Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LXII.

Por este tiempo realizó Cisneros una de las ideas favoritas del Rey Católico, cual fué la creación de un verdadero ejército permanente.

Siempre Cisneros había mirado con afición las cosas de la milicia. Sus conversaciones con D. Fernando, con el Gran Capitán, con los soldados más hábiles de su tiempo, algunas de sus lecturas y la campaña de Africa que dirigió, le habían familiarizado con las cosas de la guerra. Era enemigo de las levas que reclutaban gentes, siempre dispuestas para el saqueo, difíciles de manejar, y sin los grandes estímulos que honran y hacen valerosos á los soldados. Imaginó, pues, otra manera de constituir y alimentar el ejército, interesando al pueblo con franquicias que se le otorgaban para que de buena gana concediese sus hijos, ó más bien para que éstos, léjos de mostrar repugnancia, se ofreciesen voluntariamente á prestar un servicio que llaman algunos contribución de sangre para hacerle odioso, y Cisneros consideraba ya en su tiempo servicio de honor á favor de la pátria.

Los nuevos soldados sólo se dedicarían al ejercicio de las armas los dias festivos, y únicamente saldrían de sus pueblos en casos extraordinarios, cuando el honor de la patria ó la defensa del órden público lo reclamase. Así no se arrancaban brazos á la produccion nacional, de modo que si por un lado permanecían ordinariamente en sus hogares siendo útiles á las industrias y á la agricultura, por otro no eran gravosos á la Hacienda del Rey, puesto que ésta no pagaba en estado normal más que los Oficiales y las bandas de música, es decir, los cuadros. Esto era establecer una especie de Landnehr permanente, ó lo que es lo mismo, anticiparse hace tres siglos al sistema de uno de los primeros pueblos militares del mundo, sistema que es la admiración de toda Europa y que todavía ningún otro pueblo ha acertado á imitar.

Cisneros comisionó á Lopez de Áyala para que este pensamiento obtuviese la aprobación de Flándes; pero temiendo á la dilación, después de consultarlo con el Consejo y con los Oficiales más entendidos de su época, lo puso en planta desde luego. Los pregones que se hicieron concedían gracias y privilegios á los vecinos que se alistasen como soldados, privilegios que favorecían al pueblo contra la nobleza, y que tendían á convertir en una misma la causa de aquel y la causa del Monarca; de modo que esta medida era recibida en toda Castilla con grande aplauso, si bien los Grandes, contra cuyas maquinaciones se preparaba Cisneros con este ejército, escribían á Flándes sentidísimas quejas, y gritaban á toda hora por España: ¿Qué especie de ejército es éste? ¿Qué nueva invención de levantar tropas? ¿El Cardenal lleva en molestia el tenernos en paz? ¿Después de su conquista de África, no puede pasar sin hacer guerra? ¿No le faltaba á la gloria de su Gobierno, sino armar los plebeyos contra la nobleza?

Temíase en la Corte de Flándes toda novedad que se introdujese en España, creyendo que los Reinos iban á arder en contra del Príncipe, y al principio allí no se vio con gusto la idea del Cardenal, mucho más, cuando movidos secretamente por el Arzobispo de Granada, enemigo de Cisneros, por el Condestable de Castilla, por el Conde de Benavente y por el Obispo Osorio, preceptor del Príncipe Fernando, se alborotaron algunas gentes en Valladolid, y siguieron después Burgos, León, Medina del Campo y otras villas. Cisneros hizo avanzar sobre los puntos del movimiento alguna caballería que le sobraba en Navarra, y escribió á Lopez de Ayala para convencer al Rey respecto á la necesidad y conveniencia de aprobar su medida, y de amonestar severamente á las ciudades rebeldes. Aun antes de que pudieran ser conocidas en Flándes estas últimas instrucciones del Cardenal, llegó á España la aprobación del Rey, la cual, por los términos en que está concebida, más que á la convicción parece arrancada á la necesidad, puesto que D. Cárlos dice, que aunque está en que se haga la menor novedad que se pudiere hacer, consiente en que haga Cisneros lo que mejor le pareciere a la buena administración de justicia y pacificacion del Reyno [1].

Empero las noticias de las rebeldías de Castilla determinaron al Rey á ayudar enérgicamente á Cisneros, y declaró, en efecto, reos de lesa majestad á todos los que con las armas en la mano se le opusieran, pertenecieran á esta ó á la otra clase. Las ciudades rebeldes entraron en obedencia, el Condestable de Castilla se declaró de nuevo amigo del Cardenal, y poco tardó en manifestar al Rey D. Cárlos, por medio de Lopez de Ayala, que nunca se habia conocido en España una paz más profunda.

Así, en el mes de Setiembre podia decir Cisneros á su Soberano que tenia formado un ejército permanente de treinta mil hombres, sin que le costase nada, aparte de las antiguas fuerzas de caballería que formaban los gentiles-hombres y de los acostamientos; ejército de ciudadanos, limpio de gente vagabunda y ladrona, más inclinada al merodeo y á las rebeldías, que no á la constancia, sufrimiento, disciplina y heroísmo de los verdaderos soldados.

No se limitó Cisneros á atender á las necesidades del ejército de tierra, sino que quiso dotar á España de una escuadra poderosa, en relación con su importancia marítima, convencido como estaba de que no puede ningun Príncipe ser poderoso por la tierra si no lo es por el mar [2]. Cisneros hizo carenar las viejas galeras, hizo construir otras nuevas, y formó una verdadera escuadra para todas las necesidades futuras. Así pudo batir á una poderosa escuadra turca que se aproximó á las costas de Alicante: allí, cerca de la Isla de Tabarca, hubo un combate naval sangriento en que acabaron los nuestros con los seiscientos corsarios que tripulaban aquellos buques, tomándoles cinco grandes fustas. Así se aparejaba una gran escuadra para atacar á Argel y se disponía de buques para ir á Nápoles y Sicilia.


  1. Archivo de Simancas. — Estado. — Leg. 3, f. 352.
  2. Carta LXXVII de la Colección de los Sres. Gayangos y la Fuente.