El caballero de gracia/Acto II

Acto I
​El caballero de gracia​ de Tirso de Molina
Acto II

Acto II

<poem>

Salen don CRISTÓBAL de Mora,
del hábito de Cristo,
el CABALLERO de Gracia y otros
CRISTÓBAL:
              Las cartas que de favor
              la princesa ha recibido
              del cardenal monseñor;
              las ha su alteza leído
              con muchas muestras de amor;
              y las reliquias que aplica
              para el monasterio real
              que a las Descalzas fabrica
              agradece al cardenal,
              y por ellas significa
              el favor que desea hacer
              a vuesa merced.
CABALLERO:
              En eso
              muestra la princesa ser
              hija de quien tuvo en peso
              la Iglesia, que iba a caer
              por la impiedad luterana
              que enfrenó en tiempo sucinto
              contra la furia alemana.
CRISTÓBAL:
              Heredó de Carlos quinto
              la princesa doña Juana
              su cristiandad y valor,
              y de Felipe segundo,
              su hermano y nuestro señor,
              el celo con que en el mundo
              es de la fe defensor.
              Hame mandado su alteza
              que por extenso me informe
              de su persona y nobleza,
              porque con ella conforme
              cuerdamente la largueza
              con que merced le ha de hacer
              mientras en Madrid asista.
CABALLERO:
              Aunque es arrogancia el ser 
              de si mismo coronista, 
              fuerza es el obedecer. 
              Módena, ciudad ilustre 
              estimada en Lombardia 
              por una de las mejores 
              que honran aquella provincia, 
              desde inmemorables tiempos 
              dio solar y casa antigua 
              al apellido de Gracia, 
              blasón de nuestra familia. 
              Cuento noblezas del mundo 
              por dar a vueseñoría 
              verdadera relación, 
              puesto que de más estima 
              es la virtud que la sangre. 
CRISTÓBAL:
              Una y otra califican, 
              y cuando las dos se hermanan 
              el valor inmortalizan.
CABALLERO:
              Diome a Jacobo de Gracia 
              por padre el cielo y mi dicha, 
              de aquella ciudad espejo, 
              y por madre a Margarita, 
              noble y célebre matrona, 
              apacible, recogida, 
              ni en el gobierno severa,  
              ni en el castigo remisa. 
              En fin, casi con las partes 
              que en la mujer fuerte pinta 
              Salomón en sus Proverbios, 
              si es de esta hipérbole digna. 
              Diome también una hermana 
              a su virtud parecida, 
              de su valor heredera 
              y, en fin, de tal madre hija. 
              Casáronla con Lamberto, 
              en quien su ascendencia cifra 
              el valor que dio a su casa 
              sangre generosa y limpia. 
              Quisieron hacer lo propio 
              conmigo, mas no se inclina 
              mi natural a este estado; 
              otro más noble me obliga, 
              y después de mil trabajos 
              que ocasionaron mis dichas 
              y ampararon mi inocencia, 
              el ánimo noble inclina 
              y piedad de Monseñor
              Julio Cataño que iba
              a Roma a instancia del Papa,
              que en su casa me reciba.
CABALLERO:
              Hízome su secretario,
              y al cabo de algunos días
              en que mereció alcanzar
              un capelo y una mitra,
              dio el cargo de mayordomo
              de su casa y su familia
              a Lamberto, mi cuñado;
              pienso que a intercesión mía.
              Crecí en crédito y amor,
              y al mismo paso la envidia
              creció en los interesados;
              pero sin ella ¿quién priva?
              Verdad es que ocasionó
              mi condición enemiga
              de callar faltas ajenas,
              siendo tan grandes las mías,
              su enojo, porque, avisando
              al cardenal lo que veía
              digno en casa de remedio,
              fui causa de algunas riñas.
              En fin, por esto o por todo,
              con mi cuñado conspiran
              mis domésticos contrarios;
              mas no me desautorizan
              con monseñor, pues, discreto,
              testimonios averigua,
              que a la verdad hermosean
              afeites de la mentira.
CABALLERO:
              Afrentados, pues, de ver
              que sus intenciones sirvan
              de escala, por donde suba
              mi privanza más arriba,
              una noche se conciertan 
              de esconder tras las cortinas 
              de mi cama una mujer 
              de las que en Roma hay perdidas. 
              Hizo esta hazaña el dinero; 
              meten la engañosa espía, 
              acuéstome descuidado 
              y al cardenal luego avisan, 
              que, incrédulo de tal cosa, 
              entra en mi aposento, y mira 
              aquel caballo troyano, 
              vil preñez de su malicia. 
              Llueven luego acusaciones 
              sobre mí, mofas y risas, 
              el torpe honesto me llaman, 
              de hipócrita me bautizan; 
              pero, sin precipitarse 
              el cardenal, examina 
              en mi rostro la inocencia, 
              donde es la vergüenza firma. 
              Llama a la mujer aparte, 
              amenázala que diga 
              la verdad, y sobre el potro 
              del temor, en fin, publica 
              los cómplices de mi agravio, 
              los ardides de la envidia, 
              la fuerza de la verdad 
              y el poder de la justicia. 
CABALLERO:
              Los demás, avergonzados, 
              su insulto, mudos, confirman, 
              que la turbación es juez 
              que se condena a sí misma. 
              lndignóse monseñor, 
              y a que dé cuentas obliga 
              a Lamberto de su hacienda 
              y que a los demás despida. 
              Mas salió de ellas tan mal, 
              que en solas cuatro partidas 
              en cuarenta mil ducados 
              le alcanza y le necesita 
              a vender toda su hacienda, 
              y no alcanzando estas ditas, 
              preso, y tarde arrepentido, 
              favores vanos mendiga. 
              Yo, que de aquel testimonio 
              libré, gracias infinitas 
              di al cielo, busco terceros 
              que por mí al cardenal pidan 
              dé licencia a mi quietud, 
              en el palacio oprimida, 
              para que, libre con ella, 
              seguro de enredos viva. 
              Tanto pudieron los ruegos, 
              mis lágrimas y porfía, 
              que, su voluntad forzando, 
              me vino a decir un día, 
              "No quiero, Jacobo, creer 
              que ingratitud os obliga 
              a que por vos mi afición 
              no sea bien correspondida. 
CABALLERO:
              Sé vuestro natural quieto, 
              lo que en palacio peligra 
              la virtud siendo envidiada, 
              y aunque por mí conocida 
              contra todos os defiendo, 
              soy hombre, y tal vez podrían 
              verisímiles engaños
              acreditar sus mentiras. 
              Muchos contrarios tenéis, 
              y para que no os persigan, 
              es bien que salgáis de Roma. 
              A la Infanta de Castilla, 
              princesa de Portugal, 
              el cardenal mi tío envía 
              para el monasterio ilustre 
              y el hospital que edifica 
              en Madrid, entre otras cosas, 
              una caja de reliquias, 
              que son, de su devoción, 
              las prendas de más estima. 
              Partid con este presente, 
              veréis la mejor provincia 
              de Europa, donde la Iglesia 
              da a la fe segura silla; 
              donde las ciencias florecen, 
              donde la nobleza habita, 
              donde el valor tiene escuela 
              y donde el mundo se cifra. 
CABALLERO:
              Si os queréis quedar en ella 
              --que a todos su corte hechiza-- 
              llevando en vuestro favor 
              cartas de mi tío y mías, 
              su alteza os hará merced, 
              y si en su reino os prohija, 
              yo os impetraré del Papa 
              alguna prebenda rica." 
              Vi el cielo abierto con esto, 
              dile las gracias debidas; 
              deseaba ver a España, 
              dispuse, en fin, mi partida. 
              Llegué a esta corte famosa, 
              di las cartas y reliquias 
              a la señora princesa, 
              recibiólas de rodillas, 
              y a don Cristóbal de Mora 
              me manda acudir, que es dicha 
              no pequeña el enviarme, 
              señor, a vueseñoría, 
              cuya fama y cristiandad 
              hasta nuestra Italia admira, 
              y en cuyo favor espero 
              el buen fin de mi venida.
CRISTÓBAL:
              Yo, señor Jacobo, estoy
              contento con la noticia
              que de sus cosas me ha dado,
              y hago de ellas justa estima.
              Informaré a la princesa,
              haciendo de parte mía
              lo que pudiese en su aumento;
              mas espere, que ella misma
              sale de palacio.
CABALLERO:
              Irá
              a las Descalzas a misa.
CRISTÓBAL:
              Y a ver a la emperatriz,
              su hermana, doña María.
Sale la PRINCESA de viuda,
don DIEGO y acompañamiento
PRINCESA:
              Al rey, mi señor hermano, 
              he enviado a convidar 
              para que me venga a honrar
              y con su celo cristiano 
              la fiesta nuestra autorice 
              y aumente su devoción.
DIEGO:
              Será la consagración
              con su presencia felice.
PRINCESA:
              Ya mis Descalzas desean
              que se pase el Sacramento
              a su iglesia, y así intento
              que este mes cumplido vean
              su esperanza religiosa,
              porque con su esposo estén,
              y a las reliquias también
              que con mano generosa
              me ha enviado el cardenal
              de San Marcelo, deseo
              hacer un rico trofeo
              luego que del Escorial 
              venga mi señor el Rey;
              con ellas le haré un convite,
              que sé el gusto con que admite
              las joyas de nuestra ley.
CRISTÓBAL:
              Aquí, gran señora, está
              quien las trujo desde Roma,
              y quien a su cargo toma
              su aumento, la servirá 
              con satisfación debida,
              que su virtud y nobleza
              merecen que vuestra alteza
              le haga merced tan cumplida.
PRINCESA:
              Yo tengo deso cuidado,
              pues sois hombre de valor.
              El rey, mi hermano y señor,
              ocho encomiendas me ha dado
              de Cristus en Portugal,
              por que a mi disposición
              las de a sujetos que son
              de sangre noble y leal.
              Como aquí vivir queráis
              y a vuestra patria olvidéis,
              una de ellas gozaréis
              si en Portugal os prohijáis.
              ¿Qué decís?
CABALLERO:
              Que el interés
              de servir a vuestra alteza
              tengo por naturaleza.
PRINCESA:
              Procurad prohijaros, pues, 
              y a don Cristóbal de Mora 
              por la encomienda acudid 
              cuando volváis a Madrid.
CABALLERO:
              Inmortaliza, señora,
              la fama tal cristiandad.
CRISTÓBAL:
              Ya somos de una nación;
              yo haré que la prohijación
              le den con facilidad.
              Acuda a verme después. 
Vanse si no es el CABALLERO de Gracia
CABALLERO:
              Beso a vuesa señoría 
              las manos. (¡Qué cortesía!        (-Aparte-)
              Mas basta ser portugués.)
Sale RICOTE
RICOTE:
              ¡Oh madre de gente extraña, 
              madre, punto y excelencia 
              de la real circunferencia 
              con que te corona España!
              Goce tu apacible puesto
              mi amo toda su vida,
              sin que de ti se despida
              jamás.
CABALLERO:
              Ricote ¿qué es esto?
RICOTE:
              ¡Oh, señor!  Enamorado
              de Madrid, de gastos mar,
              gracias la empezaba a dar
              por los amigos que he hallado.
CABALLERO:
              ¡Amigos tan presto!
RICOTE:
              Es villa
              que a todos hace merced;
              los amigos que mi sed
              ha hallado son la membrilla,
              la siempre enlutada y llana
              que salta sin dar enojos
              desde la taza a los ojos.
              Esquivias la toledana
              que con ósculos de paz
              se entra al alma por la boca,
              Burguillos que brinda a toca
              y los Molodros de Orgaz
              que se oponen a Ajofrín,
              y contra injurias del cierzo
              felpas que aforran el Vierzo
              y martas de San Martín.
CABALLERO:
              ¡Buenos amigos!
RICOTE:
              Sí son
              más leales los más viejos,
              todos éstos, siendo añejos,
              me roban el corazón.
              Pero unos curas seglares,
              que aquí llaman taberneros
              y andan bautizando cueros,
              muestran, por darnos pesares,
              que aquesta corte encantada
              al vino imitar procura
              pues ni en ella hay verdad pura
              ni amistad que no esté aguada.
              Pero, dejando esto, un pliego
              tienes de Roma.
CABALLERO:
              Pues ¿vino
              el correo?
RICOTE:
              De camino
              no ha media hora que a ver llego
              apearse en un mesón
              cuatro padres carmelitas.
              Yo, que nuevas exquisitas
              busco siempre, veo que son
              romanos y conocidos,
              y que el cardenal con ellos
              te escribe. Si quieres vellos
              sabrás casos sucedidos
              en Roma, y el desconcierto
              y mala cuenta que dio
              de sí Lamberto, que huyó
              de la cárcel.
CABALLERO:
              ¿Quién?
RICOTE:
              Lamberto,
              tu cuñado, con Sabina,
              su hermana.
CABALLERO:
              ¡Válgame Dios!
RICOTE:
              No se sabe de los dos.
CABALLERO:
              Donde viven me encamina
              esos padres; hablarélos.
RICOTE:
              Junto a la Puerta del Sol
              están. (Babel español,       (-Aparte-)
              tus vinos son mis anzuelos.) 
Vanse.
Salen PAULO Adorno, ginovés,
y SABINA
SABINA:
              Paulo Adorno, sed cortés 
              y advertid que estoy casada.
PAULO:
              No repara Amor en nada.
SABINA:
              Mirad que sois ginovés
              y os corre la obligación
              con que aquella señoría
              estima la cortesía
              que ennoblece a su nación.
PAULO:
              Mirad vos que tengo preso 
              a Lamberto, vuestro hermano,
              y que está sólo en mi mano
              acriminarle el proceso
              que a instancia del cardenal
              monseñor Julio Cataño
              le puede hacer mucho daño,
              pues, siendo poco leal
              a su casa, su servicio,
              provocando su venganza,
              en mil ducados le alcanza
              de sus cuentas y su oficio.
              Pues que librarlos prometo
              y pajar esta cuantía
              por él, si a la pena mía
              acudís con el secreto
              que merece vuestro honor,
              estimad la libertad
              de vuestro hermano, y librad
              con su peligro mi amor.
SABINA:
              Quedó mi esposo Conrado
              preso en Roma, y por no dar
              a atrevimientos lugar,
              que con el mismo cuidado
              que vuestra locura engaña
              intentó algún atrevido,
              tuve por mejor partido
              venir con mi hermano a España,
              y ya que perdió su hacienda
              mi hermano, no será bien
              que su honra pierda también
              y en mil ducados la venda.
              Pues, poniéndola en mi mano,
              quiso dejarla a mi cuenta,
              por deudas no será afrenta
              el estar preso mi hermano.
              Mas, decid, si me deshonra
              de vuestro amor el exceso,
              ¿no es mejor honrado y preso
              que salir libre y sin honra?
PAULO:
              Mirad que declararé
              los insultos de Lamberto,
              porque de su desconcierto
              todos los excesos sé.
              Forzarásme a deshonrarle,
              y no es bien, siendo mi amigo.
SABINA:
              ¿Puede darle más castigo 
              la justicia que afrentarle? 
              Pues si eso vuestra malicia 
              intenta y le ejecutáis, 
              ¿en qué os diferenciáis 
              de la más cruel justicia?
              Idos, amigo inconstante, 
              y esto os baste por castigo, 
              que quien es tan ruin amigo 
              mal puede ser buen amante.
PAULO:
              Básteme para venganza
              de aquese desdén tirano
              que esté preso vuestro hermano;
              quíteseos la esperanza
              de verle suelto jamás;
              poco su peligro os mueve
              y poco Lamberto os debe.
              Yo procuraré de hoy más,
              ingrata, desconocida,
              de que vuestro poco seso
              agrave más el proceso.
SABINA:
              ¡Ay hermano de mi vida,
              que pudiéndote soltar
              tenerte preso consienta!
              Pero, ¡ay honor! vuestra afrenta,
              ¿no es más de considerar?
              ¿Qué haré en confusión tan grave,
              donde el amor y la honra
              concurren?  Mas la deshonra
              no afrenta si no se sabe.
              Espera, Adorno.  (¡Ay de mí!)      (-Aparte-)
PAULO:
              La dicha de vuestro hermano
              depende de vuestra mano.
SABINA:
              ¿Guardaréis secreto?
PAULO:
              Sí.
SABINA:
              Luego os alabáis los hombres  
              en gozando a una mujer.
PAULO:
              Noble soy.
SABINA:
              Temo perder,
              por más que hidalgo te nombres,
              la fama, que sólo estriba
              en la vulgar opinión,
              y así, muera en la prisión
              mi hermano, como ella viva.
              ¡Vete ocasión de mi afrenta!
PAULO:
              ¿Voyme?
SABINA:
              Aguarda.  (¡Ay vil temor!      (-Aparte-)
              no pensé yo, amado honor,
              poneros jamás en venta.)
              En fin, ¿guardaréis secreto?
PAULO:
              Sí, que quien de veras ama
              guarda el honor de su dama.
SABINA:
              Cuando es amante perfeto:
              juradlo.
PAULO:
              Por esos ojos
              que hacen cielo aquesa cara.
SABINA:
              Pluguiera a Dios que cegara
              honor, y no os diera enojos:
              soltad mi hermano primero.
PAULO:
              Haré que le den mi casa
              por cárcel.
SABINA:
              La fama abrasa
              más que él honor el dinero.
PAULO:
              Esta noche le tendré
              en ella, por que no impida
              la ocasión, prenda querida,
              que intenta gozar mi fe,
              si mi ardiente amor pagáis
              y a la mañana en la vuestra
              le tendréis.
SABINA:
              (Honor, en muestra      (-Aparte-)
              de lo que a Lamberto amáis,
              disimulad este insulto.
PAULO:
              ¿Vendré esta noche?
SABINA:
              No sé.
PAULO:
              Cuando en sus faldas esté
              durmiendo el silencio oculto
              vendré, sin que pueda Apolo
              ver lo que por mí arriesgáis;
              ¿qué decís?
SABINA:
              Que no vengáis;
              mas, si venís, que sea solo. 

Vase

PAULO:
              ¡Victoria, ciego interés!
              Sujeta a tus pies está
              la honra; ¿mas qué no hará
              en la corte un ginovés?
              Pues aunque se suba al cielo
              Amor, porque todo es alas,
              cuando son de oro las alas
              cualquiera le álcanza el vuelo.

Vanse.

Salen el CABALLERO de Gracia, FISBERTO y RICOTE

CABALLERO:
              El cardenal, mi señor,
              en esta carta me manda
              que ponga todo calor
              en la piadosa demanda
              del Carmen, y que el favor
              de la princesa procure
              para que sitio le den
              de un convento que asegure
              la religión, y es muy bien,
              aunque la vida aventure
              en tan cristiano cuidado,
              que honre la corte española
              el instituto sagrado
              del Carmen, que estaba sola
              sin este orden celebrado.
              Luego hablaré a la princesa,
              Fisberto, con la eficacia
              que pide tan justa empresa.
FISBERTO:
              Sois Caballero de Gracia, 
              por vos el cielo interesa 
              la virtud que reconoce 
              en vuestro cristiano celo.
CABALLERO:
              Razón es que Madrid goce 
              las gracias que da el Carmelo. 
              ¿Cuántos padres vienen?
FISBERTO:
              Doce.
CABALLERO:
              Al sacro colegio imita
              de Cristo.  Yo haré que aquí
              tenga la Orden Carmelita
              un monasterio.
RICOTE:
              Eso sí
              devociones ejercita,
              que tú engordarás con eso.
CABALLERO:
              Ya que me he vuelto español 
              su celo y virtud profeso; 
              ésta es la Puerta del Sol, 
              bien estuviera, os confieso; 
              aquí el sitio de esta casa, 
              que el concurso de la gente 
              que por aquí al Prado pasa 
              es notable.
FISBERTO:
              Y excelente
              vuestra elección, si es que pasa
              por aquesto el Hospital
              de la Corte.
CABALLERO:
              Dudáis bien,
              que es pobre, aunque en nombre real
              demás que está aquí también
              la Victoria y se hacen mal,
              cuando las comunidades,
              por estar cerca. se quitan
              provechos y utilidades
              de devotos que visitan
              sus conventos y hermandades.
              Pero, decidme, ¿qué casa
              es aquella donde tantas
              salen y entran?
FISBERTO:
              Donde pasa
              un trato no para santas.
RICOTE:
              Donde Venus da a la tasa
              Zupia que el seso derriba;
              feria donde abre sus tiendas
              el vicio a gente lasciva,
              y es, en fin, porque lo entiendas,
              rastro de la carne viva.
CABALLERO:
              ¿Qué dices, loco?
RICOTE:
              ¿Esto ignoras?
              A fe que lo saben hartos;
              .................... [ -oras]
              ....................  [ -artos]
              ....................  [ -oras]
              lonja de gente ruín,
              de la basura rincón,
              y por no hablar en latín,
              es, hablando con perdón,
              la casa pública, en fin.
CABALLERO:
              ¡Jesúsl ¿La casa es aquésta
              donde la gente perdida
              vive o muere deshonesta?
              ¿Donde la vergüenza olvida
              la honra que tanto cuesta?
              ¡Válgame Dios, ya que admite
              la costumbre y los engaños
              que el vicio en la corte habite,
              y porque mayores daños
              excuse, aquéstos permite.
              ¿Es posible que consienta
              que en esta publicidad
              tenga su casa el afrenta?
              ¿Que la deshonestidad
              pague aquí al infierno renta?
              Junto a la Calle Mayor,
              por donde la gente pasa
              de más caudal y valor,
              ¿la torpeza tiene casa
              y a todos no causa horror?
              ¿Qué doncella recogida,
              qué mujer noble y de suerte
              verá esta gente perdida
              al pasar, que no despierte
              la pasión más reprimida?
CABALLERO:
              ¿A quién no ha de dar enojos,
              siempre que por aquí venga,
              el ver que en viles despojos,
              esta nube Madrid tenga
              en las niñas de sus ojos?
              ¿Donde el honor español
              vive, la deshonra puebla,
              siendo de virtud crisol,
              la obscuridad y tiniebla
              junto a la Puerta del Sol?
              Eso no, ¡Madre de Dios!
              ya tengo casa que os dar;
              Del mundo salió por Vos
              el demonio, que habitar
              juntos, mal podréis los dos. 
              Salga de aquí, pues abrasa 
              la corte su vil noticia, 
              verá la gente que pasa, 
              si fue casa a la malicia, 
              que es ya de la virtud casa. 
              En el corazón me ha puesto 
              Dios que aqueste sitio escoja
              para el convento propuesto,
              porque el alma me congoja
              que aquí el trato deshonesto
              a toda la corte ofenda.
FISBERTO:
              Si lo alcanzarais, no hay duda
              que es gran cosa.
RICOTE:
              ¿Y con qué hacienda?
CABALLERO:
              Virgen, dadme vos ayuda,
              que yo lo haré aunque me venda.         
              Pero aguardad, ¿qué príncipe es aquéste
              que tanto coche y gente le acompaña?
FISBERTO:
              El cardenal don Diego de Espinosa 
              invicto presidente de Castilla 
              que a la Victoria va.
CABALLERO:
              Dios me le ofrece 
              para que le suplique que al demonio 
              quite el colegio vil de gente infame, 
              que en mitad de la corte a cada hora 
              con torpe amor la honestidad desdora. 
              Vámosle [a] hablar. ¡Mi Dios, Virgen del Carmen,        
              dadme palabras que moverle puedan 
              a que destruya aquéstos que dan muerte 
              al alma, y son la gente más perdida.
RICOTE:
              ¿Qué muerte si le llaman "de la vida"?

Salen el cardenal ESPINOSA, don DIEGO y otros

CARDENAL:
              Consagra el Arzobispo de Toledo 
              don Gaspar de Quiroga el templo santo 
              que a las Descalzas hizo la princesa, 
              y va su majestad a honrar mañana 
              la devoción y fiesta de su hermana, 
              y así es razón que todos los Consejos 
              solícitos acudan a servilla.
DIEGO:
              Y más un presidente de Castilla.
CABALLERO:
              No es, señor ilustrísimo, a propósito 
              este lugar, para que en él reciba 
              memoriales y lea peticiones; 
              mas nunca pierde tiempo un pretendiente, 
              ni tiene el juez perfecto reservado 
              lugar adonde no entre la justicia;
              porque los jueces y ministros reales 
              consigo han de llevar los tribunales. 
              Supuesta esta verdad y mi justicia, 
              no debe mi osadía de admiralle 
              si hace sala de audiencia aquesta calle.
CARDENAL:
              Diga lo que pretende.
CABALLERO:
              Digo en suma, 
              pues a vuestra ilustrísima compete 
              de aquesta corte el régimen político, 
              que en su riñón y centro y a los ojos 
              de lo más principal que habita en ella, 
              hay una casa donde cada día 
              se ofende a Dios con juegos prohibidos 
              pudiendo estar en partes más remotas.
RICOTE:
              Y jugando al pasar, todas son pocas.
CARDENAL:
              ¿Casa en Madrid de juego prohibido, 
              y que públicamente se ejércite?
CABALLERO:
              Y se sabe, señor, y se permite.
CARDENAL:
              ¿Yo lo permito?
CABALLERO:
              El rey y los consejos.
DIEGO:
              Éste es loco.
CABALLERO:
              No está su sitio lejos.
CARDENAL:
              ¿Cómo se llama el dueño de esa casa?
CABALLERO:
              Torpeza vil que la virtud abrasa. 
              Ilustrísimo príncipe, ¿es posible
              que en mitad de esta corte se consienta 
              tienda al demonio que le pague renta? 
              Las públicas mujeres deshonestas, 
              ¿es bien que vivan en el mejor sitio 
              de la corte que rige los tormentos 
              el pecado mayor junto a la Calle 
              Mayor de este lugar, y esto se calle? 
              Las leyes allá fuera de la corte, 
              mujeres despeñadas de sus vicios 
              entre barrancos y despeñaderos, 
              que cuando está apestada alguna casa 
              cerrarla suelen cuando no se abrasa. 
              Los padres religiosos del Carmelo 
              buscan un sitio en que labrar palacio 
              a la Virgen divina, su Patrona. 
              Cuando viene a la corte una princesa, 
              el rey la hace dar casa de aposento; 
              conviértase esta casa en su convento. 
              No es bien que las tinieblas, señor, vivan 
              junto a la Puerta que del Sol se llama; 
              siendo luna sin mácula María, 
              habitación tendrá más oportuna 
              si a la Puerta del Sol viene la Luna;
              haga a su majestad vuestra ilustrísima, 
              pues es su capellán, ese servicio, 
              y a Madrid tan honesto beneficio.
CARDENAL:
              El celo alabo; pero no conviene 
              mudar el orden que la corte tiene; 
              gobiérnese a sí mismo, y no se meta 
              en ajenos oficios y cuidados, 
              que Madrid tiene jueces y ministros 
              que dispongan las cosas que les tocan, 
              y quien juntó esa casa en este puesto 
              consideró primero lo que hacía, 
              y yo no pienso variar el uso 
              con que a Madrid la antigüedad dispuso.
CABALLERO:
              Señor, señor, perdóneme, y advierta 
              que Dios interiormente me está dando 
              impulsos para que esto se concluya; 
              la casa del demonio ha de ser suya. 
              Y si vuestra ilustrísima rehusare 
              hacer al Carmen santo este servicio, 
              harélo yo, y echando esas mujeres 
              de esta publicidad una mañana 
              con teclas y campanas verá el cielo 
              la casa vil que es casa del Carmelo.
CARDENAL:
              Pues cuando llegue vuestro atrevimiento
              con indiscreto celo a hacer tal cosa,
              quitándoos la cabeza de los hombros
              sabré yo dar el pago que merece
              quien al juez superior desobedece.      

Vase

CABALLERO:
              ¡Virgen! ¿Con la cabeza me amenazan 
              porque posada os busco? ¡Carmen mío! 
              ¿Casa dan al demonio en esta corte 
              y os la niegan a vos? No lo permita 
              la devoción que vive en sus vecinos. 
              Con la cabeza me han amenazado, 
              si a su costa no más quito al demonio 
              aquesta lonja de sus vicios trato 
              y casa os doy, comprado habré barato. 
              Yo haré de suerte que mañana vea 
              aquesta infame casa convertida 
              la corte a mi buen celo agradecida. 
              A hablar voy la princesa, que yo espero 
              de su real cristiandad, cuando edifica 
              monasterios a Dios y a sus Descalzas, 
              que no permitirá que el suyo tenga 
              aqui el demonio; yo daré dineros 
              para que busquen esas desdichadas 
              otro puerto a sus vicios conveniente 
              que no ofenda los ojos de la gente. 
RICOTE:
              Cualquier partido, si las das moneda, 
              te harán cuando las saques de su nido, 
              que por eso se llaman "del partido." 
              ¡Qué notable virtud!
CABALLERO:
              ¡Virgen divina! 
              Como vos tengáis casa en esta corte, 
              y de ella se destierre la torpeza, 
              ¿qué importa que me corten la cabeza? 

Vanse.

Sale LAMBERTO, de noche

LAMBERTO:
              A las puertas de mi casa 
              me han traído los recelos 
              del honor, que anda por mí 
              animando atrevimientos. 
              Dióme la suya por cárcel 
              la justicia a pedimiento 
              de Paulo Adorno, por quien 
              he estado hasta agora preso. 
              Mil ducados por mi paga, 
              y aunque, obligado, confieso 
              la libertad que me ha dado 
              y el interés que le debo, 
              si para discursos tristes 
              ofrece la noche tiempo, 
              de tal noche que mi honor 
              los haga en vuestro silencio. 
              Llegué huyendo de mis vicios 
              a Madrid, piadoso cielo, 
              sin hacienda y sin ventura, 
              y apenas en él me apeo 
              cuando las persecuciones, 
              de las desdichas correos, 
              me aposentan en la cárcel; 
              que poco importa ir huyendo 
              de su daño el que ignorante 
              le lleva consigo mesmo, 
              porque es alguacil el vicio 
              que prende a su mismo dueño.
LAMBERTO:
              Pues honor, si Paulo Adorno 
              de mi prisión fue primero 
              autor, y a instancia de Roma 
              causas me intima y procesos, 
              si es su rigor mi fiscal, 
              el interés avariento 
              que me pide desterrado 
              mil ducados por lo menos, 
              sospechosa la codicia, 
              Paulo, ni amigo, ni deudo, 
              ¿qué ocasión puede obligarle 
              a que me suelte tan presto? 
              Podrá ser que el cardenal 
              le escribiese que, no habiendo 
              de dónde cobre su alcance, 
              me suelte; fue al fin mi dueño; 
              es generoso y ilustre 
              prometerme esto y más puedo 
              de su cristiandad hidalga. 
              Bien, honor, estoy con eso; 
              mas a ser así, decidme, 
              ¿a qué propósito ha hecho 
              darme su casa por cárcel, 
              y apacible y lisonjero 
              esta noche solamente, 
              en su mesa y aposento 
              le mira mi libertad, 
              si por él mañana puedo 
              gozar seguro la mía?
LAMBERTO:
              ¿Qué interesa en este tiempo? 
              ¿Por qué me encierra esta noche? 
              ¿Veis si aprieta el argumento? 
              ¿Sabina sola y mujer; 
              yo ausente, afligido y preso, 
              y él liberal y agradable? 
              No, honor, no puede ser bueno. 
              Armado salió de casa, 
              y yo, ya que no discreto, 
              por lo menos sospechoso, 
              la palabra y cárcel quiebro 
              porque esté entero mi honor. 
              Desatinado y travieso 
              he sido, mas siempre honrado; 
              no ha de ser mi hermana el precio, 
              por más que el oro conquiste 
              de mil ducados, si puedo. 
              Sed en estas puertas escoltas, 
              no más que esta noche, celos. 
              Gente viene: aquí me encubro.

Sale el CABALLERO de Gracia

CABALLERO:
              En el encantado enredo
              de palacio no han podido
              hallar puerta hoy mis deseos
              para hablar a la princesa
              y dar con su favor medio
              para el convento del Carmen.
              En balde he gastado el tiempo,
              no me dejaron entrar
              interesables porteros;
              mas hablaréla mañana,
              aunque ponga impedimentos
              la vil deshonestidad
              pesarosa de que intento
              ganar para la virtud
              el presidio del infierno.
              Ni hallé a Ricote, ni sé
              las calles por donde vengo,
              y pienso que me he perdido.
              Llevadme a mi casa, cielos.

Sale PAULO Adorno

PAULO:
              La obscuridad de la noche
              ampara con su silencio
              mi pretensión amorosa.
              En mi casa está Lamberto,
              Sabina determinada
              y yo abrasado, ¿qué espero?
              Pero gente hay en la calle,
              el ofrecido secreto
              que Sabina me encargó
              es bien guardar aquí, quiero
              esperará que se vayan.

Sale SABINA

SABINA:
              ¿Si estará mi hermano suelto?
              ¡Ay honor, a lo que obliga
              la sangre, pues a ofenderos 
              me fuerza! Noche confusa, 
              encubrid al vulgo necio 
              los peligros de mi fama. 
              Si es Paulo Adorno el que veo 
              abridle, honra, que en la calle 
              el recato corre riesgo. 
              ¡Ay infelice Sabina! 
              ¡Ay desdichado Lamberto! 
              ¡Ay ofendido Conrado!
CABALLERO:
              ¿Qué escucho? ¡válgame el cielo!
              ¿Lamberto y Sabina aquí,
              y Conrado entre lamentos
              piadosos a tales horas,
              si son los tres que sospecho?
SABINA:
              ¿Sois Paulo Adorno, señor?
CABALLERO:
              (Por saber este suceso             (-Aparte-)
              tengo que decir que sí.) 
              Yo soy, señora, ese mesmo. 
              (Ésta es la voz de Sabina.)      (-Aparte-)
LAMBERTO:
              (¡Ay, qué a mi costa habéis hecho     (-Aparte-)
              verdad, honor, mi sospecha!)
PAULO:
              (¿Otro Paulo Adorno? Bueno.        (-Aparte-)
              ¿Descubriréme? Mas no, 
              que así la palabra quiebro 
              del secreto prometido. 
              Mejor es que el sufrimiento 
              aguarde a ver en qué para 
              este disfraz, que mis celos, 
              si prosiguiese en su engaño, 
              no dejarán que entre dentro.
SABINA:
              Si Lamberto está ya libre,
              que lo supongo por cierto,
              en fe de vuestra palabra,
              pues sois, en fin, caballero,
              mostradlo en esta ocasión,
              y vuestra pasión venciendo,
              obligad prendas del alma
              sin injuriar las del cuerpo.
              Vuestra nobleza agraviáis
              si, cual tratante avariento,
              vendéis la necesidad,
              que mil ducados no es premio
              equivalente al honor
              que necesitada os vendo.
              No afrentéis a una casada
              ni a un marido ausente.
CABALLERO:
              (¡Cielos!    (-Aparte-)
              No en balde aquí me trujiste!
              el perderme os agradezco.
              Sabina es ésta; y si saco
              consecuencias de aquí, a precio
              de su honor la libertad
              ha comprado de Lamberto;
              razón será, cuando quito
              a la desvergüenza el templo
              de la deshonestidad
              y su casa librar quiero,
              que libre la de mi hermano.
              ¡Miren si he sido yo cuerdo
              en no casarme! ¡Oh cruel yugo,
              de ti libre Dios mi cuello!
              ¿Diré quién soy? Mas mejor
              es, por que me admita dentro,
              fingirme el interesado
              de este afrentoso concierto,
              que, apretando los cordeles
              del honor, sabré por ellos 
              si hay firmeza, cuando él da 
              a la necesidad tormento.)
LAMBERTO:
              (¿Que mis torpes desatinos.        (-Aparte-)
              en este trance hayan puesto
              a mi hermana? ¿Y que su honor
              haga la torpeza empeño?
              ¡Vive Dios, villano amante,
              si a sus honrados deseos
              no correspondes cortés,
              que he de travesarte el pecho!)
CABALLERO:
              Sabina si no me abrís
              y a mi amor buscáis rodeos,
              haré volver a la cárcel
              al punto al hermano vuestro.
SABINA:
              En fin, ¿no pueden con vos
              lágrimas, conjuros, ruegos
              ni el valor de vuestra sangre?
              Entrad, pues, aunque primero
              que ofendáis mi honestidad
              podrá ser, libre el acero,
              la fama que tiranizan
              vuestros gustos deshonestos.
CABALLERO:
              Abrid la puerta.
PAULO:
              Eso no,
              ladrón de honras encubierto;
              que asiste aquí de Sabina
              el amante verdadero.
LAMBERTO:
              ¡Villano! Antes que mi hermana 
              agravies, tendrán ejemplo 
              en tu muerte los que la honra 
              piensan comprar con dineros.
CABALLERO:
              Paulo Adorno: sosegaos; 
              Lamberto, hermano: teneos, 
              que estáis los dos engañados.
SABINA:
              (Aquí está mi hermano, ¡ay cielos!) (-Aparte-)
PAULO:
              (Lamberto supo, sin duda,          (-Aparte-)
              la fuerza de mi amor ciego
              y a vengar su injuria vino.)
LAMBERTO:
              ¿Quién eres?
CABALLERO:
              Hermano vuestro:
              el Caballero de Gracia.
LAMBERTO:
              ¿Cómo?
PAULO:
              ¿Qué escucho? ¿Otro enredo?
LAMBERTO:
              ¿Jacobo de Gracia vos? 
              ¡Hola! sacad luces presto.

Sale RICOTE con un hacha

RICOTE:
              Por una hacha fui a mi casa, 
              y cuando a palacio vuelvo 
              por mi señor, no le hallo; 
              suspensión del vino temo.
CABALLERO:
              Ricote llega esa luz.
RICOTE:
              (¡Al Niño perdido un credo       (-Aparte-)
              desde hoy!  Topé con él)
LAMBERTO:
              ¿Que he sido digno de veros, 
              Jacobo, en esta ocasión?
CABALLERO:
              Dad gracias a Dios por ello
              que a los peligros acude.
LAMBERTO:
              ¡Qué de ofensas que os he hecho!
CABALLERO:
              La que hoy hemos restaurado 
              es razón que ponderemos, 
              y para qué otras se excusen
              quiero en mi casa teneros 
              con Sabina vuestra hermana.
LAMBERTO:
              No nos lo debéis.
CABALLERO:
              Si, debo,
              pues de perseguirme vos
              mi buena suerte intereso.
              Yo haré que venga Conrado
              libre de Roma, que espero
              del cardenal esto y más.

A PAULO

              Y vos, pues os hizo el cielo 
              rico, aprovechad mejor
              vuestra hacienda, que el empleo
              de los vicios es caudal
              que se pierde con su dueño.
              Venid por los mil ducados
              a mi casa.