El burro encantado

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


El burro encantado.

Cuatro estudiantes ayunos de estómago, rotos de vestido y vacíos de bolsa, pedibiis andando se dirigían á una feria con la dulce esperanza de comprarse nuevas hopalandas y de sacar la tripa de mal año.

Andar y mas andar, hablan pasado veinte y cuatro horas sin tomar otra cosa caliente que agua fria, no sirviéndoles de nada aquel axioma estudiantil que dice:

Intellectus aprietatus, discurrit qui rahiat; porque la picara fortuna, por mas que discurriesen, no les presentaba ocasión.

La del anochecer era ya la hora en que se cumplía la veinte y cuatro de su ayuno, cuando en las inmediaciones de cierta alquería divisaron una noria, y haciéndola dar vueltas, con perdón sea dicho, un pacífico y bien alimentado jumento.

— Cena tenemos, dijo el mas despejado de los cuatro.

— ¿En dónde?

— En la noria,

— ¡Ah! ¿piensas acaso que nos gusta la carne de burro?

— Yo me entiendo y Dios me entiende.

— Esplícate.

— Falta tiempo, mirad: quitemos el burro de la noria, yo me pondré á tirar de ella, y no me hagáis objeciones. Tomad vosotros el burro, puesto que nadie io cuida, llevadlo á la feria, vendedlo, y esperadme; pronto me incorporaré con vosotros.

Dicho y hecho; desenganchan el burro y se lo llevan; nuestro estudiante ocupa su puesto y continúa haciendo dar vueltas ala máquina.

Poneos ahora en su lugar, y veréis que la situación podia no ser dramática pero envidiable menos. El peso era mucho y el estudiante se cansó pronto; el sonsonete del esquilón cesa, y el pobre labriego sale con un garrote de dos varas para hacer recordar la lección al malhadado jumento. Llega á la noria; mira, se detiene, abre unos ojos como los del puente de Toledo, se santigua y esclama:

— ¡Válgame Dios! ¿Se ha vuelto mi burro presona?

Principia á hacerse cruces y echar bendiciones por si era brujería, pero el estudiante se queda estudiante, y el burro no parece.

— ¡Ah! ya te entiendo, asno marrullero, dice después; esta es alguna de tus invenciones para no trabajar, pero ya veremos si la vara te sabe corregir.

— Detente, grita el estudiante, ¡labriego descorazonado!

— ¡Hola! ¡hola! ¿conque sabias hablar y no me lo has dicho?

— Detente, prosiguió el estudiante con voz hueca; porque yo no soy tu burro.

— ¿Pues de quién? ¿del alcalde?

— Óyeme; yo era y soy un estudiante; pero unamaldita encantadora me convirtió en burro porque no queria estudiar.

— ¡Calla! ¿De veras?

— Lo que oyes.

— Pues yo creia, dijo el labrador con malicia, que para convertir en burro al que no estudia, no se necesitaba encantadora.

— Eso seria antes, replicó el estudiante medio aturdido por la observrcion del labriego, pero de todos modos una encantadora joven nunca viene mal á un estudiante.

Ello es que ahora, compadecida de mi por los muchos palos y peca cebada que me dabas, me ha vuelto otra vez á mi antiguo ser.

— ¿Y esa encantadora que así dispoue de los burros ágenos te ha dejado el importe del mío?

— No, porque ha querido que lo perdieses en justo castigo de los muchos palos que me dabas. Conque suéltame, dame de cenar, y aprende a ser mas compasivo hasta con los animales.

— Grande chasco ha sido este, dijo el labrador; pero á bien que tengo veinte duros para comprar otro.

El estudiante cenó y se m.archo a la lena.

— Amigos mios, dijo á los suyos, veinte duros trae el paleto para comprar otro burro; sacad vosotros este y vendédselo; yo me esconderé para que no me vea.

En electo, los estudiantes le salen al encuentro.

— Buen hombre, le dicen ¿quiere V. comprar este burro?.

— ¡Virgen Santísima! esclama al mirarlo, santiguándose y haciéndose cruces. ¡Ah! ¡burro, burro! ¿de esas tenemos? quien no te conozca te compre, que yo bien sé que eres estudiante.