El amor enamorado
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Sale SIRENA, ninfa, huyendo.
SIRENA:

  Júpiter, sacra deidad,
piedad si no falta en vos,
que dejarais de ser dios
si os faltase la piedad:
blasón de la majestad
es tenerla aunque castigue,
y a que la espere me obligue;
que no me hubiérades hecho
para ser alma del pecho
de una fiera que me sigue.

(Sale ALCINO, labrador, galán.)
ALCINO:

  No sé por dónde dilate
el pecho, de temor lleno;
¡cielos, volvedme veneno
porque al comerme le mate!
Cuando esta venganza trate,
justo fue si muero ansí;
pero, ¡qué necia, ¡ay de mí!,
que fuera veneno poco
a tal remedio os provoco
para el que ella tiene en sí!
  Ya, Silvia, pues no hay favor
en los dioses, montes, dadme
socorro, o precipitadme:
será piadoso rigor;
no hay muerte como el temor,
aunque después me la den;
peñas, encubridme bien,
creced, robles, aumentad
las ramas; ¡cielos, piedad,
mis padres matáis también!

ALCINO:

  Por aquí pienso que fue;
éstas son, ¡ay suerte mía!,
de las flores que cogía,
y debe el prado a su pie.
¿Si la hallaré? ¿Si podré?...
¡Oh, esperanzas! ¡Oh, temores!
Pero ¿qué señas mejores
que pies de tal perfección?
aunque no sé cuáles son
las estampas o las flores.
  ¡Oh, prado, que no me des
nuevas della en tantas penas,
por donde van azucenas
las de sus hermosos pies!
Jazmín, pues morir me ves,
¿por dónde va mi jazmín?
Poned a su curso fin,
tenedla, campos helados,
si os queréis volver en prados,
que va corriendo un jardín.
  Aquí cayeron ahora,
y aún con lágrimas también,
que como perlas se ven
sí pasó como la aurora;
pues si en vuestras hojas llora,
habla, azahar; habla, clavel;
pero ¿qué bulto es aquel
que detrás de aquella peña
más temor que cuerpo enseña,
si está mi esperanza en él?
  ¿Eres tú, Sirena mía?
¿Eres tú, mi bien?

SIRENA:

¿Quién es?

ALCINO:

Quien te ha llorado después
que tu muerte presumía:
creí que muerto te había
el fiero animal impío;
pero fue gran desvarío,
pues ningún cuerpo vivió
después que el alma faltó;
que eres tú el alma del mío.
  Desciende, mi luz, desciende.

SIRENA:

Estoy temblando.

ALCINO:

No impida
temor tus pies; que mi vida
es quien la tuya defiende.

SIRENA:

Temor, Alcino, me ofende,
de nieve mi vuelve el pie.

ALCINO:

Antes, señora, lo fue.

SIRENA:

Desciendo en tu confianza.

ALCINO:

Ven a alentar mi esperanza,
ya que no puedes la fe.

(Ella baja.)
SIRENA:

  ¿Cómo me hallaste?

ALCINO:

Seguí
las flores que habías perdido,
lenguas por donde he venido,
que me dijeron de ti.

SIRENA:

¿Las flores te hablaron?

ALCINO:

Sí;
y no fue la vez primera,
ni fuera error, aunque fuera
para peligros mayores,
el preguntar a las flores
por la misma primavera.

SIRENA:

  Sólo tú pudieras ser
de mi corazón sosiego.

ALCINO:

Pagado me has todo el fuego
en que el mío siento arder;
en la sangre puede hacer
esa inquietud algún mal.
¿En qué te traeré el cristal
desta fuente, que algún día
en mis ojos le traía,
del alma fuente inmortal?

SIRENA:

  Esos eran los cristales
que la mía estima en más:
voy a beber.

ALCINO:

Beberás
en búcaro de corales:
ya que a recibirla sales
para ser cristal en rosa,
no heredes, fuente dichosa,
la lisonja de Narciso:
pero ya tarde te aviso;
que es la causa más hermosa.
  Ya que su boca a tus hielos
hizo tan alto favor,
no dejes beber, pastor,
que me matarás de celos;
luego te convierte en hielos;
siendo en tu campo sereno
copa de ardiente veneno,
y agua de ámbar para mí.

SIRENA:

Yo bebí, Alcino.

ALCINO:

Y yo vi
el clavel de perlas lleno;
  pero en esta envidia loca,
tu boca fue el instrumento,
y el agua mi pensamiento,
que se acercaba a tu boca.

SIRENA:

  Galán estás y discreto.

ALCINO:

¡Qué cosas hace el pensar,
si fuese en todo lugar
la imaginación efeto!

SIRENA:

  Puesto que me has obligado
con tal fácil desatino,
más que discreto, mi Alcino,
te quisiera enamorado.

(Salen DAFNE, ninfa,
SILVIA y BATO,
villanos rústicos.)
DAFNE:

  ¿Que tú la viste?

BATO:

Alahé,
que la vi subido ensima
de un cerro, y que tiene el lomo,
que de conchas no se ve.
  ¿No habéis visto la corteza
de un jaspe? Tal es la piel
como que arrojó el pincel
sobre la naturaleza;
  como murciélago son
las alas, y llenas de ojos
verdes, dorados y rojos,
sin ser ruedas de pavón;
  en lo que es dellas más tierno,
estrellas se dejan ver
de plata, si puede haber
estrellas en el infierno;
  en la reverenda cola,
bien puede, Dafne, caber
la tienda de un mercader:
¿qué digo una tienda sola?
  ¡Voto al sol, toda una praza!

SILVIA:

Entre las gracias de Bato,
como le cuesta barato,
es mentir con linda traza.

BATO:

  Luego ¿tampoco creerás
que tien la barriga verde
en redondo, Dios me acuerde,
cuarenta varas y más?

SILVIA:

  ¡Qué graciosa impertinencia!
¿Cómo se puede saber?

BATO:

Un sastre lo dijo ayer,
hombre de buena conciencia,
  que le tomó la medida
para hacelle mi verdugado.

DAFNE:

Silvia, a mí me da cuidado
o verdadera o fingida:
  y la cara ¿cómo es?

BATO:

Eso no es cosa tan fea;
mas no hay hombre que la vea
que pueda vivir después;
  un rinoceronte es nada,
es un peñasco de hielos,
es una mujer con celos,
es una suegra enojada;
  un pedregoso barranco
es la frente, y tien por crin
las cerdas de un puerco espín
labradas de negro y branco;
  la nariz como guadaña,
y los ojos dos incendios
cercados de escolopendrios
en vez de ceja y pestaña.

SILVIA:

  Dafnes, el miedo sería
quien a mentir le provoca.

BATO:

Tres varas tiene de boca.

SILVIA:

¿Tres varas?

BATO:

Si cada día,
  como a los ganados venga,
se almuerza cuatro cochinos
y diez corderos añinos,
¿qué boca quieres que tenga?
  Ayer se comió un pastor,
que le alcanzó de una encina.

DAFNE:

¡Ay dioses, tanta rüina
tanto mal, tanto rigor!
  ¿Es Sirena aquélla?

SILVIA:

Sí,
y Alcino el que está con ella.

DAFNE:

¡Mi Sirena!

SIRENA:

Dafne bella,
¿adónde vais por aquí?

DAFNE:

  Amaneció con el día
esta serpiente cruel
en el prado; y como en él
tan poco reparo había,
  venimos al monte huyendo
Bato, Silvia y yo.

ALCINO:

La tierra
se despuebla, y en la sierra
van las aldeas haciendo
  una ciudad populosa.

DAFNE:

Pues tanto sabes, Alcino,
¿por qué culpa o qué destino
esta sierpe venenosa
  vino a Tesalia?

ALCINO:

Anteayer
contaba un sabio pastor
la causa deste rigor.

DAFNE:

A todos harás placer
  en referir lo que sabes.

ALCINO:

Diré, Dafne, lo que sé,
que de Doristo escuché
y de otros pastores graves.
  Después que el alto Jove omnipotente,
de aquel abismo en sombras sumergido
sacó el mundo invisible, y el presente
por tantos siglos en eterno olvido,
dos causas, la materia y la eficiente,
estaban para ser, no habiendo sido,
en acto aquésta y en potencia aquélla,
y entre las dos naturaleza bella.
  Una era cielo en altos movimientos,
y otra era tierra en firme compostura;
mas como dividió los elementos,
salió la luz resplandeciente y pura:
fúlgida antorcha obscureció los vientos,
globo de plata la tiniebla obscura,
bordaron el zafir diamantes claros,
del siempre cano mar brillantes faros.
  La verde tierra, ya del fruto amago,
se entapizó de hierbas y de ramas,
cubriendo en agua el ara y viento vago,
al fénix plumas y al delfín escamas;
no conocían el horrible estrago
de Marte fiero, y sus ardientes llamas,
los hombres que en la edad de oro vivían,
ni en los comunes términos partían.

ALCINO:

  Tras ésta, la de plata y la de cobre,
en que va comenzaba la malicia
y molestar con fuerza el rico al pobre,
volviéndose a los cielos la justicia:
no permiten, airados, que la cobre,
creciendo la maldad y la codicia,
en la de hierro, con que vio la tierra
hurto, traición, mentira, incendio y guerra.
  De los gigantes, el mayor, Tifonte,
subir intenta a la región divina,
poniendo un monte encima de otro monte,
a quien airado Júpiter fulmina;
después, con más rigor, todo horizonte
cubrir de tantas aguas determina,
que el alto extremo, exento al aire y hielo,
apenas viese del Olimpo el cielo.
  Soberbia tempestad la tierra inunda;
las nubes ríos, las estrellas fuentes;
témplase el cielo, y su piedad redunda
en dar nuevos al sol rayos lucientes:
volvió la tierra a ser la vez segunda,
y se dejó pisar de sus vivientes,
produciendo más fértiles al hombre
cuantas naturalezas tienen nombre.
  Entre las fieras hórridas famosa,
que entre los partos de la tierra estimo
por la más estupenda y prodigiosa,
tanto, que aun a pintarla no me animo,
nació Fitón, serpiente venenosa,
del gran calor del sol y húmido limo,
tanto, que por la parte se corría
que en su disforme producción tenía.

ALCINO:

  Esta destruye la Tesalia ahora,
cuya fama cruel el mundo admira
por cuanto ilustra la oriental aurora,
y donde el sol en negra sombra expira:
ganados despedaza, hombres devora,
y Júpiter airado, que los mira,
mientras que más sus aras vuelven jaspe,
más duro está que bárbaro arimaspe.
(Dentro gran ruido de silbos y hondas, diciendo:)
  ¡Huid, pastores, huid,
que desciende de la cumbre
del monte la sierpe al valle!
¡Todo lo tala y destruye!
¡Huid!

DAFNE:

¡Ay, Júpiter santo!

BATO:

De esta vez, Silvia, me sume
Fitón en su escuro vientre.

SILVIA:

¡Huye, Bato!

SIRENA:

¡Dafne, huye!

ALCINO:

¡Por aquí, Sirena!

SIRENA:

¡Ay, triste!

(Tropezando los unos en los otros huyen,
quedando BATO en el suelo.)
BATO:

No hay cosa que no me ocupe
frío temor: ¡muerto soy!
Ceres y Baco me ayuden.

(Sale FEBO con su arco y flechas.)
FEBO:

De mi cuarta esfera al suelo
bajo, penetrando nubes,
a los montes de Tesalia,
que tristes voces confunden;
quejas de un fiero animal,
envueltas en llanto suben
a mis dorados palacios;
su luz eclipsan y cubren.
Dejé el carro a discreción
de Flegón y Etonte; alumbren
el mundo, y las ruedas de oro
la región etérea sulquen;
que basta que el primer móvil,
que tantos Cielos incluve.
desde la aurora los lleve
donde su término cumplen,
hasta que en sueño y silencio
la obscura noche sepulte,
a las sierras, soledades,
y a los hombres, pesadumbres.
Tomé el arco, y las saetas
pintadas al hombro puse,
antes que otro de los dioses
tan alta hazaña me usurpe;
que la envidia y la ambición
no hay cosa que no perturben,
así en imperiales solios,
como, en pajizas techumbres.
Voy en busca de la fiera;
mas ya la tierra descubre
uno de los hombres muertos,
por donde le siga y busque;
pero no lo está del todo.
¿Vives, hombre?

BATO:

¡Venus dulce,
Febo dorado, favor!

FEBO:

Alza el rostro, no te turbes.

BATO:

¿Qué quieres, señora sierpe?

FEBO:

Hombre, escucha.

BATO:

¿Que la escuche?
Esta vez, por el pescuezo
al estómago me engulle.

FEBO:

¿Estás herido?

BATO:

¿No ve
la sangre que se me escurre
qué arromadizada viene?

FEBO:

Oye, necio.

BATO:

No me hurgue;
que cosquillas de una sierpe
no hay hueso que no machuquen;
cómame junto, por Dios,
pero no me despachurre;
manido estoy, no haya miedo
que la haga mal en el buche.

FEBO:

Si estás herido, yo soy
el primero que compuse
aforismos medicables;
muestra el pecho, ¿qué rehuyes?

BATO:

¡Ay, que me muque, señores!
¡Ay, señores, que me muque!

FEBO:

Levanta, bestia.

BATO:

¿No es sierpe?

FEBO:

¿Aun no dejas que te cure?
Médico soy.

BATO:

Tarde viene:
no he menester que me purgue.

FEBO:

¿No estás herido?

BATO:

Yo no;
que estas verdes alegustres
donde huyendo tropecé,
de no le ver me disculpen.

FEBO:

¿Por adónde va Fitón?

BATO:

Señor, no me lo pregunte:
así Dios le dé salud.

FEBO:

Villano vil, no te excuses,
que tú me la has de enseñar.

BATO:

¿Yo cómo, si nunca supe
por adónde van las sierpes?

FEBO:

No hayas miedo que te injurie
yendo conmigo; que soy
Febo, el autor de la lumbre
celestial; yo soy Apolo.

BATO:

Señor Pollo, el que nos hunde
a rayos en el verano,
y en el invierno se escurre;
por acá los labradores
las cosas cuando es sazón,
que unas cría y otras pudre;
y también los segadores,
que dicen que los aturde,
porque no hay vino que beban,
que al momento no le suden.

FEBO:

Camina, ignorante, y dime,
antes que Fitón se oculte,
dónde le tengo de hallar.

BATO:

Mire, señor, que se aburre,
porque se le ha de mamar
como a higo por Octubre;
tenga lástima a sus años,
porque dan las juventudes
dolor si en agraz se van.

FEBO:

Camina.

BATO:

A mí no me culpe,
pues él por fuerza me lleva;
pero diga, ansí se enjugue
de las aguas del invierno
entre sus martas azules,
si es sol que todo lo ve,
¿no es necedad que procure
que yo le enseñe la sierpe?

FEBO:

¡Villano, no me disgustes!
Ahora soy cazador;
saetas llevo, y no luces,
con que deste al otro polo
no hay cosa que dificulte.
Ven sin temor; que me aflige
ver lo que esta tierra sufre:
que sólo es digna de Febo
una hazaña tan ilustre.

(Salen ARISTEO, Príncipe de Tesalia,
y COREBO, criado.)
COREBO:

  No está lejos Vuestra Alteza
de la gruta donde vive.

ARISTEO:

Ya mi pecho se apercibe,
Dafne hermosa, a tu belleza,
honor de naturaleza
y gloria de mi deseo;
que no ha de negar Peneo,
aunque tan ilustre río,
su hija a mi amor, por mío,
y a mi ser por Aristeo.
  Príncipe heredero soy
de Tesalia. ¿A quién pudiera
dar su hija que fe diera
la nobleza que le doy?
¡Perdido por ella estoy!

COREBO:

Bien, señor, lo manifiestas.

ARISTEO:

Vi, Corebo, en unas fiestas
a Dafne, donde excedía
cuantas damas aquel día
las adornaron compuestas;
  como el diamante al rubí,
como la rosa a la flor,
y el ámbar a todo olor,
vencer a todas la vi:
todos los sentidos di
al primero movimiento;
y viendo mi entendimiento
tan dulce imaginación
solicitó su atención
por la vista el pensamiento.
  Rendíle, en fin, por los ojos
cuanto supo y pudo amor,
como suele al vencedor
el rendido los despojos;
mas creciendo los enojos
de una pena tan suave,
rompió el secreto la llave.

COREBO:

Esta es la cueva, señor.

ARISTEO:

La esperanza de mi amor,
Hoy, en posesión acabe.
(Descúbrese el río PENEO en su gruta.)
  ¡Oh! Tú, famoso e ínclito Peneo,
que entre el Olimpo y Osa
riegas el Tempe, que con pies de rosa
recibe tu cristal en su deseo:
escucha atento al Príncipe Aristeo,
si no perturba el aire hasta tu oído
de las sonoras aguas el rüido;
levanta la cabeza, coronada
de tantas varias flores, y la copia
de fructíferas ramas esmaltada,
digno blasón de tu grandeza propia.
  El Nilo por Egipto y Etiopía,
el Gange por la India, y cuantos sorbe
el mar por todo el orbe,
te rindan vasallaje.

PENEO:

Mi Aristeo,
ese te debe sólo a ti Peneo.

ARISTEO:

Ya sabes, claro río,
a que me trae el pensamiento mío.

PENEO:

Tendréme por dichoso
en que mi yerno seas,
pues de Dafne deseas,
príncipe, ser esposo,
y ella también será con estas bodas
hermosa reina de las ninfas todas
que habitan mi ribera;
vuelve a tu casa y confiado espera.
que en sabiendo su gusto, pues es justo,
te la dará mi amor con mayor gusto.

ARISTEO:

De la nobleza de tu heroico pecho
partiré satisfecho;
que no es razón que un río semideo
pueda volver atrás.

PENEO:

Parte, Aristeo;
porque, entre cuantas cosas tienen nombre,
los ríos solamente
nunca vuelven atrás de su corriente;
ejemplo para el hombre,
si es hombre el que no cumple lo que dice.

ARISTEO:

El cielo te prospere de aguas puras.
¡Oh dulce auspicio de mi amor felice!
¡Oh tiempo, pues por todo te apresuras,
pasa por mí veloz con alas nuevas,
pero en dándome a Dafne no te muevas!

(Él se va por una parte,
y DAFNE entra por otra, y SILVIA.)


DAFNE:

Gente de la ciudad, Silvia: ¿qué es esto?
¿y con mi padre hablando?

SILVIA:

Estarán por ventura consultando
tu casamiento.

DAFNE:

Siempre fue molesto
ese cansado nombre a mis oídos.

SILVIA:

Pues ¿qué galanes?

DAFNE:

Menos que maridos.

SILVIA:

No parece mujer, pues en naciendo,
ese nombre les abre los sentidos,
ni viven otra cosa persuadiendo
a sus padres jamás.

DAFNE:

Pues yo no entiendo
darle esa pesadumbre.

PENEO:

¡Dafne mía,
escucha!

DAFNE:

¡Oh padre mío!

PENEO:

¿Vienes a lo que el Príncipe venía?
Merece amor, cuidado ha sido justo,
puesto que más en esta parte fío
de tu elección que de mi propio gusto.
Él es el heredero
de Tesalia y de Marte,
en cuya militar doctrina y arte
al mas ejercitado le prefiero.
¿Qué respondes?

DAFNE:

Amado padre mío,
bien sabes que a las selvas me desvío,
huyendo, así de dioses como de hombres,
no sólo las personas, mas los nombres.
Yo soy ninfa del coro
de la casta Diana
perdona si el respeto, si el decoro
por ley divina y obediencia humana
debido a obligaciones naturales,
fuera de prendas tales,
te pierdo, pues no puedo obedecerte.

PENEO:

¿Cuando esperaba de Tesalia verte,
Dafne, reina y señora, y que me dieras
nietos que en mis riberas
los viera yo mancebos,
ya Martes, y ya Febos,
correr gallardos persiguiendo fieras,
inobediente y loca me respondes?
¡Qué bien al grande amor que me has debido,
y a tus obligaciones, correspondes!
Pues no me verás más.

DAFNE:

¡Padre querido!
Metióse entre las ondas, y cubrióse
de un pabellón de plata.

SILVIA:

Entre las aguas va diciendo: «¡Ingrata!»
con murmurar sonoro.

DAFNE:

¿Permitióse,
Silvia, jamás a ninfa de Diana
que se casase?

SILVIA:

Que es locura vana
esto de ninfas: la naturaleza
hizo para los hombres la belleza
por aumentar el mundo.
{{Pt|DAFNE:|
Si un hombre fuera Júpiter segundo,
rey del supremo imperio,
o por este hemisferio
tuviera la belleza de Narciso,
le tuviera en los céspedes que piso:
aborrezco los hombres, esto es cierto.v

SILVIA:

Enojarás a Venus.

DAFNE:

Yo te advierto
que della, y de su hijo mal nacido
no se me da...

SILVIA:

Detente, que Cupido
es un dios que a los dioses inmortales
hace temblar.

DAFNE:

Sus bienes y sus males
son para gente loca, ociosa y vana:
yo soy ninfa del coro de Diana.

SILVIA:

¡Oh, tanto coro y tanto dianizarte!

DAFNE:

¡Váyase Venus a casar con Marte!

(Baje VENUS.)

VENUS:

  Dafne, entre cuantas ninfas
viven estas verdes selvas,
tan soberbia como hermosa,
y como hermosa soberbia:
¿qué blasonas, qué presumes,
ingrata a naturaleza,
que no crió a la hermosura
para vivir entre fieras?
¿Sabes que soy de quien hablas?
¿Sabes que los dioses tiemblan
del menor rayo une influya
mi dulce amorosa estrella?
¿Sabes que es mi hijo Amor?
¿Sabes que en las almas reina?
¿Sabes que no se resiste
pecho mortal de sus flechas?
¿Sabes que aquella armonía
que el cielo y tierra gobierna
es Amor? ¿Sabes que están
pendientes de su cadena
los elementos que pone
en paz de su eterna guerra?
¿Sabes que es concordia Amor,
y que el cielo se sustenta
en paz, moviendo sus orbes
concertada inteligencia?
¿Por qué el matrimonio huyes,
pues tu mismo ser te enseña
que alma y cuerpo están casados
como el agua con la tierra?
¿Qué fiera corre este campo,
qué ave en el aire vuela,
que hasta tener compañía
viva contenta y quieta?
¿Burlas mis razones, Dafne?
¿Risa en mi propia presencia?
Pues ¡por Júpiter sagrado...

DAFNE:

No prosigas, aunque sea
atrevimiento al respeto
debido por ley eterna
a las celestes deidades,
porque no has de hacer que tema
ni de tu estrella los rayos,
ni de tu hijo las flechas.
Yo sirvo y amo a Diana
si eres diosa, diosa es ella
que templará como luna
cuanto abrasares cometa,
voyme a buscar, sin temerte,
la soledad de las selvas;
que más que escuchar los hombres,
estimo el tratar con fieras.
(Vase.)

VENUS:

¿Hay atrevimiento igual?

SILVIA:

Señora, aunque voy con ella,
no soy tan bárbara y loca;
suplícole que me tenga
en posesión de mujer
para cuanto me acontezca;
y sepa Su Majestad
que ninguna cosa llega
a ser más mal empleada
que hermosura en mujer necia.
¿A los hombres quiere mal?
Que la imite no lo creas.
¿Qué me han hecho a mí los hombres
porque yo los aborrezca?

(Vase.)

VENUS:

Con razón quedo corrida.
¡Amor, amor!
(Sale CUPIDO con arco y flechas:
harále mujer, en hábito corto y bizarro.)

CUPIDO:

Dulce reina,
dulce madre, dulce diosa,
dulce llama, dulce estrella.
¿Qué me mandas?

VENUS:

No estoy yo
para que tan tierno vengas,
puesto que te doy los brazos.

CUPIDO:

Soy amor, hablo en mi lengua:
mas ¿quién te ha dado ocasión
para el enojo que muestras?

VENUS:

Una ninfa de Diana,
un hielo, un alma de piedra,
aquí con mil libertades,
de nuestra deidad blasfema,
de nuestro poder se ríe,
de amar los hombres se afrenta.
No eres mi hijo, Cupido,
ni permito que me debas
las alas de que formaste
las plumas de tus saetas;
pondré el amor en tu hermano,
no dejaré que me veas
eternamente la cara,
si de Dafne no me vengas.

CUPIDO:

Conozco a Dafne; hoy haré
que de amores enloquezca;
haréla llorar de celos,
haré que con tristes quejas
y lágrimas rompa el aire,
y el seco prado humedezca;
no ha de vivir sólo un punto
con quietud.

VENUS:

Venganza fuera
fácil; mas temo a Diana,
que luego me dice afrentas,
mis adulterios infama,
y la red de hierro alega
con la risa de los dioses
cuando me vieron en ella
con el dios de las batallas;
también dice que en la tierra
quise a Adonis, que hoy es flor,
y que lloré la tragedia
del sangriento jabalí
entre las mirras sabeas
de los campos orientales.

CUPIDO:

Pues ¿cómo quieres que emprenda
tu venganza?

VENUS:

Enamorando
della a quien ella no quiera.

CUPIDO:

Ya sabes, madre y señora,
que el Amor tiene dos flechas:
una de plomo, otra de oro;
la de plomo es cosa cierta
que causa aborrecimiento;
hiriendo a Dafne con ella,
y con la de oro algún dios,
ten por segura la fuerza,
porque al supremo poder
no puede haber resistencia.

VENUS:

Será discreta venganza.

CUPIDO:

Pues si es venganza discreta,
ata con cintas de nácar
el carro de oro las bellas
palomas de jazmín puro;
vuelve a tu luciente esfera,
que yo la pondré por obra.

VENUS:

De aquellas rosas que engendra
el sacro monte Pangeo,
producidas de mis venas,
te prometo una guirnalda.

CUPIDO:

Si Juno, si Palas fuera,
te han de rendir vasallaje.

VENUS:

Guardaos, mujeres soberbias;
que anda enojado el Amor:
amad, o temed sus flechas.
(Salen FEBO y BATO.)

BATO:

  ¿Viste la sierpe?

FEBO:

Ya vi
el fiero animal gigante.

BATO:

Pues si le tienes delante,
déjame volver a mí.

FEBO:

  Quiero que seas testigo
de que la sierpe maté.

BATO:

Sin verlo lo juraré
y sin que vaya contigo,
  al uso, de la ciudad,
adonde hay tantos que juran,
que escriben y que procuran
lo que nunca fue verdad.

FEBO:

  Júpiter, que mira el suelo,
les dará justo castigo.

BATO:

No teme el falso testigo
a Júpiter ni a su cielo.

FEBO:

  Súbete a ese monte, Bato,
y estarás seguro en él.

BATO:

Ya silba el monstruo cruel,
del mismo infierno retrato.
  Huid las sangrientas garras
de Fitón, ninfas, huid;
pastores, trepad, subid
por esas pardas pizarras;
  ya se acerca.

FEBO:

Extraño horror
me pone el fiero vestiglo,
que desde el primero siglo
no le vio el mundo mayor.
(Sale la sierpe echando fuego.)
  Vertiendo fuego me espera:
¡Júpiter, dame favor!

BATO:

Mátale presto, señor.

FEBO:

Yo haré que a mis manos muera;
  cumplió el cielo mi esperanza;
bizarro tiro: cayó.

BATO:

¡Voto al sol, que le acertó
por la mitad de la panza!

FEBO:

  Baja, Bato que ya está
vertiendo sangre en el prado.

BATO:

Aun no estoy asegurado
hacia la cueva se va.

FEBO:

  Cortaréle la cabeza
para ponella en el templo
de Diana.

BATO:

Sois ejemplo
de valor y fortaleza.
  Ninfas, pastores, bajad
de los montes a los prados:
los escondidos ganados
por el valle apacentad;
  ya puede el rojo arrebol
dorar la cándida lana
desde la fresca mañana
hasta que se ponga el sol;
  ya con las flechas felices
rompió sus manos feroces.

(Salen DAFNE, SIRENA, SILVIA y ALCINO.)

DAFNE:

Bato, ¿de qué son las voces?

SIRENA:

Bato, ¿qué victoria dices?

ALCINO:

  ¿Tú alegre en esta ocasión?

SILVIA:

¿Tú sin miedo?

BATO:

Sí, alahé;
pues ¿no queréis que lo esté?,
si Febo ha muerto a Fitón?

DAFNE:

  ¿Muerto?

BATO:

Y cortándole está
la cabeza.

ALCINO:

Digna hazaña
de un dios.

SIRENA:

De la montaña
bajan los pastores ya.

DAFNE:

  La fama, desde nosotras,
con mil lenguas importunas,
quita los ecos de unas
para ponerlos en otras;
  ya se junta todo el valle
para dalle el parabién.

BATO:

Ya vuestros ojos le ven.

SILVIA:

¡Lindo aspecto!

ALCINO:

¡Hermoso talle!
(Sale FEBO con la cabeza.)
  Hincaos de rodillas todos.

SILVIA:

Bato, de rodillas ponte.

BATO:

Desde lejos, que aún la temo;
verá qué hocico y cogote
que tenía el buen Fitón.

FEBO:

Venid seguros, pastores,
que el arco de Febo ha muerto
la destrucción de los montes,
el incendio de los valles
y el veneno de los bosques,
para que su protector
de hoy más Tesalia me nombre.

ALCINO:

Libertador de la patria,
por eternos siglos goces
la gloria de tanta hazaña.

DAFNE:

Tú solo mereces nombre
de vencedor inmortal.

SIRENA:

A tus pies, Febo, se postre
cuanto por el cielo ilustras,
cuanto alumbras por el orbe.

SILVIA:

A tus sacras aras, Febo,
ofrezcan mirras y aloes
los más apartados indios.

BATO:

En grandes obligaciones
nos ha puesto su mercé;
Dios se lo pague y le torne
con bien de cualquier camino
que vaya del Sur al Norte;
que cierto que mos comía
ese maldito serpoche
en montañas y en aldeas,
los ganados y los hombres,
ni mos quedaba cochino,
aunque su mercé perdone,
que en verdad que los perniles
bien merecen que se nombren;
ni cabritos, ni terneras,
ni conejos, ni pichones,
ni mondonguinos, ni gansos;
pues gallinas, diez o doce,
sin pedir una toalla
ni un panecillo, zampóse
de un espetón muchas veces,
sin que las plumas lo estorben:
pues lo que es leche no es nada
aunque lo cuente a la postre:
de veinte o treinta calderas,
apenas dejaba el cobre.
(Dentro relinchos; pastores y pastoras,
con instrumentos, cantando y bailando,
y CUPIDO detrás de ellos.)
  A la gala de Febo
cantad, pastores,
y coronen sus aras
rosas y flores.

UNA VOZ:

Del claro Peneo
las verdes riberas,
de Arcadia los bosques,
de Tempe las selvas,
a ofrecerle vengan
precisos dones,
y coronen sus aras
rosas y flores.

CUPIDO:

  Invisible entre esa gente
rústica, bárbara y pobre,
me trae una noble envidia
de ver que a Febo coronen
por disparar una flecha,
pues de todo su horizonte
no queda pastor o ninfa
que no le celebre y loe.
¡Qué vanaglorioso está!
¡Qué soberbio se antepone
a las deidades celestes!

FEBO:

Entre estas peñas y robles
un templo tiene mi hermana,
la hermosa Diana, adonde
descansa cuando en las selvas,
fieras sigue, ciervos corre;
porque es Diosa de la caza,
y porque Arcadia la invoque,
la cabeza de Fitón
quiero que su templo adorne.

ALCINO:

Ya, de tu victoria alegre,
los blancos velos descoge.
(El templo se abra,
y se vea DIANA en altar con un venablo
y un perro al lado, como la pintan.)

FEBO:

Entre tus sacros trofeos
permite, Diosa triforme,
que a tu noble templo ofrezcan
pastores y cazadores,
tenga lugar esta fiera,
porque no es justo que honre
otro altar victoria mía.

DIANA:

Febo, tan grandes favores
sólo mi amor los merece;
cuantos tigres y leones
tiene el Asia, cuantas fieras
y armados rinocerontes,
no pudieran ser despojos,
ni en todo el mundo mayores,
que de Fitón la cabeza;
esta ilustre y sobredore
los demás triunfos y ofrendas
con que mis aras componen;
cuando en las selvas Diana,
y cuando Luna en la noche,
a honrarme vendré con gusto
de una fiera tan disforme.

FEBO:

No por lustros y olimpiadas,
pastores, de hoy más se note
mi triunfo, sino por años;
mirad que esta ley impone
Febo en premio desta hazaña
porque mi victoria logre
la memoria que merece;
y quiero que nombre tomen,
estas fiestas que instituyo
de Fitón, juegos fitones.
Daré premio a los que fueren
ya en la lucha los mejores,
ya en correr, ya en hacer versos,
en otras gracias conformes
la fiesta de aquel día.

ALCINO:

¡Viva Febo!

BATO:

A Marte asombre
este triunfo.

SIRENA:

¡Víctor, Febo!

DAFNE:

Cantad y ofrecedle flores.
(Cantan.)
A la gala de Febo
cantad, pastores, etc.
(Todos se van cantando;

quedan FEBO y CUPIDO.)

FEBO:

¿Ha llegado ningún dios,
de cuantos sobre las torres
cristalinas de los cielos
tienen asiento en sus orbes,
a tanta fama, a tal gloria,
a tal triunfo, a tanto nombre?
Vulcano es un vil herrero,
¿qué importa que rayos forje?
Mercurio un tratante humilde,
estafeta de la corte
de los dioses celestiales;
pues Marte, de que interrompe
la paz del mundo se alabe,
y de formar escuadrones,
rizar plumas, limpiar armas,
lanzas, espadas y estoques;
pues Neptuno, con sus vientos
y sus delfines veloces,
¿quién puede ser?

CUPIDO:

Yo no puedo,
Febo, sufrir que blasones,
afrentando las deidades,
ni que a presumir te arrojes
por una hazaña tan vil,
que cuando a esta tierra importe,
más fue acierto que valor.
¿Quieres que todos te adoren
cuantos en Tesalia viven
con dioses, que protectores
tuvieron por tantos siglos,
y no es bien que los provoques?
Vete a matar liebres viles,
si cazador te dispones,
y si sol, a ver hazañas
que de mi valor te informen;
que yo, de los dioses todos
el menor, si a mí me escogen,
humillaré tus soberbias,
vengaré tus sinrazones,
haré...

FEBO:

Detente, rapaz,
si no quieres que de un golpe
deje sin Amor el mundo.

CUPIDO:

¿Tú a mí? Mal me conoces.

FEBO:

Sí conozco: ¿no eres tú
el que inventó las traiciones,
los agravios, las bajezas,
las guerras, los tratos dobles,
los adulterios, los celos,
y otras tantas invenciones,
con que no hay cielo que dejes,
ni tierra que no alborotes?
¿No eres tú el hijo de Venus,
dama que vivió sin orden
en Chipre por tantos años?
No dudes de que te sobren
padres nobles y plebeyos:
el que quisieres escoge.

CUPIDO:

¿Fue la tuya más horrenda,
cuyas peregrinaciones
sabe Delfos, y las cantan
las ranas con roncas voces,
trocando en pellejos verdes
sus labradores capotes?
¿Qué respondes?

FEBO:

Por muchacho
no te arrojo, niño enorme,
desotra parte del cielo.

CUPIDO:

Poco a poco y no me apoques:
¿qué gigantes fulminaste?
¿Qué rayos tiraste entonces,
que tales soberbias dices?
Si matar fieras feroces
es gloria, mayor será
matar las almas de amores.
¿Es blasón rendir las fieras,
más que herir los corazones?
Tú flechas visibles tiras,
yo invisibles, tan veloces
que no hay resistencia humana
que su ejecución estorbe.
Mira tú: del arco y flechas,
¿quién puede con más razones
blasonar?

FEBO:

Mira, Cupido:
dejando aparte que pones
fuego al mundo, que disculpa
neciamente tus errores,
tus tragedias y venganzas,
de que a los hombres despojes
de su libertad, no arguyo
tu valor.

CUPIDO:

Eso respondes:
pues ¿qué animal es igual
al hombre?

FEBO:

Los que te acogen
son hombres desocupados
que viven en ocio torpe:
¿qué virtudes has vencido?

CUPIDO:

No quiero afrentar los dioses
ni cansarte con ejemplos.
¿Tú no te precias de noble,
de sabio y valiente?

FEBO:

Sí.

CUPIDO:

Y si te hiciese que llores
de amor, ¿qué dirás?

FEBO:

¿Yo?

CUPIDO:

Tú.

FEBO:

Vete, infame, y no me enojes.

CUPIDO:

A la prueba, y sean testigos
esos cielos que nos oyen.

FEBO:

Tengo impenetrable el alma.

CUPIDO:

Yo soy rayo.

FEBO:

Yo soy bronce.

CUPIDO:

Yo te haré, cera.

FEBO:

Soy sol.

CUPIDO:

Si eres sol, serás Faetonte;
que para fuerzas de amor,
ni valen hielos ni soles.