El anillo de amatista: XXVI

El anillo de amatista de Anatole France
''' '''
índice


XXVI

Monseñor Guitrel. obispo de Tourcoing, dirigió al presidente de la República la siguiente carta, cuyo texto fue reproducido in extenso por La Semana Católica, La Verdad, El Estandarte, Los Estudios y otras varias publicaciones periódicas de la diócesis:

"Señor presidente:

"Antes de dirigir a sus oídos justísimas quejas y reivindicaciones sobradamente fundadas, permítame disfrutar un momento de la satisfacción inmensa de sentirme por completo de acuerdo con vuestra excelencia en un punto acerca del cual no se pueden admitir discrepancias; permítame que, interpretando los sentimientos que han debido de agitarle en estos abrumadores días de prueba y de consuelo, me una a vuecencia en un arranque patriótico. ¡Oh! ¡Cuánto ha debido de gemir su generoso corazón al ver que una reducida hueste de hombres extraviados lanzaba injurias al Ejército, con pretexto de defender la Justicia y la Verdad! ¡Como si pudiese haber una verdad y una justicia contrarias al orden de las sociedades y a la jerarquía de las potencias establecidas sobre la Tierra por Dios! ¡Y de cuánta alegría ese mismo corazón se habrá inundado ante la patria entera alzada, sin distinciones de partido, para aclamar a nuestro brillante Ejército —el ejército de Clodoveo, de Carlomagno, de San Luis, de Godofredo de Buillon, de Juana de Arco, de Buyardo— para adherirse a la buena causa y vengar las injurias!

"¡Oh! ¡Con qué gusto habrá contemplado vuestra excelencia el prudente comportamiento nacional, que desconcierta las conspiraciones de orgullosos y malvados!

"Seguramente el honor de tan laudable conducta corresponde a Francia entera; pero su mirada perspicaz, señor presidente, habrá reconocido a la Iglesia y a sus fieles a la cabeza de los defensores del Orden y del Poder. Estaban en primera fila y saludaban, confiados, respetuosos, al Ejército y a sus jefes. ¿Podían hacer otra cosa los servidores de Aquel que por su voluntad se le llama el Dios de los ejércitos, y que, según la rotunda frase de Bossuet, los santificó al adoptar este nombre?

"Así encontrará vuestra excelencia siempre en nosotros los sostenes más firmes de la disciplina y de la autoridad, y no desmayará nuestra obediencia, jamás negada ni a los príncipes que nos persiguieron. ¡Así el Gobierno de vuestra excelencia nos mirase pacífico para endulzar el cumplimiento de nuestra obligación reconocida!

"Alégranse mucho nuestros corazones cuando contemplan esos alardes bélicos, cuando ven a nuestra excelencia rodeado por un brillante Estado Mayor, como el rey Saúl, tan grande por su carácter y su arrojo, que se conquistaba la voluntad de los guerreros más valientes. Nam quecumque viderat Saul virum fortem et aptum ad proelium sociabat cum sibi. (I Reg., XIV, 52.)

"¡Oh! ¡Cuánto me lisonjearía poder terminar esta carta, como la he comenzado, con frases de satisfacciones y contento! ¡Qué agradable me fuera, señor presidente, asociar su nombre a las conclusiones de la paz religiosa, como puedo asociarlo al triunfo del espíritu de autoridad sobre el espíritu de indisciplina!

"Mas, ¡ay!, las circunstancias lo imposibilitan, obligándome a que le señale una triste causa de aflicción y a que contriste su alma con el espectáculo de un inmenso duelo. Cumpliré un deber ineludible y le mostraré una herida sangrante que se debe cerrar. Estoy interesado en decirle verdades dolorosas, y vuestra excelencia está interesado en oírlas. Mi deber pastoral me lo impone. Sentado, por la gracia del Soberano Pontífice, en la sede del bienaventurado Loup, sucesor de tantos santos apóstoles y de tantos vigilantes pastores, ¿podría ser yo el heredero legítimo de sus admirables obras si no me atreviese a continuarlas? Alii laboraverunt, et vos in labores eorum introistis. (Ecc., VIII, 9.) Conviene que mi voz, tan débil, elevada, llegue hasta vuestra excelencia; conviene también que vuestra excelencia preste a mis palabras un oído atento, pues el asunto es digno de las meditaciones del jefe del Estado. Princeps vero ea, quoe digna sunt principe, cogitabit. (ls., XXX.)

"Pero ¿cómo abordar este asunto sin sentirse invadido inmediatamente por un dolor que abruma? ¿Cómo exponer, sin derramar abundantes lágrimas, la penuria de los religiosos de quienes soy el jefe espiritual? De ellos se trata, señor presidente. Al llegar a mi diócesis, ¡qué espectáculo tan desconsolador se presentó ante mi vista!

"En las casas piadosas consagradas a la educación de los niños, a la curación de los enfermos, al reposo de los ancianos, a la instrucción de nuestros levitas, a la meditación de los misterios, sólo he visto frentes preocupadas y ojos afligidos.

"Allí, donde hace poco reinaban la alegría de la inocencia y la paz del trabajo, espárcese al presente una sombría inquietud, suspiros claman al Cielo, y en todas las bocas el mismo grito de angustia: '¿Quién se apiadará de nuestros ancianos y de nuestros enfermos? ¿Qué será de los niños? ¿Adonde iremos a rezar?' Así gemían a los pies de su pastor, mientras le besaban las manos los religiosos y religiosas de la diócesis de Tourcoing, despojados de sus bienes, que son los bienes de los pobres, de las viudas, de los huérfanos, el pan del oficiante y el viático del misionero.

"Estas quejas conmovedoras exhalaban nuestros regulares abrumados por el despojo, mientras aguardaban a los agentes del Fisco, violadores de la clausura de nuestras vírgenes y de las verjas de nuestros santuarios, que iban a incautarse de los vasos sagrados del altar.

"Tal es el estado a que nuestras comunidades religiosas vense reducidas por la aplicación de esas leyes de acrecimiento y bonificación, si pueden llamarse leyes las disposiciones de un texto imbécil y criminal.

"Estos calificativos, señor presidente, no resultarán irrespetuosos cuando se examine la situación creada a los religiosos con medidas expoliadoras, a las que se pretende reconocer fuerza de ley.

"Bastará un momento de atención para compartir mis opiniones respecto a este asunto.

"En efecto: como las congregaciones ya se hallan sometidas a los impuestos del derecho común, es inicuo imponerles nuevos tributos. La injusticia resulta ahí evidente; luego mostraré otras.

"Pero sobre este punto permítaseme, señor presidente, elevar una protesta tan firme como respetuosa. No tengo autoridad bastante para hablar en nombre de la Iglesia entera. De todos modos, estoy seguro de no apartarme de la buena doctrina cuando proclamo este principio esencial del Derecho: la Iglesia no debe ningún impuesto al Estado, por más que se aviene a pagarlo.

"Paga por condescendencia, pero sin obligación. Sus antiguas exenciones dimanan de su soberanía: el soberano no paga. Puede reivindicar siempre, en cualquiera ocasión y como le convenga hacerlo. No puede renunciar al principio de sus exenciones, como no puede renunciar a sus derechos y a sus deberes de reina. En su mansedumbre demuestra una abnegación admirable.

"Hechas estas reservas, prosigo mi demostración:

"Las congregaciones están sometidas en asuntos de Hacienda:

"1º Al derecho común, como acabo de advertirlo.

"2º Al de manos muertas.

"3º Al impuesto de cuatro por ciento sobre la renta (leyes de 1880 y 1884); y

"4º Al derecho de acrecimiento, cuyos monstruosos resultados han pretendido corregir con un derecho llamado de bonificación, en virtud del cual el Gobierno descuenta anualmente, sobre la parte presunta de los miembros fallecidos, el once y cuarto por ciento, incluyendo los diezmos. Es verdad que por una engañosa dulzura (que sólo es un refinamiento de injusticia y de perfidia) la ley dispone que los establecimientos hospitalarios o escolares puedan ser aliviados de esta carga, en consideración a su utilidad, ¡como si las casas donde nuestras santas hijas ruegan a Dios que perdone los crímenes de Francia e ilumine a sus ciegos caudillos no fueran tan útiles o más útiles aún que los colegios y los hospitales!

"Respetan algunos intereses para dividir las opiniones, y astutamente se proponen desmembrar la resistencia. Por esta misma razón han señalado el treinta por ciento para las congregaciones reconocidas, y el cuarenta por ciento para las congregaciones no reconocidas, como tasa anual sobre el valor de los bienes muebles e inmuebles; de suerte que las no reconocidas, incapacitadas legalmente para poseer, no lo están para pagar, y aun para pagar más que las otras.

"En resumen: a los impuestos de derecho común se añaden, para anonadar a nuestras congregaciones, el de manos muertas, el del cuatro por ciento sobre la renta, y el llamado de crecimiento, no aligerados, sino aumentados por los llamados de iguala. ¿Es tolerable esto? ¡No hay en el mundo ejemplo de usurpación tan odiosa! Sin duda, se ve vuestra excelencia obligado a reconocerlo.

"Así, cuando los religiosos de mi diócesis han preguntado a su pastor qué debían hacer, sólo pude contestarles diciendo: '¡Resistid!' es un derecho y no un deber oponerse a la injusticia. Que resistan, que digan: 'No podemos.' Non possumus.

"Están decididos a resistir, señor presidente, y todas nuestras congregaciones, autorizadas o no, las que se dedican a la enseñanza, las hospitalarias, las contemplativas, las destinadas a retiros eclesiásticos y las consagradas a preparación de misiones extranjeras: ¡todas!, a pesar de los diferentes impuestos que las corresponden, están decididas a una resistencia igual. Han comprendido que, desde aspectos diversos, el tratamiento que las infligen las llamadas leyes de la República es uniformemente inicuo. Su resolución es inquebrantable. Apoyándola después de haberla preparado, estoy seguro de no faltar a la obediencia que debo al príncipe y a las leyes, por respetos de religión y de conciencia. Tengo el convencimiento de no desconocer la autoridad, que sólo puede ejercitarse en la justicia. Ecce in justitia regnabit rex. (Paralip., XXII, 22.)

"En su encíclica Diuturnum illud, Su Santidad León XIII ha declarado que los fieles están dispensados de obedecer a los poderes civiles cuando éstos dan órdenes manifiestamente contrarias al derecho natural y divino. 'Si alguno —dice en aquella admirable carta— se viera colocado en la alternativa de infringir las leyes de Dios o las del príncipe, deberá seguir los preceptos de Jesucristo y responder como los apóstoles: 'Más obediencia se debe a Dios que a los hombres.' Quien se conduce de este modo no merece el reproche de desobediencia, porque los príncipes, cuando su voluntad está en oposición con la voluntad y las leyes divinas, exceden su poder y corrompen la justicia. En tal caso, su autoridad no tiene fuerza, porque si deja de ser justa, deja de ser autoridad.'

"He meditado muy cuidadosamente antes de animar a mis religiosos a la resistencia necesaria: he considerado los perjuicios temporales que de esta conducta podían resultar para ellos, y estas consideraciones no me han detenido. Cuando les digamos a vuestros publícanos: Non possumus, intentará vuestra excelencia vencer nuestra constancia violentándonos. Pero ¿cómo? ¿Embargarán las congregaciones reconocidas? ¿Se atrevería vuestra excelencia? ¿Embargarán las congregaciones no reconocidas? ¿Puede hacerlo?

"¿Tendrán el triste valor de vender nuestros muebles y los objetos consagrados al culto? Es indudable que ni la humildad de los primeros ni la santidad de los segundos podrá sustraerlos a la codicia; pero es necesario que sepa vuestra excelencia, es necesario que las mujeres y los hijos de sus colaboradores no ignoren que, en caso de proceder a tal venta, se sufre la excomunión, cuyos efectos horribles asustan a los pecadores más empedernidos. Es necesario que todos aquellos que consientan en comprar algún objeto procedente de esas ventas ilícitas estén enterados de que se exponen a la misma pena.

"Y si nos privan de nuestros bienes y nos arrojan de nuestras casas, las peores consecuencias no serán para nosotros, sino para vuestra excelencia, que se cubrirá con la vergüenza de un escándalo inaudito. Puede vuestra excelencia ejercer contra nosotros las más crueles represalias; ninguna amenaza ha de intimidarnos; no tememos la cárcel ni los castigos. Los brazos cargados de cadenas de los pontífices y los confesores han sostenido a la Iglesia. Suceda lo que suceda, no pagaremos. No debemos hacerlo, no podemos hacerlo. Non possumus.

"Antes de llegar a tal extremo me he creído, señor presidente, en el deber de mostrarle nuestra situación, y espero que vuestra excelencia la examine con interés y aplique a su examen atento la firmeza de alma que Dios comunica a los poderosos de la Tierra cuando acuden a El. ¡Ojalá pueda vuestra excelencia, con su ayuda, remediar los daños intolerables que le expuse! Dios quiera, señor presidente, Dios quiera que, cuando examine vuestra excelencia la injusticia del impuesto del Fisco respecto a nuestros religiosos, se inspire menos en sus consejeros que en sí mismo. Pues si es verdad que un jefe puede pedir consejos, también lo es que debe obrar por impulso propio. Según la frase profunda de Salomón, el consejo está en el corazón del hombre. Sicut aqua profunda sic consilium in corde viri. (Prov., tomo XX, página 5.)

"Reciba vuestra excelencia, señor presidente, el profundo respeto con que, etc.,

Joaquín,
Obispo de Tourcoing."

La carta de monseñor el obispo de Tourcoing fue publicada el 14 de enero.

El 30 del mismo mes, la Agencia Havas comunicó a los periódicos la información siguiente:

"El Consejo de ministros reunióse ayer, y acordó que el ministro de Cultos presentará al Consejo de Estado un recurso de responsabilidad contra monseñor Guitrel, obispo de Tourcoing, con motivo de su carta al presidente de la República."


FIN DE "EL ANILLO DE AMATISTA"