El asalto de MastriqueEl asalto de MastriqueFélix Lope de Vega y CarpioActo I
Acto I
ALONSO GARCÍA.
ALONSO:
Guerra, algún bellaco infame
debió de ser inventor
de vuestra furia y rigor,
aunque vuestra frente enrame
laurel de inmortal honor.
Sufrir la escarcha del yelo
de enero, al flamenco suelo,
o al calor de julio en Libia,
no quita el valor, ni entibia
los rayos del quinto cielo;
no el ver volar por el viento,
entre los rotos pedazos
de las armas, pies o brazos,
caer cuerpos ciento a ciento,
como pájaros en lazos:
esto, ni espanta, ni altera.
Mientras un hombre no muera,
denle a comer y beber,
¡no hay más de andar sin comer
tras una rota bandera!
¡Por vida del rey de espadas,
que de España iba a decir,
que no la pienso seguir
sin comer tantas jornadas!
¡Por comer nos han de oír!
¡Pesia al caminar, amén,
somos acá los vencidos!
(AÑASCO, soldado.)
AÑASCO:
¿Voces Alonso?, ¿con quién?
ALONSO:
Con esos hombres vestidos
de hierro, y con vós también.
¡Del primero que inventó
la guerra, Añasco, reniego!
AÑASCO:
¿Eso decís?
ALONSO:
¿Por qué no?,
¡y que la abrase mal fuego,
pues que tanto mal causó!
AÑASCO:
Bien decís, que fue Luzbel
el inventor de la guerra.
ALONSO:
Heredó la guerra dél
las desventuras que encierra.
AÑASCO:
¡Duro ejercicio!
ALONSO:
¡Cruel!
¿De qué le sirve al de Parma,
que por Felipe se arma
después de mil pareceres,
la encamisada de Amberes,
y entrar en tocando al arma;
degollar del fiero hereje
tanta gente, y hombres tales;
de qué sirve que le deje
quemados los arrabales,
y que del muro se aleje,
si allá qué comer no había,
ni acá tampoco?
AÑASCO:
Callad,
que ni a vuestra valentía
conviene esa liviandad,
ni a la patria vuestra y mía.
¡Un español de Toledo
se queja de no comer!
ALONSO:
Luego yo, ¿sin comer puedo
vivir?
AÑASCO:
Que no puede ser,
de todo punto os concedo,
mas que no se ha de decir.
ALONSO:
Pues que no puedo vivir,
¿no me tengo de quejar?
Si no lo puede escusar,
¿no lo tengo de pedir?
¿No come el Rey?, ¿y no come
cuanto vive?
AÑASCO:
Así es verdad.
ALONSO:
Pues, ¿cómo queréis que dome
tan natural calidad,
si no es que remedio tome?
Todo come, hermano Añasco,
que todo perece luego
en faltando el pan y el frasco:
la leña se come el fuego,
la mar se come un peñasco,
el aire come el olor
de las flores, y la tierra
come el agua, y del humor
que en sus entrañas encierra
da el trigo, el fruto y la flor;
come el tiempo mil ciudades,
come el olvido mil famas,
come el sol mil humidades,
come el pez al pez, las damas
dineros y voluntades,
como el orín el acero
el juego con el dinero,
la poseia a más de dos,
¡hasta la sarna, por Dios,
come un estudiante entero!
AÑASCO:
Digo que tenéis razón,
pero el Duque nos da ejemplo.
ALONSO:
¿No come el Duque?
AÑASCO:
No son
las cosas que en él contemplo
de tan vil estimación.
¿Qué vil soldado se trata
más mal? ¿Quién con mayor brío
un azadón arrebata?
¿Quién marcha al calor y al frío?
¿Quién a Alejandro retrata,
cuyo nombre le fue puesto
no sin causa, pues ha sido
otro Alejandro?
ALONSO:
Si en esto
al de Parma he desfernido,
él me ha castigado presto,
y aun lo cobra adelantado,
pues sin comer he llegado
y, si me atrevo a pedillo,
me muestran aquel castillo
de mil flamencos armado.
¡Pesia al castillo soy yo
culebrina que he de entrar
por el muro!
AÑASCO:
¿Por qué no,
pues os han visto llegar
donde el fuego no llegó?
¿No sois Alonso García,
el que en cualquier bitería
suele arrojarse el primero?
ALONSO:
¡Más querría un buey y un cuero
de Esquivias, por vida mía!
(Entre CAMPUZANO.)
AÑASCO:
Acá viene Campuzano.
Pues, ¿qué dice el Duque, hermano?
CAMPUZANO:
A consejo llama ahora.
ALONSO:
A consejo, luego ignora
la hambre deste cristiano.
¡Junte a comer!, ¡pesia tal!,
y déjese de consejos.
CAMPUZANO:
No lo busca el Duque mal
si, con soldados tan viejos,
trata el bien universal.
AÑASCO:
Decidme a los que ha llamado.
CAMPUZANO:
Don Fernando de Toledo
es el primero que ha entrado.
ALONSO:
Basta ser Toledo.
CAMPUZANO:
Puedo
decir que es un gran soldado;
don Lope de Figueroa,
él a sí mismo se loa,
y don Pedro de Toledo.
ALONSO:
Otro Toledo.
CAMPUZANO:
Bien puedo
loalle de popa a proa.
Es marqués de Villafranca,
y hombre que, si la que ciñe
una vez del lado arranca,
de punta al pomo la tiñe,
que nunca la vuelve blanca.
ALONSO:
De las guerras, yo os concedo,
como en Toledo nacido,
que no falta, decir puedo,
ni señor deste apellido,
ni soldado de Toledo.
¡Ved qué dos Toledos estos!
CAMPUZANO:
Y vós García sois tres.
Llamó Alejandro con estos
a Francisco de Valdés,
todos de España, y tras estos,
Cristóbal de Mondragón
entró como coronel.
AÑASCO:
Todos españoles son
mas, ¿a quién llamó con él?
CAMPUZANO:
Al conde de Barlamón,
general, como sabéis,
del artillería.
AÑASCO:
Creo
que aquesta vez comeréis.
ALONSO:
Que coman todos deseo,
aunque con hambre me veis.
CAMPUZANO:
El conde Masflet, maestre
de campo general.
AÑASCO:
Es
hombre que, como le adiestre,
pondrá más mundo a sus pies
que un nuevo Colón le muestre.
CAMPUZANO:
También Otavio Gonzaga,
que de la caballería
es general.
ALONSO:
Cuando haga
consejo el Duque este día,
más que no tratan de paga,
quedo, que en la tienda están.
(TAPIA y SOTO, soldados.)
TAPIA:
Que, en fin, a consejo van.
SOTO:
Ojalá Farnesio intente,
Tapia, despedir la gente.
TAPIA:
Quedo, aquí nos lo dirán.
¿Sábese acaso, soldados,
esto que Alejandro intenta
por acá?
ALONSO:
¿Somos privados
para que nos dé esa cuenta?
SOTO:
Vivimos tan maltratados
que, si no hay remedio, presto
daremos la vuelta a España.
CAMPUZANO:
Lo que se sospecha desto
es que intenta alguna hazaña
donde se aventure el resto.
ALONSO:
Mándenos ir a buscar
de comer al mismo infierno.
(MARCELA en traje de soldado.)
MARCELA:
No acabamos de marchar.
ALONSO:
Aquí se están de gobierno;
no sé en lo que ha de parar.
MARCELA:
A ti no se te dará
mucho de que acá o allá
nos andemos deste modo,
porque para ti está todo
donde Serafina está.
¿Hoy la has hablado?
ALONSO:
¿Ha nacido
persecución de los cielos,
hay trabajo, ni le ha habido,
como que le pidan celos
a un hombre que no ha comido?
¿Que, sin comer, pueda ser
amor loco y bachiller
quien sin comer no está mudo,
mas, desde que fue desnudo,
se ha enseñado a no comer?
¡Oh celos!, ¡qué condición
os dio la envidia tan fiera!
Pero como pobres son,
que entran adonde quieren
y atajan cualquier razón.
¡Vive Cristo!, a no mirar
que están aquestos soldados
delante...
MARCELA:
¡Qué lindo hablar!
A celos averiguados,
¿qué nombre les puedo dar?
ALONSO:
Marcela, ya me conoces.
¡Por vida del Duque, pues,
que si te arrimo dos coces...!
MARCELA:
Averiguas con los pies
lo que el amor con las voces.
¡Bien son todas tus acciones
de bestia!
ALONSO:
Quedo, Marcela,
dejémonos de razones,
que es azúcar y canela
de celos dos bofetones.
Vete a alojar, que me incitas.
MARCELA:
Si es verdad que esta flamenca
te agrada y la solicitas,
y en tu gusto soy mostrenca,
¿por qué a otro gusto me quitas?
Déjame, que alguno habrá
que por su prenda me estime.
ALONSO:
¡Ea, mi bien!, ¡bueno está
que una lágrima lastime,
puesto que se finja ya!
¿Para qué, naturaleza,
en los ojos inventaste
lágrimas, que a tal flaqueza
a un roble, a un bronce obligaste,
y más con tanta belleza?
Cuando quiere una mujer
dar veneno a nuestros ojos
sus ojos hace llover.
AÑASCO:
No cesan esos enojos.
Las paces habéis de hacer.
¿Por qué habéis los dos reñido?
ALONSO:
Celos flamencos han sido.
AÑASCO:
Pues no es este buen lugar.
ALONSO:
Ni aun es bien hecho celar
a un hombre que no ha comido.
SOTO:
Que ya están todos allí.
TAPIA:
Y se tiene por muy cierto
ir a Mastrique.
SOTO:
Es ansí.
CAMPUZANO:
Quedo, la tienda han abierto,
escuchemos desde aquí.
(Córrase una tienda o cortina y
véanse sentados el DUQUE DE PARMA
armado con bastón y, a sus lados,
DON LOPE DE FIGUEROA,
DON FERNANDO y
DON PEDRO DE TOLEDO,
OTAVIO GONZAGA,
el CONDE DE BARLAMÓN,
el CONDE MASFLET.
Los soldados se arrimen al teatro.)
DUQUE DE PARMA:
Señores, ya habéis visto y advertido
en la poca asistencia, aunque con causa,
que el Rey nuestro Señor hace a este ejército;
también sabéis que los soldados todos
han padecido inumerables penas
y trabajos que son intolerables,
y de ser referidos imposibles,
mayormente los fuertes españoles
que, en país tan remoto de su patria,
no tienen otro amparo que el del cielo.
Tengo temor que amotinarse quieren,
porque la sed y hambre los aflige,
y ha mucho tiempo que la paga esperan,
si no es que los empleo en algún sitio
de tierra, que pudiese la esperanza
del saco entretenellos algún tiempo,
para lo cual ninguno me parece
más conveniente sitio que Mastrique:
es confín de Alemania, y juntamente
del país de Liege, donde están seguras
las municiones, armas y otras cosas
para cualquiera sitio necesarias.
Este es mi intento; el vuestro saber quiero.
DON FERNANDO:
Invitísimo duque de Plasencia
y generoso príncipe de Parma
Alejandro Farnesio, cuyos hechos
escurecen las glorias de Alejandro,
no hay hombre aquí que, por servir cual debe
la Majestad de nuestro rey Felipe
y a vós, que en su lugar estáis ahora,
no aventure mil vidas que tuviese.
DUQUE DE PARMA:
¡Oh heroico don Fernando de Toledo,
honor deste apellido! ¡Cuán al justo
convienen las palabras con el nombre!
DON PEDRO:
Si busca vuestra Alteza en los Toledos
el alma del deseo de servirle,
a las manos le pida, no a la lengua.
DUQUE DE PARMA:
Don Pedro, de sus manos soy testigo.
Iremos a Mastrique.
OTAVIO:
Donde quiera
que vuestra Alteza mande, iremos todos,
porque no hay voluntad si no es la suya.
DUQUE DE PARMA:
¡Oh, buen Otavio! ¿Qué decís, don Lope
de Figueroa?
DON LOPE:
Juro a Jesucristo
que me admira y espanta vuestra Alteza:
vaya al infierno, y demos a los diablos
una batalla, y voto a Dios de hacellos
huir más tierra que perdieron cielo.
DUQUE DE PARMA:
¿Conde Masflet?
CONDE MASFLET:
Comience vuestra Alteza
el sitio de Mastrique, aunque es difícil,
que todos moriremos en la empresa.
DUQUE DE PARMA:
¿Conde de Barlamón?
CONDE DE BARLAMÓN:
Las grandes cosas
solo se hicieron para grandes pechos.
Si se amotinan ya los españoles,
¿cómo pueden mejor entretenerse?
DUQUE DE PARMA:
Pues alto. Vamos, con favor del cielo,
a sitiar a Mastrique: vós, don Lope,
con la caballería, o la más parte,
en la mano derecha iréis marchando,
y don Fernando de Toledo lleve
la izquierda con su tercio y el que lleva
Francisco de Valdés, y los valones
podrán acompañarle, que por medio
yo iré con lo restante del ejército,
por acudir a las dificultades.
DON PEDRO:
Pienso que el enemigo nos encuentre,
que marcha en orden, y es mayor en número.
DON LOPE:
Si él nos encuentra, no se irá alabando,
¡por vida de don Lope!, del encuentro,
que aún no se habrá secado aquella sangre
de los que degollamos en Amberes
y, ¡voto a Dios!, que, si en mi mano fuera,
que no quedara vivo luterano.
DUQUE DE PARMA:
Vamos, y sepan todos nuestro intento,
porque marchemos con igual contento.
(Ciérrese la tienda,
y los soldados digan.)
SOTO:
Parece que ya se van
de la tienda.
ALONSO:
El seso pierdo.
TAPIA:
¿Qué habrán hecho en este acuerdo?
AÑASCO:
De la paga tratarán.
ALONSO:
¡Si a mí me hubiera creido
la nación!
CAMPUZANO:
Y aun más de dos
son del parecer que vós
habéis, Alonso, tenido.
¡Pesia tal con quien nos trae!,
¡no cae en lo que padece
gente que no lo merece!
ALONSO:
Quien no tropieza, no cae.
Pues, ¡por vida de García
y del soldado que veis,
que algún día os acordéis
de lo que os dije algún día!
Señor Duque, de quien yo
jamás un ducado tengo,
¿sirvo al Rey, o por quién vengo
donde el diablo me engañó?
¡Bien haya el santo oficial
hormas, hierro, aguja y hilo,
que se ríen del estilo
del estrépito marcial!
¡Vive Cristo que es un puto
el que se viene a la guerra
a sembrar sangre en la tierra,
que da en quejas todo el fruto!
Toma el hato, mochillero;
guía a España.
MARCELA:
Eso me agrada:
servir y no medrar nada,
comer mal, vestir acero.
Vámonos, Alonso, a ver
sábanas por estandartes,
¡qué ejército como un martes
mercado en Zocodover!
¡Vive Cristo que reviento
de cólera!
AÑASCO:
No es razón
que, hasta saber su intención,
hagáis algún movimiento.
MARCELA:
Oh, ¡qué gracioso soldado!,
de almíbar y agua rosada,
sin dinero, todo es nada,
¿qué hará bien un mal pagado?
¡Oh letras, bien haga el cielo
al que os inventó, que, en fin,
no hay estudiante tan ruin
que no le reluzga el pelo!
¿Cuál médico, mate o cure,
no tiene bien qué comer?,
¿o cuál hombre puede haber
que escriba, prenda, o procure,
abogue, juzgue?, ¿o quién sea
que, en fin, no descanse o viva?
ALONSO:
¡Oh guerra soberbia, altiva,
sangrienta, homicida y fea!
¡Que viva un cura mil años
entre el frasco y el pernil,
y que aquí un soldado vil
muera por reinos estraños!
Acabose, a España luego.
CAMPUZANO:
Vive el cielo que acertáis,
pues en Flandes os heláis,
y andáis cargados de fuego.
Tráigase el este mosquete,
señor don Fernando, el tío.
AÑASCO:
Por hambre, cansancio y frío
diga qué cielo promete.
¡Ea, que no hay qué aguardar!
SOTO:
Con trompetas y atabales,
de Amberes los arrabales
hizo quemar y abrasar;
que sin duda imaginó
que comían los soldados
los luteranos asados,
que el fuego entonces quemó.
¡Pues no son los españoles
Caribdes, borracho!
TAPIA:
Hablad
mejor de su autoridad.
SOTO:
¡Dáseme dos caracoles!
ALONSO:
¿Cómo hablar? Es un bellaco
a pagar de mi dinero.
CAMPUZANO:
Es un vinagre.
AÑASCO:
Es un cuero
y mayor ladrón que Caco.
ALONSO:
Quedo, tocan a marchar.
MARCELA:
Trompetas y cajas son.
CAMPUZANO:
¿Qué habrá sido la ocasión?
ALONSO:
Nunca tocan a pagar.
TAPIA:
Oíd, todo hombre se arma,
cosa que un sitio aperciba.
VOCES:
(Dentro.)
¡El duque Alejandro viva!,
¡viva el gran duque de Parma!
(Cajas y trompetas.
Entre el CAPITÁN CASTRO.)
TAPIA:
¿Qué es aquesto?
SOTO:
No lo vea.
ALONSO:
El capitán Castro viene.
CAMPUZANO:
Sin duda noticia tiene,
pues de su cámara es.
CAPITÁN CASTRO:
Ea, fuertes españoles,
honra de nuestra milicia;
los que volvéis por la suya
de Felipe que os envía;
los que de su patrimonio,
que estos tiranos le quitan,
cobráis las tierras con sangre,
y a costa de tantas vidas;
los que tienen, donde el sol
peina, cabellos de tíbar,
y donde un cristal los baña
cuando amanece en las Indias;
hoy Alejandro Farnesio
quiere que os volváis en Midas,
dándoos un sitio que os dore
las manos y la codicia.
A sitiar vais a Mastrique,
solo vuestro bien le obliga,
para que de vuestra mano
cobréis deudas tan antiguas.
No le mueve mayor fama,
ni mayor gloria le incita,
que pagaros lo que os debe,
y así os ruega, y os suplica,
vais como quien sois, y hagáis
lo que de vuestra osadía
tiene esperanza que haréis...
AÑASCO:
No más, Castro, no prosigas.
No tenemos qué te dar,
de aquesta nueva en albricias,
si no es el rogar al cielo
que por largos años vivas;
que premie el Rey tus servicios
para que también le sirvas
en sus consejos de España,
cuando en su Corte residas.
Alejandro es gran señor;
Italia, España lo digan;
todas le ofrecen laurel,
y ellas se ciñen de oliva;
que es Alejandro, soldados,
Héctor...
SOTO:
Pirro...
TAPIA:
Macinisa...
MARCELA:
Cipión...
ALONSO:
César...
CAPITÁN CASTRO:
Pues alto,
marchad, y Alejandro viva.
(Todos «¡Alejandro viva!»,
y éntrense con cajas,
y toquen trompetas,
y salgan BISANZÓN, tudesco,
y AYNORA, flamenca.)
AYNORA:
¡Qué pesados celos tienes!
BISANZÓN:
¿Parécente muy pesados?,
¿cuán libre de mis cuidados,
Aynora gallarda, vienes?
AYNORA:
¿Con qué puedo asegurarte?
BISANZÓN:
Con no te apartar de mí.
AYNORA:
Y estarás seguro.
BISANZÓN:
Sí.
AYNORA:
¿No estarán en otra parte?
BISANZÓN:
No.
AYNORA:
Luego ¿no hay confianza
en ausencia de mujer?
BISANZÓN:
No, que no hay son de querer
a que no sepan mudanza.
AYNORA:
¿No me dices que me tienes
en el alma?
BISANZÓN:
Así lo digo.
AYNORA:
Luego siempre estoy contigo,
cuando vas, o cuando vienes.
¿Qué importa verte, o no verte,
si es más llano que la palma
que, teniéndome en el alma,
no puedo dentro ofenderte?
BISANZÓN:
Estás, por comparación,
del grande amor retratada,
que eres pintura colgada.
AYNORA:
¿Dónde?
BISANZÓN:
En la imaginación.
Mas, como lo que ha de estar,
y en espíritu caber,
otro espíritu ha de ser,
y un alma en otra ha de entrar,
quédesete el cuerpo allá,
y otro cuerpo topar puedes,
donde sin alma te quedes
mientras la suya te da.
Mas no gastemos quimeras,
ni me des, Aynora, enojos,
que bien se te ve en los ojos
que tú me quieres de veras.
Trasticot, que no ha de haber
en todo el campo español
que no te parezca un sol,
¡todos los has de querer!
AYNORA:
¿Tú me has visto con alguno
desde que salí de Amberes?
BISANZÓN:
Tienes razón, no te alteres,
que no has hablado a ninguno,
porque pienso que son tantos,
que alguno no puede ser,
que es devoción de mujer
la fiesta de Todos Santos.
AYNORA:
Parte a buscarme qué coma
y déjate ya de hablar,
porque no puedo marchar.
BISANZÓN:
Aliento, mi vida, toma
hasta el castillo que ves,
que allí el campo ha de hacer alto.
AYNORA:
Cuerpo de sustento falto
no mueve a compás los pies.
Parte o déjame: yo iré.
BISANZÓN:
¿No podemos ir los dos?
AYNORA:
No tengo aliento, ¡por Dios!,
¡ni puedo tenerme en pie!
BISANZÓN:
¿Cómo le tienes sin mí,
y me dices que te irás?
AYNORA:
Del enfado que me das
me ha obligado a hablar ansí.
Bueno es que te den cuidado
los celos de una mujer,
y no el darla de comer.
¡Tú eres lindo enamorado!
Así hay muchos que, con celos,
el alma a comer darán,
pero no darán un pan
al dueño de sus desvelos.
Parte, y busca qué comer.
Si recelas, paga el plato,
que no hay paño más barato
que el gusto de la mujer.
Sin un jardín puede un hombre
pasarse, y hace un jardín
de gran costa, y dale, en fin,
de entretenimiento el nombre;
sin caza puede pasar,
y gasta en perros y en aves
su hacienda, aunque, en hombres graves,
bien se puede perdonar;
sin jugar pudiera ser
pasara con más sosiego,
que muchas veces el juego
hace bajezas hacer;
sin galas puede también,
que con un vestido honesto,
curioso, limpio y bien puesto,
parece un hombre más bien;
mas, que sin mujer se acueste,
ello es caso trabajoso:
luego aquello que es forzoso
es barato, aunque más cueste.
BISANZÓN:
Agora tu hambre creo,
si es verdad que sutileza
es ingenio.
AYNORA:
Mucho atiza,
y que le adelgaza creo.
Y por los mismos efetos,
de necesidad forzosos,
hay mil pobres ingeniosos,
y pocos ricos discretos.
BISANZÓN:
Voy porque no apures más,
con la hambre, el pobre seso.
AYNORA:
Ve, que ser tuya profeso,
y donde estoy me hallarás. (Váyase BISANZÓN.)
Dura cosa es servir tirano dueño;
grave, tener un pleito el juez airado;
terrible, pobremente estar casado;
triste, por ambición perder el sueño;
füerte, fiar la vida a un corto leño;
necia, mandar el que ha de ser mandado;
estraña, el libre en un papel forzado;
crüel, sufrir el grande al que es pequeño;
fiera, el premio perder quien le merece;
mortal, tener mujer propia a disgusto;
y vil cosa es pedir de ningún modo,
pero asistir a lo que se aborrece,
forzando el alma y esforzando el gusto,
es muerte sin morir, que es más que todo.
(Entre MARCELA.)
MARCELA:
Celos de aquesta mujer
y de mi amado enemigo
me traen por más castigo,
si mayor le puede haber,
donde la hable y la vea,
por ver si es tan linda cosa,
que a veces suele una hermosa,
hablando, parecer fea.
AYNORA:
En viendo algún español
se me va el alma tras él,
que me parece que dél
salen los rayos del sol,
y este, por mi vida, es tal,
de tal gracia, talle y brío,
que diera por velle mío
una corona imperial.
¡Qué bien se pone el sombrero!
¡Qué gallardo asienta el pie!
Pues, si le hablo, yo sé
que dirá que es caballero.
No hay cosa que le esté mal,
¡qué bien puesta espada y daga!
Pues, ¿qué le diré que haga,
que no vuele a un ave igual?
Saben amar con regalos,
y ya tan diestros están,
que de cuando en cuando dan,
con los regalos, los palos.
¡Oh bizarría española!
Quiero hablarle.
MARCELA:
Yo, si viene,
flaqueza en los ojos tiene,
no es buena para andar sola.
Llegue, pase los umbrales,
no tiemble, parta con brío,
hagamos un desafío,
pues son las armas iguales.
AYNORA:
Decid, español hidalgo,
¿harán alto ahora aquí?
MARCELA:
Si queréis hacerle en mí,
parad, y mandadme en algo.
AYNORA:
¿Cuánto este castillo está
de Mastrique?
MARCELA:
Media legua,
y no erais vós mala yegua
para llegar presto allá.
AYNORA:
Estoy agora cerril,
tengo condiciones bravas.
MARCELA:
Si amor os echa sus trabas,
sufriréis desde una a mil.
AYNORA:
¿Con quién venís?
MARCELA:
¿Yo? Conmigo.
AYNORA:
¿No sois soldado?
MARCELA:
Sí soy,
sino que quebrando voy
de la amistad de un amigo.
AYNORA:
¿Qué no tenéis compañía?
MARCELA:
La vuestra tener quisiera,
en cuya amistad pudiera
alojar la infantería.
AYNORA:
¿Con quién venís me decid,
porque de la suya sea?
MARCELA:
Con el capitán Perea,
un hidalgo de Madrid
a quien, por su gran valor,
estima el duque de Parma.
AYNORA:
Tocando va al alma al arma
este soldado de amor.
Si fuérades capitán,
soldado, fuera con vós.
MARCELA:
Quebráramonos los dos,
según los golpes se dan,
que anda la guerra muy hueca,
pero ¿qué plaza queréis?,
porque conmigo tendréis
coselete, o pica seca.
AYNORA:
Cualquiera plaza con vós
es bien que me satisfaga,
si me adelantáis la paga.
MARCELA:
¡Traspiés va dando, por Dios!
Amor es vino que mueve
zancadillas y traspiés,
y todo para después
en dormir lo que se bebe.
Ahora bien, los dos seamos
soldados deste Perea
que os digo; Mastrique vea
qué asalto a sus muros damos.
Vós seréis mi camarada,
y tomaremos yo y vós
dos boletas, que las dos
valdrán tanto como nada.
Dadme esos brazos en prendas
desta amistad.
AYNORA:
Soy dichosa.
(Entre BISANZÓN.)
BISANZÓN:
¿Cómo es esto? ¡Oh, linda cosa!
Como el caballo sin riendas,
como sin viento la mar,
como sin agua la tierra,
como sin armas la guerra
no se puede gobernar,
así la mujer sin gusto:
¡ah cruel!
AYNORA:
Este tudesco
es mi galán.
MARCELA:
Yo estoy fresco.
BISANZÓN:
Pagarme tiene el disgusto.
AYNORA:
¡Mátale, español!
MARCELA:
¿No hay más,
sino «mátale, español»?
BISANZÓN:
Aún hoy no se ha puesto el sol,
y antes de irse el sol te vas.
AYNORA:
¡Saca, mis ojos, la espada!
¡Dale por la cara un tajo!
MARCELA:
¿Y no puede, uñas abajo,
darme él alguna estocada?
BISANZÓN:
¿Cómo mataré al villano?
Sacar la espada es bajeza,
que no es bien que en su flaqueza
quede afrentada la mano.
Español, ¿qué haces aquí?
MARCELA:
Estoy con esta mujer.
BISANZÓN:
Su dueño debes de ser.
MARCELA:
Claro está.
BISANZÓN:
¿Su dueño?
MARCELA:
Sí.
BISANZÓN:
Aynora, ¿es tu dueño ese hombre?
AYNORA:
Pues lo dice, ¿no está claro?
BISANZÓN:
¿Y vienes ya con su amparo?
AYNORA:
A sombra estoy de su nombre.
BISANZÓN:
Español, matarte quiero.
MARCELA:
Yo no estoy para morir.
AYNORA:
¡Qué braveza!
MARCELA:
¡Qué fingir!
BISANZÓN:
Que saques la espada espero...
MARCELA:
Y yo que la gente llegue.
BISANZÓN:
... porque te he de hacer de un salto
subir volando tan alto,
que el sol te abrase o te ciegue.
MARCELA:
No sé cómo le replique.
BISANZÓN:
¿Qué dices?
MARCELA:
Que bien me está,
porque vea desde allá
la gente que hay en Mastrique,
y al Duque le contaré
si la tomará, o si no.
BISANZÓN:
Allá puedo echarte yo,
español, de un puntapié.
MARCELA:
Sin duda es de muchos puntos,
mas tudesco, si ha de ser,
échame con la mujer,
para que nos vamos juntos;
y será cuento estremado
debido a tus pies ligeros,
pues seremos los primeros
que hayan en Mastrique entrado.
BISANZÓN:
El Duque es este; agradece
que llega en tropa al castillo.
MARCELA:
Mejor puedes tú decillo,
y agradece que se ofrece,
que si no, más que te ensalzas,
ya, por el aire esparcido,
algún ave hiciera nido
en las ramas de tus calzas,
que tardaran en subir
tanto tiempo, que pudiera
criar una primavera,
y en el otoño salir.
(Soldados en orden, cajas, banderas,
el CAPITÁN PEREA, DON PEDRO DE TOLEDO,
DON LOPE DE FIGUEROA,
CAPITÁN CASTRO, el DUQUE DE PARMA.)
{{Pt|DUQUE DE PARMA:|
Esto podéis decir al castellano.
CAPITÁN CASTRO:
Yo voy con tu licencia. ¡Ah del castillo! (Un FLAMENCO CASTELLANO en lo alto con dos soldados con sus arcabuces cargados.)
CASTELLANO:
El Príncipe ha llegado con su ejército.
CAPITÁN CASTRO:
¡Ah del castillo!
CASTELLANO:
Prevenid las bocas
de los mosquetes para que sus balas
sean palabras que por mí respondan.
CAPITÁN CASTRO:
Ya vuestra Alteza ha visto la respuesta,
y milagro volver con vida ha sido.
DUQUE DE PARMA:
¡Oh villano!, ¿esto ha hecho? ¿Hay en el mundo
tan gran atrevimiento? ¡Hola! ¡Al momento
poned a este castillo tres cañones,
y batilde con furia hasta rendirle! (SOLDADO FLAMENCO.)
SOLDADO FLAMENCO:
Monsiur, cañones plantan; batir quieren.
CASTELLANO:
¡Hola, español!, ¡el que veniste!, ¡escucha!
CAPITÁN CASTRO:
Vuelto me han a llamar, ¿no veis las señas?
DUQUE DE PARMA:
Mira qué quieren.
CAPITÁN CASTRO:
¿Qué es lo que me dices?
CASTELLANO:
¿Con qué concierto nos querrá su Alteza?
CAPITÁN CASTRO:
A mí me ha dicho que las vidas solas,
y pues le ha de rendir, y degollaros,
que acetéis el partido os aconsejo.
CASTELLANO:
¿Qué haré?
SOLDADO FLAMENCO:
Acetalle, y estimar la vida.
CASTELLANO:
Yo bajo con mi gente y, para señas,
unas varillas blancas llevaremos.
CAPITÁN CASTRO:
Ya se han rendido, y el partido acetan.
DUQUE DE PARMA:
¿Quién son los capitanes que hoy estaban
de guarda a mi persona?
CAPITÁN PEREA:
Hoy es de guarda
de vuestra Alteza don Martín de Argote.
DUQUE DE PARMA:
¿Y quién con él?
CAPITÁN PEREA:
El capitán Ysasaba.
DUQUE DE PARMA:
Vayan los de Perea, y entren juntos.
Aguardar mi palabra, defendiendo
que no muera flamenco, ni consientan
que se les quite más que las haciendas,
pues que sin resistencia se han rendido.
Vós, Castro, haréis en el castillo luego
mi alojamiento, porque mientras dura
el sitio que a Mastrique poner quiero,
aquí pienso tener mi casa y corte.
MARCELA:
Hoy me quiero vengar deste tudesco.
Óigame una palabra vuestra Alteza.
DUQUE DE PARMA:
Decid soldado, y presto.
MARCELA:
Diré en breve
lo que llegar a tu valor me mueve:
aquel tudesco, señor,
de su huésped ha robado
aquella flamenca, y dado
muestras de tenerla amor.
Mas ella, que a otra nación
debe de estar inclinada,
a cuanto le dice, airada,
responde, nitifistón.
Hoy que traía cargado
no el arcabuz, el celebro,
quiso decirle un requiebro
del ejército apartado,
y, porque no consintió,
dice que la ha de matar.
Llegué, y púdela librar
cuando tu Alteza llegó,
mas, si se queda con ella,
pondralo en ejecución.
DUQUE DE PARMA:
¡Bárbara es esta nación!
DON LOPE:
Sí, mas la flamenca es bella. (Hablen el DUQUE y DON LOPE.)
DUQUE DE PARMA:
¿Agrádaos, don Lope?
DON LOPE:
¿A quién
cualquiera mujer no agrada
no siendo monja, o pintada,
con quien nunca estuve bien?
La una porque es de Dios,
la otra, porque no es. (Aparte MARCELA y el tudesco.)
MARCELA:
Ya hablé con el Duque.
BISANZÓN:
Pues,
¿qué le has dicho de los dos?
MARCELA:
Quién eras me preguntaba;
dije que un noble soldado,
que esta mujer has sacado
de Amberes, adonde estaba,
y que te quieres casar.
Si te lo pregunta, di,
con mucha humildad, que sí,
porque te hará castigar.
BISANZÓN:
Yo lo haré.
DUQUE DE PARMA:
Mucho me enoja,
que estos traten las mujeres
tan mal.
DON LOPE:
Viendo que en Amberes
poco o nada se despoja
quemando los arrabales,
cargan con las prendas vivas.
DUQUE DE PARMA:
Son las flamencas esquivas,
aunque amando, liberales.
Tudesco.
BISANZÓN:
Señor.
DUQUE DE PARMA:
¿Tu nombre?
BISANZÓN:
Bisanzón.
DON LOPE:
Allá quisiera
que algo el Rey me remitiera;
digo, a la ciudad, no al nombre.
DUQUE DE PARMA:
¿Es verdad que hacer querías
lo que dice aquel soldado?
BISANZÓN:
Días ha que lo he tratado
cansado de sus porfías,
pero siempre se defiende.
DUQUE DE PARMA:
¿Hay bárbaro semejante?,
¿pues eso dices delante
de mí?
BISANZÓN:
Luego ¿esto te ofende?
DUQUE DE PARMA:
Dalde dos tratos de cuerda.
BISANZÓN:
Señor, ¿pues esto es pecado?
DUQUE DE PARMA:
¡Sí es hereje!
DON LOPE:
Eso he pensado.
BISANZÓN:
Español.
MARCELA:
De mí se acuerda.
DON LOPE:
Llevalde de aquí.
DUQUE DE PARMA:
El matar
que no es pecado porfía.
MARCELA:
Él el casarse decía,
mas no le dieron lugar.
¡Lindamente lo ha pagado!
DUQUE DE PARMA:
Don Lope, escusado estoy,
porque hasta alojarnos hoy
estoy con algún cuidado.
No haya desorden aquí,
mi palabra di a esa gente. (Váyase el DUQUE.)
DON LOPE:
Tu Alteza seguramente
puede confiar de mí.
MARCELA:
¿Qué te parece si he dado
traza con que libre estés?
AYNORA:
Echarme quiero a tus pies;
de un tirano me has librado.
DON LOPE:
Ah, seó soldado español.
AYNORA:
¿Quién llama?
MARCELA:
El que el mundo loa,
don Lope de Figueroa,
más claro en fama que el sol.
¿Qué manda vueseñoría?
DON LOPE:
Esa flamenca, oye aparte,
puédese parar con parte
pagando la cortesía.
MARCELA:
Por no ofender tu decoro,
hoy que tu bandera sigo,
seré Alejandro contigo,
y te daré la que adoro.
Con parte la paro al dado,
no pagando, pues la dan,
porque con el capitán
no ha de tirarse el soldado.
Ya es tuya, un poquillo es lerda,
dale cuatro sofrenadas,
que a las primeras jornadas,
podrá ser que el trote pierda.
DON LOPE:
¿De dónde sois?
MARCELA:
De un lugar
donde no nació cristiano.
DON LOPE:
Seamos amigos.
MARCELA:
Es llano
que os tengo de visitar,
que si con la flamenquilla
os curo la enfermedad
que hace aquí la soledad,
de las demás de Castilla
ya vuestro medico soy,
y es la visita forzosa. (ALONSO con algunas ropas viejas.)
ALONSO:
¡Que no hallase alguna cosa!
¡La guerra a los diablos doy!
¡Que todos en la riqueza
del castillo hayan metido
las manos, y yo haya sido
la escoba de la pobreza!
¿Que será aqueste arambel,
o hay aquí un diablo que tope?
Mas ¿qué hace aquí don Lope,
y mi Marcela con él?
DON LOPE:
Dadme la mano y los brazos
y esta cadena tomad.
ALONSO:
No va mala la amistad,
si de oro se hacen los lazos.
¡Aynora también aquí!
MARCELA:
Oye, Aynora.
AYNORA:
¿Qué me quieres?
MARCELA:
¿Ves este?
AYNORA:
Vile en Amberes.
MARCELA:
Es mi camarada.
AYNORA:
¿Ansí?
MARCELA:
Sí, Aynora; vete con él;
sabrás el alojamiento.
AYNORA:
Voy con notable contento.
MARCELA:
No le espera menos él.
AYNORA:
¿Dizque tengo de ir con vós?
DON LOPE:
Así queda concertado.
Ven.
AYNORA:
Vamos.
DON LOPE:
¡Yo he saqueado
la mejor prenda, por Dios! (Vanse AYNORA y DON LOPE.)
ALONSO:
¿Qué hacía vuesa merced
aquí con el General?
MARCELA:
Trato ya en cierto caudal,
y hame hecho esta merced.
ALONSO:
Y ¿qué es la mercadería
en que vuesa merced trata?
MARCELA:
No es paño holanda, ni plata.
ALONSO:
¿Pues qué?
MARCELA:
Cierta niñería.
ALONSO:
Bien dice, que bien podrán
resultar niños del trato.
MARCELA:
Sepa que anda muy novato.
ALONSO:
Las novedades lo harán.
MARCELA:
Él me da celos a mí;
en lengua flamenca diga:
«Sepa que vendí su amiga
en español».
ALONSO:
¿Cómo así?
MARCELA:
Hésela dado a don Lope
por esta joya invencible,
y tengo por imposible
que vuesa merced la tope.
ALONSO:
¿Y la cadena no puedo
topar, si hago y digo?
MARCELA:
Sí,
que la tomé para ti,
que eres mi amor, y mi miedo.
Póntela, cesen enojos,
que, fuera de que te adoro,
es la condición del oro
hacer alegres los ojos.
ALONSO:
No era menester, por Dios,
mas siendo de tales manos,
cesen los enojos vanos,
y hagamos paces los dos.
MARCELA:
Hazme tú flamenca a mí,
que yo te responderé;
quizá te despicaré.
ALONSO:
No lo estoy, por Dios, mas di:
¿quiéresme dar un abrazo,
mis ojos?
MARCELA:
Tu velfderthine.
ALONSO:
Tantos dices que conviene
alargarte luego el brazo.
¿Quiéresme cuanto te quiere
esta alma?