El amante liberal (1883)
EL AMANTE LIBERAL.
¡Oh lamentables ruinas de la desdichada Nicosia, apenas enjutas de la sangre de vuestros valerosos y mal afortunados defensores! Si como careceis de sentido, le tuviérades ahora, en esta soledad donde estamos, pudiéramos lamentar juntamente nuestras desgracias, y quizá el haber hallado compañía en ellas aliviaria nuestro tormento: esta esperanza os puede haber quedado, mal derribados torreones, que otra vez, aunque no para tan justa defensa como la en que os derribaron, os podeis ver levantados; mas yo desdichado ¿qué bien podré esperar en la miserable estrecheza en que me hallo, aunque vuelva al estado en que estaba ántes deste en que me veo? tal es mi desdicha, que en la libertad fuí sin ventura, y en el cautiverio ni la tengo ni la espero.
Estas razones decia un cautivo cristiano, mirando desde un recuesto las murallas derribadas de la ya perdida Nicosia, y así hablaba con ellas, y hacia comparacion de sus miserias á las suyas, como si ellas fueran capaces de entenderle (propia condicion de afligidos, que llevados de sus imaginaciones hacen y dicen cosas ajenas de toda razon y buen discurso). En esto salió de un pabellon ó tienda, de cuatro que estaban en aquella campaña puestas, un turco mancebo de muy buena disposicion y gallardía, y llegándose al cristiano le dijo: Apostaria yo, Ricardo amigo, que te traen por estos lugares tus continuos pensamientos. Sí traen, respondió Ricardo (que este era el nombre del cautivo); mas ¿qué aprovecha si en ninguna parte á de voy hallo tregua ni descanso en ellos, ántes me los han acrecentado estas ruinas que desde aquí se descubren? Por las de Nicosia dirás, dijo el turco. Pues ¿por euáles quieres que lo diga, repitió Ricardo, si no hay otras que á los ojos por aquí se ofrezcan? Bien tendrás que llorar, replicó el turco, si en esas contemplaciones entras; porque los que vieron habrá dos años á esta nombrada y rica isla de Chipre en su tranquilidad y sosiego, gozando sus moradores en ella de todo aquello que la felicidad humana puede conceder á los hombres, y ahora los ven, ó contemplan ó desterrados della, ó en ella cautivos y miserables, ¿cómo podrán dejar de no dolerse de su calamidad y desventura? Pero dejemos estas cosas, pues no llevan remedio, y vengamos á las tuyas, que quiero ver si le tienen; y así te ruego por lo que debes á la buena voluntad que te he mostrado y por lo que te obliga el ser entrambos de una misma patria, y habernos criado en nuestra niñez juntos, que me digas ¿qué es la causa que te trae tan demasiadamente triste? que puesto caso que sola la del cautiverio es bastante para entristecer el corazon mas alegre del mundo, todavía imagino que de mas atras traen la corriente tus desgracias; porque los generosos ánimos como el tuyo no suelen rendirse á las comunes desdichas tanto que den muestras de estraordinarios sentimientos: y haceme creer esto, el saber yo que no eres tan pobre que te falte para dar cuanto pidieren para tu rescate; ni estás en las torres del mar Negro, como cautivo de consideracion que tarde ó nunca alcanza la deseada libertad: así que no habiéndote quitado la mala suerte las esperanzas de verte libre, y con todo esto verte rendido á dar miserables muestras de tu desventura, no es mucho que imagine que tu pena procede de otra causa que de la libertad que perdiste, la cual causa te suplico me digas, ofreciéndote cuanto puedo y valgo; quizá para que yo te sirva ha traido la fortuna este rodeo de haberme hecho vestir deste hábito, que aborrezco.
Ya sabes, Ricardo, que es mi amo el cadí desta ciudad (que es lo mismo que ser su obispo); sabes tambien lo mucho que vale y lo mucho que con él puedo: juntamente con esto no ignoras el deseo encendido que tengo de no morir en este estado que parece que profeso, pues cuando mas no pueda tengo de confesar y publicar á voces la fe de Jesucristo, de quien me apartó mi poca edad y ménos entendimiento, puesto que sé que tal confesion me ha de costar la vida, que á trueco de no perder la del alma, daré por bien empleado perder la del cuerpo: de todo lo dicho quiero que infieras y que consideres que te puede ser de algun provecho mi amistad, y que para saber qué remedios ó alivios puede tener tu desdicha, es menester que me la cuentes como ha menester el médico la relacion del enfermo, asegurándote que la depositaré en lo mas escondido del silencio. A todas estas razones estuvo callando Ricardo, y viéndose obligado dellas y de la necesidad le respondió con estas: Si así como has acertado, oh amigo Mahamut (que así se llamaba el turco), en lo que de mi desdicha imaginas, acertaras en su remedio, tuviera por bien perdida mi libertad, y no trocara mi desgracia con la mayor ventura que imaginarse pudiera; mas yo sé que ella es tal que todo el mundo podrá saber bien la causa de donde procede, mas no habrá en él persona que se atreva no solo á hallarle remedio, pero ni aun alivio: y para que quedes satisfecho desta verdad, te la contaré en las ménos razones que pudiere; pero antes que entre en el confuso laberinto de mis males, quiero que me digas ¿qué es la causa que Azam bajá mi amo ha hecho plantar en esta campaña estas tiendas y pabellones ántes de entrar en Nicosia, adonde viene proveido por virey, por bajá como los turcos llaman á los vireyes? Yo te satisfaré brevemente, respondió Mahamut; y así has de saber que es costumbre entre los turcos, que los que van por vireyes de alguna provincia no entran en la ciudad donde su antecesor habita hasta que él salga della y deje hacer libremente que viene la residencia; y en tanto que el bajá nuevo la hace, el antiguo se está en la campaña esperando lo que resulta de sus cargos, los cuales se hacen sin que él pueda intervenir á valerse de sobornos y amistades, si ya primero no lo ha hecho: hecha pues la residencia se la dan al que deja el cargo en un pergamino cerrado y sellado, y con ella se presenta á la Puerta del Gran Señor, que es como decir en la corte ante el gran consejo del turco: la cual vista por el visir bajá, y por los otros cuatro bajáes menores (como si dijésemos ante el presidente. del real consejo y oidores), ó le premian ó le castigan segun la relacion de la résidencia; puesto que si viene culpado, con dineros rescata y escusa el castigo; si no viene culpado y no le premian, como sucede de ordinario, con dádivas y presentes alcanza el cargo que mas se le antoja, porque no se dan allí los cargos y oficios por merecimientos, sino por dineros: todo se vende y todo se compra: los proveedores de los cargos roban a los proveidos en ellos y los desuellan: deste oficio comprado sale la sustancia para comprar otro que mas ganancia promete: todo va como digo, todo este imperio es violento, señal que prometia no ser durable; pero á lo que yo creo, y así debe de ser verdad, le tienen sobre sus hombros nuestros pecados: quiero decir, los de aquellos que descaradamente y á rienda suelta ofenden á Dios como yo hago: él se acuerde de mí por quien es él. Por la causa que he dicho pues, tu amo Hazan bajá ha estado en esta campaña cuatro dias, y si el de Nicosia no ha salido como debia, ha sido por haber estado muy malo; pero ya está mejor y saldrá hoy ó mañana sin duda alguna, y se ha de alojar en unas tiendas que están detras deste recuesto que tú no has visto, y tu amo entrará luego en la ciudad: y esto es lo que hay que saber de lo que me preguntaste.
Escucha pues, dijo Ricardo; mas no sé si podré cumplir lo que ántes dije, que en breves razones te contaria mi desventura, por ser ella tan larga y desmedida, que no se puede medir con razon alguna; con todo eso haré lo que pudiere y lo que el tiempo diere lugar: y así te pregunto primero, si conoces en nuestro lugar de Trápana una doncella á quien la fama daba nombre de la mas hermosa mujer que habia en toda Sicilia: una doncella, digo, por quien decian todas las curiosas lenguas y afirmaban los mas raros entendimientos, que era la de mas perfecta hermosura que tuvo la edad pasada, tiene la presente y espera tener la que está por venir: una por quien los poetas cantaban que tenia los cabellos de oro, y que eran sus ojos dos resplandecientes soles, y sus mejillas purpúreas rosas, sus dientes perlas, sus labios rubíes, su garganta alabastro: y que sus partes con el todo, y el todo con sus partes hacian una maravillosa y concertada armonía, esparciendo naturaleza sobre todo una suavidad de colores tan natural y perfecta, que jamas pudo la envidia hallar cosa en que ponerle tacha. Qué ¿es posible, Mahamut, que ya no me has dicho quién es y cómo se llama? sin duda creo, ó que no me oyes, ó que cuando en Trápana estabas carecias de sentido. En verdad, Ricardo, respondió Mahamut, que si la que has pintado con tantos estremos de hermosura no es Leonisa, la hija de Rodolfo Florencio, no sé quién sea, que esta sola tenia la fama que dices. Esa es, oh Mahamut, respondió Ricardo, esa es, amigo, la causa principal de todo mi bien y de toda mi desventura: esa es, que no la perdida libertad, por quien mis ojos han derramado, derraman y derramarán lágrimas sin cuento, y la por quien mis suspiros encienden el aire cerca y léjos, y la por quien mis razones cansan al cielo que las escucha, y á los oidos que las oyen: esa es por quien tú me has juzgado por loco, ó por lo menos por de poco valor y ménos ánimo: esta Leonisa, para mí leona, y mansa cordera para otro, es la que me tiene en este miserable estado; porque has de saber que desde mis tiernos años, ó á lo ménos desde que tuve uso de razon no solo la amé, mas la adoré y serví con tanta solicitud como si no tuviera en la tierra ni en el cielo otra deidad á quien sirviese ni adorase: sabian sus deudos y sus padres mis deseos, y jamas dieron muestras de que les pesase, considerando que iban encaminados á fin honesto y virtuoso; y así muchas veces sé yo que se lo dijeron á Leonisa, para disponerle la voluntad á que por su esposo me recebiese, conociendo mi calidad y nobleza: mas ella, que tenia puestos los ojos en Cornelio, el hijo de Ascanio Rótulo, que tú bien conoces (mancebo galan, atildado, de blancas manos y rizos cabellos, de voz melíflua y de amorosas palabras, y finalmente todo hecho de ámbar y de alfeñique, guarnecido de telas y adornado de brocados), no quiso ponerlos en mi rostro no tan delicado como el de Cornelio, ni quiso agradecer siquiera mis muchos y continuos servicios, pagando mi voluntad con desdeñarme y aborrecerme; y á tanto llegó el estremo de amarla, que tomara por partido dichoso que me acabara á pura fuerza de desdenes y desagradecimientos, con que no diera descubiertos aunque honestos favores á Cornelio: mira pues si llegándose á la angustia del desden y aborrecimiento la mayor y mas cruel rabia de los celos, cuál estaria mi alma de dos tan mortales pestes combatida: disimulaban los padres de Leonisa los favores que á Cornelio hacia, creyendo, como estaba en razon que creyesen, que atraido el mozo de su incomparable y bellísima hermosura, la escogeria por su esposa, y en ello granjearian yerno mas rico que conmigo: bien pudiera ser, si así fuera; pero no le alcanzarán, sin arrogancia sea dicho, de mejor condicion que la mia, ni de mas altos pensamientos, ni de mas conocido valor que el mio. Sucedió pues que en el discurso de mi pretension alcancé á saber que un dia del mes pasado de mayo, que este de hoy hace un año, tres dias, y cinco horas, Leonisa y sus padres, y Cornelio y los suyos se iban á solazar con toda su parentela y criados al jardin de Ascanio, que está cercano á la marina en el camino de las salinas. Bien lo sé, dijo Mahamut, pasa adelante, Ricardo, que mas de cuatro dias tuve en él, cuando Dios quiso, mas de cuatro buenos ratos. Súpelo, replicó Ricardo, y al mismo instante que lo supe me ocupó el alma una furia, una rabia y un infierno de celos con tanta vehemencia y rigor, que me sacó de mis sentidos, como lo verás por lo que luego hice, que fué irme al jardin donde me dijeron que estaban, y hallé á la mas de la gente solazándose, y debajo de un nogal sentados á Cornelio y á Leonisa, aunque desviados un poco: cuál ellos quedaron de mi vista no lo sé; de mí sé decir que quedé tal con la suya que perdí la de mis ojos, y me quedé como estatua sin voz ni movimiento alguno; pero no tardó mucho en despertar el enojo á la cólera, y la cólera á la sangre del corazon, y la sangre á la ira, y la ira á las manos y la lengua: puesto que las manos se ataron con el respeto á mi parecer debido al hermoso rostro que tenia delante; pero la lengua rompió el silencio con estas razones: Contenta estarás, oh enemiga mortal de mi descanso, en tener con tanto sosiego delante de tus ojos la causa que hará que los mios vivan en perpetuo y doloroso llanto: llégate, llégate, cruel, un poco mas, y enrede tu yedra á ese inútil tronco que te busca: peina ó ensortija aquesos cabellos de ese tu nuevo Ganimédes, que tibiamente te solicita: acaba ya de entregarte á los banderizos años dese mozo en quien contemplas; porque perdiendo yo la esperanza de alcanzarte, acabe con ella la vida que aborrezco: ¿piensas por ventura, soberbia y mal considerada doncella, que contigo sola se han de romper y faltar las leyes y fueros que en semejantes casos en el mundo se usan? ¿Piensas, quiero decir, que ese mozo altivo por su riqueza, arrogante por su gallardía, inesperto por su edad poca, confiado por su linaje, ha de querer, ni poder, ni saber guardar firmeza en sus amores, ni estimar lo inestimable, ni conocer lo que conocen los maduros y esperimentados años? No lo pienses, si lo piensas, porque no tiene otra cosa buena el mundo, sino hacer sus acciones siempre de una misma manera, porque no se engañe nadie sino por su propia ignorancia: en los pocos años está la inconstancia mucha, en los ricos la soberbia, la vanidad en los arrogantes, y en los hermosos el desden, y en los que todo esto tienen la necedad, que es madre de todo mal suceso: y tú, o mozo, que tan á salvo piensas llevar el premio mas debido á mis buenos deseos que á los ociosos tuyos, ¿por qué no te levantas dese estrado de flores donde yaces, y vienes á sacarme el alma que tanto la tuya aborrece? y no porque me ofendas en lo que haces, sino porque no sabes estimar el bien que la ventura te concede: y vese claro que tienes en poco, en que no quieres moverte á defenderle por no ponerte á riesgo de descomponer la afeitada compostura de tu galan vestido: si esa tu reposada condicion tuviera Aquíles, bien seguro estuviera Ulíses de no salir con su empresa, aunque mas le mostrara resplandecientes armas y acerados alfanjes: véte, véte, y recréate entre las doncellas de tu madre, y allí ten cuidado de tus cabellos y de tus manos, mas dispuestas á devanar blando sirgo, que á empuñar la dura espada. A todas estas razones jamas se levantó Cornelio del lugar donde le hallé sentado; ántes se estuvo quedo, mirándome como embelesado sin moverse: y las levantadas voces con que le dije lo que has oido, se fué llegando la gente que por la huerta andaba, y se pusieron á escuchar otros mas improperios que á Cornelio le dije, el cual tomando ánimo con la gente que acudió, porque todos ó los mas eran sus parientes, criados ó allegados, dió muestras de levantarse; mas ántes que se pusiese en pié puse mano á mi espada y acometíle no solo á él, sino á todos cuantos allí estaban; pero apénas vió Leonisa relucir mi espada cuando le tomó un recio desmayo, cosa que me puso en mayor coraje y mayor despecho; y no te sabré decir, si los muchos que me acometieron atendian no mas de á defenderse, como quien se defiende de un loco furioso, o si fué mi buena suerte y diligencia, ó el cielo que para mayores males queria guardarme, porque en efecto herí siete ú ocho de los que hallé mas á mano á Cornelio le valió su buena diligencia, pues fué tanta la que puso en los piés huyendo, que se escapó de mis manos: estando en este tan manifiesto peligro, cercado de mis enemigos, que ya como ofendidos procuraban vengarse, me socorrió la ventura con un remedio, que fuera mejor haber dejado allí la vida, que no restaurándola por tan no pensado camino venir á perderla cada hora mil y mil veces: y fué que de improviso dieron en el jardin mucha cantidad de turcos de dos galeotas de cosarios de Viserta, que en una cala que allí cerca estaba habian desembarcado sin ser sentidos de las centinelas de las torres de la marina, ni descubiertos de los corredores ó atajadores de la costa: cuando mis contrarios los vieron, dejándome solo, con presta celeridad se pusieron en cobro: de cuantos en el jardin estaban, no pudieron los turcos cautivar mas de á tres personas, y á Leonisa que aun se estaba desmayada: á mí me cogieron con cuatro disformes heridas, vengadas antes por mi mano con cuatro turcos que de otras cuatro dejé sin vida tendidos en el suelo: este asalto hicieron los turcos con su acostumbrada diligencia, y no muy contentos del suceso se fueron á embarcar, y luego se hicieron á la mar, y á vela y remo en breve espacio se pusieron en la Fabiana: hicieron reseña por ver qué gente les faltaba, y viendo que los muertos eran cuatro soldados de aquellos que ellos llaman levantes, y de los mejores y mas estimados que traian, quisieron tomar en mí la venganza, y así mandó el arraez de la capitana bajar la entena para ahorcarme. Todo esto estaba mirando Leonisa, que ya habia vuelto en sí, y viéndose en poder de los cosarios derramaba abundancia de hermosas lágrimas, y torciendo sus manos delicadas, sin hablar palabra estaba atenta á ver si entendia lo que los turcos decian: mas uno de los cristianos del remo le dijo en italiano cómo el arraez mandaba ahorcar aquel cristiano, señalándome á mí, porque habia muerto en su defensa á cuatro de los mejores soldados de las galeotas: lo cual oido y entendido por Leonisa, la vez primera que se mostró para mí piadosa, dijo al cautivo que dijese á los turcos que no me ahorcasen, porque perderian un gran rescate, y que les rogaba volviesen á Trápana, que luego me rescatarian: esta, digo, fué la primera, y aun será la última caridad que usó conmigo Leonisa, y todo para mayor mal mio. Oyendo pues los turcos las razones que el cautivo italiano les decia, le creyeron fácilmente, y mudóles el interes la cólera. Otro dia por la mañana, alzando bandera de paz volvieron á Trápana: aquella noche la pasé con el dolor que imaginarse puede, no tanto por el que mis heridas me causaban, cuanto por imaginar el peligro en que la cruel enemiga mia entre aquellos bárbaros estaba. Llegados pues como digo á la ciudad, entró en el puerto la una galeota, y la otra se quedó fuera: coronóse luego todo el puerto y la ribera toda de cristianos, el lindo de Cornelio desde lejos estaba mirando lo que en la galeota pasaba: acudió luego un mayordomo mio á tratar de mi rescate, al cual dije que en ninguna manera tratase de mi libertad sino de la de Leonisa, y que diese por ella todo cuanto valia mi hacienda, y mas le ordené que volviese á tierra, y dijese á los padres de Leonisa, que le dejasen á él tratar de la libertad de su hija, y que no se pusiesen en trabajo por ella. Hecho esto, el arraez principal, que era un renegado griego llamado Yzuf, pidió por Leonisa seis mil escudos, y por mí cuatro mil, añadiendo que no daria el uno sin el otro: pidió esta gran suma, segun despues supe, porque estaba enamorado de Leonisa, y no quisiera él rescatarla sino darla al arraez de la otra galeota, con quien habia de partir las presas que se hiciesen por mitad, á mí en precio de cuatro mil escudos, y mil en dinero que hacian cinco mil, y quedarse con Leonisa por otros cinco mil: y esta fué la causa porque nos apreció á los dos en diez mil escudos. Los padres de Leonisa no ofrecieron de su parte nada, atenidos á la promesa que de mi parte mi mayordomo les habia hecho: ni Cornelio movió los labios en su provecho; y así despues de muchas demandas y respuestas, concluyó mi mayordomo en dar por Leonisa cinco mil, y por mí tres mil escudos. Aceptó Yzuf este partido forzado de las persuasiones de su compañero y de lo que todos sus soldados le decian; mas como mi mayordomo no tenia junta tanta cantidad de dineros, pidió tres dias de término para juntarlos, con intencion de malbaratar mi hacienda hasta cumplir el rescate. Holgóse desto Yzuf, pensando hallar en este tiempo ocasion para que el concierto no pasase adelante, y volviéndose á la isla de la Fabiana, dijo que llegado el término de los tres dias volveria por el dinero. Pero la ingrata fortuna, no cansada de maltratarme, ordenó que estando desde lo mas alto de la isla puesta á la guarda una centinela de los turcos, bien dentro á la mar descubrió seis velas latinas, y entendió, como fué verdad, que debian ser ó la escuadra de Malta, algunas de las de Sicilia: bajó corriendo á dar la nueva, y en un pensamiento se embarcaron los turcos que estaban en tierra, cuál guisando de comer, cuál lavando su ropa, y zarpando con no vista presteza dieron al agua los remos y al viento las velas, y puestas las proas en Berberia, en ménos de dos horas perdieron de vista las galeras; y así cubiertos con la isla y con la noche que venia cerca, se aseguraron del miedo que habian cobrado. A tu buena consideracion dejo, oh Mahamut amigo, que consideres cuál iria mi ánimo en aquel viaje tan contrario del que yo esperaba; y mas cuando otro dia habiendo llegado las dos galeotas á la isla de la Pantanalea por la parte del mediodía, los turcos saltaron en tierra á hacer leña y carne, como ellos dicen, y mas cuando vi que los arraeces saltaron en tierra, y se pusieron á hacer las partes de todas las presas que habian hecho, cada accion destas fué para mí una dilatada muerte: viniendo pues à la particion mia y de Leonisa, Yzuf dió á Fetala (que así se llamaba el arraez de la otra galeota) seis cristianos, los cuatro para el remo, y dos muchachos hermosísimos, de nacion corsos, y á mí con ellos, por quedarse con Leonisa, de lo cual se contentó Fetala; y aunque estuve presente á todo esto, nunca pude entender lo que decian, aunque sabía lo que hacian, ni entendiera por entóncos el modo de la particion, si Fetala no se llegara á mí y me dijera en italiano: Cristiano, ya eres mio, en dos mil escudos de oro te me han dado; si quieres libertad, has de dar cuatro mil, si no acá morir. Preguntéle, si era tambien suya la cristiana: díjome que no, sino que Ysuf se quedaba con ella con intencion de volverla mora y casarse con ella: y así era la verdad, porque me lo dijo uno de los cautivos del remo que entendia bien el turquesco, y se lo habia oido tratar á Yzuf y á Fetala. Díjele á mi amo que hiciese de modo como se quedase con la cristiana, y que le daria por su rescate solo diez mil escudos de oro en oro. Respondióme no ser posible: pero que haria que Yzuf supiese la gran suma que le ofrecia por la cristiana, que quizá llevado del interese, mudaria de intencion y la rescataria. Hízolo así, y mandó que todos los de su galeota se embarcasen luego, porque se queria ir á Tripol de Berbería, de donde él era. Yzuf asimismo determinó irse á Viserta: y así se embarcaron con la misma priesa que suelen cuando descubren ó galeras de quien temer, ó bajeles á quien robar: movióles á darse priesa, por parecerles que el tiempo mudaba con muestras de borrasca. Estaba Leonisa en tierra, pero no en parte que yo la pudiese ver, sino fué que al tiempo del embarcarnos llegámos juntos á la marina: llevábala de la mano su nuevo amo y su mas nuevo amante, y al entrar por la escala que estaba puesta desde tierra à la galeota, volvió los ojos á mirarme, y los mios, que no se quitaban della, la miraron con tan tierno sentimiento y dolor, que sin saber cómo, se me puso una nube ante ellos que me quitó la vista, y sin ella y sin sentido alguno di conmigo en el suelo: lo mismo me dijeron despues que habia sucedido á Leonisa, porque la vieron caer de la escala á la mar, y que Yzuf se habia echado tras ella y la sacó en brazos: esto me contaron dentro de la galeota de mi amo, donde me habian puesto sin que yo lo sintiese; mas cuando volví de mi desmayo, y me vi solo en la galeota, y que la otra tomando otra derrota, se apartaba de nosotros, llevándose consigo la mitad de mi alma, ó por mejor decir toda ella, cubrióseme el corazon de nuevo, y de nuevo maldije mi ventura, y llamé á la muerte á voces; y eran tales los sentimientos que hacia, que mi amo enfadado de oirme, con un grueso palo me amenazó que si no callaba me maltrataria: reprimí las lágrimas, recogí los suspiros, creyendo que con la fuerza que les hacia reventarian por parte que abriesen puerta al alma, que tanto deseaba desamparar este miserable cuerpo; mas la suerte, aun no contenta de haberme puesto en tan encogido estrecho, ordenó de acabar con todo, quitándome las esperanzas de todo mi remedio, y fué que en un instante se declaró la borrasca que ya se temia, y el viento que de la parte de mediodía soplaba y nos embestia por la proa comenzó reforzar con tanto brio, que fué forzoso volverle la popa y dejar correr el bajel por donde el viento queria llevarle, con harto riesgo de los que en él llevaban puesta la confianza de sus vidas. Llevaba designio el arraez de despuntar la isla, y tomar abrigo en ella por la banda del norte; mas sucedióle al reves su pensamiento, porque el viento cargó con tanta furia, que todo lo que habíamos navegado en dos dias, en poco mas de catorce horas nos vimos á seis millas ó siete de la propia isla de donde habíamos partido, y sin remedio alguno íbamos á embestir en ella, y no en alguna playa, sino en unas muy levantadas peñas que á la vista se nos ofrecian, amenazando de inevitable muerte nuestras vidas: vimos á nuestro lado la galeota de nuestra conserva, donde estaba Leonisa, y todos sus turcos y cautivos remeros haciendo fuerza con los remos para entretenerse y no dar en las peñas: lo mismo hicieron los de la nuestra con mas ventaja y esfuerzo á lo que pareció, que los de la otra, los cuales cansados del trabajo, y vencidos del teson del viento y de la tormenta, soltando los remos se abandonaron y se dejaron ir á vista de nuestros ojos á embestir en las peñas, donde dió la galeota tan grande golpe, que toda se hizo pedazos: comenzaba á cerrar la noche, y fué tamaña la grita de los que se perdian y el sobresalto de los que en nuestro bajel temian perderse, que ninguna cosa de las que nuestro arraez mandaba se entendia ni se hacia; solo se atendia á no dejar los remos de las manos, tomando por remedio volver la proa al viento y echar dos áncoras á la mar para entretener con esto algun tiempo la muerte que por cierta tenian; y aunque el miedo de morir era general en todos, en mí era muy al contrario, porque con la esperanza engañosa de ver en el otro mundo á la que habia tan poco que deste se habia apartado, cada punto que la galeota tardaba en anegarse ó en embestir en las peñas, era para mí un siglo de mas penosa muerte: las levantadas olas que por encima del bajel y de mi cabeza pasaban, me hacian estar atento á ver si en ellas venia el cuerpo de la desdichada Leonisa: no quiero detenerme ahora, oh Mahamut, en contarte por menudo los sobresaltos, los temores, las ansias, los pensamientos que en aquella luenga y amarga noche tuve y pasé, por no ir contra lo que primero propuse de contarte brevemente mi desventura; basta decirte que fueron tantos y tales que si la muerte viniera en aquel tiempo, tuviera bien poco que hacer en quitarme la vida: vino el dia con muestras de mayor tormenta que la pasada, y hallámos que el bajel habia virado un gran trecho, habiéndose desviado de las peñas un buen espacio, y llegádose á una punta de la isla; viéndose tan á pique de doblarla turcos y cristianos con nueva esperanza y fuerzas nuevas, al cabo de seis horas doblámos la punta, y hallámos mas blando el mar y mas sosegado, de modo que mas fácilmente nos aprovechámos de los remos, y abrigados con la isla tuvieron lugar los turcos de saltar en tierra para ir á ver si habia quedado alguna reliquia de la galeota que la noche ántes dió en las peñas; mas aun no quiso el cielo concederme el alivio que esperaba tener de ver en mis brazos el cuerpo de Leonisa, que aunque muerto despedazado holgara de verle, por romper aquel imposible que mi estrella me puso de juntarme con él como mis buenos deseos merecian; y así rogué á un renegado que queria desembarcarse, que le buscase y viese si la mar lo habia arrojado á la orilla; pero, como ya he dicho, todo esto me negó el cielo, pues al mismo instante tornó á embravecerse el viento de manera que el amparo de la isla no fué de algun provecho: viendo esto Fetala, no quiso contrastar contra la fortuna que tanto le perseguia; y así mandó poner el trinquete al árbol y hacer un poco de vela, volvió la proa á la mar y la popa al viento; y tomando él mismo el cargo del timon, se dejó correr por el ancho mar, seguro que ningun impedimento le estorbaria su camino: iban los remos igualados en la crujía, y toda la gente sentada por los bancos y ballesteras, sin que en toda la galeota se descubriese otra persona que la del cómitre, que por mas seguridad suya se hizo atar fuertemente al estanterol: volaba el bajel con tanta ligereza que en tres dias y tres noches, pasando á la vista de Trápana, de Melazo y de Palermo, embocó por el Faro de Mesina, con maravilloso espanto de los que iban dentro y de aquellos que desde la tierra los miraban. En fin, por no ser tan prolijo en contar la tormenta como ella lo fué en su porfía, digo que cansados, hambrientos y fatigados con tan largo rodeo, como fué bojar casi toda la isla de Sicilia, llegámos á Tripol de Berbería, donde á mi amo (ántes de haber hecho con sus levantes la cuenta del despojo, y dádoles lo que les tocaba, y su quinto al rey, como es costumbre), le dió un dolor de costado tal, que dentro de tres dias dió con él en el infierno: púsose luego el rey de Tripol en toda su hacienda, y el alcaide de los muertos que allí tiene el Gran Turco (que como sabes es heredero de los que no le dejan en su muerte), estos dos tomaron toda la hacienda de Fetala mi amo, y yo cupe á este que entonces era virey de Tripol; y de allí á quince dias le vino la patente de virey de Chipre, con el cual he venido hasta aquí sin intento de rescatarme, porque aunque él me ha dicho muchas veces que me rescate, pues soy hombre principal, como se lo dijeron los soldados de Fetala, jamas he acudido á ello, ántes le he dicho que le engañaron los que le dijeron grandezas de mi posibilidad: y si quieres, Mahamut, que te diga todo mi pensamiento, has de saber que no quiero volver á parte donde por alguna via pueda tener cosa que me consuele, y quiero que juntándose á la vida del cautiverio los pensamientos y memorias que jamas me dejan de da muerte de Leonisa, vengan á ser parte para que yo no la tenga jamas de gusto alguno: y si es verdad que los continuos dolores forzosamente se han de acabar ó acabar á quien los padece, los mios no podrán dejar de hacerlo, porque pienso darles rienda de manera que á pocos dias den alcance á la miserable vida que tan contra mi voluntad sostengo. Este es, oh Mahamut hermano, el triste suceso mio: esta es la causa de mis suspiros y de mis lágrimas, mira tú ahora y considera si es bastante para sacarlos de lo profundo de mis entrañas, y para engendrarlos en la sequedad de mi lastimado pecho. Leonisa murió, y con ella mi esperanza; que puesto que la que tenia ella viviendo, se sustentaba de un delgado cabello, todavía, todavía: y en este todavía se le pegó la lengua al paladar, de manera que no pudo hablar mas palabra ni detener las lágrimas que, como suele decirse, hilo á hilo le corrian por el rostro en tanta abundancia que llegaron á humedecer el suelo. Acompañóle en ellas Mahamut; pero pasándose aquel parasismo causado de la memoria renovada en el amargo cuento, quiso Mahamut consolar á Ricardo con las mejores razones que supo; mas él las atajó diciéndole: Lo que has de hacer, amigo, es aconsejarme qué haré yo para caer en desgracia de mi amo y de todos aquellos con quien yo comunicare, para que siendo aborrecido dél y dellos, los unos y los otros me maltraten y persigan de suerte, que añadiendo dolor á dolor y pena á pena, alcance con brevedad lo que deseo, que es acabar la vida. Ahora he hallado ser verdadero, dijo Mahamut, lo que suele decirse, que lo que se sabe sentir se sabe decir, puesto que algunas veces el sentimiento enmudece la lengua; pero como quiera que ello sea, Ricardo (ora llegue tu dolor á tus palabras, ora ellas se le aventajen), siempre has de hallar en mí un verdadero amigo ó para ayuda ó para consejo; que aunque mis pocos años y el desatino que he hecho en vestirme este hábito, están dando voces que de ninguna destas dos cosas que te ofrezco se puede fiar ni esperar cosa alguna, yo procuraré que no salga verdadera esta sospecha, ni pueda tenerse por cierta tal opinion; y puesto que tú no quieras ni ser aconsejado ni favorecido, no por eso dejaré de hacer lo que te conviniere, como suele hacerse con el enfermo que pide lo que no le dan y le dan lo que le conviene: no hay en toda esta ciudad quien pueda ni valga como el cadí mi amo, ni aun el tuyo, que viene por visorey della, ha de poder tanto: y siendo esto así, como lo es, yo puedo decir que soy el que mas puedo en la ciudad, pues puedo con mi patron todo lo que quiero: digo esto, porque podria ser dar traza con él para que vinieses á ser suyo, y estando en mi compañía, el tiempo nos dirá lo que habemos de hacer, á tí para consolarte si quieres ó pudieres tener consuelo, y á mí para salir desta á mejor vida ó á lo ménos á parte donde la tenga mas segura cuando la deje. Yo te agradezco, contestó Ricardo, Mahanut, la amistad que me ofreces, aunque estoy cierto que con cuanto hicieres no has de poder cosa que en mi provecho resulte; pero dejemos ahora esto, y vamos á las tiendas, porque á lo que veo, sale de la ciudad mucha gente, y sin duda es el antiguo virey que sale á estarse en la campaña por dar lugar á mi amo que entre en la ciudad á hacer la residencia. Así es, dijo Maliamut; ven pues, Ricardo, y verás las ceremonias con que se reciben, que sé que gustarás de verlas. Vamos en buen hora, dijo Ricardo, quizá te habré menester, si acaso el guardian de cautivos de mi amo me ha echado ménos, que es un renegado corso de nacion, y de no muy piadosas entrañas. Con esto dejaron la plática, y llegaron á las tiendas á tiempo que llegaba el antiguo bajá, y el nuevo le salia á recibir á la puerta de la tienda.
Venia acompañado Alí bajá (que así se llamaba el que dejaba el gobierno) de todos los genízaros que de ordinario están de presidio en Nicosia despues que los turcos la ganaron, que serian hasta quinientos: venian en dos alas ó hileras, los unos con escopetas, y los otros con alfanjes desnudos; llegaron á la puerta del nuevo bajá Hazan, la rodearon todos, y Ali bajá inclinando el cuerpo, hizo reverencia á Hazan, y él con ménos inclinacion le saludó: luego se entró Alí en el pabellon de Hazan, y los turcos le subieron sobre un poderoso caballo ricamente aderezado, y trayéndole á la redonda de las tiendas y por todo un buen espacio de la campaña, daban voces y gritos, diciendo en su lengua: Viva, viva Soliman sultan, y Hazan bajá en su nombre: repitieron esto muchas veces, reforzando las voces y los alaridos, y luego le volvieron a la tienda, donde habia quedado Alí bajá, el cual con el cadí y Hazan se encerraron en ella por espacio de una hora solos. Dijo Mahamut á Ricardo, que se habia encerrado á tratar de lo que convenia hacer en la ciudad acerca de las obras que allí dejaba comenzadas. De allí á poco tiempo salió el cadí á la puerta de la tienda, y dijo á voces en lengua turquesca, arábiga y griega, que todos los que quisiesen entrar á pedir justicia, ó otra cosa contra Alí bajá, podrian entrar libremente, que allí estaba Hazan bajá, á quien el Gran Señor enviaba por virey de Chipre, que les guardaria toda razon y justicia. Con esta licencia los genízaros dejaron desocupada la puerta de la tienda, y dieron lugar á que entrasen los que quisiesen. Mahamut hizo que entrase con él Ricardo, que por ser esclavo de Hazan no se le impidió la entrada. Entraron á pedir justicia, así griegos cristianos como algunos turcos, y todos de cosas de tan poca importancia, que las mas despachó el cadí sin dar traslado á la parte, sin autos, demandas ni respuestas, que todas las causas (si no son las matrimoniales) se despachan en pié y en un punto, mas á juicio de buen varon que por ley alguna: y entre aquellos bárbaros, si lo son en esto, el cadí es el juez competente de todas las causas, que las abrevia en la uña, y las sentencia en un soplo, sin que haya apelacion de su sentencia para otro tribunal. En esto entró un chauz, que es como alguacil, y dijo que estaba á la puerta de la tienda un judío, que traia á vender una hermosísima cristiana: mandó el cadí que le hiciese entrar: salió el chauz, y volvió á entrar luego, y con él un venerable judío que traia de la mano á una mujer vestida en hábito berberisco, tan bien aderezada y compuesta, que no lo pudiera estar tan bien la mas rica mora de Fez ni de Marruecos, que en aderezarse llevan la ventaja á todas las africanas, aunque entren las de Argel sus perlas tantas: ven cubierto el rostro con un tafetan carmesí; por las gargantas de los piés que se descubrian, parecian dos carcajes (que así se llaman las manillas en arábigo), al parecer de puro oro; y en los brazos, que asimismo por una camisa de cendal delgado se descubrian ó traslucian, traia otros carcajes de oro sembrados de muchas perlas: en resolucion, en cuanto al traje, ella venia rica y gallardamente aderezada. Admirados desta primera vista el cadí y los demas bajáes, ántes que otra cosa dijesen ni preguntasen, mandaron al judío que hiciese que se quitase el antifaz la cristiana: hízolo así, y descubrió un rostro que así deslumbró los ojos y alegró los corazones de los circunstantes, como el sol que por entre cerradas nubes despues de mucha escuridad se ofrece á los ojos de los que le desean: tal era la belleza de la cautiva cristiana, y tal su brio y su gallardía; pero en quien con mas efecto hizo impresion la maravillosa luz que habia descubierto, fué en el lastimado Ricardo, como en aquel que mejor que otro la conocia, pues era su cruel y amada Leonisa, que tantas veces y con tantas lágrimas por él habia sido tenida y llorada por muerta. Quedó á la improvisa vista de la singular belleza de la cristiana, traspasado el corazon de Alí, y en el mismo grado y con la misma herida se halló el de Hazan, sin quedarse exento de la amorosa llaga el del cadí, que mas suspenso que todos, no sabia quitar los ojos de los hermosos de Leonisa. Y para encarecer las poderosas fuerzas de amor, se ha de saber que en aquel mismo punto nació en los corazanes de los tres, una á su parecer firme esperanza de alcanzarla y de gozarla: y así, sin querer saber el cómo, ni el dónde, ni cuándo habia venido á poder del judío, le preguntaron el precio que por ella queria: el codicioso judío respondió que cuatro mil doblas, que vienen á ser dos mil escudos; mas apénas hubo declarado el precio, cuando Alí bajá dijo que él los daba por ella, y que fuese luego á contar el dinero á su tienda: empero Hazan bajá, que estaba de parecer de no dejarla, aunque aventurase en ello la vida, dijo: Yo asimismo doy por ella las cuatro mil doblas que el judío pide, y no las diera ni me pusiera á ser contrario de lo que Alí ha dicho, si no me forzára lo que él mismo dirá que es razon que me obligue y fuerce, y es que esta gentil esclava no pertenece para ninguno de nosotros, sino para el Gran Señor solamente; y así digo que en su nombre la compro: veamos agora quién será el atrevido que me la quite. Yo seré, replicó Alí, porque para el mismo efeto la compro, y estáme á mí mas á cuento hacer al Gran Señor este presente por la comodidad de llevarla luego á Constantinopla, granjeando con él la voluntad del Gran Señor; que como hombre que quedo (Hazan, como tú ves) sin cargo alguno, he de buscar medios de tenerle, de lo que tú estás seguro por tres años, pues hoy comienzas á mandar y á gobernar este riquísimo reino de Chipre: así que por estas razones y por haber sido yo el primero que ofrecí el precio por la cautiva, está puesto en razon, oh Hazan, que me la dejes. Tanto mas es de agradecerme á mí, respondió Hazan, el procurarla y enviarla al Gran Señor, cuanto lo hago sin moverme á ello interes alguno; y en lo de la comodidad de llevarla, una galeota armaré con sola mi chusma y mis esclavos, que la lleve. Azoróse con estas razones Alí, y levantándose en pié, empuñó el alfanje, diciendo: Siendo, oh Hazan, nuestros intentos unos, que es presentar y llevar esta cristiana al Gran Señor, y habiendo sido yo el comprador primero, está puesto en razon y en justicia que me la dejes á mí, y cuando otra cosa pensares, este alfange que empuño defenderá mi derecho y castigará tu atrevimiento. El cadí, que á todo estaba atento, y que no ménos que los dos ardia, temeroso de quedar sin la cristiana, imaginó cómo poder atajar el gran fuego que se habia encendido, y juntamente quedarse con la cautiva sin dar alguna sospecha de su dañosa intencion y traidoras entrañas; y así, levantándose en pié, se puso entre los dos, que tambien lo estaban, y dijo: Sosiégate, Hazan, y tú, Alí, estáte quedo, que yo estoy aquí, que sabré y podré componer vuestras diferencias de manera que los dos consigais vuestros intentos, y el Gran Señor, como deseais, sea servido, y quede juntamente agradecido y obligado a ambos. A las palabras del cadí obedecieron luego; y aun si otra cosa mas dificultosa les mandara, hicieran lo mismo (tanto es el respeto que tienen á sus canas los de aquella dañada secta); prosiguió pues el cadí, diciendo: Tú dices, Alí, que quieres esta cristiana para el Gran Señor, y Hazan dice lo mismo: tú alegas que por ser el primero en ofrecer el precio, ha de ser tuya: Hazan te lo contradice, y aunque él no sabe fundar su razon, yo hallo que tiene la misma que tú tienes, y es la intencion que sin duda debió de nacer á un mismo tiempo que la tuya, en querer comprar la esclava para el mismo efeto; solo le llevaste tú la ventaja en haberte declarado primero, y esto no ha de ser parte para que de todo en todo quede defraudado su buen deseo; y así me parece será bien concertaros en esta forma: que la esclava sea de entrambos, y pues el uso della ha de quedar á la voluntad del Gran Señor, para quien se compró, á él toca disponer della; y en tanto pagarás tú, Hazan, dos mil doblas, y Alí otras dos mil, quédese la cautiva en poder mio para que en nombre de entrambos yo la envíe á Constantinopla, porque no quede sin algun premio, siquiera por haberme hallado presente: y así me ofrezco de enviarla á mi costa, con la autoridad y decencia que se debe á quien se envia, escribiendo al Gran Señor todo lo que aquí ha pasado, y la voluntad que los dos habeis mostrado á su servicio. No supieron, ni pudieron, ni quisieron contradecirle los dos enamorados turcos; y aunque vieron que por aquel camino no conseguian su deseo, hubieron de pasar por el parecer del cadí, formando y criando cada uno allá en su ánimo una esperanza que, aunque dudosa, les prometia poder llegar al fin de sus encendidos deseos. Hazan, que se quedaba por virey de Chipre, pensaba dar tantas dádivas al cadí, que vencido y obligado, le diese la cautiva. Alí imaginó de ha- cer un hecho que le aseguró salir con lo que deseaba, y teniendo por cierto cada cual su designio, vinieron con facili- dad en lo que el cadí quiso, y de consentimiento y voluntad de los dos, se la entregaron luego, y pagaron al judío cada uno dos mil doblas: dijo el judío que no la habia de dar con los vestidos que tenia, porque valian otras dos mil doblas; y así era la verdad, á causa que en los cabellos (que parte por las espaldas sueltos traia, y parte atados y enlazados por la frente) se parecian algunas hileras de perlas que con estre- mada gracia se enredaban con ellos: las manillas de los piés y manos asimismo venian llenas de gruesas perlas: el vestido era una almalafa de raso verde, toda bordada y llena de tren- cillas de oro: en fin, les pareció á todos que el judío anduvo corto en el precio que pidió por el vestido, y el cadí, por no mostrarse ménos liberal que los dos bajáes, dijo que él que- ria pagarle, porque de aquella manera se presentase al Gran Señor la cristiana: tuviéronlo por bien los dos competidores, creyendo cada uno que todo habia de venir á su poder. Falta ahora por decir lo que sintió Ricardo de ver andar en almo- neda su alma, y los pensamientos que en aquel punto le vinieron, y los temores que le sobresaltaron viendo que el haber hallado á su querida prenda era para mas perderla: no sabia darse á entender si estaba dormido ó despierto, no dando crédito á sus mismos ojos de lo que veian; porque le parecia cosa imposible ver tan impensadamente delante dellos á la que pensaba que para siempre los habia cerrado: llegóse en esto á su amigo Mahamut, y díjole: ¿No la conoces, amigo? No la conozco, dijo Mahamut. Pues has de saber, replicó Ricardo, que es Leonisa. ¿Qué es lo que dices, Ri- cardo? dijo Mahamut. Lo que has oido, dijo Ricardo. Pues calla, y no la descubras, dijo Mahamut; que la ventura va ordenando que la tengas buena y próspera, porque ella va á poder de mi amo. ¿Parécete, dijo Ricardo, que será bien ponerme en parte donde pueda ser visto? No, dijo Maha- mut, porque no la sobresaltes ó te sobresaltes, y no vengas á dar indicio de que la conoces ni que la has visto; que podria ser que redundase en perjuicio de mi designio. Se- guiré tu parecer, respondió Ricardo; y así anduvo huyendo de que sus ojos se encontrasen con los de Leonisa, la cual tenia los suyos en tanto que esto pasaba clavados en el suelo, derramando algunas lágrimas, cuyo valor podria competir con las orientales perlas. Llegóse el cadí á ella, y asiéndola de la mano, se la entregó á Mahamut; mandóle que la llevase á la ciudad y se la entregase á su señora Halima, y le dijese la tratase como esclava del Gran Señor: hízolo así Mahamut, y dejó solo á Ricardo, que con los ojos fué siguiendo á su estrella hasta que se le encubrió con la nube de los muros de Nicosia. Llegóse al judío, y preguntóle que adónde habia comprado, ó en qué modo habia venido á su poder aquella cautiva cristiana. El judío le respondió que en la isla de Pantanalea la habia comprado á unos turcos que allí habian dado al traves; y queriendo proseguir adelante, lo estorbó el venirle á llamar de parte de los bajaés que querian preguntarle lo que Ricardo deseaba saber; y con esto se despidió dél.
En el camino que habia desde las tiendas á la ciudad tuvo lugar Mahamut de preguntar á Leonisa en lengua italiana que de qué lugar era. La cual le respondió que de la ciudad de Trápana; preguntóle asimismo Mahamut, si conocia en aquella ciudad á un caballero rico y noble que se llamaba Ricardo. Oyendo lo cual Leonisa, dió un gran suspiro, y dijo: Sí conezco por mi mal. ¿Cómo por vuestro mal? dijo Mahamut. Porque él me conoció á mí por el suyo y por mi desventura, respondió Leonisa. ¿Y por ventura, preguntó Mahamut, conocisteis tambien en la misma ciudad á otro caballero de gentil disposicion, hijo de padres muy ricos, y él por su persona muy valiente, muy liberal y muy discreto, que se llamaba Cornelio? Tambien lo conozco, respondió Leonisa, y podré decir mas por mi mal que no á Ricardo; mas ¿quién sois vos, señor, que los conoceis y por ellos me preguntais? que sin duda el cielo, condolido de cuantos trabajos y fortunas hasta aquí he pasado, me ha echado á parte donde, ya que no se acaben, halle con quien me consuele en ellos. Soy, dijo Mahamut, natural de Palermo, que por varios accidentes estoy en este traje y vestido diferente del que yo solia traer, y conózcolos porque no ha muchos dias que entrambos estuvieron en mi poder, que á Cornelio le cautivaron unos moros de Tripol de Berbería, y le vendieron á un turco que le trujo á esta isla, donde vino con mercancías, por que es mercader de Ródas, el cual fiaba de Cornelio toda su hacienda. Bien se la sabrá guardar, dijo Leonisa, porque sabe guardar muy bien la suya; pero decidme, señor, ¿cómo ó con quién vino Ricardo á esta ísla? Vino, respondió Mahamut, con un cosario que le cautivó estando en un jardin de la marina de Trápana, y con él dijo que habia cautivado una doncella que nunca me quiso decir su nombre: estuvo aquí algunos dias con su amo, que iba á visitar el sepulcro de Mahoma, que está en la ciudad de Almedina, y al tiempo de la partida cayó Ricardo tar enfermo é indispuesto, que su amo me lo dejó por ser de mi tierra, para que le curase y tuviese cargo dél hasta su vuelta, ó que si por aquí no volviese, se le enviase á Constantinopla, que él me avisaria cuando allá estuviese; pero el cielo lo ordenó de otra manera, pues al sin ventura Ricardo, sin tener accidente alguno, en pocos dias se acabaron los de su vida, que tanto aborrecia, siempre llamando entre sí á una Leonisa, á quien él me habia dicho que queria mas que á su vida y á su alma; la cual Leonisa, me dijo que en una galeota que habia dado al traves en la isla de Pantanalea se habia ahogado, cuya muerte siempre lloraba y siempre plañia, hasta que le trujo término de perder la vida, que yo no le sentí enfermedad en el cuerpo, sino muestras de dolor en el alma. Decidme, señor, replicó Leonisa, ese mozo que decís, en las pláticas que trató con vos (que, como de una patria, debieron ser muchas) ¿nombró alguna vez á esa Leonisa, contó el modo con que á ella y á Ricardo cautivaron? Sí nombró, dijo Mahamut, y me preguntó si habia aportado por esta isla una cristiana dese nombre, de tales y tales señas, á la cual holgaria de hallar para rescatarla, si es que su amo se habia ya desengañado de que no era tan rica como él pensaba, aunque podria ser que por haberla gozado la tuviese en ménos; que como no pasasen de trescientos ó cuatrocientos escudos, él los daria de muy buena gana por ella, porque un tiempo la habia tenido alguna aficion. Bien poca debia de ser, dijo Leonisa, pues no pasaba de cuatrocientos escudos: mas liberal era Ricardo, y mas valiente y comedido: Dios perdone quien fué causa de su muerte, que fui yo, que yo soy la sin ventura que él lloró por muerta: y sabe Dios si holgara de que él fuera vivo para pagarle con el sentimiento que viera que tenia de su desgracia el que él mostró de la mia; yo, señor, como ya os he dicho, soy la poco querida de Cornelio, y la bien llorada de Ricardo, que por muy muchos y varios casós he venido á este miserable estado en que me veo; y aunque es tan peligroso, siempre por favor del cielo he conservado en él la entereza de mi honor, con la cual vivo contenta en mi miseria: ahora ni sé dónde estoy, ni quién es mi dueño, ni adónde han de dar conmigo mis contrarios hados, por lo cual os ruego, señor, siquiera por la sangre que de cristiano teneis, me aconsejeis en mis trabajos; que puesto que el ser muchos me ha hecho algo advertida, sobrevienen cada momento tantos tales, que no sé cómo me he de avenir con ellos. A lo cual respondió Mahamut que él haria lo que pudiese en servirla, aconsejando y ayudándola con su ingenio y con sus fuerzas; advirtiéndola de la diferencia que por su causa habian tenido los dos bajáes, y cómo quedaba en poder del cadi su amo para llevarla presentada al gran turco Selin, á Constantinopla; pero que antes que esto tuviese efeto, tenia esperanza en el verdadero Dios, en quien él creia, aunque mal cristiano, que lo habia de disponer de otra manera, y que la aconsejaba se hubiese bien con Halima, la mujer del cadí su amo, en cuyo poder habia de estar hasta que la enviasen á Constantinopla, advirtiéndola de la condicion de Halima; y con estas le dijo otras cosas de su provecho, hasta que la dejó en su casa y en poder de Halima, á quien dijo el recado de su amo. Recibióla bien la mora por verla tan bien aderezada y tan hermosa. Mahamut se volvió á las tiendas á contar á Ricardo lo que con Leonisa le habia pasado; y hallándole, se lo contó todo punto por punto, y cuando llegó al del sentimiento que Leonisa habia hecho cuando le dijo que era muerto, casi se le vinieron las lágrimas á los ojos: díjole cómo habia fingido el cuento del cautiverio de Cornelio por ver lo que ella sentia: advirtióle la tibieza y malicia con que Cornelio habia hablado: todo lo cual fué píctima para el afligido corazon de Ricardo, el cual dijo á Mahamut: Acuérdome, amigo Mahamut, de un cuento que me contó mi padre, que ya sabes cuán curioso fué, y oiste cuánta honra le hizo el Emperador Cárlos V, á quien siempre sirvió en honrosos cargos de la guerra. Digo que me contó que cuando el emperador estuvo sobre Túnez, y la tomó con la fuerza de la Goleta, estando un dia en la campaña y en su tienda, le trujeron á presentar una mora por cosa singular en belleza, y que al tiempo que se la presentaron entraban algunos rayos del sol por unas partes de la tienda y daban en los cabellos de la mora, que con los mismos del sol en ser rubios competian: cosa nueva en las moras, que siempre se precian de tenerlos negros; contaba que en aquella ocasion se hallaron en la tienda, entre otros muchos, dos caballeros españoles; el uno era andaluz, y el otro era catalan, ambos muy discretos, y ambos poetas; y habiéndola visto el andaluz, comenzó con admiracion á decir unos versos que ellos llaman coplas, con unas consonancias ó consonantes dificultosos, y parando en los cinco versos de la copla, se detuvo sin darle fin ni á la copla ni á la sentencia, por no ofrecérsele tan de improviso los consonantes necesarios para acabarla; mas el otro caballero que estaba á su lado y habia oido los versos, viéndole suspenso, como si le hurtara la media copla de la boca, la prosiguió y acabó con las mismas consonancias, de que el Emperador recibió particular contento; y esto mismo se me vino á la memoria cuando vi entrar á la hermosísima Leonisa por la tienda del bajá, no solamente escureciendo los rayos del sol si la tocaran, sino á todo el cielo con sus luces y estrellas. Paso, no mas, dijo Mahamut, detente, amigo Ricardo, que á cada paso temo que has de pasar tanto la raya en las alabanzas de tu bella y hermosa Leonisa, que dejando de parecer cristiano, parezcas gentil: díme, si quieres, esos versos ó coplas, ó como tú los llamas, que despues de oirlos hablaremos en otras cosas que sean de mas gusto, y aun quizá de mas provecho. En buen hora, dijo Ricardo, y vuélvote á advertir que los cinco versos dijo el uno, y los otros cinco el otro, todos de improviso, y son estos:
Como cuando el sol asoma |
Como la piedra balaja |
Bien me suenan al oido, dijo Mahamut, y mejor me suena y me parece que estés para decir versos, Ricardo, porque el decirlos ó el hacerlos requiere ánimos desapasionados: tambien se suelen, respondió Ricardo, llorar endechas, como cantar himnos, y todo es decir versos; pero dejando esto aparte, díme qué piensas hacer en nuestro negocio, que puesto que no entendí lo que los bajáes trataron en la tienda, en tanto que tú llevaste á Leonisa, me lo contó un renegado de mi amo, veneciano, que se halló presente, y entiende bien la lengua turquesca: y lo que es menester ante todas cosas es buscar traza cómo Leonisa no vaya á mano del Gran Señor. Lo primero que se ha de hacer, respondió Mahamut, es que tú vengas á poder de mi amo, que esto hecho, despues nos aconsejaremos en lo que mas nos conviniere: en esto vino el guardian de los cautivos cristianos de Hazan, y llevó consigo á Ricardo: el cadí volvió á la ciudad con Hazan, que en breves dias hizo la residencia de Alí, y se la dió cerrada y sellada, para que se fuese á Constantinopla: él se fué luego, dejando muy encargado al cadí, que con brevedad enviase la cautiva, escribiendo al Gran Señor de modo que le aprovechase para sus pretensiones. Prometióselo el cadí con traidoras entrañas, porque las tenia hechas ceniza por la cautiva: ido Alí lleno de falsas esperanzas, y quedando Hazan no vacío dellas, Mahamut hizo de modo que Ricardo vino á poder de su amo: íbanse los dias, y el deseo de ver á Leonisa apretaba tanto á Ricardo, que no alcanzaba un punto de sosiego; mudóse Ricardo el nombre en el de Mario, porque no llegase el suyo á oidos de Leonisa ántes que él la viese, y el verla era muy dificultoso á causa que los moros son en estremo celosos, y encubren de todos los hombres los rostros de sus mujeres, puesto que en mostrarse ellas á los cristianos no se les hace de mal, quizá debe de ser que por ser cautivos no los tienen por hombres cabales. Avino pues que un dia la señora Halima vió á su esclavo Mario, y tan visto y tan mirado fué, que se le quedó grabado en e, corazon y fijo en la memoria: y quizá poco contenta de los abrazos flojos de su anciano marido, con facilidad dió lugar á un mal deseo, y con la misma dió cuenta dél á Leonisa, á quien ya queria mucho por su agradable condicion y proceder discreto, y tratábala con mucho respeto, por ser prenda del Gran Señor: díjole como el cadí habia traido á casa un cautivo cristiano de tan gentil donaire y parecer, que á sus ojos no habia visto mas lindo hombre en toda su vida, y que decian que era chilibí, que quiere decir caballero, y de la misma tierra de Mahamut su renegado, y que no sabia cómo darle à entender su voluntad, sin que el cristiano la tuviese en poco por habérsela declarado: preguntóle Leonisa cómo se llamaba el cautivo, y díjole Halima que se llamaba Mario; á lo cual replicó Leonisa: Si él fuera caballero y del lugar que dicen, yo le conociera; mas dese nombre Mario no hay ninguno en Trápana; pero haz, señora, que yo le vea y hable, que te diré quién es y lo que dél se puede esperar; así será, dijo Halima, porque el viérnes, cuando esté el cadí haciendo la zala en la mezquita, le haré entrar acá dentro, donde le podrás hablar á solas, y si te pareciere darle indicios de mi deseo, haráslo por el mejor modo que pudieres. Esto dijo Halima á Leonisa, y no habian pasado dos horas cuando el cadí llamó á Mahamut y á Mario, y con no ménos eficacia que Halima habia descubierto su pecho á Leonisa, descubrió el enamorado viejo el suyo á sus dos esclavos, pidiéndoles consejos en lo que haria para gozar de la cristiana, y cumplir con el Gran Señor, cuya ella era, diciéndoles que ántes pensaba morir mil veces que entregarla al Gran Turco. Con tales afectos decia su pasion el religioso moro, que la puso en los corazones de sus dos esclavos, que todo lo contrario de lo que él pensaba, pensaban. Quedó puesto entre ellos que Mario, como hombre de su tierra, aunque habia dicho que no la conocia, tomase la mano en solicitarla y en declararle la voluntad suya, y cuando por este modo no se pudiese alcanzar, que usaria él de la fuerza, pues estaba en su poder; y esto hecho, con decir que era muerta se escusarian de enviarla á Constantinopla. Contentísimo quedó el cadí con el parecer de sus esclavos, y con la imaginada alegría ofreció desde luego libertad á Mahamut, mandándole la mitad de su hacienda despues de sus dias: asimismo prometió á Mario, si alcanzaba lo que queria, libertad y dineros con que volviese á su tierras rico, honrado y contento: si él fué liberal en prometer, sus cautivos fueron pródigos, ofreciéndole de alcanzar la luna del cielo, cuanto mas á Leonisa, como él diese comodidad de hablarla. Esa daré yo á Mario cuanta él quisiere, respondió el cadí, porque haré que Halima se vaya en casa de sus padres, que son griegos cristianos, por algunos dias, y estando fuera, mandaré al portero que deje entrar á Mario dentro de casa todas las veces que él quisiere, y diré á Leonisa que bien podrá hablar con su paisano cuando le diere gusto: desta manera comenzó á volver el viento de la ventura de Ricardo, soplando en su favor, sin saber lo que hacian sus mismos amos. Tomando pues entre los tres este apuntamiento, quien primero le puso en plática fué Halima, bien así como mujer, cuya naturaleza es fácil y arrojadiza para todo aquello que es de su gusto. Aquel mismo dia dijo el cadí á Halima que cuando quisiese podria irse á casa de sus padres á holgarse con ellos los dias que gustase; pero como ella estaba alborozada con las esperanzas que Leonisa le habia dado, no solo no se fuera á casa de sus padres, sino al fingido paraíso de Mahoma no quisiera irse; y así le respondió que por entónces no tenia tal voluntad, y que cuando ella la tuviese lo diria, mas que habia de llevar consigo á la cautiva cristiana. Eso no, replicó el cadí, que no es bien que la prenda del Gran Señor sea vista de nadie, y mas que se le ha de quitar que converse con cristianos, pues sabeis que en llegando á poder del Gran Señor la han de encerrar en el serrallo y volverla turca, quiera ó no quiera. Como ella ande conmigo, replicó Halima, no importa que esté en casa de mis padres, ni que comunique con ellos, que mas comunico yo, y no dejo por eso de ser buena turca; y mas que lo mas que pienso estar en su casa serán hasta cuatro ó cinco dias, porque el amor que os tengo no me dará licencia para estar tanto ausente y sin veros. No la quiso replicar el cadí por no darle ocasion de engendrar alguna sospecha de su intencion. Llegóse en esto el viernes, y él se fué á la mezquita, de la cual no podia salir en casi cuatro horas; y apénas le vió Halima apartado de los umbrales de casa, cuando mandó llamar á Mario; mas no le dejara entrar un cristiano corso que servia de portero en la puerta del patio, si Halima no le diera voces que le dejase, y así entró confuso y temblando como si fuera á pelear con un ejército de enemigos.
Estaba Leonisa del mismo modo y traje que cuando entró en la tienda del bajá, sentada al pié de una escalera grande de mármol, que á los corredores subia: tenia la cabeza inclinada sobre la palma de la mano derecha y el brazo sobre las rodillas, los ojos á la parte contraria de la puerta por donde entró Mario, de manera que aunque él iba hácia la parte donde ella estaba, ella no le veia. Así como entró Ricardo, paseó toda la casa con los ojos, y no vió en toda ella sino un mudo y sosegado silencio, hasta que paró la vista donde Leonisa estaba: en un instante al enamorado Ricardo le sobrevinieron tantos pensamientos, que le suspendieron y alegraron, considerándose veinte pasos á su parecer, ó poco mas, desviado de su felicidad y contento; considerábase cautivo, y á su gloria en poder ajeno: estas cosas revolviendo entre sí mismo, se movia poco á poco, y con temor y sobresalto, alegre y triste, temoroso y esforzado se iba llegando al centro en donde estaba el de su alegría, cuando á deshora volvió el rostro Leonisa, y puso los ojos en los de Ricardo que atentamente la miraba: mas cuando las vistas de los dos se encontraron, con diferentes efectos dieron señal de lo que sus almas habian sentido. Ricardo se paró, y no pudo echar pié adelante. Leonisa, que por la relacion de Mahamut tenia á Ricardo por muerto, y el verle vivo tan no esperadamente la llenó de temor y espanto, sin quitar dél los ojos ni volver las espaldas volvió atras cuatro ó cinco escalones, y sacando una pequeña cruz del seno, la besaba muchas veces, y se santiguó infinitas, como si alguna fantasma ú otra cosa del otro mundo estuviera mirando. Volvió Rieardo de su embelesamiento, y conoció por lo que Leonisa hacia la verdadera causa de su temor, y así la dijo: A mí me pesa, oh hermosa Leonisa, que no hayan sido verdad las nuevas que de mi muerte te dió Mahamut, porque con ella escusara los temores que ahora tengo de pensar si todavía está en su ser y entereza el rigor que continuo has usado conmigo. Sosiégate, señora, y baja, y si te atreves á hacer lo que nunca hiciste, que es llegarte á mí, llega y verás que no soy cuerpo fantástico: Ricardo soy, Leonisa, Ricardo, el de tanta ventura cuanta tú quisieres que tenga. Púsose Leonisa en esto el dedo en la boca, por lo cual entendió Ricardo que era señal de que callase ó hablase mas quedo; y tomando algun poco de ánimo, se fué llegando á ella en distancia que pudo oir estas razones: Habla paso, Mario, que así me parece que te llamas ahora, y no trates de otra cosa de la que yo te tratare: y advierte que podria ser que el habernos oido fuese parte para que nunca nos volviésemos á ver: Halima nuestra ama creo que nos escucha, la cual me ha dicho que te adora: hame puesto por intercesora de su deseo: si á él quisieres corresponder, aprovecharte ha mas para el cuerpo que para el alma: y cuando no quieras, es forzoso que lo finjas, siquiera porque yo te lo ruego y por lo que merecen deseos de mujer declarados. A esto respondió Ricardo: Jamas pensé ni pude imaginar, hermosa Leonisa, que cosa que me pidieras trujera consigo imposible de cumplirta; pero la que me pides me ha desengañado: ¿es por ventura la voluntad tan lijera que se pueda mover y llevar donde quisieren llevarla? ¿ó estarle ha bien al varon honrado y verdadero fingir en cosas de tanto peso? Si á tí te parece que alguna destas cosas se debe ó puede hacer, haz lo que mas gustares, pues eres señora de mi voluntad; mas ya sé que tambien me engañas en esto, pues jamas la has conocido, y así no sabes lo que has de hacer della; pero á trueco que no digas que en la primera cosa que me mandaste dejaste de ser obedecida, yo perderé del derecho que debo á ser quien soy, y satisfaré tu deseo y el de Halima fingidamente como dices, si es que se ha de granjear con esto el bien de verte; y así finge tú las respuestas á tu gusto, que desde aquí las firma y confirma mi fingida voluntad: y en pago desto que por ti hago, que es lo mas que á mi parecer podré hacer aunque de nuevo te dé el alma que tantas veces te he dado, te ruego que brevemente me digas cómo escapaste de las manos de los cosarios, y cómo veniste á las del judío que te vendió. Mas espacio, respondió Leonisa, pide el cuento de mis desgracias; pero con todo eso te quiero satisfacer en algo: sabrás pues que á cabo de un dia que nos apartamos, volvió el bajel de Yzuf con un recio viento á la misma isla de la Pantanalea, donde tambien vimos á vuestra galeota; pero la nuestra sin poderlo remediar embistió en las peñas: viendo pues mi amo tan á los ojos su perdicion, vació con gran presteza dos barriles que estaban llenos de agua, tapólos muy bien, y atólos con cuerdas el uno con el otro, púsome á mí entre ellos, desnudóse luego, y tomando otro barril entre los brazos, se ató con un cordel el cuerpo, y con el mismo cordel dió cabo á mis barriles, y con grande ánimo se arrojó á la mar, llevándome tras sí: yo no tuve ánimo para arrojarme, que otro turco me impelió y me arrojó tras Yzuf, donde caí sin ningun sentido, ni volví en mí hasta que me hallé en tierra en brazos de dos turcos, que vuelta la boca al suelo me tenian, derramando gran cantidad de agua que habia bebido: abrí los ojos atónita y espantada, y vi á Yzuf junto á mi, hecha la cabeza pedazos, que segun despues supe, al llegar á tierra dió con ella en las peñas, donde acabó la vida: los turcos asimismo me dijeron que tirando de la cuerda me sacaron á tierra casi ahogada: solas ocho personas se escaparon de la desdichada galeota: ocho dias estuvimos en la isla, guardándome los turcos el mismo respeto que si fuera su hermana, y aun mas: estábamos escondidos en una cueva, temerosos ellos que no bajasen de una fuerza de cristianos que está en la isla, y los cautivasen: sustentáronse con el bizcocho mojado que la mar echó á la orilla, de lo que llevaban en la galeota, lo cual salian á coger de noche: ordenó la suerte para mayor mal mio, que la fuerza estuviese sin capitan, que pocos dias habia que era muerto, y en la fuerza no habia sino veinte soldados: esto se supo de un muchacho que los turcos cautivaron, que bajó de la fuerza á coger conchas á la marina: á los ocho dias llegó á aquella costa un bajel de moros que ellos llaman caramuzales; viéronle los turcos, y salieron de donde estaban, haciendo señas al bajel que estaba cerca de tierra, tanto que conoció ser turcos los que los llamaban: ellos contaron sus desgracias, y los moros los recibieron en su bajel, en el cual venia un judío, riquísimo mercader, que toda la mercancía del bajel ó la mas era suya; era de barraganes y alquiceles, y de otras cosas que de Berbería se llevan á Levante, en que ordinariamente tratan los judíos: en el mismo bajel los turcos se fueron á Tripol, y en el camino me vendieron al judío que dió por mí dos mil doblas, precio escesivo, si no le hiciera liberal el amor que el judío me descubrió: dejando pues los turcos en Tripol, tornó el bajel á hacer su viaje, y el judío dió en solicitarme descaradamente: yo le hice la cara que merecian sus torpes deseos: viéndose pues desesperado de alcanzarlos, determinó de deshacerse de mí en la primera ocasion que se le ofreciese; y sabiendo que los dos bajáes Alí y Hazan, estaban en aquella isla, donde podia vender su mercaduría tan bien como en Xio, en quien pensaba venderla, se vino aquí con intencion de venderme á alguno de los bajáes, y por eso me vistió de la manera que ahora me ves, por aficionarles la voluntad á que me comprasen: he sabido que me ha comprado este cadí para llevarme á presentar al Gran Turco, de que estoy no poco temerosa: aquí he sabido de tu fingida muerte, y séte decir, si lo quieres creer, que me pesó en el alma, y que te tuve mas envidia que lástima, y no por quererte mal, que ya que soy desamorada, no soy ingrata ni desconocida, sino porque habias acabado con la tragedia de tu vida. No dices mal, señora, respondió Ricardo, si la muerte no me hubiera estorbado el bien de volver á verte; que ahora en mas estimo este instante de gloria que gozo en mirarte, que otra ventura, como no fuera la eterna, que en la vida ó en la muerte pudiera asegurarme mi deseo: el que tiene mi amo el cadí, á cuyo poder he venido por no ménos varios accidentes que los tuyos, es el mismo para contigo que para conmigo lo es el de Halima: háme puesto á mí por intérprete de sus pensamientos, acepté la empresa no por darle gusto, sino por el que granjeaba en la comodidad de hablarte; porque veas, Leonisa, el término á que nuestras desgracias nos han traido, á tí á ser medianera de un imposible que en lo que me pides conoces: á mí á serlo tambien de la cosa que ménos pensé, y de la que daré por no alcanzarla la vida, que ahora estimo en lo que vale la alta ventura de verte. No sé qué te diga, Ricardo, replicó Leonisa, ni qué salida se tome al laberinto donde, como dices, nuestra corta ventura nos tiene puestos: solo sé decir que es menester usar en esto lo que de nuestra condicion no se puede esperar, que es el fingimiento y engaño, y así digo que de tí daré á Halima algunas razones que ántes la entretengan que desesperen: tú de mí podrás decir al cadí lo que para seguridad de mi honor y de su engaño vieres que mas convenga; y pues yo pongo mi honor en tus manos, bien puedes creer dél que le tengo con la entereza y verdad que podia poner en duda tantos caminos como he andado y tantos combates como he sufrido: el hablarnos será fácil, á mí será de grandísimo gusto el hacello, con presupuesto que jamas me has de tratar cosa que á tu declarada pretension pertenezca, que en la hora que tal hicieres, en la misma me despediré de verte, porque no quiero que pienses que es de tan pocos quilates mi valor, que ha de hacer con él la cautividad lo que la libertad no pudo: como el oro tengo de ser con el favor del cielo, que miéntras mas se acrisola, queda con mas pureza y mas limpio: conténtate con que he dicho que no me dará como solia fastidio tu vista; porque te hago saber, Ricardo, que siempre te tuve por desabrido y arrogante, y que presumias de tí algo mas de lo que debias: confieso tambien que me engañaba, y que podria ser que hacer ahora la esperiencia me pusiese la verdad delante de los ojos el desengaño, y estando desengañada, fuese con ser honesta mas humana: véte con Dios, que temo no nos haya escuchado Halima, la cual entiende algo de la lengua cristiana, ó á lo ménos de aquella mezcla de lenguas que se usa, con que todos nos entendemos. Dices muy bien, señora, respondió Ricardo, y agradézcote infinito el desengaño que me has dado, que le estimo en tanto como la merced que me haces en dejarme verte, y como tú dices, quizá la esperiencia te dará entender cuán llana es mi condicion y cuán humilde, especialmente para adorarte, y sin que tú pusieras término ni raya á mi trato, fuera él tan honesto para contigo, que no acertaras á desearle mejor: en lo que toca á entretener al cadí, vive descuidada; haz tú lo mismo con Halima, y entiende, señora, que despues que te he visto ha nacido en mí una esperanza tal, que me asegura que presto hemos de alcanzar la libertad deseada: y con esto quédate á Dios, que otra vez te contaré los rodeos por donde la fortuna me trujo á este estado despues que de tí me aparté, ó por mejor decir, me apartaron. Con esto se despidieron, y quedó Leonisa contenta y satisfecha del llano proceder de Ricardo, y él contentísimo de haber oido una palabra de la boca de Leonisa sin aspereza.
Estaba Halima cerrada en su aposento, rogando á Mahoma trujese Leonisa buen despacho de lo que le habia encomendado: el cadí estaba en la mezquita recompensando con los suyos los deseos de su mujor, teniéndolos solícitos y colgados de la respuesta que esperaba oir de su esclavo, á quien habia dejado encargado hablase á Leonisa, pues para poderlo hacer le daria comodidad Mahamut, aunque Halima estuviese en casa. Leonisa acrecentó en Halima el torpe deseo y deshonesto amor, dándole muy buenas esperanzas que Mario haria todo lo que pudiese, pero que habia de dejar pasar primero dos lunas ántes que concediese con lo que deseaba él mucho mas que ella, y este tiempo y término pedia á causa que hacia una plegaria y oracion á Dios para que le diese libertad. Contentóse Halima de la disculpa y de la relacion de su querido Mario, à quien ella diera libertad ántes del término del voto, como él condescendiera con su deseo: y así rogó á Leonisa le rogase dispensase con el tiempo, y acortase la dilacion, que ella le ofrecia cuanto el cadí pidiese por su rescate. Antes que Ricardo respondiese á su amo, se aconsejó con Mahamut de qué le responderia: y acordaron entre los dos que le desesperase, y le aconsejase que lo mas presto que pudiese la llevase á Constantinopla, y que en el camino ó por grado ó por fuerza alcanzaria su deseo; y que para el inconveniente que se podia ofrecer de cumplir con el Gran Señor, seria bueno comprar otra esclava, y en el viaje fingir ó hacer de modo como Leonisa cayese enferma, y que una noche echarian la cristiana comprada á la mar, diciendo que era Leonisa la cautiva del Gran Señor que se habia muerto; y que esto se podia hacer y se haria en modo que jamas la verdad fuese descubierta, y él quedase sin culpa con el Gran Señor, y con el cumplimiento de su voluntad; y que para la duracion de su gusto despues se daria traza conveniente y mas provechosa. Estaba tan ciego el mísero y anciano cadí, que si otros mil disparates le dijeran, como fueran encaminados á cumplir sus esperanzas, todos los creyera, cuanto mas que le pareció que todo lo que decian llevaba buen camino y prometia próspero suceso: y así era la verdad, si la intencion de los dos consejeros no fuera levantarse con el bajel y darle á él la muerte en pago de sus locos pensamientos. Ofreciósele al cadí otra dificultad á su parecer mayor de las que en aquel caso se le podian ofrecer; y era pensar que su mujer Halima no le habia de dejar ir á Constantinopla, si no la llevaba consigo; pero presto la facilitó, diciendo que en cambio de la cristiana que habian de comprar para que muriese por Leonisa, serviria Halima, de quien deseaba librarse mas que de la muerte. Con la misma facilidad que él lo pensó, con la misma se lo concedieron Mahamut y Ricardo; y quedando firmes en esto, aquel mismo dia dió cuenta el cadí á Halima del viaje que pensaba hacer á Constantinopla á llevar la cristiana al Gran Señor, de cuya liberalidad esperaba que le hiciese gran cadí del Cairo ó de Constantinopla. Halima le dijo que le parecia muy bien su determinacion, creyendo que se dejaria á Mario en casa; mas cuando el cadí la certificó que le habia de llevar consigo y á Mahamut tambien, tornó á mudar de parecer, y á desaconsejarle lo que primero le habia aconsejado, con las mas eficaces razones que su deseo le supo enseñar. En resolucion concluyó que si no la llevaba consigo, no pensaba dejarle ir en ninguna manera. Contentóse el cadí de hacer lo que ella queria, porque pensaba sacudir presto de su cuello aquella para él tan pesada carga. No se descuidaba en este tiempo Hazan bajá de solicitar al cadí le entregase la esclava, ofreciéndole montes de oro, y habiéndole dado á Ricardo de balde, cuyo rescate apreciaba en dos mil escudos, facilitábale la entrega con la misma industria que él se habia imaginado de hacer muerta la cautiva cuando el Gran Turco enviase por ella. Todas estas dádivas y promesas aprovecharon con el cadí no mas de ponerle en la voluntad que abreviase su partida; y así solicitado de su deseo y de las importunaciones de Hazan, y aun de las de Halima, que tambien fabricaba en el aire vanas esperanzas, dentro de veinte dias aderezó un bergantin de quince bancos, y le armó de buenas boyas, moros y algunos cristianos griegos; embarcó en él toda su riqueza, y Halima no dejó en su casa cosa de momento, y rogó á su marido que la dejase llevar consigo á sus padres para que viesen á Constantinopla: era la intencion de Halima la misma que la de Mahamut, hacer con él y con Ricardo que en el camino se alzasen con el bergantin; pero no les quiso declarar su pensamiento hasta verse embarcada, y esto con voluntad de irse á tierra de cristianos, y volverse á lo que primero habia sido, y casarse con Ricardo, pues era de creer que llevando tantas riquezas consigo, y volviéndose cristiana, no dejaria de tomarla por mujer. En este tiempo habló otra vez Ricardo con Leonisa, y le declaró toda su intencion, y ella le dijo la que tenia Halima, que con ella habia comunicado: encomendáronse los dos el secreto, y encomendándose á Dios, esperaban el dia de la partida: el cual llegado, salió Hazan acompañándolos hasta la marina con todos sus soldados, y no les dejó hasta que se hicieron á la vela, ni aun quitó los ojos del bergantin hasta perderle de vista; y parece que el aire de los suspiros que el enamorado moro arrojaba, impelia con mayor fuerza las velas que le apartaban y llevaban el alma; mas como aquel á quien el amor habia tanto tiempo que sosegar no le dejaba, pensando en lo que habia de hacer para no morir á manos de sus deseos, puso luego por obra lo que con largo discurso y resoluta determinacion tenia pensado: y así en un bajel de diez y siete bancos, que en otro puerto habia hecho armar, puso en él cincuenta soldados, todos amigos y conocidos suyos, á quien él tenia obligados con muchas dádivas y promesas, y dióles órden que saliesen al camino y tomasen el bajel del cadí y sus riquezas, pasando á cuchillo cuantos en él iban, si no fuese á Leonisa la cautiva; que á ella sola queria por despojo aventajado á los muchos haberes que el bergantin llevaba: ordenóles tambien que le echasen á fondo, de manera que ninguna cosa quedase que pudiese dar indicio de su perdicion. La codicia del saco les puso alas en los piés y esfuerzo en el corazon, aunque bien vieron que poca defensa habian de hallar en los del bergantin, segun iban desarmados y sin sospecha de semejante acontecimiento.
Dos dias habia ya que el bergantin caminaba, que al cadí se le hicieron dos siglos, porque luego en el primero quisiera poner en efecto su determinacion; mas aconsejáronle sus esclavos que convenia primero hacer de suerte que Leonisa cayese mala, para dar color á su muerte, y que esto habia de ser con algunos dias de enfermedad: él no quisiera sino decir que habia muerto de repente, y acabar presto con todo, y despachar á su mujer, y aplacar el fuego que las entrañas poco á poco le iba consumiendo; pero en efecto hubo de condescender con el parecer de los dos.
Ya en esto habia Halima declarado su intento á Mahamut y á Ricardo, y ellos estaban en ponerlo por obra al pasar de las cruces de Alejandría, ó al entrar de los castillos de la Natolia; pero fué tanta la priesa que el cadí les daba, que se ofrecieron de hacerlo en la primera comodidad que se les ofreciese; y un dia, al cabo de seis que navegaban y que ya le parecia al cadí que bastaba el fingimiento de la enfermedad de Leonisa, importunó á sus esclavos que otro dia concluyesen con Halima, y la arrojasen al mar amortajada, diciendo ser la cautiva del Gran Señor. Amaneciendo pues el dia en que segun la intencion de Mahamut y de Ricardo habia de ser el cumplimiento de sus deseos, ó el fin de sus dias, descubrieron un bajel que á vela y remo les venia dando caza: temieron fuese de cosarios cristianos, de los cuales ni los unos ni los otros podian esperar buen suceso; porque de serlo, se temia ser los moros cautivos, y los cristianos, aunque quedasen con libertad, quedarian desnudos y robados; pero Mahamut y Ricardo con la libertad de Leonisa y de la de entrambos se contentaran: con todo esto que se imaginaban, temian la insolencia de la gente cosaria, pues jamas la que se da á tales ejercicios, de cualquiera ley ó nacion que sea, deja de tener un ánimo cruel y una condicion insolente. Pusiéronse en defensa, sin dejar los remos de las manos y hacer todo cuanto pudiesen; pero pocas horas tardaron que vieron que les iban entrando, de modo que en ménos de dos se les pusieron á tiro de cañon: viendo esto, amainaron, soltaron los remos, tomaron las armas, y los esperaron, aunque el cadí dijo que no temiesen, porque el bajel era turquesco, y que no les haria daño alguno: mandó poner luego una bandera blanca de paz en el peñol de la popa, porque le viesen los que ya ciegos y codiciosos venian con gran furia á embestir el mal defendido bergantin. Volvió en esto la cabeza Mahamut, y vió que de la parte de poniente venia una galeota á su parecer de veinte bancos, y díjoselo al cadí, y algunos cristianos que iban al remo dijeron que el bajel que se descubria era de cristianos: todo lo cual les dobló la confusion y el miedo, y estaban suspensos sin saber que harian, temiendo y esperando el suceso que Dios quisiese darles. Paréceme que diera el cadí en aquel punto por hallarse en Nicosia toda la esperanza de su gusto: tanta era la confusion en que se hallaba; aunque le quitó presto della el bajel primero, que sin respeto de las banderas de paz ni de lo que á su religion debian, embistieron con el del cadí con tanta furia que estuvo poco en echarle á fondo: luego conoció el cadí los que le acometian, y vió que eran soldados de Nicosia, y adivinó lo que podia ser, y dióse por perdido y muerto; y si no fuera que los soldados se dieron ántes á robar que á matar, ninguno quedara con vida; mas cuando ellos andaban mas encendidos y mas atentos en su robo, dió un turco voces, diciendo: Arma, soldados, que un bajel de cristianos nos embiste; así era la verdad, porque el bajel que descubrió el bergantin del cadí venia con insignias y banderas cristianescas, el cual llegó con toda furia á embestir el bajel de Hazan; pero antes que llegase, preguntó uno desde la proa en lengua turquesca, qué bajel era aquel. Respondiéronle que era de Hazan bajá, virey de Chipre. Pues ¿cómo, replicó el turco, siendo vosotros mosolimanes, embestís y robais á ese bajel, que nosotros sabemos que va en él el cadí de Nicosia? A lo cual respondieron que ellos no sabian otra cosa mas de que el bajá les habia ordenado tomasen, y que ellos como sus soldados y obedientes habian hecho su mandamiento. Satisfecho de lo que saber queria el capitan del segundo bajel que venia á la cristianesca, dejó de embestir al de Hazan, y acudió al del cadí, y á la primera rociada mató mas de diez turcos de los que dentro estaban, y luego le entró con grande ánimo y presteza; mas apenas hubieron puesto los piés dentro, cuando el cadí conoció que el que le embestia no era cristiano, sino Alí bajá, el enamorado de Leonisa; el cual con el mismo intento que Hazan, habia estado esperando su venida, y por no ser conocido habia hecho vestidos á sus soldados como cristianos, para que con esta industria fuese mas cubierto su hurto. El cadí que conoció las intenciones de los amantes diciendo: ¿Qué es esto, traidor Alí bajá? ¿Cómo, siendo tu mosoliman (que quiere decir turco) me salteas como cristiano? Y vosotros, traidores soldados de Hazan, ¿qué demonio os ha movido á cometer tan grande insulto? ¿Cómo por cumplir el apetito lascivo del que aquí os envía, quereis ir contra vuestro natural señor? A estas palabras suspendieron todos las armas, y unos á otros se miraron y se conocieron, porque todos habian sido soldados de un mismo capitan y militado debajo de una bandera, y confundiéndose con las razones del cadí y con su mismo maleficio, se les embotaron los filos de los alfanjes y se les desmayaron los ánimos: solo Alí cerró los ojos y los oidos á todo, y arremetiendo al cadí, le dió una tal cuchillada en la cabeza, que si no fuera por la defensa que hicieron cien varas de toca con que venia ceñida, sin duda se la partiera por medio; pero con todo le derribó entre los bancos del bajel, y al caer dijo el cadí: ¡Oh cruel renegado, enemigo de mi divino profeta, ¿y es posible que no ha de haber quien castigue tu crueldad y tu grande insolencia? ¿Cómo, maldito, has osado poner las manos y las armas en tu cadí, y en un ministro de Mahoma? Estas palabras añadieron fuerza á fuerza á las primeras, las cuales oidas de los soldados de Hazan, y movidos de temor que los soldados de Alí les habian de quitar la presa, que ya ellos por suya tenian, determinaron de ponerlo todo en aventura; y comenzando uno y siguiéndole todos, dieron en los soldados de Alí con tanta priesa, rencor y brio, que en poco espacio los pararon tales, que aunque eran muchos mas que ellos, los redujeron á número pequeño; pero los que quedaron, volviendo sobre sí, vengaron á sus compañeros, no dejando de los de Hazan apénas cuatro con vida, y estos muy mal heridos. Estábanlos mirando Ricardo y Mahamut, que de cuando en cuando sacaban la cabeza por el escotillon de la cámara de popa, por ver en qué paraba aquella grande herrería que sonaba; y viendo como los turcos estaban casi todos muertos, y los vivos mal heridos, y cuán fácilmente se podia dar cabo de todos, llamó Mahamut á dos sobrinos de Halima que ella habia hecho embarcar consigo, para que ayudasen á levantar el bajel, y con ellos y con su padre, tomando alfanjes de los muertos, saltaron en crujía, y apellidando libertad, libertad, y ayudados de las buenas boyas, cristianos griegos, con facilidad y sin recebir herida los degollaron á todos, y pasando sobre la galeota de Alí que sin defensa estaba, fácilmente la rindieron y ganaron cuanto en ella venia. De los que en el segundo encuentro murieron, fué de los primeros Alí bajá, que un turco en venganza del cadí le mató á cuchilladas: diéronse luego todos por consejo de Ricardo á pasar cuantas cosas habia de precio en su bajel y en el de Hazan á la galeota de Alí, que era bajel mayor y acomodado para cualquier cargo ó viaje, y ser los remeros cristianos, los cuales contentos con la alcanzada libertad y con muchas cosas que Ricardo repartió entre todos, se ofrecieron de llevarle hasta Trápana, y aun hasta el cabo del mundo, si quisiese: y con esto Mahamut y Ricardo llenos de gozo por el buen suceso, se fueron á la mora Halima, y la dijeron que si queria volverse á Chipre, que con las buenas boyas le armarian su mismo bajel, y le darian la mitad de las riquezas que habia embarcado; mas ella, que en tanta calamidad aun no habia perdido el cariño y amor que á Ricardo tenia, dijo que queria irse con ellos á tierra de cristianos, de lo cual sus padres se holgaron en estremo. El cadí volvió en su acuerdo, y le curaron como la ocasion les dió lugar, á quien tambien dijeron que escogiese una de dos: ó que se dejase llevar á tierra de cristianos, ó volverse en su mismo bajel á Nicosia. El respondió que ya que la fortuna le habia traido á tales términos, les agradecia la libertad que le daban, y que queria ir á Constantinopla á quejarse al Gran Señor del agravio que de Hazan y de Alí habia recebido; mas cuando supo que Halima le dejaba y se queria volver cristiana, estuvo en poco de perder juicio. En resolucion le armaron su bajel, y le proveyeron de todas las cosas necesarias para su viaje, y aun le dieron algunos cequíes de los que habian sido suyos, y despidiéndose de todos con determinacion de volverse á Nicosia, pidió ántes que se hiciese á la vela, que Leonisa le abrazase, que aquella merced y favor seria bastante para poner en olvido toda su desventura. Todos suplicaron á Leonisa diese aquel favor á quien tanto la queria, pues en ello no iria contra el decoro de su honestidad: hizo Leonisa lo que le rogaron, y el cadí le pidió le pusiese las manos sobre la cabeza, porque él llevase esperanzas de sanar de su herida: en todo le contentó Leonisa. Hecho esto, y habiendo dado un barreno al bajel de Hazan, favoreciéndoles un levante fresco que parecia que llamaba las velas para entregarse en ellas, se las dieron, y en breves horas perdieron de vista al bajel del cadí, el cual con lágrimas en los ojos estaba mirando cómo se llevaban los vientos su hacienda, su gusto, su mujer y su alma. Con diferentes pensamientos de los del cadí navegaban Ricardo y Mahamut; y así sin querer tocar en tierra en ninguna parte, pasaron á la vista de Alejandría de golfo lanzado; y sin amainar velas, y sin tener necesidad de aprovecharse de los remos, llegaron á la fuerte isla de Corfú, donde hicieron agua, y luego sin detenerse pasaron por los infamados riscos acroceraunos, y desde léjos al segundo dia descubrieron á Paquino, promontorio de la fertilísima Tinacria, á vista de la cual y de la insigne isla de Malta volaron, que no con ménos lijereza navegaba el dichoso leño: en resolucion, bajando la isla, de allí á cuatro dias descubrieron la Lampadosa, y luego la isla donde se perdieron, con cuya vista se estremeció Leonisa, viniéndole á la memoria el peligro en que ella se habia visto: otro dia vieron delante de sí la deseada y amada patria, renovóse la alegría en sus corazones, alborotáronse sus espíritus con el nuevo contento, que es uno de los mayores que en esta vida se pueden tener, llegar despues de luengo cautiverio salvo y sano á su patria; y al que á este se le puede igualar es el que se recibe de la victoria alcanzada de los enemigos. Habíase hallado en la galeota una caja llena de banderetas y flámulas de diversas colores de sedas, con las cuales hizo Ricardo adornar la galeota: poco despues de amanecer seria, cuando se hallaron á ménos de una legua de la ciudad, y bogando á cuarteles, y alzando de cuando en cuando alegres voces y gritos, se iban llegando al puerto, en el cual en un instante pareció infinita gente del pueblo, que habiendo visto cómo aquel bien adornado bajel tan de espacio se llegaba á tierra, no quedó gente en toda la ciudad que dejase de salir á la marina.
En este entre tanto habia Ricardo pedido y suplicado á Leonisa, que se adornase y vistiese de la misma manera que cuando entró en la tienda de los bajáes; porque queria hacer una graciosa burla á sus padres. Hízolo así, y añadiendo galas á galas, perlas á perlas, y belleza á belleza, que suele acrecentarse con el contento, se vistió de modo que de nuevo causó admiracion y maravilla: vistióse asimismo Ricardo á la turquesca, y lo mismo hizo Mahamut, y todos los cristianos del remo, que para todos hubo en los vestidos de los turcos muertos: cuando llegaron al puerto serian las ocho de la mañana, que tan serena y clara se mostraba, que parecia que estaba atenta mirando aquella alegre entrada. Antes de entrar en el puerto hizo Ricardo disparar las piezas de la galeota, que eran un cañon de crujía y dos falconetes: respondió la ciudad con otras tantas. Estaba toda la gente confusa, esperando llegase el bizarro bajel; pero cuando vieron de cerca que era turquesco, porque se divisaban los blancos turbantes de los que moros parecian, temerosos y con sospecha de algun engaño, tomaron las armas y acudieron al puerto todos los que en la ciudad son de milicia, y la gente de á caballo se tendió por toda la marina: de todo lo cual recebieron gran contento los que poco a poco se fueron llegando hasta entrar en el puerto, dando fondo junto á tierra, y arrojando en ella la plancha, soltando á una los remos, todos uno á uno, como en procesion, salieron á tierra, la cual con lágrimas de alegría besaron una y muchas veces, señal clara que dió á entender ser cristianos que con aquel bajel se habian alzado: á la postre de todos salieron el pa- dre y madre de Halima, y sus dos sobrinos, como está dicho, vestidos á la turquesca: hizo fin y remate la hermosa Leo- nisa, cubierto el rostro con un tafetan carmesí: traíanla en medio Ricardo y Mahamut, cuyo espectáculo llevó tras sí los ojos de toda aquella infinita multitud que los miraba. En llegando á tierra hicieron como los demas, besándola postra- dos por el suelo. En esto llegó á ellos el capitan y gober- nador de la ciudad, que bien conoció que eran los principa- les de todos; mas apénas hubo llegado, cuando conoció á Ricardo, y corrió con los brazos abiertos y con señales de grandísimo contento á abrazarle. Llegaron con el gobernador, Cornelio y su padre, y los de Leonisa con todos sus parientes y los de Ricardo, que todos eran los mas principales de la ciudad: abrazó Ricardo al gobernador, y respondió á todos los parabienes que le daban: trabó de la mano á Cornelio (el cual como le conoció y se vió asido dél, perdió la color del rostro, y casi comenzó á temblar de miedo), y teniendo asimismo de la mano á Leonisa, dijo: Por cortesía os ruego, señores, que antes que entremos en la ciudad y en el templo á dar las debidas gracias á nuestro Señor de las grandes mercedes que en nuestra desgracia nos ha hecho, me escu- cheis ciertas razones que deciros quiero. A lo cual el go- bernador respondió que dijese lo que quisiese, que todos le escucharian con gusto y con silencio. Rodeáronle luego todos los mas de los principales, y él alzando un poco la voz, dijo desta manera.
Bien se os debe acordar, señores, de la desgracia que al- gunos meses ha en el jardin de las Salinas me sucedió con la pérdida de Leonisa: tambien no se os habrá caido de la memoria la diligencia que yo puse en procurar su libertad, pues olvidándome de la mia ofrecí por su rescate toda mi hacienda (aunque esta que al parecer fué liberalidad, no puede ni debe redundar en mi alabanza, pues la daba por el rescate de mi alma); lo que despues acá á los dos ha su- cedido requiere para mas tiempo otra sazon y coyuntura, y otra lengua no tan turbada como la mia: basta deciros por ahora, que despues de varios y estraños acaecimientos, y despues de mil perdidas esperanzas de alcanzar remedio de nuestras desdichas, el piadoso cielo sin ningun merecimiento nuestro nos ha vuelto á la deseada patria, cuanto llenos de contento, colmados de riquezas: y no nace dellas ni de la libertad alcanzada el sin igual gusto que tengo, sino del que imagino que tiene esta en paz y en guerra dulce enemiga mia, así por verse libre, como por ver como ve el retrato de su alma: todavía me alegro de la general alegría que tienen los que me han sido compañeros en la miseria; y aunque las desventuras y tristes acontecimientos suelen mudar las condiciones y aniquilar los ánimos valerosos, no ha sido así con el verdugo de mis buenas esperanzas; porque con mas valor y entereza que buenamente decirse puede, ha pasado el naufragio de sus desdichas y los encuentros de mis ardientes cuanto honestas importunaciones: en lo cual se verifica que mudan el cielo y no las costumbres los que en ellas tal vez hicieron asiento. De todo esto que he dicho, quiero inferir que yo le ofrecí mi hacienda en rescate, y le di mi alma en mis deseos: di traza en su libertad y aventuré por ella mas que por la mia la vida, y todos estos que en otro sujeto mas agradecido pudieran ser cargos de algun momento, no quiero yo que lo sean; solo quiero lo sea este en que te pongo ahora; y diciendo esto, alzó la mano y con honesto comedimiento quitó el antifaz del rostro de Leonisa, que fué como quitarse la nube que tal vez cubre la hermosa claridad del sol; y prosiguió diciendo: Ves aquí, oh Cornelio, te entrego la prenda que tú debes de estimar sobre las cosas que son dignas de estimarse; y ves aquí tú, hermosa Leonisa, te doy al que tú siempre has tenido en la memoria: esta sí quiero que se tenga por liberalidad; en cuya comparacion dar la hacienda, la vida y la honra no es nada: recíbela, oh venturoso mancebo, recíbela, y si llega tu conocimiento á tanto que llegue á conocer valor tan grande, estímate por el mas venturoso de la tierra: con ella te daré asimismo todo cuanto me tocare de parte en lo que á todos el cielo nos ha dado, que bien creo que pasará de treinta mil escudos: de todo puedes gozar á tu sabor con libertad, y quietud y descanso; y plega al cielo que sea por luengos y felices años: yo sin ventura, pues quedo sin Leonisa, gusto de quedar pobre; que á quien Leonisa le falta, la vida le sobra: y en diciendo esto calló, como si al paladar se hubiera pegado la lengua; pero desde allí á un poco, ántes que ninguno hablase, dijo: ¡Válame Dios, y cómo los apretados trabajos turban los entendimientos! Yo, señores, con el deseo que tengo de hacer bien, no he mirado lo que he dicho, porque no es posible que nadie pueda demostrarse liberal de lo ajeno: ¿qué jurisdiccion tengo yo en Leonisa para darla á otro? ó ¿cómo puedo ofrecer lo que está tan lejos de ser mio? Leonisa es suya, y tan suya, que á faltarle sus padres, que felices años vivan, ningun opósito tuviera su voluntad; y si se pudieran poner las obligaciones que como discreta debe de pensar que me tiene, desde aquí las borro, las cancelo y doy por ningunas; y así de lo dicho me desdigo, y no doy á Cornelio nada, pues no puedo; solo confirmo la manda de mi hacienda hecha á Leonisa, sin querer otra recompensa sino que tenga por verdaderos mis honestos pensamientos, y que crea dellos que nunca se encaminaron ni miraron á otro punto, que el que pide su incomparable honestidad, su gran valor é infinita hermosura. Calló Ricardo en diciendo esto; á lo cual Leonisa respondió en esta manera: Si algun favor, oh Ricardo, imaginas que yo hice á Cornelio en el tiempo que tú andabas de mí enamorado y celoso, imagina que fué tan honesto, como guiado por la voluntad y órden de mis padres, que atentos á que le movies en á ser mi esposo, permitian que se los diese: si quedas desto satisfecho, bien lo estarás de lo que de mí te ha mostrado la esperiencia cerca de mi honestidad y recato: esto digo por darte á entender, Ricardo, que siempre fuí mia, sin estar sujeta á otro que á mis padres, á quien ahora humildemente, como es razon, suplico me den licencia y libertad para disponer la que tu mucha valentía y liberalidad me ha dado. Sus padres dijeron que se la daban, porque fiaban de su mucha discrecion que usaria della de modo que siempre redundase en su honra y en su provecho. Pues con esa licencia, prosiguió la discreta Leonisa, quiero que no se me haga de mal mostrarme desenvuelta á trueque de no mostrarme desagradecida: y así, oh valiente Ricardo, mi voluntad hasta aquí recatada, perpleja y dudosa, se declara en favor tuyo; porque sepan los hombres que no todas las mujeres son ingratas, mostrándome yo siquiera agradecida: tuya soy, Ricardo, y tuya seré hasta la muerte, si otro mejor conocimiento no te mueve á negar la mano que de mi esposo te pido. Quedó como fuera de sí á estas razones Ricardo, y no supo ni pudo responder con otras á Leonisa, que con hincarse de rodillas ante ella y besarle las manos, que le tomó por fuerza muchas veces, bañándoselas en tiernas y amorosas lágrimas: derramólas Cornelio de pesar, y de alegría los padres de Leonisa, y de admiracion y de contento todos los circunstantes: hallóse presente el obispo ó arzobispo de la ciudad, y con su bendicion y licencia los llevó al templo, y dispensando en el tiempo los desposó en el mismo punto. Derramóse la alegría por toda la ciudad, de la cual dieron muestra aquella noche infinitas uminarias, y otros muchos dias la dieron muchos juegos y regocijos que hicieron los parientes de Ricardo y de Leonisa. Reconciliáronse con la Iglesia Mahamut y Halima, la cual imposibilitada de cumplir el deseo de verse esposa de Ricardo, se contentó con serlo de Mahamut. A sus padres y á los sobrinos de Halima dió la liberalidad de Ricardo, de las partes que le cupieron del despojo, suficientemente con que viviesen. Todos en fin quedaron contentos, libres y satisfechos, y la fama de Ricardo, saliéndose de los términos de Sicilia, se estendió por todos los de Italia y de otras muchas partes, debajo del nombre del Amante liberal, y aun hasta hoy dura en los muchos hijos que tuvo en Leonisa, que fué ejemplo raro de discrecion, honestidad, recato y hermosura.