El cardenal Cisneros/XLV
La situación de Cisneros era, sin embargo desagradable. Desde Cartagena venia en desacuerdo con Pedro Navarro, que no quería reconocer superior en nada. Habían convenido, para evitar fraudes, que se pagase á la tropa y no a los capitanes, como quería Cisneros; pero, para evitar motines, hubo que pagar á los capitanes y no á la tropa, como deseaba Pedro Navarro. Habíase embarcado bastante caballería en Cartagena contra la opinión de éste, y llegados á África, no la quiso desembarcar, aunque el Cardenal á viva fuerza consiguió que bajara una pequeña parte, que, como dice éste en carta original, «si la meytad de la gente de cavallo se desembarcara aquel dja, no quedara alarve nj con qujen tener guerra.» Dió cargo Cisneros á Navarro para que hiciese la infantería y algunas cosas más; pero bien pronto vió que, apoderado de todas, no se podía esto remediar sino con sangre. Tomada Orán, los desabrimientos de Pedro Navarro con Cisneros llegaron al último límite. Burlábase de que él, Obispo, quisiera tener á sus órdenes á un General veterano. Los Almogavarea que trajo de Italia Navarro buscaban pendencia con los soldados de Cisneros, y hubo desafíos y muertes. Quejóse el Cardenal, y Navarro, perdido todo respeto, le trató con verdadera insolencia. ¡Ah! Por esto se quejaba de haber ido á África con tan mala compañía, y decía desde Alcalá en 12 de Junio de 1509 á su buen amigo López Ayala: «Plugjera á Dios, como muchas veces os dixe, que nunca fuera sjnon con la gente del Arcobispado y con los del rregno de Murcia, y que nunca conosceera á los soldados de Ytalia [1].»
No se concibe que Pedro Navarro se atreviera á tanto con el hombre de más poder de Castilla fuera del Rey, á no contar con la complicidad de éste. Porque, en efecta, se nos figura aquel soldado de fortuna uno de esos hombres de temeridad prudente, que tienen esas arrogancias, esas osadías calculadas que deslumbran al vulgo por el atrevimiento que revelan, pero que no engañan á los hombres experimentados, que entreven y adivinan la impunidad detras de tanta insolencia. Si Zurita no nos lo dejase vislumbrar [2], si Alvar Gómez no lo dijese más claramente [3], la propia conducta de Pedro Navarro nos lo haria sospechar, y es triste ciertamente que contra héroes como el Gran Capitán ó caracteres como Cisneros, los Reyes busquen cómplices en hombres como éste, que aunque la suerte les sonria y los Soberanos los ennoblezcan con títulos, bien que no los hagan nobles de corazon, al fin, guiados por su interés y su codicia, venden á su Rey y á su patria, intrigando ó guerreando contra el uno y contra la otra en nombre del extranjero, y viniendo á sufrir la expiación que siempre debian de tener los traidores.
Cisneros, pues, tuvo que regresar á la Península, con tanto más motivo, cuanto que interceptó una carta del Rey dirigida á Pedro Navarro, en que le decia: Detened á ese buen hombre, que no vuelva tan pronto á España; miéntras se pueda, conviene usar de su persona y dinero. Detenedle, si podéis, en Orán, y pensad alguna nueva empresa. Lastimado por D. Fernando, ofendido por Pedro Navarro, el Cardenal Cisneros se retiró á Alcalá, y desde allí, dirigiéndose á su constante amigo Lopez Ayala, exhala sus quejas contra el último, cuya integridad y cuya previsión no quedan bien paradas, pidiendo que el Rey nombre persona que, cuando menos, se haga cargo de las provisiones y mantenimientos, si no se quiere perderlo todo [4].
- ↑ Carta XIX de la Colección publicada por los Sres. Gayangos y Lafuente.
- ↑ Tom. VI, lib. III, cap, XXX, Anales.
- ↑ De rebus gestis Francisci Ximenii, lib. IV.
- ↑ Carta XIX de la colección de los Sres. Gayangos y Lafuente. — Había ántes en el Archivo del Colegio de Alcalá, según el testimonio del P. Quintanilla, que las vio, cartas de Don Fernando Zárate, escritas desde Orán por el mes de Junio de 1509, en que daba cuenta de lo mal que el Conde Pedro Navarro administraba las haciendas Reales, y de lo que hurtaba.