso de Villalón.
Y poco más tarde de mi llegada al domicilio, se presentó un niño, el dependiente del comercio, con mi encargo.
Ya conocía yo a este muchacho. Nació en Soria, tierra fecunda, matriz generosa de donde salen tantos hombres esforzados y magníficos. Llámase este chiquito Froilán. Nació en una de las aldeas circundantes de Berlanga. Seguía el camino de sus antepasados y de sus coetáneos: servir en las tiendas. Si en este oficio no se muere por el exceso de labor, hay la esperanza de llegar a ser en lo venidero poseedor de un rinconcito, de un piso bajo en el que se expendan mercancías necesarias.
Froilán era mi amigo. Cada mañana venía a mi casa con lo que nos era necesario para el sustento. Él y sus cofrades andaban siempre con la cabeza descubierta, caso imitado por los elegantes de ahora. Cubría su cuerpo con una blusa blanca, no del todo blanca, porque las manchas del servicio alteraban la limpieza. Subía las escaleras como un águila. Descendía rápidamente. Era la actividad, la honradez, la dignidad y el honor a su propio nombre. Porque estos muchachitos sorianos o astures o aragoneses o santanderinos, traían de su pueblo la tradición del honor...
En mi afán interrogativo, pregunté a Froilán:
-¿Cuántos años llevas en este oficio?
Llevo siete. Mi tío, el dueño de la tienda de la Cava Baja, me trajo con otro hermano mío. Él me colocó donde estoy trabajando. Y muy a gusto. Me dan de comer todo lo que necesito.
-¿Y tú no tienes otra aspiración, otro deseo?...
-No, señor. Hago lo qua hicieron mis antepasados, mis abuelos, mis tatarabuelos... Andar por el mundo, servir en las tiendas, trabajar... Y cuando Dios quiera, me casaré con una muchacha de mi tierra y pondremos una tiendecita y seremos amos... Y entonces recordaremos que nuestros amos primeros, los que nos enseñaron a trabajar, nos concedieron su cariño y su simpatía... Y eso haremos nosotros con los dependientes que Dios nos depare...
Y el chiquito soriano, Froilán, trazaba de este modo, en su ignorancia, la continuidad del vivir entre las dignidades aprendidas y el respeto a los deberes.