El camino (Morosoli)
Nuestro rancho estaba en el fondo del campo. Era el último “puesto” de la estancia.
La escuela quedaba lejos.
Como no había caminos, para llegar a ella hubiéramos tenido que hacer un rodeo muy largo.
Nosotros oíamos hablar de aquel camino que nos acercaría a la escuela; a los otros niños y a los libros. Acaso cruzaran por él carretas y tropas y caballadas.
Pero al dueño del campo no le gustaban los caminos.
Camino, camino, camino. Ya era él una presencia llena de nuestra simpatía. Sabíamos que era algo más que una huella. Que estaba siempre quieto entre los alambrados tensos y derechos.
Que por él andaba nuestro padre y encontraba amigos y veía casas sucesivas y almacenes con jarras pintadas y recados y golosinas. Que por él iba al pueblo donde había como mil casas todas juntas...
Un día llegaron unos hombres. Clavaron banderines rojos por toda la extensión ilimitada...
Después llegaron más hombres y máquinas y carros y fueron haciendo el camino.
Por él fuimos a la escuela.
Éramos seis hermanos galopando alegres y felices.
El camino traía y llevaba gentes que hablaban con mi padre. Hablaban del propio camino y de ellos mismos y de nosotros y de la ciudad.
Un día mi padre y mi hermano partieron hacia ella.
Después lo hicimos nosotros. LLevábamos lo que teníamos. Al rancho le sacamos las ventanas y la puerta.
Desde el camino nuestra casa parecía una cosa muerta, sin ojos y sin boca.
El camino nos llevaba y huía de la tapera.
No mirábamos para atrás por miedo de que la tierra nos llamara.