El cántico de Navidad: Cuarta estrofa

CUARTA ESTROFA
el último de los espíritus

Cuando llegó cerca de Scrooge, éste se arrodilló, experimentando el terror sombrío y misterioso que envolvía al espíritu.

Iba completamente envuelto en un largo ropaje que ocultaba su fisonomía, su cabeza y sus formas, no dejando ver más que una de sus manos tendida, sin lo cual hubiera sido muy difícil distinguir aquella figura en las densas sombras de la noche que le circundaban.

Cuando Scrooge estuvo á su lado vió que el aparecido era de estatura elevada y majestuosa, y que su misteriosa presencia lo llenaba de respetuoso temor; pero no supo más, porque el aparecido no hablaba ni hacía ningun movimiento.

—¿Estoy en presencia del espíritu de la Navidad por venir?

El espectro no contestó, limitándose á tener siempre la mano tendida.

—¿Vais á mostrarme las sombras de las cosas que no han sucedido todavía, pero que sucederán con el tiempo?

La parte superior de la vestidura del fantasma se contrajo un poco, segun lo indicaron los pliegues al aproximarse como sí el espectro hubiera inclinado la cabeza. No dió otra respuesta.

Aunque hecho ya al comercio con los espíritus, Scrooge sentía tal pavor en presencia de aquel aparecido tan silencioso, que sus piernas temblaban y apenas disponia de fuerzas para sostenerse en pié cuando se veia obligado á seguirle. El espíritu, como si hubiera conocido la turbacion de Scrooge, se paró un momento como para darle lugar á que se repusiese.

Esto agitó más á Scrooge. Un vago escalofrío de terror le recorrió todo el cuerpo, al advertir que, bajo aquel fúnebre sudario los ojos del fantasma estaban constantemente fijos en él, y que, á pesar de todos sus esfuerzos, no podía ver más que una mano de espectro y una masa negruzca.

—Espíritu del porvenir, os temo más que á ninguno de los espectros que hasta ahora he visto. Sin embargo, como conozco que os hallais aquí por mi bien, y espero vivir de una manera muy diferente que hasta ahora, os seguiré adonde querais, con corazon agradecido. ¿No me hablareís?

Ninguna respuesta. Tan sólo la mano hizo señal de ponerse en marcha.

—Guiadme, dijo Scrooge, guiadme. La noche avanza rápidamente y el tiempo es muy precioso para mí; lo sé. Espíritu guiadme.

El fantasma empezó á deslizarse como habia venido. Scrooge fué detrás de la sombra de la vestidura; parecíale que ésta lo levantaba y lo arrastraba.

No se puede decir que penetraran en la ciudad, sino que la ciudad surgió alrededor de ellos, rodeándolos con su movimiento y su agitacion. Estaban en el mismo centro de la City, en la Bolsa y con los negociantes que iban de un lado para otro de prisa, haciendo sonar el dinero en los bolsillos, agrupándose para entretenerse en negocios, mirando sus relojes y jugando distraidamente con la cadena, etc., como Scrooge los habia visto en todas ocasiones.

El espíritu se detuvo cerca de un pequeño grupo de capitalistas, y Scrooge, adivinando su intencion por la mano tendida, se acercó á escuchar.

—No... decía un señor alto y grueso de triple y canosa barba; no sé nada más; sé tan solamente que ha muerto.

—¿Cuándo?

—Anoche, segun creo.

—¿Cómo y de qué ha muerto? preguntó otro señor tomando una provision de tabaco de una enorme tabaquera. Yo me figuraba que no se moriría nunca.

—Dios solo lo sabe, dijo el primero bostezando.

—¿Qué ha hecho de su dinero? preguntó otro señor de rubicunda faz, que ostentaba en la punta de la nariz una enorme lupia colgante como el moco de un pavo.

—No lo sé, contestó el hombre de la triple barba, bostezando de nuevo. Tal vez lo haya dejado á su sociedad: de todas suertes no es á á quien lo ha dejado: hé aquí lo único que sé.

Esta chanza fué recibida con una carcajada general.

—Es probable, continuó el mismo, que las sillas para los funerales no le cuesten nada, así como tampoco los coches, pues juro que no conozco á nadie que esté dispuesto á ir á semejante entierro. ¡Si fuéramos nosotros sin que nos convidaran!

—Me es indiferente con tal que haya refresco, dijo el de la lupia: yo quiero que me den de comer por ese trabajo [1].

—Ya veo, dijo el primer interlocuor, que soy más desinteresado que todos los presentes.

Yo no iría porque me regalaran guantes negros, pues no los gasto, ni proque me dieran de comer, pues no lo acostumbro en tales casos, pero sí como alguno quisiera acompañarme. ¿Sabeis por qué? Porque, reflexionando, me han asaltado dudas acerca de si yo era íntimo amigo suyo, á causa de que cuando nos encontrábamos teníamos la costumbre de detenernos para hablar un poco. Adios señores: hasta la vista.

El grupo se deshizo para constituir otros. Scrooge conocía á todos aquellos señores, y miró al espíritu para pedirle una explicacion acerca de lo que acababan de decir.

El espíritu se dirigió á otra calle, y mostró con el dedo dos individuos que se saludaban. Scrooge escuchó en la esperanza de descifrar aquel enigma.

Tambien los conocía. Eran dos negociantes ricos, muy considerados y en cuya estimacion creía estar bajo el punto de vista de los negocios, pero sencilla y puramente de los negocios.

—Cómo está Vd.?

—Bien y vos.

—Bien, gracias. Parece que el viejo Gobseck ha dado ya sus cuentas, eh....

—Me lo han dicho. Hace frio. ¿es verdad?

—Psch; como de la estacion: como de Navidad. Supongo que no patinais.

—No; tengo otras cosas en que pensar. Buenos dias.

Ni una palabra más. Así se encontraron, así se hablaron, y así se separaron.

A Scrooge le pareció, al principio, chocante que el espíritu atribuyese tanta importancia á conversaciones aparentemente tan triviales; pero convencido de que debian encerrar algun sentido oculto, empezó á discurrir sobre cuál sería éste, segun todas las probabilidades.

Era difícil que se refiriesen á la muerte de su antiguo socio Marley: á lo menos no parecia verosímil, porque el fallecimiento era suceso ya ocurrido, y el espectro ejercia jurisdiccion sobre lo porvenir; pero tampoco adivinaba quién pudiera ser la persona de él conocida, á la cual cupiese aplicar el acontecimiento. Sin embargo, íntimamente persuadido de que cualquiera que fuese la persona, debia encerrarse en aquello alguna leccion correspondiente á él y para su bien, determinó fijarse y recoger las palabras que oyese y las cosas que presenciase, y particularmente observar con la más escrupulosa atencion su propia imágen cuando se le apareciese, penetrado de que la vista de ella le proporcionaría la llave del enigma haciéndole la solucion fácil.

Se buscó pues en aquel lugar, pero había alguien que ocupaba su sitio, el puesto á que más afecion tenía, y aunque el reloj indicaba la hora á que él iba, por lo comun, á la bolsa, no vió á nadie que se le pareciese en el gran número de personas que se apresuraban á entrar. Aquello le sorprendió poco, porque como desde sus primeras visiones había formado el propósito de cambiar de vida, se figuraba que su ausencia era prueba de haber puesta en ejecucion sus planes.

El aparecido se mantenía siempre á su lado inmóvil y sombrío. Cuando Scrooge salió de su ensimismamiento, se figuró, por la postura de la mano y por la posicion del espectro, que lo contemplaba fijamente, con mirada invisible. Esto le hizo estremecerse de piés á cabeza.

Abandonando el alborotado teatro de los negocios, se dirigieron á un barrio muy excéntrico de la ciudad, en donde Scrooge no habia estado nunca, pero cuya mala reputacion no le era desconocida. Las estrechas calles que lo constituian presentaban un cuadro de suciedad indescriptible, así como sus miserables tiendas y mansiones; los habitantes que moraban allí, el de seres casi desnudos, ébrios, descalzos, repugnantes. Las callejuelas y los sombríos pasadizos, como si fueran otras tantas cloacas, despedían sus desagradables olores, sun inmundicias y sus vecinos sobre aquel laberinto: aquel barrio era la guarida del crímen y de la miseria.

En lo más oculto de aquella infame madriguera, se veia una tienda baja y saliente, bajo un cobertizo, en la cual se vendia hierro, trapos viejos, botellas viejas, huesos y trozos de platos de la comida del dia precedente. Sobre el piso de un compartimiento interior habia, amontonados, clavos, llaves herrumbrosas, cadenas, goznes, limas, platillos de balanzas, pesos y toda clase de ferretería.

En aquellos hacinamientos asquerosos de grasas corrompidas, de huesos carcomidos, se encerraban, acaso, muchos misterios que pocas personas hubieran tenido valor para indagar. Sentado en medio de aquellas mercancías con las que comerciaba, cerca de un fogon hecho de ladrillos ya usados, se veia un mugriento bribon, con los cabellos ya blancos por la edad (contaba setenta años), abrigándose contra el aire exterior por medio de un cortinaje grasiento, formado de retales despareados, sujetos á un cordel, fumando en pipa y saboreando con placer el deleite de su apacible soledad.

Scrooge y el espectro se colocaron enfrente de aquel hombre, en el momento en que una mujer, portadora de un grueso paquete, se escurría á la tienda. Apenas penetró fué seguida de otra cargada de la misma manera, y ésta de un hombre vestido de un traje negro y muy raido, cuyo hombre se sorprendió al verlas, como ellas al verle. Despues de algunos momentos de estupefaccion de todos ellos, estupefaccion de que tambien participó el hombre de la pipa, se echaron á reir.

—Que pase primeramente la asistente, dijo la segunda mujer: despues vendrá la lavandera y últimamente el encargado de las pompas. ¿Qué opinais, honrado tendero? ¡Por cierto que es casualidad! No parece sino que nos hemos dado cita los tres.

—No podiais haber escogido mejor lugar, dijo el tendero quitándose la pipa de la boca. Entrad en el salon. Hace tiempo que tienes facultad para entrar aquí libremente; los otros dos tampoco son extraños. Aguardad á que cierre la puerta de la tienda. ¡Cómo chirrian los goznes! Creo que no existe aquí ningun hierro más viejo que ellos, como no hay en el almacen, y de esto me considero muy seguro, otras osamentas más añejas que las mias. ¡Ah, ah! Todos nos hallamos en consonancia con nuestra condicion: hacemos un buen juego. Entrad.

El salon lo constituia el espacio que estaba separado de la tienda por la cortina de retales. El viejo tendero removió el fuego con una barra de hierro rota, procedente de una barandilla de escalera; y despues de haber reanimado su humosa lámpara (porque ya era de noche) con la boquilla de la pipa, puso de nuevo esta en la boca.

Mientras que de este modo cumplia con los deberes de la hospitalidad, la mujer que habia hablado la primera, dejó su paquete en el suelo, y se sentó con aire negligente en un taburete, colocando los codos sobre las rodillas, y landando una mirada de desafío á los otros dos concurrentes.

—Bueno. ¿Qué tenemos? ¿Qué hay señora Dilber? dijo encarándose con la otra. Todas tenemos el derecho de pensar en nosotros mismos. ¿Ha hecho otra cosa él durante su vida?

—En verdad, dio la lavandera: ninguno tanto como él.

—Pues bueno: entonces no teneis necesidad de estaros ahí, abriendo de tal modo los ojos, como si os dominara el miedo; somos lobos de una camada.

—De seguro, exclamaron la Dilber, y el saltatumbas: en ese convencimiento estamos.

—Pues no hay más que decir: estamos como queremos. No hay que buscar tres piés al gato. Y luego ¡vaya un mal! ¿A quién se le causa perjuicio con esas fruslerías? De seguro que no es al muerto.

—¡Oh, en verdad que no! dijo riéndose la Dilber.

—Si queria guardarlos ese tio roñoso para despues de su fallecimiento, continuó la mujer, ¿por qué no ha hecho como los demás? No necesitaba más que haber llamada á una enfermera para que lo cuidase, en vez de morirse en un rincon abandonado como un perro.

—Es la pura verdad, ratificó la Dilber: tiene lo que merece.

—Hubiera querido que el lance no le saliera tan barato, continuó la primera mujer: os aseguro que á estar en mi mano no hubiera perdido la ocasion de coger algo más.

Desliad el paquete, tendero, y decid francamente lo que vale. No tengo reparo en que lo vean. Los tres sabíamos antes de penetrar aquí la clase de negocios que hacemos. No hay ningun mal en ello.

Pero se entabló un pugilato de cortesía. Los amigos de aquella mujer no quisieron, por delicadeza, que fuese la primera, y el hombre del traje negro tuvo la primacía en desatar su lio... No guardaba mucho. Un sello ó dos; un lapicero; dos gemelos de camisa; un alfiler de muy poco valor; esto era todo. Los objetos fueron examinados minuciosamente por el viejo tendero, quien iba marcando en la pared con una tiza la cantidad que pensaba dar por cada uno de ellos terminado el exámen hizo la suma.

—Hé ahí, dijo, lo que valen. No daría ni tres cuartos más aunque me tostaran á fuego lento. ¿Qué hay despues de esto?

Tocaba la vez á la Dilber. Enseñó sábanas, servilletas, un traje, dos cucharillas de plata de forma antigua; unas tenacillas para el azúcar y algunas botas. El tendero hizo la cuenta como antes.

—Siempre pago de más á las señoras. Es una de mis debilidades, y por eso me arruino, dijo el tendero. Hé ahí vuestra cuenta. Si me pedís un cuarto más y entramos en cuestion, me desdiré, y rebajaré algo del primer propósito que he tenido.

—Ahora desliad mi paquete, dijo la primera mujer.

El tendero se arrodilló para mayor comodidad, y deshaciendo una porcion de nudos, sacó del lio una gruesa y pesada pieza de seda oscura.

—¿Qué es esto? preguntó. Son cortinas de cama.

—Sí, contestó riendo la mujer é inclinando el cuerpo sobre sus cruzados brazos. Cortinas de cama.

—No es posible que las hayas quitado, con anillos y todo, mientras que él estaba todavía en la cama, observó el tendero.

—Sí; ¿por qué no?

—Entonces has nacido para ser rica y lo serás.

—Te aseguro que no vacilaré en echar mano sobre cualquier cosa tratándose de ese hombre: te lo aseguro, amigo, ratificó con la mayor sangre fria. Ahora cuidado que no caiga aceite sobre los cobertores.

—¿Los cobertores? ¿De él? preguntó el tendero.

—De quién habian de ser? ¿Tienes miedo de que se constipe por haberle despojado de ellos?

—Pero confio en que no habrá muerto de alguna enfermedad contagiosa. ¿Eh? preguntó el tendero parando en el exámen y levantando la cabeza.

—No tengais miedo. A ser así no hubiera yo permanecido en su compañía por tan mezquinas utilidades. Puedes examinar esa camisa hasta que te se salten los ojos. No encontrarás ni el más pequeño agujero: ni siquiera está usada. Era la mejor que tenía y en verdad que no es mala. Ha sido una dicha que yo me hallase allí, porque si no se hubiera perdido.

—¿Cómo?

—Lo hubieran enterrado con ella. No hubiera faltado alguno bastante tondo para hacerlo; por eso me ha apresurado á quitársela. El percal es suficientemente bueno para tal uso: si no es útil para ese servicio, entonces ¿de qué sirve el percal? Es bueno para envolver cadáveres, y en cuanto á la elegancia, no estará más feo el cuerpo de ese tio dentro de una camisa de percal que dentro de una de hilo: es imposible.

—Scrooge escuchaba lleno de horror aquel infame diálogo. Aquellos seres sentados, ó por mejor decir, agachados, sobre su presa, apretados unos contra otros á la pálida luz de la lámpara del tendero, le producía un sentimiento de odio y de asco, tan vivo como si hubiera visto á codiciosos demonios disputándose el mismo cadáver.

—¡Ah, ah! continuó riendo la mujer, viendo que el tendero, sacando un taleguillo de franela, daba á cada uno, contándola en el suelo, la parte que le correspondía. Esto es lo mejor. Mientras vivió, todo el mundo se alejó de él, y así cuando ha muerto hemos podido aprovecharnos de sus despojos. Ja, ja, ja.

—Espíritu, dijo Scrooge, estremeciéndose: comprendo: comprendo. La suerte de ese infortunado podria alcancarme á mi tambien. A eso llego quien sigue la conducta que yo... ¡Señor Misericordia! ¿Qué es lo que veo?

—Y retrocedió lleno de horror, porque habiendo cambiado la escena, se vió cerca de un lecho, de un lecho despojado, sin cortinajes, sobre el cual, y cubierto con una sábana desgarrada, habia algo que en su mudo silencio, hablaba al hombre con aterradora elocuencia.

El aposento estaba muy oscuro, demasiado oscuro para que se pudiera ver con exactitud lo que allí habia, por más que Scrooge obedeciendo á un misterioso impulso, paseaba por aquella estancia sus inquietas miradas, deseoso de averiguar lo que aquello era. Una luz pálida que venía del exterior, alumbraba directamente el lecho donde yacía el muerto, robado, abandonado por todo el mundo, junto al cual no lloraba nadie, ni rezaba nadie.

Scrooge miró al aparecido, cuya mano fatal señalaba á la cabeza del cadáver. El sudario habia sido puesto tan descuidadamente, que hubiera bastado el más pequeño movimiento de su cuerpo para descubrirle la cara. Scrooge advirtió lo fácil que era hacerlo, y aun lo intentó, pero no se encontró con vigor para ello.

—«¡Oh fria, fria, terrible, espantosa muerte! ¡Tú puedes levantar aquí tus altares y rodearlos de todos los horrores que tienes á mano, porque estos son tus dominios. Pero cuando se trata de una persona querida y estimada, ni uno de sus cabellos puede servir para que ostentes tus tremebundas enseñanzas, ni hacer odioso ninguno de los rasgos del muerto. Y no es que entonces no caiga su mano pesadamente si lo quieres así; no es que el corazon no deje de latir, pero aquella mano fué en otro tiempo dadivosa y leal; aquel corazon animoso y honrado: un verdadero corazon de hombre.

Hiere, hiere, despiadada muerte: harás brotar de la herida del muerto las generosas acciones de éste; la honra de su efimera vida; el retoño de su existencia imperecedera.

Ninguna voz promunció al oido de Scrooge estas palabras, y sin embargo, él las oyó al contemplar al lecho. «Si este pudiera revivir, reflexionaba Scrooge, ¿qué diria ahora de sus pesados propósitos? Que la avaricia, la dureza del corazon, el afan de lucro ¡laudables propósitos! le habian conducido á una triste muerte. Ahí yace en esta mansion tan sombría y desierta. No hay ni un hombre, ni una mujer, ni un niño que puedan decir:—Fué bueno para mí en tal circustancia; yo lo seré ahora para él en memoria de su beneficio.—Sólo turbaban aquel glacial silencio un gato que arañaba en la puerta, y el ruido de las ratas que bajo la piedra de la chimenea roian algo. ¿Qué iban á buscar en aquella habitacion mortuoria? ¿Por qué demostraban tanta avidez y tanta exitacion? Scrooge no se atrevió á pensar.

—Espíritu, dijo: este sitio es verdaderamente espantoso. No olvidaré, al abandonarlo, la leccion que he recibido en él: creedlo así: marchemos.

El aparecido continuaba señalándole la cabeza del cadáver.

—Os comprendo, y lo haría como me encontrara con fuerzas para ellos, mas no las tengo.

El fantasma lo miró entonces con mayor fijeza.

—Si hay alguna persona en la ciudad que experimente alguna emocion penosa á consecuencia de la muerte de ese hombre, dijo Scrooge con mortal agonía, mostrádmela espíritu; os conjuro á ello.

El fantasma extendió un momento su negra vestidura por encima de él y recogiéndola despues, le presentó una sala iluminada por la luz del dia, donde se encontraban una madre y sus hijos.

Esperaba á alguien llena de impaciencia y de inquietud, porque no hacía más que ir de un lado á otro de la habitacion, estremeciéndose al más pequeño ruido, mirando por la ventana ó al reloj, haciendo por coser para distraerse, y pudiendo sufrir apenas la voz de sus hijos que jugaban.

Por fin oyó el aldabonazo tan esperado y fué á abrir. Era su marido, hombre aun jóven, pero de fisonomía ajada por los sufrimientos, si bien entonces revestía un aspecto particular como de amarga satisfaccion que le produjera vergüenza y que tratara de reprimir.

Tomó asiento para comer lo que su esposa le habia guardado junto al fuego, y cuando ella le preguntó, al cabo de rato de silencio, con desmayado acento: «¿Qué noticias» él no quería responder.

—¿Son buenas ó malas? insistió ella.

—Malas.

—¿Estamos completamente arruinados?

—No, Carolina: todavía queda una esperanza.

—Si él se ablanda. En ocurriendo tal milagro se puede esperar todo.

—No puede enternecerse: ha muerto.

Aquella mujer era una criatura dulce y resignada. No habia más que verla para reconocerlo desde luego, y sin embargo, al oir la noticia, no pudo menos de bendecir en lo profundo de su alma á Dios y aun de decir lo que pensaba. Despues se arrepintió y demandó gracia por su malvada idea, mas el primer arranque fué el espontáneo.

—Lo que me dijo aquella mujer medio borracha, de quien os he hablado, á propósito de la tentativa que hice para verle y conseguir de él un nuevo plazo era cierto no era una evasiva para ocultarme la verdad. No solamente estaba enfermo, sino moribundo.

—¿A quién será endosada nuestra deuda?

—Lo ignoro; pero antes de que termine el plazo espero tener con que pagarla, y aun cuando no sucediera de este modo, sería el exceso de la desdicha que tropezáramos con un acreedor de corazon tan duro. Esta noche podemos dormir más tranquilos.

Sí: á pesar de ellos mismos, sus corazones se sentian satisfechos. Los niños, que se habían agrupado cerca de sus padres para oír aquella conversacion de la que nada comprendían, manifestaban en sus rostros estar más alegres: ¡la muerte de aquel hombre devolvía un poco de felicidad á una familia! La única emocion que el fallecimiento habia causado era una emocion de placer.

—Espíritu, dijo Scrooge: hacedme ver una escena de ternura íntimamente ligada con la idea de la muerte, porque si no aquella estancia tan sombría que me habeis presentado, estará siempre presente en mi memoria.

El aparecido lo condujo por diferentes calles, y á medida que adelantaban, Scrooge iba mirando á todos lados con la esperanza de contemplar su imágen, pero no la vió. Entraron en la habitacion de Bob Cratchit, la misma que Scrooge habia visitado antes, y allí encontraron á la madre y á sus hijos sentados alrededor del fuego.

Estaban tranquilos, muy tranquilos, inclusos los enredadores pequeños. Todos escuchaban á Pedro el hermano mayor, quien leia en un libro, mientras que la madre y las hermanas se entregaban á la costura. ¡Aquella familia estaba positivamente tranquila!

«Y tomando de la mano á un niño, lo puso en medio de ellos.»

¿Dónde habia oido Scrooge aquellas palabras? De seguro que no las habia soñado. Por fuerza debió ser el lector quien las pronunciara en alta voz, cuando Scrooge y el espíritu atravesaron los umbrales. ¿Por qué se habia interrumpido la lectura?

La madre colocó su tarea sobre la mesa y se cubrió la cara con las manos.

—El color de esta tela me hace daño á la vista, dijo.

—¿El color? Ah pobre Tiny.

—Ahora tengo mejor los ojos. Sin duda la luz artificial me los cansa, pero no quiero á ningun precio que vuestro padre lo eche de ver. No debe tardar mucho, porque, ya está próxima la hora.

—Ha pasado ya, repuso Pedro cerrando al mismo tiempo el libro. He advertido que anda más despacio hace unos dias.

La familia volvió á su anterior silencio y á su inmovilidad. Pasando un rato la madre tomó otra vez la palabra con voz firme, cuyo tono festivo no se alteró más que una vez.

—Hubo un tiempo en que iba de prisa; demasiado tal vez, llevando á Tiny en los hombros.

—Yo lo he visto, continuó Pedro; y á menudo.

—Y yo tambien, continuaron todos.

—Pero Tiny posaba poco, añadió la madre siguiendo en su tarea; y luego lo quería tanto su padre, que no era ningun trabajo para éste. Pero ahi le tenemos.

Y corrió á recibirlo. Bob entró arrebujando en su tapaboca: bien necesitaba descansar aquel pobre hombre. Tenía preparado su thé puesto al fuego, y hubo lucha sobre quién le serviría primero. Sobre sus rodillas se pusieron los dos niños, y ambos aplicaron sus mejillas á las de su padre como diciéndole: «Olvidadle padre; no esteis triste.»

Bob se manifestó muy alegre con todos. A todos les dedicó un chiste. Examinó la obra de Mrs. Cratchit y sus hijas y la elogió mucho.

—Esto lo acabareis antes del domingo.

—¡El domingo! ¿Habeis ido hoy? le preguntó su esposa.

—Sí, querida mia. De consertirlo esos trabajos que llevais, hubiera deseado que viniérais conmigo. No puedes figurarte qué verde está el sitio. Pero lo visitareis con frecuencia. Le prometí que iria á pasear un domingo..... ¡Oh hijo mio! exclamó Bob; ¡pobre hijo mio!

Y rompió á sollozar sin poder contenerse. Para contenerse hubiera sido necesario que no acabara de experimentar la pérdida de su hijo.

Salió de la sala y subió á una del piso superior, vistosamente alumbrada y llena de guirnaldas, como en tiempo de Navidad. Allí habia una silla colocada junto á la camita del niño, en la que se veian señales indudables de que alguno acababa de ocuparla. El pobre Bob se sentó tambien, y cuando hubo reflexionado un poco, y calmándose, imprimió un beso en la frente del niño: con esto se resignó algo y bajó de nuevo casi feliz..... en la apariencia.

La familia le rodeó y entablaron conversaciones: la madre y las hijas trabajaban siempre. Bob les habló de la singular benevolencia con que le habia hablado el sobrino de Mr. Scrooge, persona á quien apenas trataba, el cual habiéndole encontrado aquel dia y viéndole un poco..... un poco..... abatido; ya sabeis: quiso averiguar, lleno del mayor interés, lo sucedido. Por este motivo, y observando que era el señor más afable del mundo, le he contado todo.—Siento mucho lo que me acabais de referir, señor Cratchit, me ha dicho; por vos y por vuestra excelente esposa. A propósito: ignoro cómo ha podido saber él eso.

—Saber ¿qué?

—Que sois una excelente mujer.

—¡Pero si eso lo sabe todo el mundo! dijo Pedro.

—Muy bien contestado, hijo mio, exclamó Bob. «Lo siento, me ha dicho, por vuestra excelente esposa, y si puedo seros útil en algo, añadió entregándome una tarjeta, hé aquí mis señas. Os ruego que vayais á verme». Estoy entusiasmado, no sólo por lo que espero que haga en favor nuestro, sino por la amabilidad con que se ha explicado. Parecia sentir la desgracia de Tiny como si lo hubiera conocido; como nosotros mismos.

—Estoy segura de que abriga un buen corazon, dijo Mrs. Cratchit.

—Aun estaríais más segura si lo hubiérais visto y hablado. No me sorprendería, fijaos bien, que proporcionase á Pedro mejor empleo que el que tiene.

—¿Oís Pedro? preguntó Mrs Cratchit.

—Entonces, dijo una de las jóvenes, Pedro se casaria, estableciéndose por su cuenta.

—Vete á paseo, dijo Pedro, haciendo una mueca.

—¡Caramba! Eso puede ser ó no puede ser: tantas probabilidades hay para lo uno como para lo otro, observó Bob. Es cosa que puede suceder el dia menos pensado, aunque hay tiempo para reflexionar sobre ello, hijo mio. Pero sea lo que quiera, espero que cuando nos separemos, ninguno de vosotros olvidará al pobre Tiny ¿No es verdad que ninguno de nosotros olvidará esta primera separacion?

—Nunca, padre mio, gritaron todos á la vez.

—Y estoy convencido, continuó Bob, de que cuando nos acordemos de lo dulce y paciente que era, aunque no pasaba de ser un niño, un niño bien pequeño, no reñiremos unos contra otros, porque esto seria olvidar al pobre Tiny.

—No, nunca; dijeron todos.

—Me haceis dichoso: verdaderamente dichoso.

—Mrs. Cratchit lo abrazó; sus hijas lo abrazaron; los pequeños Cratchit lo abrazaron; Pedro lo estrechó tiernamente. Alma de Tiny: en tu esencia infantil eras como una emanacion de la divinidad.

—Espectro, dijo Scrooge, presiento que la hora de nuestra separacion se acerca. Lo presiento sin saber cómo se verificará. ¿Dime quién era el hombre á quien hemos visto tendido en su lecho de muerte.

El aparecido lo transportó como antes, (aunque en una época diferente, pensaba Scrooge, porque las últimas visiones se confundian en su memoria: lo que notaba claramente era que se referian al porvenir) á los sitios donde se congregaban los negociantes, pero sin mostrarle su otro yo. No se detuvo allí el espíritu, sino que anduvo muy de prisa, como para llegar más pronto adonde se proponia, hasta que Scrooge le suplicó que descansaran un momento.

—Este patio que tan de prisa atravesamos, dijo Scrooge, es el centro donde he establecido mis negocios. Reconozco la casa: dejadme ver lo que seré un dia.

El espíritu se detuvo, pero con la mano señalaba á otro punto.

—Allá bajo está mi casa; ¿por qué me indicais que vayamos más lejos?

El espectro seguia marcando inexorablemente otra direccion. Scrooge corrió á la ventana de su despacho y miró al interior. Era siempre su despacho, más no ya el suyo. Habia diferentes muebles y era otra persona que estaba sentada en el sillon: el fantasma seguia indicando otro punto.

Scrooge se le unió, y preguntándose acerca de lo que habia sucedido, echó tras de su conductor hasta que llegaron á una verja de hierro. Antes de entrar observó alrededor de sí.

Era un cementerio. Allí, sin duda, y bajo algunos piés de tierra, yacia el desdichado cuyo nombre queria saber. Era un hermoso sitio, á la verdad, cercado de muros, invadido por el césped y las hierbas silvestres; en donde la vejetacion moria por lo mismo que estaba excesivamente alimentada; ¡hasta el aseo con la abundancia de despojos mortales que allí había! ¡Oh qué hermoso sitio! El espíritu, de pié en medio de las tumbas, indicó una de estas, y Scrooge se acercó temblando. El espíritu era siempre el mismo, pero Scrooge creyó notar en él algo de un nuevo y pavoroso augurio.

—Antes de que dé un paso hácia la losa que me designais, satisfaced, dijo, la siguiente pregunta: ¿Esta es la imágen de lo que ha de ser ó de lo que puede ser?

El espíritu se limitó á bajar la mano en direccion á una losa próximos á la cual se hallaban.

—Cuando los hombres se comprometen á ejecutar algunas resoluciones, por ellas pueden conocer el resultado de las mismas; pero si las abandonan, el resultado puede ser otro. ¿Sucede lo mismo en los espectáculos que representais á mi vista?

El mismo silencio. Scrooge se arrastró hácia la tumba poseido de espanto, y siguiendo la direccion del dedo del fantasma leyó sobre la piedra de una sepultura abandonada:

EBENEZER SCROOGE

—¿Soy yo, el hombre á quien he contemplado en su lecho de muerte? preguntó cayendo de rodillas.

El espíritu señaló alternativamente á él y a la tumba; á la tumba y á él.

—No, espíritu: no, no.

El espíritu continuó inflexible.

—Espíritu, gritó, agarrándose á la vestidura; escúchame. Ya no soy el hombre que era, y no seré el hombre que hubiera sido, á no tener la dicha de que me visitárais. ¿Para qué me habeis enseñado esto si no hay ninguna esperanza?

Por primera vez la mano hizo un movimiento.

—Buen espíritu, continuó Scrooge siempre arrodillado y con la cara en tierra; interceded por mí; tened piedad de mí. Aseguradme que puedo cambiar esas imágenes que me habeis mostrado, mudando de vida.

La mano se agitó haciendo un ademan de benevolencia.

—Celebraré la Navidad en el fondo de mi corazon, y me esforzaré en conservar su culto todo el año. Viviré en el pasado, en el presente y el porvenir: siempre estarán presentes en mi memoria los tres espíritus y no olvidaré sus lecciones. ¡Oh! Decidme que puedo borrar la inscripción de esta piedra.

Y en su angustia cogió la mano de aparecido, quien quiso retirarla, pero no pudo al pronto por el vigoroso apreton de Scrooge: al fin, como más fuerte, se desasió.

Alzando las manos en actitud de súplica para que cambiase la suerte que le aguardaba, Scrooge notó una alteracion en la vestidura encapuchada del espíritu, el cual disminuyendo de estatura, se desvaneció en sí mismo, trocándose en una columna de cama.





  1. Alusion á la costumbre que hay en algunos partes de Europa de honrar los fallecimientos en banquetes, más ó menos espléndidos, segun los medios de la familia.