El acta de Loredán (EL DÍA)
La publicó anoche El Correo Español, la autoriza el marqués de Cerralbo, jefe del partido tradicionalista en España, y está fechada en Venecia, palacio de Loredán, el 20 de Enero del año de gracia de 1897. En otro lugar del presente número hallarán los lectores de EL DÍA lo más sustancial de dicho documento, que sentimos no podemos analizar y discutir con la calma que su importancia exige, por falta material de tiempo y porque, en realidad, muchos de los conceptos que encierra son, á nuestro juicio, dignos de estudio y préstanse á serias y no improvisadas meditaciones.
Cumple, sin embargo, al espíritu de imparcialidad é independencia en que siempre procuramos inspirar nuestros juicios, decir que el Manifiesto de los carlistas, como instrumento de propaganda y acicate para mantener entre las huestes legitimistas la fe y la esperanza en la causa del Pretendiente, ha de producir sus naturales efectos y aumentar los peligros que van acumulándose enfrente del orden y de las instituciones existentes.
En cuanto á la organización de los poderes, hay en él muchos extremos que aceptaría sin dificultad el federal regionalista más exigente; como quiera que todos los extremos se tocan, hasta se afirma el mandato imperativo para los procuradores en Cortes, y hasta se les impone la obligación de dar cuenta de sus actos á los electores, cosa que defienden á capa y espada los elementos radicales del partido socialista obrero. La unidad política nacional que el carlismo promete es, ni más ni menos, el cantonalismo por regiones, llegando al pacto conmutativo sinalagmático que figura en el programa de Pí y Margall.
Excusado es decir que D. Carlos lanza rayos y truenos contra el parlamentarismo, y hace una crítica asaz pesimista de todos los organismos del Estado tal y como están constituidos; pero si en la mayor parte de los puntos que toca usa y abusa de la hipérbole, precisa declarar que está en lo cierto en cuanto expresa acerca del caciquismo da los pueblos y do las provincias. Lo malo es que esta no es plaga moderna, sino antigua, anterior al nacimiento de la Monarquía constitucional.
Cuanto á sus abominaciones respecto del sistema colonial, que da como frutos amargos las guerras actuales, no son ciertamente los partidarios de ese régimen los más abonados para darnos la verdadera panacea, porque precisamente dentro de la Monarquía absoluta con los Virreinatos y con las leyes de indias que ahora invocan, perdimos todas nuestras posesiones de América.
Por lo demás, el Manifiesto de D. Carlos está muy bien escrito; y, como decimos más arriba, en algunos de sus extremos podría firmarlo sin inconveniente alguno cualquier discípulo apasionado de Juan Jacobo Rousseau. El legitimismo sólo da á la publicidad lo que pudiéramos llamar la parte especulativa de su pensamiento, es decir, lo que hará cuando la hora del triunfo suene en el reloj del tiempo; lo otro, los medios que ha de emplear para que el reloj ande, se los calla con cuidado, para comunicarlos exclusivamente á los individuos de la familia. Parece deducirse, no obstante, que mientras duren las guerras de Cuba y Filipinas no tendremos que temer otro San Carlos de la Rápita.
Más vale así; porque si otro fuera el intento de los carlistas, ni España ni Dios mismo, aun siendo tan fervientes católicos, se lo perdonarían jamás.