El bosquecillo
de Julio Zaldumbide Gangotena
De La Naturaleza


Bosquecillo frondoso,
que a las orillas del sonante río
abrigo delicioso
me das en los calores del estío.


Cuando yo te contemplo,
mientras abrasa el aire el mediodía,
el misterioso templo
te finge del placer mi fantasía.


Los festivos amores
están en torno tuyo revolando,
y en tu lecho de flores
se recuesta el deleite suspirando.


Y al que en tu seno amparas
el numen del secreto dice aerio:
«Sacrifica en mis aras;
mis sombras te prometen el misterio».


Y acuden presurosas,
dejando las lejanas arboledas,
las aves codiciosas
de la promesa de tus sombras ledas...


Mas yo soy solitario,
no tengo como el ave compañera;
me llama a tu santuario
más grata voz, si menos hechicera:


¡La voz del ocio blando!...
Aquí me tiendo en la mullida alfombra
de tu césped, gozando
la frescura del río y de tu sombra.


Y miro el curso lento
que en la pradera tuerce el sesgo río,
y a su música atento
me pierdo en un sabroso desvarío.


Ya ver se me figura
al dios de los pastores y ganados
buscando la hermosura
de Eco por los valles y collados.


La ninfa se le esconde
huyendo sus impúdicos amores,
y tan sólo responde
con fugitivo acento a sus clamores.


Porque ella aún deplora
los desprecios de Adonis afligida,
y en las cavernas llora
en aerio y vago acento convertida.


Dentro las claras linfas
del río, de cristal miro un palacio:
cerniendo están sus ninfas
en cribas de esmeralda, oro y topacio;


y entre ellas el sagrado
numen está del río, muellemente
en la urna reclinado,
ceñida de limosa alga la frente...


Todo se anima, todo
cobra voz, cobra vida y movimiento,
y por extraño modo
todo lo prueba el vago pensamiento.


¡Oh, campiña agradable,
que dulcísimo encanto mío eres!
¡Séate favorable
el claro sol, propicia el alma Ceres!


Flora te dé fragancia,
no destruya tus galas el invierno;
Pomona la abundancia
derrame en ti de su colmado cuerno.


Y a ti, bosque frondoso,
que a las orillas del sonante río
abrigo delicioso
me das en los ardores del estío.


Propicio a tus verdores
te sonría apacible el claro cielo,
frutos te den y flores
las estaciones en su raudo vuelo.