Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


IX.

Cisneros fué consagrado Arzobispo de Toledo el 11 de Octubre de 1495 en Tarazona y á presencia de los Reyes Católicos, ceremonia que tuvo lugar en un convento de San Francisco.

La extrema elevación á que llegó tan rápidamente desde tan bajo por el favor de la Reina, la sincera humildad de que siguió dando muestras, aún después de elegido Arzobispo, la modestia con que, después de la ceremonia de Tarazona, se presentó á dar gracias á los Reyes, diciéndoles: vengo á besar las manos á vuestras Altezas, no porque me han elevado a la primera Sede de la Iglesia de España, sino porque me ayudaran a llevar la carga que han puesto sobre mis hombros, hicieron creer á muchas gentes que Cisneros sería un siervo de la Corona, plegando su voluntad á la de esta y proveyendo los beneficios importantes y destinando las pingües rentas del Arzobispado en las personas y á las atenciones que designase la Reina.

Esta creencia vulgar, no podia ser, sin embargo, la de las gentes que conocieran á fondo el carácter independiente y firme de Cisneros. Asi es que se apresuró á declarar que no consentirla condición alguna que fuese contraria á los sagrados cánones y á las libertades de la Iglesia, distrayendo para otros usos las rentas que estaban destinadas para el sustento de los pobres. Todavía llevó más adelante su espíritu de independencia, pues supo revindicarla en ocasión solemne, cuando se trataba de proveer el cargo más importante de su diócesis en persona digna, hermano nada menos que del Cardenal Mendoza y protegido de la Reina. El cargo era el gobierno de Cazorla, para el cual fué nombrado D. Pedro Hurtado de Mendoza, sugeto de recomendables prendas, por su difunto hermano el Cardenal, y á fin de que Cisneros le mantuviera en él, la familia del interesado, no fiando bastante en los favores que el nuevo Arzobispo debia á su predecesor, buscó la recomendación de la Reina, que en efecto la otorgó con generosa eficacia. Creyóse segura de lo que pretendía la familia de Mendoza, pues en efecto pensaban que el favor real era la llave que abria todas las puertas del Estado, pero Cisneros, aun en aquellos tiempos que tendían ya visiblemente á la concentración y al absolutismo de la Monarquía, deseoso de atajar en su principio este que tuvo por abuso, con ser tan devoto de la Reina, manifestó á los que le presentaron las recomendaciones de Palacio que los Reyes podian enviarle de nuevo al convento de donde le sacaron, pero que no le obligarian á hacer cosa alguna contra los derechos de la Iglesia y contra el dictamen de su conciencia. Dignas de admiración son estas palabras que revelaban la inflexible rectitud y la rara independencia del carácter de Cisneros, el cual adivinaba y conocía que el favor soberano concede con frecuencia á la importunidad fatigosa ó á la adulación miserable lo que debiera ser exclusivo patrimonio de los grandes méritos ó de los grandes servicios, y que si no realza la magestad empleo semejante de su poder, es humillación cuando no vileza de sus ministros acomodarse á sus caprichos ó á sus complacencias sin protesta y acaso con exterioridades de gusto de que se desquitan ampliamente después con impunes y vergonzosas murmuraciones.

No faltaron personas que trasmitieron á la Reina las palabras del Arzobispo, deseosas de labrar la desgracia de quien tachaban de arrogante é ingrato, para reemplazarle en el favor de que gozaba; pero los lugares comunes de la adulación y de la envidia, que se abren fácil camino en espíritus mezquinos y recelosos, encontraban siempre cerrado el noble pecho de aquella gran Reina que, al otorgar su confianza á un hombre de las extraordinarias prendas y de las eminentes virtudes de Cisneros, supo sostenerle en su favor, mientras viviera, dejando en aquel buen viejo, después de morir, á su marido, á su hija y á sus nietos, el mejor consejero y el mejor sosten para dias de confusión y de revuelta (que nunca faltan á las mejores dinastías), en que los envidiosos y los miserables que ocupan el poder por la adulación, por la intriga ó por la bajeza sólo se arriman á su innoble comodidad, á su ruin ambición ó á su particular provecho cuando no son escándalo de todos por su infame cobardía ó por su traición villana.

Como era de esperar, el recibimiento áspero y desabrido de Cisneros, despertó el disgusto y hasta la ira de la familia de los Mendozas, dando lugar á la maledicencia á que ponderase la ingratitud de aquel para con sus bienhechores; pero el insigne Arzobispo no habia de tardar en sacar partido de este mismo incidente para levantarse á mayor altura en el ánimo de la Reina, de la misma familia agraviada y aún de la maldiciente muchedumbre. Un dia Cisneros, al penetrar en Palacio, se encontró á D, Pedro Hurtado de Mendoza, el desairado pretendiente, el cual, queriendo evitar encuentro tan desagradable, quiso retirarse; pero el Arzobispo, adelantándose, le saludó, llamándole por el título de que se consideraba desposeído, lo cual produjo no poca confusión en Mendoza. Cisneros se aproximó en seguida, y le dijo que en efecto él era el Adelantado de Cazorla puesto que ahora que obrada con toda independencia, podía hacer completa justicia a sus méritos, sin que se atribuyera este acto á recomendación de nadie, sino á satisfacción de su propia conciencia; que se complacia en reintegrarle en su cargo, del cual se habia mostrado tan digno, y que le daria ocasión para prestar nuevos servicios á los Reyes, á la causa pública y al Arzobispo que le nombraba. Esta conducta de Cisneros, siguiendo á la varonil muestra de su independencia, le valió el aplauso de todo el mundo. El Arzobispo no tuvo en adelante mejor servidor y amigo que el Adelantado de Cazorla; pero en cambio se vio libre para siempre de importunas recomendaciones, que en su concepto eran siempre dignas de una repulsa, porque revelaban ó falta de mérito ó falta de humildad en el Pretendiente.