El alcalde de Zalamea: Jornada Tercera

Jornada Tercera


Sale ISABEL como llorando
ISABEL: Nunca amanezca a mis ojos
la luz hermosa del día,
porque a su sombra no tenga
vergüenza yo de mí misma.
¡Oh tú, de tantas estrellas
primavera fugitiva,
no des lugar a la aurora,
que tu azul campaña pisa,
para que con risa y llanto
borre tu apacible vista!
Y ya que ha de ser, que sea
con llanto, mas no con risa.
¡Detente, oh mayor planeta,
mas tiempo en la espuma fría
del mar! Deja que una vez
dilate la noche fría
su trémulo imperio; deja
que de tu deidad se diga,
atenta a mis ruegos, que es
voluntaria y no precisa!
¿Para qué quieres salir
a ver en la historia mía
la más enorme maldad,
la más fiera tiranía,
que en venganza de los hombre
quiere el cielo que se escriba?
Mas, ¡ay de mí!, que parece
que es fiera tu tiranía;
pues desde que te rogué
que te detuvieses, miran
mis ojos tu faz hermosa
descollarse por encima
de los montes. ¡Ay de mí,
que acosada y perseguida
de tantas penas, de tantas
ansias, de tantas impías
fortunas, contra mi honor
se han conjurado tus iras!
¿Qué he de hacer? ¿Dónde he de ir?
Si a mi casa determinan
volver mis erradas plantas,
será dar nueva mancilla
a un anciano padre mío,
que otro bien, otra alegría
no tuvo, sino mirarse
en la clara luna limpia
de mi honor, que hoy desdichado
tan torpe mancha le eclipsa.
Si dejo, por su respeta
y mi temor afligida,
de volver a casa, dejo
abierto el paso a que diga
que fui cómplice en mi infamia;
y ciega e inadvertida
vengo a hacer de la inocencia
acreedora a la malicia.
¡Qué mal hice, qué mal hice
de escaparme fugitiva
de mi hermano! ¿No valiera
más que su cólera altiva
me diera la muerte, cuando
llegó a ver la suerte mía?
Llamarle quiero, que vuelva
con saña más vengativa,
y me dé muerte. Confusas
voces el eco repita,
diciendo...
Dentro [Pedro CRESPO]
CRESPO: Vuelve a matarme,
serás piadoso homicida;
que no es piedad, no, dejar
a un desdichado con vida.
ISABEL: ¿Qué voz es ésta, que mal
pronunciada y poco oída,
no se deja conocer?
CRESPO: Dadme muerte, si os obliga
ser piadosos.
ISABEL: ¡Cielos, cielos!
Otro la muerte apellida,
otro desdichado hay
que hoy a pesar suyo viva.
Mas, ¿qué es lo que ven mis ojos?
Descúbrese CRESPO atado
CRESPO: Si piedades solicita
cualquiera que aqueste monte
temerosamente pisa,
llegue a dar muerte... Mas, ¡cielos!
¿Qué es lo que mis ojos miran?
ISABEL: Atadas atrás las manos
a una rigurosa encina...
CRESPO: Enterneciendo los cielos
con las voces que apellida...
ISABEL: ...mi padre está.
CRESPO: ...mi hija viene.
ISABEL: ¡Padre y señor!
CRESPO: ¡Hija mía!
Llégate, y quita estos lazos.
ISABEL: No me atrevo; que si quitan
los lazos, que te aprisionan,
una vez las manos mías,
no me atreveré, señor,
a contarte mis desdichas,
a referirte mis penas;
porque, si una vez te miras
con manos y sin honor
me darán muerte tus iras,
y quiero ante que las veas
referirte a mis fatigas.
CRESPO: Detente, Isabel, detente.
No prosigas; que desdichas,
Isabel, para contarlas
no es menester referirlas.
ISABEL: Hay muchas cosas que sepas,
y es forzoso que al decirlas
tu valor se irrite, y quieras
vengarlas antes de oírlas.
Estaba anoche gozando
la seguridad tranquila,
que al abrigo de tus canas
mis años me prometían,
cuando aquellos embozados
traidores, que determinan
que lo que el honor defiende
el atrevimiento rinda,
me robaros; bien así,
como de los pechos quita
carnicero hambriento lobo
a la simple corderilla.
Aquel capitán, aquel
huésped ingrato, que el día
primero introdujo en casa
tan nunca esperada cisma
de traiciones y cautelas,
de pendencias y rencillas,
fue el primero que en sus brazos
me cogió, mientras le hacías
espaldas otros traidores,
que la bandera militan.
Aquese intricado, oculto
monte que está a la salida
del lugar, fue su sagrado.
¿Cuándo de la tiranía
no son sagrados los montes?
Aquí ajena de mí misma
dos veces me miré, cuando
aun tu voz, que me seguía,
me dejó, porque ya el viento
a quien tus acentos fías,
con la distancia, por puntos
adelgazándose iba;
de suerte, que las que eras
antes razones distintas,
no eran voces sino ríos;
luego en el viento esparcidas,
no eran voces, sino ecos
de una confusas noticias;
como aquel que oye un clarín,
que, cuando de él se retira,
le queda por mucho rato,
si no el ruido, la noticia.
El traidor pues, en mirando
que ya nadie hay quien le diga,
que ya nadie hay que me ampara,
porque hasta la luna misma
ocultó entre pardas sombras,
o crüel o vengativa,
aquella, ¡ay de mí!, prestada
luz, que del sol participa,
pretendió--¡ay de mí otra vez
y otras mil!--con fementidas
palabras buscar disculpa
a su amor. ¿A quién no admira
querer de un instante a otro
hacer la ofensa caricia?
¡Mal hay el hombre, mal haya
el hombre que solicita
por fuerza ganar un alma!
Pues no advierte, pues no mira,
que las victorias de amor
no hay trofeo en que consistan,
sino en granjear el cariño
de la hermosura que estiman;
porque querer sin el alma
una hermosura ofendida,
es querer una belleza
hermosa pero no viva!
¡Qué ruegos, qué sentimientos,
ya de humilde, ya de altiva,
no le dije! Pero en vano;
pues--¡calle aquí la voz mía!--
soberbio--¡enmudezca el llanto!--
atrevido--¡el pecho gima!--
descortés--¡lloren los ojos!--
fiero--¡ensordezca la envidia!--
tirano--¡falte el aliento!--
osado--¡luto me vista!...
y si lo que la voz yerra,
tal vez el acción explica.
De vergüenza cubro el rostro,
de empacho lloro ofendida,
de rabia tuerzo las manos,
el pecho rompe de ira.
Entiende tú las acciones;
pues no hay voces que lo digan.
Baste decir que a las quejas
de los vientos repetidas,
en que ya no pedía al cielo
socorro sino justicia,
salió el alba, y con el alba,
trayendo a la luz por guía,
sentí ruido entre unas ramas.
Vuelvo a mirar quién sería,
y veo a mi hermano. ¡Ay cielos!
¿Cuándo, cuándo, ah suerte impía,
llegaron a un desdichado
los favores con más prisa?
Él, a la dudosa luz
que, si no alumbra, domina,
reconoce el daño antes
que ninguno se lo diga
--que son linces los pesares
que penetran con la vista--.
Sin hablar palabra, saca
el acero, que aquel día
le ceñiste. El capitán,
que el tardo socorro mira
en mi favor, contra el suyo
saca la blanca cuchilla.
Cierra el uno con el otro;
este repara, aquel tira;
y yo, en tanto que los dos
generosamente lidian,
viendo temerosa y triste,
que mi hermano no sabía
si tenía culpa o no,
por no aventurar mi vida
en la disculpa, la espalda
vuelvo, y por la entretejida
maleza del monte huyo;
pero no con tanta prisa,
que no hiciese de unas ramas
intricadas celosías;
porque deseaba, señor,
saber lo mismo que huía.
A poco rato mi hermano
dio al capitán una herida.
Cayó. Quiso asegurarle...
cuando los que ya venían
buscando a su capitán
en su venganza se incitan.
Quiere defenderse; pero
viendo que era una cuadrilla,
corre veloz. No le siguen,
porque todos determinan
más acudir al remedio
que a la venganza que incitan.
En brazos al capitán,
volvieron hacia la villa,
sin mirar en su delito;
que en las penas sucedidas
acudir determinaron
primero a la más precisa.
Yo, pues, que atenta miraba
eslabonadas y asidas
unas ansias de otras ansias,
ciega, confusa y corrida,
discurrí, bajé, corrí,
sin luz, sin norte, sin guía,
monte, llano y espesura,
hasta que a tus pies rendida,
antes que me des la muerte,
te he contado mis desdichas.
Ahora, que ya las sabes,
generosamente anima
contra mi vida el acero,
el valor contra mi vida;
que ya para que me mates
aquestos lazos te quitan
mis manos; alguno de ellos
mi cuello infeliz oprima.
Desátale
Tu hija soy, sin honra estoy,
y tú libre; solicita
con mi muerte tu alabanza,
para que de ti se diga
que, por dar vida a tu honor
diste la muerte a tu hija.
Arrodíllase
CRESPO: Álzate, Isabel, del suelo;
no, no estás más de rodillas;
que a no haber estos sucesos
que atormenten y persigan,
ociosas fueran las penas,
sin estimación las dichas.
Para los hombres se hicieron,
y es menester que se impriman
con valor dentro del pecho.
Isabel, vamos aprisa;
demos la vuelta a mi casa;
que este muchacho peligra,
y hemos menester hacer
diligencias exquisitas,
por saber de él, y ponerle
en salvo.
ISABEL: (¡Fortuna mía, Aparte
o mucha cordura o mucha
cautela es ésta!)
CRESPO: Camina.
(¡Vive Dios que si la fuerza Aparte
y necesidad precisa
de curarse hizo volver
al capitán a la villa,
que pienso que le está bien
morirse de aquella herida
por excusarse de otra
y otras mil, que el ansia mía
no ha de parar hasta darle
la muerte!) ¡Ea! Vamos, hija,
a nuestra casa.
Sale el ESCRIBANO
ESCRIBANO: ¡Oh, señor,
Pedro Crespo! ¡Dame albricias!
CRESPO: ¿Albricias? ¿De qué, escribano?
ESCRIBANO: En concejo aqueste día
os ha hecho alcalde, y tenéis
para estrena de justicia
dos grandes acciones hoy.
La primera es la venida
del Rey, que estará hoy aquí,
o mañana en todo el día
según dicen. Es la otra,
que ahora han traído a la villa
de secreto unos soldados
a curarse con gran prisa
aquel capitán que ayer
tuvo aquí su compañía.
Él no dice quién le hirió;
pero si esto se averigua
será una gran causa.
CRESPO: (¡Cielos, Aparte
cuando vengarte imaginas,
me hace dueño de mi honor
la vara de la justicia!
¿Cómo podré delinquir
yo, si en esta hora misma
me ponen a mí por juez
para que otros no delincan?
Pero cosas como aquestas
no se ven con tanta prisa.)
En extremo agradecido
estoy a quien solicita
honrarme.
ESCRIBANO: Vení a la casa
del concejo y, recibida
la posesión de la vara,
haréis en la causa misma
averiguaciones.
CRESPO: Vamos.
A ISABEL
A tu casa te retira.
ISABEL: (¡Duélese el cielo de mí!) Aparte
Yo he de acompañarte.
CRESPO: Hija,
ya tenéis el padre alcalde,
él os guardará justicia.
Vanse. Salen don ÁLVARO con banda, como
herido, y el SARGENTO
ÁLVARO: Pues la herida no era nada,
¿por qué me hicisteis volver
aquí?
SARGENTO: ¿Quién pudo saber
lo que era antes de curada?
ÁLVARO: Ya la cura prevenida,
hemos de considerar,
que no es bien aventurar
hoy la vida por la herida.
SARGENTO: ¿No fuera mucho peor
que te hubieras desangrado?
ÁLVARO: Puesto que ya estoy curado,
detenernos será error.
Vámonos, antes que corra
voz de que estamos aquí.
¿Están ahí los otros?
SARGENTO: Sí.
ÁLVARO: Pues la fuga nos socorra
del riesgo de estos villanos,
que, si se llega a saber
que estoy aquí, habrá de ser
fuerza apelar a las manos.
Sale REBOLLEDO
REBOLLEDO: La justicia aquí se ha entrado.
ÁLVARO: ¿Qué tiene que ver conmigo
justicia ordinaria?
REBOLLEDO: Digo,
que hasta aquí ha llegado.
ÁLVARO: Nada me puede a mí estar
mejor, llegando a saber
que estoy aquí, y no temer
a la gente del lugar;
que la justicia es forzoso
remitirme en esta tierra
a mi consejo de guerra;
con que, aunque el lance es penoso,
tengo mi seguridad.
REBOLLEDO: Sin duda se ha querellado
el villano.
ÁLVARO: Eso he pensado.
Dentro
ESCRIBANO: Todas las puertas tomad,
y no me salga de aquí
soldado que aquí estuviere;
y al que salirse quisiere,
matadle.
Salen Pedro CRESPO con vara, el ESCRIBANO, y los
que puedan
ÁLVARO: Pues, ¿cómo así
entráis? Mas... ¿qué es lo que veo?
CRESPO: ¿Cómo no? A mi parecer
la justicia ha menester
más licencia, a lo que creo.
ÁLVARO: La justicia, cuando vos
de ayer acá lo seáis,
no tiene, si lo miráis,
que ver conmigo.
CRESPO: Por Dios,
señor, que no os alteréis;
que sólo a una diligencia
vengo, con vuestra licencia,
aquí, y que solo os quedéis
importa.
A los soldados
ÁLVARO: Salíos de aquí.
Al ESCRIBANO y los otros
CRESPO: Salíos vosotros también.
Al escribano
Con esos soldados ten
gran cuidado.
ESCRIBANO: Harélo así.
Vanse [el ESCRIBANO, los soldados, y los
labradores]
CRESPO: Ya que yo, como justicia,
me valí de su respeto,
para obligaros a oírme,
la vara a esta parte dejo,
y como un hombre no más
deciros mis penas quiero.
Arrima la vara
Y puesto que estamos solos,
señor don Álvaro, hablemos
más claramente los dos
sin que tantos sentimientos
como tiene encerrados
en las cárceles del pecho
acierten a quebrantar
las prisiones del silencio.
Yo soy un hombre de bien;
que a escoger mi nacimiento,
no dejara, es Dios Testigo,
un escrúpulo, un defecto
en mí, que suplir pudiera
la ambición de mi deseo.
Siempre acá entre mis iguales
me he tratado con respeto.
De mí hacen estimación
el cabildo y el concejo.
Tango muy bastante hacienda,
porque no hay, gracias al cielo,
otro labrador más rico
en todos aquestos pueblos
de la comarca. Mi hija
se ha crïado, a lo que pienso,
con la mejor opinión,
virtud y recogimiento
del mundo. Tal madre tuvo
--téngala Dios en el cielo!--
...Bien pienso que bastará,
señor, para abono de esto,
el ser rico, y no haber quien
me murmure, ser modesto,
y no haber quien me baldone;
y mayormente viviendo
en un lugar corto, donde
otra falta no tenemos
más que decir unos de otros
las faltas y los defectos;
y pluguiera a Dios, señor,
que se quedara en saberlos.
Si es muy hermosa mi hija,
díganlo vuestros extremos,
aunque pudiera, al decirlos,
con mayores sentimientos
llorar. Señor, ya esto fue
mi desdicha. No apuremos
toda la ponzoña al vado;
quédese algo al sufrimiento.
No hemos de dejar, señor,
salirse con todo al tiempo;
algo hemos de hacer nosotros
para encubrir sus defectos.
Éste ya veis si es bien grande,
pues aunque encubrirle quiero,
no puedo; que sabe Dios,
que a poder estar secreto
y sepultado en mí mismo,
no viniera a lo que vengo;
que todo esto remitiera,
por no hablar, al sufrimiento.
Deseando pues remediar
agravio tan manifiesto,
buscar remedio a mi afrenta,
es venganza, no es remedio;
y vagando de uno en otro,
uno solamente advierto,
que a mí me está bien y a vos
no mal; y es, que desde luego
os toméis toda mi hacienda,
sin que para mi sustento
ni el de mi hijo, a quien yo
traeré a echar a los pies vuestros,
reserve un maravedí,
sino quedarnos pidiendo
limosna, cuando no haya
otro camino, otro medio
con que poder sustentarnos.
Y si queréis desde luego
poner una S y un clavo
hoy a los dos y vendernos,
será aquesta cantidad
más del dote que os ofrezco.
Restaurad una opinión
que habéis quitado. No creo,
que desluzcáis vuestro honor
porque los merecimientos,
que vuestros hijos, señor,
perdieren, por ser mis nietos,
ganarán con más ventaja,
señor, con ser hijos vuestros.
En Castilla, el refrán dice
que el caballo--y es lo cierto--
lleva la silla. Mirad,
Híncase de rodillas
que a vuestros pies os lo ruego
de rodillas y llorando
sobre estas canas que el pecho,
viendo nieve y agua, piensa,
que se me estás derritiendo.
¿Qué os pido? Un honor os pido,
que me quitasteis vos mesmo;
y con ser mío, parece,
según os lo estoy pidiendo
con humildad, que no os pido
lo que es mío, sino vuestro.
Mirad, que puedo tomarle
por mis manos, y no quiero,
sino que vos me los deis.
ÁLVARO: (¡Ya me falta el sufrimiento!) Aparte
Viejo cansado y prolijo,
agradeced que no os doy
la muerte a mis manos hoy,
por vos y por vuestro hijo;
porque quiero que debáis
no andar con vos más crüel
a la beldad de Isabel.
Si vengar solicitáis
por armas vuestra opinión,
poco tengo que temer;
si por justicia ha de ser,
no tenéis jurisdicción.
CRESPO: ¿Que en fin no os mueve mi llanto?
ÁLVARO: Llantos no se han de creer
de viejo, niño y mujer.
CRESPO: ¿Que no pueda dolor tanto
mereceros un consuelo?
ÁLVARO: ¿Qué más consuelo queréis,
pues con la vida volvéis?
CRESPO: Mirad que echado en el suelo
mi honor a voces os pido.
ÁLVARO: ¡Qué enfado!
CRESPO: Mirad que soy
alcalde en Zalamea hoy.
ÁLVARO: Sobre mí no habéis tenido
jurisdicción. Es consejo
de guerra enviará por mí.
CRESPO: ¿Es eso os resolvéis?
ÁLVARO: Sí,
caduco y cansado viejo.
CRESPO: ¿No hay remedio?
ÁLVARO: El de callar
es el mejor para vos.
CRESPO: ¿No otro?
ÁLVARO: No.
CRESPO: Pues, ¡juro a Dios,
[Levántase y] toma la vara
que me lo habéis de pagar!
¡Hola!
Salen el ESCRIBANO y los villanos
ESCRIBANO: ¿Señor?
ÁLVARO: ¿Qué querrán
estos villanos hacer?
ESCRIBANO: ¿Qué es lo que manda?
CRESPO: Prender
mando al señor capitán.
ÁLVARO: ¡Buenos son vuestros extremos!
Con un hombre como yo,
en servicio del Rey, no
se puede hacer.
CRESPO: Probaremos.
De aquí, si no es preso o muerto,
no saldréis.
ÁLVARO: Yo os apercibo
que soy un capitán vivo.
CRESPO: ¿Soy yo acaso alcalde [tuerto]?
Daos al instante a prisión.
ÁLVARO: (No me puedo defender Aparte
fuerza es dejarme prender.)
Al Rey de esta sinrazón
me quejaré.
CRESPO: Yo también
de esa otra; y aun bien que está
cerca de aquí, y nos oirá
a los dos. Dejar es bien
esa espada.
ÁLVARO: No es razón,
que...
CRESPO: ¿Cómo no, si vais preso?
ÁLVARO: Tratad con respeto.
CRESPO: Eso
está muy puesto en razón.
Al ESCRIBANO
Con respeto le llevad
a las casas en efeto
del concejo, y con respeto
un par de grillos le echad
y una cadena, y tened
con respeto gran cuidado,
que no hable a ningún soldado.
Y a todos también poned
en la cárcel, que es razón,
y aparte, porque después
con respeto a todos tres
les tomen la confesión.
Aparte a don ÁLVARO
Y aquí, para entre los dos
si hallo harto paño, en efeto
con muchísimo respeto
os he de ahorcar, ¡juro a Dios!
ÁLVARO: ¡Ah, villanos con poder!
Llévanle preso. Vanse. Salen REBOLLEDO, la
CHISPA, el ESCRIBANO y CRESPO
ESCRIBANO: Este paje, este soldado,
son los que mi cüidado
sólo ha podido prender;
que otro se puso en hüida.
CRESPO: Éste el pícaro es que canta.
Con un paso de garganta
no ha de hacer otro en su vida.
REBOLLEDO: ¿Pues qué delito es, señor,
el cantar?
CRESPO: Que es virtud siento,
y tanto, que un instrumento
tengo en que cantéis mejor.
Resolveos a decir...
REBOLLEDO: ¿Qué?
CRESPO: ...cuanto anoche pasó...
REBOLLEDO: Tu hija, mejor que yo
lo sabe.
CRESPO: ...o has de morir.
CHISPA: Rebolledo, determina
negarlo punto por punto;
serás, si niegas, asunto
para una jacarandina
que cantaré.
CRESPO: ¿A vos, después,
quién otra os ha de cantar?
CHISPA: A mí no me pueden dar
tormento.
CRESPO: Sepamos, pues,
por qué.
CHISPA: Esto es cosa asentada,
y que no hay ley que tal mande.
CRESPO: ¿Qué causa tenéis?
CHISPA: Bien grande.
CRESPO: ¡Decid, cuál!
CHISPA: Estoy preñada.
CRESPO: (¿Hay cosa más grande? Aparte
Mas la cólera me inquieta.)
¿No sois paje de jineta?
CHISPA: No, señor, sino de brida.
CRESPO: Resolveos a decir
vuestros dichos.
CHISPA: Sí, diremos
y aún más de los que sabemos;
que peor será morir.
CRESPO: Eso excusará a los dos
del tormento.
CHISPA: Si es así,
pues para cantar nací,
he de cantar, ¡vive Dios!
Cantan
"¡Tormento me quieren dar!"
REBOLLEDO: "Y, ¿qué quieren darme a mí?"
CRESPO: ¿Qué hacéis?
CHISPA: Templar desde aquí
pues que vamos a cantar.
Vanse. Sale JUAN
JUAN: Desde que al traidor herí
en el monte, desde que
riñendo con él, porque
llegaron tantos, volví
la espalda, el monte he corrido,
la espesura he penetrado,
y a mi hermana no he encontrado.
En efecto, me he atrevido
a venirme hasta el lugar
y entrar dentro de mi casa,
donde todo lo que pasa
a mi padre he de contar.
Veré lo que me aconseja
que haga, cielos, en favor
de mi vida y de mi honor.
Salen ISABEL e INÉS
INÉS: Tanto sentimiento deja;
que vivir tan afligida,
no es vivir, matarte es.
ISABEL: Pues, ¿quién te ha dicho, ¡ay Inés!,
que no aborrezco la vida?
JUAN: Diré a mi padre... ¡ay de mí!
¿No es ésta Isabel? Es llano,
pues, ¿qué espero?
Saca la daga
INÉS: ¡Primo!
ISABEL: ¡Hermano!
¿Qué intentas?
JUAN: Vengar así
la ocasión en que hoy has puesto
mi vida y mi honor.
ISABEL: ¡Advierte!...
JUAN: Tengo de darte la muerte,
¡viven los cielos!
Sale Pedro CRESPO [con la vara]
CRESPO: ¿Qué es esto?
JUAN: Es satisfacer, señor,
una injuria, y es vengar
una ofensa, y castigar...
CRESPO: Basta, basta; que es error
que os atreváis a venir...
JUAN: (¿Qué es lo que mirando estoy?) Aparte
CRESPO: ...delante así de mí hoy,
acabando ahora de herir
en el monte un capitán.
JUAN: Señor, si le hice esa ofensa,
que fue en honrada defensa
de tu honor.
CRESPO: ¡Ea, basta, Juan!
¡Hola!
Salen los labradores
¡Llevadle también
preso!
JUAN: ¿A tu hijo, señor,
tratas con tanto rigor?
CRESPO: Y aun a mi padre también
con tal rigor le tratara.
(Aquesto es asegurar Aparte
su vida, y han de pensar
que es la justicia más rara
del mundo.)
JUAN: Escucha por qué.
Habiendo un traidor herido,
a mi hermana he pretendido
matar también...
CRESPO: Ya lo sé.
Pero no basta sabello
yo como yo, que ha de ser
como alcalde, y he de hacer
información sobre ello;
y hasta que conste, qué culpa
te resulta del proceso,
tengo de tenerte preso.
(Yo le hallaré la disculpa.) Aparte
JUAN: Nadie entender solicita
tu fin, pues sin honra ya
prendes a quien te la da,
guardando a quien te la quita.
Llévanlo preso [a JUAN]
CRESPO: Isabel, entra a firmar
esta querella que has dado
contra aquél que te ha injuriado.
ISABEL: ¿Tú, que quisiste ocultar
nuestra ofensa, eres ahora
quien más trata publicarla?
Pues no consigues vengarla,
consigue el callarla ahora.
CRESPO: Que ya que,como quisiera
me quita esta obligación,
satisfacer mi opinión
ha de ser de esta manera.
Vase [ISABEL]
Inés, pon ahí esa vara;
pues que por bien no ha querido
ver el caso conclüido,
querrá por mal.
Dentro
LOPE: ¡Para, para!
CRESPO: ¿Qué es aquesto? ¿Quién,
quién hoy
se apea en mi casa así?
Pero, ¿quién se ha entrado aquí?
Sale don LOPE
LOPE: ¡Oh, Pero Crespo! Yo soy,
que volviendo a este lugar
de la mitad del camino
donde me trae--imagino--
un grandísimo pesar,
no era bien ir a apearme
a otra parte, siendo vos
tan mi amigo.
CRESPO: ¡Guárdeos Dios!
Que siempre tratáis de honrarme.
LOPE: Vuestro hijo no ha parecido
por allá.
CRESPO: Preso sabréis
la ocasión. La que tenéis,
señor, de haberos venido,
me haced merced de contar;
que venís mortal, señor.
LOPE: La desvergüenza es mayor
que se puede imaginar.
Es el mayor desatino
que hombre ninguno intentó.
Un soldado me alcanzó
y me dijo en el camino...
¡Que estoy perdido, os confieso,
de cólera!...
CRESPO: Proseguí.
LOPE: ...que un alcaldillo de aquí
al capitán tiene preso;
y, ¡voto a Dios!, no he sentido
en toda aquesta jornada
esta pierna excomulgada
si no es hoy, que me ha impedido
el haber antes llegado
donde el castigo le dé.
¡Voto a Jesucristo, que
al grande desvergonzado
a palos le he de matar!
CRESPO: Pues habéis venido en balde;
porque pienso que el alcalde
no se los dejará dar.
LOPE: Pues dárselos sin que deje
dárselos.
CRESPO: Malo lo veo;
ni que haya en el mundo creo
quien tan mal os aconseje.
¿Sabéis por qué le prendió?
LOPE: No; mas sea lo que fuere
justicia la parte espere
de mí; que también sé yo
degollar si es necesario.
CRESPO: Vos no debéis de alcanzar,
señor, lo que en un lugar
es un alcalde ordinario.
LOPE: ¿Será más de un villanote?
CRESPO: Un villanote será
que, si cabezudo da,
en que ha de darle garrote,
¡par Dios!, se salga con ello.
LOPE: No se saldrá tal, ¡par Dios!,
y si por ventura vos,
si sale o no, queréis vello,
decidme dó vive o no.
CRESPO: Bien cerca vive de aquí.
LOPE: Pues a decirme vení
quién es el alcalde.
CRESPO: Yo.
LOPE: ¡Voto a Dios, que lo sospecho!
CRESPO: ¡Voto a Dios, como os le he dicho!
LOPE: Pues, Crespo, lo dicho dicho.
CRESPO: Pues, señor, lo hecho hecho.
LOPE: Yo por el preso he venido
y a castigar este exceso.
CRESPO: Pues yo acá le tengo preso
por lo que acá ha sucedido.
LOPE: ¿Vos sabéis que a servir pasa
al Rey, y soy su juez yo?
CRESPO: ¿Vos sabéis que me robó
a mi hija de mi casa?
LOPE: ¿Vos sabéis que mi valor
dueño de esta causa ha sido?
CRESPO: ¿Vos sabéis cómo atrevido
robó en un monte mi honor?
LOPE: ¿Vos sabéis cuánto os prefiere
el cargo que he gobernado?
CRESPO: ¿Vos sabéis que le he rogado
con la paz y no la quiere?
LOPE: Que os entráis no es bien, se arguya,
en otra jurisdicción.
CRESPO: Él se me entró en mi opinión
sin ser jurisdicción suya.
LOPE: Yo os sabré satisfacer
obligándome a la paga.
CRESPO: Jamás pedí a nadie que haga
lo que yo me pueda hacer.
LOPE: Yo me he de llevar el preso;
ya estoy en ello empeñado.
CRESPO: Yo por acá he sustanciado
el proceso.
LOPE: ¿Qué es proceso?
CRESPO: Unos pliegos de papel,
que voy juntando, en razón
de hacer la averiguación
de la causa.
LOPE: Iré por él
a la cárcel.
CRESPO: No embarazo
que vais, solo se repare
que hay orden que al que llegare
le den un arcabuzazo.
LOPE: Como a esas balas estoy
enseñado yo a esperar...
(Mas no se ha de aventurar Aparte
nada en el acción de hoy.)
¡Hola, soldado!
Sale un SOLDADO
Id volando,
y a todas las compañías
que alojadas estos días
han estado y van marchando
decid que bien ordenadas
lleguen aquí en escuadrones,
con balas en los cañones
y con las cuerdas caladas.
SOLDADO 1: No fue menester llamar
la gente; que habiendo oído
aquesto que ha sucedido
se ha entrado en el lugar.
LOPE: Pues, ¡voto a Dios!, que he de ver
si me dan el preso o no.
CRESPO: Pues, ¡voto a Dios!, que antes yo
haré lo que se ha de hacer!
Éntranse. Tocan cajas y dicen dentro
LOPE: Ésta es la cárcel, soldados,
adonde está del capitán.
Si no os le dan al momento,
poned fuego y la abrasad.
Y si se pone en defensa
el lugar, todo el lugar.
ESCRIBANO: Ya, aunque rompan la cárcel,
no le darán libertad.
LOPE: ¡Mueran aquestos villanos!
CRESPO: ¿Que mueran? Pues, ¿qué? ¿No hay
más?
LOPE: Socorro les ha venido.
¡Romped la cárcel, llegad,
romped la puerta!
Salen el REY, don LOPE y los soldados, Pedro
CRESPO, y los villanos. Todos se descubren
REY: ¿Qué es esto?
Pues, ¿de esta manera estáis
viniendo yo?
LOPE: Ésta es, señor,
la mayor temeridad
de un villano, que vio el mundo.
Y, ¡vive Dios!, que a no entrar
en el lugar tan aprisa,
señor, Vuestra Majestad,
que había de hallar luminarias
puestas por todo el lugar.
REY: ¿Qué ha sucedido?
LOPE: Un alcalde
ha prendido un capitán
y viniendo yo por él
no le quieren entregar.
REY: ¿Quién es el alcalde?
CRESPO: Yo.
REY: ¿Y qué disculpas me dais?
CRESPO: Este proceso, en que bien
probado el delito está,
digno de muerte por ser
una doncella robar,
forzarla en un despoblado
y no quererse casar
con ella, habiendo su padre
rogádole con la paz.
LOPE: Éste es el alcalde, y es
su padre.
CRESPO: No importa en tal
caso; porque, si un extraño
se viniera a querellar,
¿no había de hacer justicia?
Sí. ¿Pues qué más se me da
hacer por mi hija lo mismo
que hiciera por los demás?
Fuera de que, como he preso
un hijo mío, es verdad
que no escuchara a mi hija,
pues era la sangre igual.
Mírese, si está bien hecha
la causa; miren, si hay
quien diga que yo haya hecho
en ella alguna maldad,
si he inducido algún testigo,
si está algo escrito demás
de lo que he dicho, y entonces
me den muerte.
REY: Bien está
sustanciado. Pero vos
no tenéis autoridad
de ejecutar la sentencia
que toca a otro tribunal.
Allá hay justicia, y así
remitid al preso.
CRESPO: Mal
podré, señor, remitirle;
porque, como por acá
no hay más que sola una audiencia,
cualquier sentencia que hay
la ejecuta ella; y así
ésta ejecutada está.
REY: ¿Qué decís?
CRESPO: Si no creéis
que es esto, señor, verdad,
volved los ojos y vello.
Aqueste es el capitán.
Aparece dado garrote en una silla don
ÁLVARO
REY: Pues, ¿cómo así os atrevisteis?
CRESPO: Vos habéis dicho que está
bien dada aquesta sentencia,
luego esto no está hecho mal.
REY: ¿El consejo no supiera
la sentencia ejecutar?
CRESPO: Toda la justicia vuestra
es sólo un cuerpo no más;
si éste tiene muchas manos,
decid, ¿qué más se me da
matar con aquesta un hombre
que esta otra había de matar?
¿Y qué importa errar lo menos
quien acertó lo demás?
REY: Pues ya que aquesto sea así,
¿por qué, como a capitán
y caballero, no hicisteis
degollarle?
CRESPO: ¿Eso dudáis?
Señor, como los hidalgos
viven tan bien por acá,
el verdugo que tenemos
no ha aprendido a degollar;
y ésa es querella del muerto,
que toca a su autoridad,
y hasta que él mismo se queje,
no les toca a los demás.
REY: Don Lope, aquesto ya es hecho,
bien dada la muerte está;
no importa error lo menos
quien acertó lo demás.
Aquí no quede soldado
alguno, y haced marchar
con brevedad; que me importa
llegar presto a Portugal.
[A CRESPO]
Vos, por alcalde perpetuo
de aquesta villa os quedad.
CRESPO: Sólo vos a la justicia
tanto supierais honrar.
Vanse el REY [y su acompañamiento, soldados,
y labradores]
LOPE: Agradeced al buen tiempo
que llegó Su Majestad.
CRESPO: ¡Par Dios!, aunque no llegara
no tenía remedio ya.
LOPE: ¿No fuera mejor hablarme,
dando el preso y remediar
el honor de vuestra hija?
CRESPO: Un convento tiene ya
elegido y tiene esposo
que no mira en calidad.
LOPE: Pues dadme los demás presos.
CRESPO: Al momento los sacad.
Salen REBOLLEDO y la CHISPA
LOPE: Vuestro hijo falta; porque
siendo mi soldado ya,
no ha de quedar preso.
CRESPO: Quiero
también, señor, castigar
el desacato que tuvo
de herir a su capitán;
que, aunque es verdad que su honor
a esto le pudo obligar,
de otra manera pudiera.
LOPE: Pero Crespo... ¡bien está!
Llamadle.
Sale JUAN
CRESPO: Ya él está aquí.
JUAN: Las plantas, señor, me dad;
que a ser vuestro esclavo iré.
REBOLLEDO: Yo no pienso ya cantar
en mi vida.
CHISPA: Pues, yo sí,
cuantas veces a mirar
llegue al pasado instrumento.
CRESPO: Con que fin el autor da
a esta historia verdadera.
Los defectos perdonad.
FIN DE LA COMEDIA


Jornada Tercera

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