AMINTA:
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Pues con ese juramento
soy tu esposa.
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JUAN:
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Al alma mía
entre los brazos te ofrezco.
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AMINTA:
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Tuya es el alma y la vida.
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JUAN:
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¡Ay, Aminta de mis ojos!,
mañana sobre virillas
de tersa plata, estrelladas
con clavos de oro de Tíbar,
pondrás los hermosos pies,
y en prisión de gargantillas
la alabastrina garganta,
y los dedos en sortijas
en cuyo engaste parezcan
estrellas las amatistas;
y en tus orejas pondrás
transparentes perlas finas.
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AMINTA:
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A tu voluntad, esposo,
la mía desde hoy se inclina.
Tuya soy.
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JUAN:
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(¡Qué mal conoces
al burlador de Sevilla!)
Vanse don JUAN y AMINTA
[En Tarragona, camino a Sevilla]
Salen ISABELA y FABIO, de camino
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ISABELA:
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Que me robase el sueño
la prenda que estimaba, y más quería...
¡Oh, riguroso empeño
de la verdad! ¡Oh, máscara del día!
¡Noche al fin tenebrosa,
antípoda del sol, del sueño esposa!
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FABIO:
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¿De qué sirve, Isabela,
la tristeza en el alma y en los ojos,
si amor todo es cautela
y en campos de desdenes causa enojos,
y el que se ríe agora,
en breve espacio desventuras llora?
El mar está alterado,
y en grave temporal, tiempo se corre;
el abrigo han tomado
las galeras, duquesa, de la torre
que esta playa corona.
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ISABELA:
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¿Adónde estamos, Fabio?
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FABIO:
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En Tarragona.
Y de aquí a poco espacio
daremos en Valencia, ciudad bella,
del mismo sol palacio,
divertiráse algunos días en ella;
y después a Sevilla
irás a ver la octava maravilla.
Que si a Octavio perdiste
más galán es don Juan, y de notorio
solar. ¿De qué estás triste?
Conde dicen que es ya don Juan Tenorio,
el rey con él te casa,
y el padre es la privanza de su casa.
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