El asistente del vicario. La anciana. El capitán a media pensión
Nota: A curate es un asistente del vicario en la Iglesia de Inglaterra.
Comenzamos nuestro último capítulo con el bedel de nuestra parroquia, porque somos profundamente sensibles a la importancia y dignidad de su oficio. Empezaremos el presente, con el asistente del vicario. Nuestro clérigo es un joven caballero de aspecto tan pretencioso y de maneras tan fascinantes que, en el mes siguiente a su primera aparición en la parroquia, la mitad de las feligresas jóvenes estaban llenas de melancolía religiosa y la otra mitad, desesperadas de amor. Nunca antes el domingo se vieron tantas jóvenes en nuestra iglesia parroquial; y nunca las caritas redondas de los ángeles en el monumento de Mr. Tomkins en el pasillo lateral, habían visto tal devoción en la tierra como la que todas ellas exhibieron.
Tenía unos veinticinco años cuando él vino a asombrar a los parroquianos. Con el pelo partido en el centro de la frente en forma de arco normando, llevaba un brillante de lo más esplendoroso en el cuarto dedo de su mano izquierda (que siempre se llevaba a la mejilla izquierda al leer oraciones), y tenía una profunda voz sepulcral de inusual solemnidad. Innumerables fueron las llamadas que hicieron las prudentes mamás sobre nuestro nuevo clérigo, e innumerables las invitaciones con que fue asaltado, y que, para hacerle justicia, aceptó con facilidad.
Si su desenvolvimiento en el púlpito había creado una impresión en su favor, la sensación se multiplicó por diez, con su aparición en círculos privados. Los bancos en la vecindad inmediata del púlpito o del lugar de la lectura aumentaron en valor; los asientos en el pasillo central estaban en alta demanda: no se podía, ni por amor ni por dinero, procurarse una pulgada de espacio en la fila delantera de la galería; y algunas personas llegaron incluso a afirmar que las tres señoritas Brown, que tenían un oscuro banco familiar justo detrás de los capilleros, fueron detectadas, un domingo, en los asientos libres cerca de la mesa de la comunión, en realidad esperando cuando el asistente del vicario pasara a la sacristía.
Comenzó a predicar sermones improvisados, e incluso serios papás agarraron el contagio. Se levantó de la cama a las doce y media de una noche de invierno, para bautizar el niño de una lavandera en una cuenca, y la gratitud de los feligreses no conoció límites. Los mismos capilleros acrecentaron su generosidad e insistieron en que la parroquia pagara el gasto del vehículo sobre ruedas, que el nuevo cura había ordenado para sí mismo, para realizar servicios funerales en tiempos de lluvia. Envió tres litros de gachas y un cuarto de libra de té a una pobre mujer que había puesto en cama cuatro niños pequeños, a la vez, la parroquia estaba encantada. Levantó una suscripción para ella: la fortuna de la mujer estaba hecha. Habló durante una hora y veinticinco minutos, en una reunión anti-esclavitud en el Goat & Boots, el entusiasmo estaba en su apogeo. Se presentó una propuesta para dar al párroco una placa, como señal de estima por los valiosos servicios prestados a la parroquia. La lista de suscripciones se llenó en poco tiempo; la competencia no era de quién debería escapar de la contribución, sino quién debería ser el primero en suscribirse. Se le hizo un magnífico tintero de plata, grabado con una inscripción apropiada; el clérigo fue invitado a un desayuno público, en el antes mencionado Goat & Boots; el tintero fue presentado en un elegante discurso por el Sr. Gubbins, ex-capillero, y agradecido por el asistente del vicario en términos que llevaron lágrimas a los ojos de todos los presentes: los mismos camareros se derritieron.
Se habría supuesto que, para entonces, el tema de la admiración universal se elevaba hasta el pináculo de la popularidad. Nada de eso. El clérigo empezó a toser; cuatro ataques de tos una mañana entre la Letanía y la Epístola, y cinco en el servicio de la tarde. Aquí había un descubrimiento: el clérigo era tísico. ¡Cuán interesante es la melancolía! Si las chicas eran enérgicas antes, su simpatía y solicitud ahora no conocía límites. ¡Un hombre como el asistente del vicario, tan querido, un encanto tan perfecto! ¡estar tísico! Era demasiado. Regalos anónimos de mermelada de grosellas negras, y pastillas, chalecos elásticos, ropa para el pecho y medias calientes, fluyeron a raudales sobre el cura hasta que estuvo completamente equipado con ropa de invierno, como si estuviera a punto de hacer una expedición al polo norte: los boletines verbales del estado de su salud circularon por la parroquia media docena de veces al día; y el clérigo estaba en el cenit de su popularidad.
Por este tiempo, se produjo un cambio en el espíritu de la parroquia. Un caballero muy tranquilo, respetable, adormilado, que había oficiado en nuestra capilla adjunta a la iglesia regular durante los doce años anteriores, murió una buena mañana, sin haber dado ninguna notificación de su intención. Esta circunstancia dio lugar a la contra-sensación primera; y la llegada de su sucesor ocasionó la contra-sensación segunda. Era un hombre pálido, delgado, cadavérico, con grandes ojos negros y largos cabellos negros: su vestido era desaliñado en extremo, su manera desgarbada, sus doctrinas sorprendentes; en fin, era en todos los aspectos el antípoda del asistente del vicario. Multitudes de nuestras feligresas acudieron a oírlo; al principio, porque él tenía un aspecto tan extraño, luego porque su rostro era tan expresivo, entonces porque predicaba tan bien; y al fin, porque realmente pensaban que, después de todo, había algo en él que era imposible describir. En cuanto al asistente, estaba muy bien; pero ciertamente, después de todo, no se podía negar que... en resumen, él no era una novedad, y el otro clérigo lo era. La inconstancia de la opinión pública es proverbial: la congregación emigró una por una. El cura tosió hasta que se le puso negra la cara, pero en vano. Respiró con dificultad; fue igualmente ineficaz en despertar simpatía.
Los asientos se vuelven a obtener en cualquier parte de nuestra iglesia parroquial, y la capilla adjunta va a ser ampliada, ya que está llena hasta el punto de la asfixia cada domingo!
El más conocido y más respetado de nuestros feligreses, es una anciana, que residía en nuestra parroquia mucho antes de que nuestro nombre estuviera registrado en la lista de bautismos. Nuestra parroquia es suburbana, y la vieja vive en una fila ordenada de casas en la parte más aireada y agradable de la misma. La casa es suya; y ella y todo en torno a ella, excepto la vieja señora, que parece un poco mayor de lo que hacía hace diez años, están en el mismo estado que cuando vivía el viejo caballero. El pequeño salón delantero, que es la sala de estar ordinaria de la anciana, es un cuadro perfecto de la limpieza tranquila; la alfombra está cubierta de holanda marrón, el cristal y los marcos están cuidadosamente envueltos en muselina amarilla; las cubiertas de las mesas nunca se quitan, excepto cuando a las hojas se les pone trementina y son enceradas, operación que se inicia regularmente a las nueve y media una mañana si y otra no, y las pequeñas chucherías siempre están dispuestos exactamente en la misma manera. La mayor parte de estos son regalos de niñas cuyos padres viven en la misma hilera de casas; pero algunos de ellos, como los dos relojes pasados de moda (que nunca tienen la misma hora, uno está siempre un cuarto de hora demasiado atrasado, y el otro un cuarto de hora adelantado), el pequeño cuadro de la princesa Charlotte y del príncipe Leopold como aparecieron en el palco real en el teatro de Drury Lane, y otros de la misma clase, han estado en la posesión de la señora mayor por muchos años. Aquí la anciana se sienta con sus gafas, ocupada en la costura, cerca de la ventana en verano; y si te ve subiendo las escaleras de entrada y por casualidad eres un favorito, trota para abrirte la puerta de la calle antes de llamar, y como debes estar fatigado después de esa caminata calurosa, insiste en que tragues dos vasos de jerez antes de esforzarte en hablar. Si la visitas por la noche, la encontrarás alegre, pero bastante más seria que de costumbre, con una Biblia abierta sobre la mesa, ante ella, de la cual «Sarah», que es tan pulcra y metódica como su ama, lee regularmente dos o tres capítulos en el salón en voz alta. La anciana no recibe casi ninguna visita, a excepción de las niñas antes mencionadas, cada una de las cuales siempre tiene un día regular fijo para tomar un té periódico con ella, el que la niña espera como el más grande premio de su existencia.
Rara vez visita a una distancia mayor que la de las dos casas vecinas a cada lado de la suya; y cuando bebe té aquí, Sarah sale corriendo primero a tocar dos veces, para evitar la posibilidad de que su 'Missis' se enfríe por tener que esperar en la puerta. Ella es muy escrupulosa en devolver estas pequeñas invitaciones, y cuando le pide al Sr. y la señora Fulano, para encontrarse con el Sr. y la Sra. Mengano, Sarah y ella le quitan el polvo de la urna, y del mejor servicio de té de porcelana, y el tablero para juegos; y los visitantes son recibidos en el salón con gran pompa.
Ella tiene pocos parientes, y están esparcidos en diferentes partes del país, y rara vez los ve. Tiene un hijo en la India, a quien siempre describe como un chico bueno y guapo, tan parecido al perfil, sobre el aparador, de su pobre padre, pero la anciana agrega, con un trémulo meneo de cabeza, que él siempre ha sido una de sus mayores pruebas; y que de hecho una vez casi le rompió el corazón; pero le agradó a Dios permitirle a ella controlar la situación lo mejor posible, y preferiría que nunca le mencionaras el tema otra vez.
Tiene un gran número de pensionados: y el sábado, después de que ella vuelve del mercado, hay un bloque regular de ancianos y mujeres en el pasadizo, esperando su propina semanal. Su nombre siempre encabeza la lista de suscripciones benevolentes, y las suyas son siempre las donaciones más liberales a la Sociedad de Distribución de Carbón y Sopa de Invierno. Suscribió veinte libras para la erección de un órgano en nuestra iglesia parroquial, y se sintió tan abrumada el primer domingo que los niños cantaron con él, que se vio obligada a salir ayudada por el abridor de los reclinatorios. Su entrada a la iglesia el domingo es siempre la señal para un pequeño alboroto en el pasillo lateral, ocasionado por una levantada general entre la gente pobre, que se inclina y genuflexiona hasta que el abridor de los reclinatorios ha llevado a la anciana a su asiento acostumbrado, ha hecho una respetuosa reverencia y cerrado la entrada a su banco; y la misma ceremonia se repite al salir de la iglesia, cuando regresa a casa con la familia de la segunda casa de al lado, y habla del sermón todo el tiempo, invariablemente abre la conversación preguntando al chico más joven donde estaba el texto. Así, con la variación anual de un viaje a un lugar tranquilo en la costa del mar, pasa la vida de la anciana. Ha continuado en el mismo curso invariable y benévolo desde hace muchos años, y debe en un periodo no distante, ser llevado a su cierre final. Ella espera su terminación, con calma y sin aprehensión. Ella tiene todo para alentar esperanzas y nada para temer.
Un personaje muy diferente, pero uno que se ha hecho muy visible en nuestra parroquia, es uno de los vecinos de la anciana dama. Es un viejo oficial naval de media paga, y su comportamiento blasfemo y sin ceremonias perturba no poco, la economía doméstica de la anciana. En primer lugar, fuma puros en el patio delantero, y cuando quiere beber algo con ellos —lo cual no es una circunstancia infrecuente— levanta con su bastón el aldabón de la anciana y exige que le pasen por sobre el barandal un vaso de cerveza de mesa. Además de este genial procedimiento, es un poco un hacelotodo, o para usar sus propias palabras, "un Robinson Crusoe regular", y nada lo deleita más que experimentar en la propiedad de la anciana. Una mañana se levantó temprano y plantó tres o cuatro raíces de caléndulas en todas los parterres de su jardín delantero, con el asombro inconcebible de la anciana, que en realidad pensó cuando se levantó y miró por la ventana, que era una extraña erupción que había salido por la noche. Otra vez desarmó el reloj 'ocho días' en la entrada delantera, bajo pretexto de limpiar las partes, que reunió nuevamente, por un proceso no descubierto, de una manera tan maravillosa, que la manecilla grande no ha hecho más que tropezar con la pequeña desde entonces. Luego se dio por dedicarse a la cría de gusanos de seda, que traía dos o tres veces al día, en pequeñas cajas de papel, para mostrárselos a la anciana, generalmente dejando caer un gusano o dos en cada visita. La consecuencia fue que una mañana un gusano de seda muy robusto fue descubierto en el acto de subir por las escaleras, probablemente con la intención de preguntar por sus amigos, ya que, tras una inspección más profunda, pareció que algunos de sus compañeros ya habían encontrado su camino hacia cada habitación de la casa. La anciana se fue a la orilla del mar en desesperación, y durante su ausencia él borró por completo el nombre de ella de su placa de bronce de la puerta, tratando de pulirlo con aqua-fortis.
Pero todo esto no es nada para su conducta sediciosa en la vida pública. Asiste a todas las reuniones de la sacristía que se celebran; siempre se opone a las autoridades constituidas de la parroquia, denuncia el despilfarro de los capilleros, argumenta puntos legales contra el secretario de la parroquia, hace que el recaudador de impuestos llame por su dinero hasta que no llama más, y luego lo envía: le encuentra defectos al sermón todos los domingos, dice que el organista debe avergonzarse de sí mismo, ofrece cualquier cantidad a que canta los salmos mejor que todos los niños juntos, niños y niñas; y, en fin, se conduce de la manera más turbulenta y alborotadora. Lo peor de todo es que, teniendo un gran respeto por la anciana, quiere convertirla a sus puntos de vista y, por lo tanto, entra en su pequeña sala con su periódico en la mano y habla de política con violencia por horas. Con todo es un viejo caritativo y de dadivoso corazón; por lo que, aunque pone un poco fuera de sí a la anciana de vez en cuando, están de acuerdo muy bien en lo principal, y ella se ríe tanto como cualquier otra persona de cada una de las hazañas de sus trabajos manuales cuando todo termina.