Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


X.

No por haber ascendido al Arzobispado de Toledo, alteró Cisneros su vida de religioso. Su Palacio continuaba siendo un convento, no se despojó del sayal de Franciscano, tenia proscriptas de su servicios las alfombras y la plata, sobrias y frugales eran sus comidas, después de las cuales como gran esparcimiento solia leerse algún capitulo de los Sagrados Libros, continuaba haciendo sus viajes á pié, llevando una mula para descansar breves instantes, tenia entre sus domésticos á algunos Franciscanos, á los cuales en caso alguno permitía separarse de las severas prescripciones de su Orden, sus rentas se repartían entre los pobres, y el reparo, construccion y entetenimiento de edificios destinados á la religión ó á la beneficencia, seguia atormentándose con duros cilicios, y durmiendo, cuando no sobre el duro suelo, sobre un jergón de paja.

No podia de modo alguno ponerse en duda la sinceridad de una piedad que se despojaba de los hábitos de la Córte y de los esplendores del Episcopado para cubrirse de estas austeridades y de estos cilicios; pero sus émulos y sus envidiosos atribuían á bajeza de condición ó á hipocresía de carácter estas severas manifestaciones de su virtud, moviendo tal ruido con sus murmuraciones que alborotaron á los mismos amigos de Cisneros, quienes le insinuaron la conveniencia de no confundir la magnificencia del Arzobispo de Toledo con la humildad y pobreza del Provincial de la Orden de San Francisco. Nada consiguieron del severo Prelado, y de nuevo la Corte acudió á Roma para que ordenase al Arzobispo que diese á su altísima dignidad todo el decoro que reclamaba su gerarquía.

El Papa Alejandro VI, que entonces ocupaba la silla de San Pedro, acaso el que más se ha distinguido por su esplendor y magnificencia entre todos los sucesores del humilde Pescador de la Judea, dirigió á Cisneros un Breve concebido en estos términos:


Al amado hijo Francisco, electo Arzobispo de Toledo.

Alejandro, Papa VI.

Amado hijo, salud, y Apostólica bendición. La Santa y Universal Iglesia (como entendemos que no lo ignorais), á semejanza de la Celestial Jerusalen, es hermoseada con muchos y diversos ornatos (segun la diferencia de los Estados), en los cuales se puede errar, así por demasía y esceso, como en defecto y falta, huyendo mucho de ellos. Agradable es á Dios, y loable la decente observancia, y uso de cada Estado: y asi, cualesquiera personas, principalmente los Prelados de la Iglesia, deben trabajar y procurar que como en la vida, costumbres y manera de proceder, así en el andar, ni parezcan soberbios en el mucho fausto, ni supersticiosos en el demasiado desprecio, como sea verdad que con lo uno y con lo otro la autoridad de la disciplina Eclesiástica se envilezca. Por lo cual os amonestamos, y exhortamos, que pues la Silla Apostólica os ha levantado de estado inferior, á la Dignidad Arzopispal, así como en lo interior de la conciencia para con Dios (de que nos gozamos mucho) trabajeis de haberos en lo exterior y guardar el órden conforme á la decencia de vuestro estado, conviene á saber, su hábito, y familia, y así en todas las demás cosas que conviene al decoro de la Dignidad. Dada en Roma, en San Pedro, al anillo del Pescador, á veinte y cinco dias de Diciembre de mil y cuatrocientos y noventa y cinco, en el año cuarto de nuestro Pontificado.

Obedeció Cisneros á esta intimación, y cuando se presentó á la Corte, igualó, sino sobrepujó, la magnificencia de sus predecesores. Ostentaba en sus vestidos la seda ó las ricas pieles, según la estación; variadas y exquisitas viandas cubrían su mesa; suntuoso, blando y magnífico era su lecho, no escaso el número de sus criados y grande el lujo de sus trenes. Los que sólo veian aquella aparatosa exterioridad, los que ignoraban que Cisneros dispuso las cosas de modo que dando á su alta dignidad todo el honor que merecía, se reservó sólo para sí la mortificación y la austeridad, los que no sabían ó no querían saber que, debajo de la seda ó de las pieles que enseñaba al mundo, iba el tosco sayal de Franciscano, siempre por sus propias manos remendado, que debajo de aquella cama lujosísima, estaba el pobre jergón sobre que descansaban breves horas sus macerados miembros, nunca arropados por el blanco y suave lienzo, que si era tentación de la gula el aparato de su mesa, no era menor su personal frugalidad, aunque mayor el regalo de los pobres; los que todo esto ignoraban ó afectaban ignorar, aquellos mismos que antes le censuraban por su modestia, atribuyéndola á bajeza de condición, por su sobriedad y economía, suponiéndolas formas de la avaricia, por su severa virtud, tachándola de refinamiento en la hipocresía, esos mismos, sus émulos y envidiosos, aquellos que aspiraban á reemplazarle en el favor de la Reina, ó temían de su elevación, ya no tuvieron ningún miramiento, y le acusaron públicamente de vano, de presuntuoso, de arrogante, que arrojaba la máscara de la virtud, porque ya habia logrado el logro de todos sus designios.

¡Ah! La ambición no tiene entrañas, y es la misma en todos los tiempos. Ella se traza su camino, y sigue adelante, atropellando reputaciones, atropellando existencias, siendo igual para ella el bien y el mal, no distinguiendo entre la virtud y el vicio. En la época de los Reyes Católicos escogió por víctima á Cisneros, y era en vano que este obrase de una ó de otra manera, con modestia ó con ostentación, con virtud ó con hipocresía. Erales indiferente esto á los díscolos y envidiosos de Cisneros: lo que les importaba era estar siempre enfrente para minarle el terreno que pisaba, hundirle en el ánimo de la Reina, y reemplazarlo en el favor. ¡Desdicha grande cuando los Soberanos no conocen estas maniobras, y entregan el poder al vicio que se disfraza de virtud, y que antes procura presentar á la virtud misma como vicio!

(Se continuará.)


C. Navarro y Rodrigo.