El Tempe Argentino: 11

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Capítulo IX

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Continuación del chajá


Esta ave magnífica, aunque clasificada ya y descrita en su conformación exterior por los naturalistas, todavía su curiosa historia y su rara fisiología no han sido bien estudiadas. Nacida para vivir en las llanuras, a la margen de las lagunas y los ríos, apacentándose en bandadas, con instinto gregal como los rebaños y las aves sin vuelo, corriendo por el suelo con sus pollos como las gallinas, y alimentándose exclusivamente de yerbas; es sin embargo, amiga de vivir aisladamente en familia, es valiente, poderosa y voladora.

Tiene la facultad de remontarse como el águila y el cóndor, y sostenerse mejor que ellos en las regiones elevadas de la atmósfera, por la rara propiedad que goza de aligerarse dilatando su cuerpo exteriormente. Cúbrelo todo él un conjunto de vesículas que infladas a voluntad del pájaro por un gas exhalado de su interior, le dan un enorme volumen; y si, como es probable, llena ese mismo fluido el hueco de las plumas y los huesos, no será extraño que, sumamente reducida la gravedad específica del ave, pueda ésta suspenderse en el aire sin esfuerzo, cuál aereóstato, según se la observa frecuentemente cerniéndose entre las nubes, por largas horas, sin notable movimiento de sus alas.

Tanto la hembra como el macho son monógamos, es decir, que la unión de los sexos es singular e indisoluble, ofreciéndonos el dechado más perfecto de amor conyugal.

Aunque la unión de los sexos en los animales no parezca ser más que una necesidad física, es innegable que en algunos de ellos toma el carácter de un verdadero amor, hasta idealizarse como en el hombre, y hallarse unido a un tierno afecto independiente del acto generador. Una unión afectuosa y de una constancia y fidelidad recíproca, se nota en las águilas, las tórtolas, los papagayos, también en varios mamíferos; más donde nos ofrece lo más sublime y puro del himeneo es entre los chajaes.

Que aquellas personas cuya exquisita sensibilidad busca con tanto interés y encuentra con tanto placer las tiernas afecciones de algunos seres felices que, en medio del inmenso conjunto de la creación, la naturaleza parece haber querido privilegiar con el don del sentimiento, escuchen por un instante lo que algunos observadores refieren del ave singular que nos ocupa.

Sepan que entre los numerosos habitantes del aire, cada uno de los cuales según su especie nos presenta un remedo o simulacro de alguna de las pasiones del hombre, hay uno que reúne en grado heroico todas las inclinaciones afectuosas del corazón humano.

Los chajaes, por una elección mutua, se unen macho y hembra, con un afecto recíproco, en consorcio exclusivo e indisoluble.

Son tan extremosos en su cariño, que viven inseparables haciendo comunes sus temores, sus peligros y sus goces. Véseles siempre apareados, ya en sus paseos aéreos, ya en sus excursiones campestres, ayudándose en sus tareas de nidificación e incubación. Extiéndese el ardor que los anima hasta los débiles polluelos que acaban de nacer, abrigando y conduciendo ambos consortes con solicitud estos frutos de su unión; preservándolos con su vigilancia y su denuedo de la garra cruel de sus enemigos, hasta que la prole pueda bastarse a sí misma.

Estos esposos felices, después de concluidos los cuidados de la familia, buscan la sociedad de sus semejantes, y renuevan sus antiguas amistades, esperando, siempre fieles y constantes, la llegada de otra primavera que renueve sus amorosos placeres y sus tiernos afanes. Y cuando la muerte llega a romper tan dulce vínculo, el chajá que sobrevive, como si ambos no tuvieran más que una sola vida animada por el amor, no tarda en exhalar el último aliento entre fúnebres lamentos.

Descuret refiere un hecho interesantísimo sobre la ternura conyugal del chajá: "Bonnet criaba hacía muchos años un par de esos hermosos pájaros conocidos en Francia bajo el nombre de inseparables y que los ingleses llaman aves de amor. Cuando la hembra debilitada por la edad no podía alcanzar al comedero, el macho le daba el alimento con un cariño que encantaba; cuando llegó al estado de no poderse tener en pie, él hacia los mayores esfuerzos para sostenerla; y cuando murió, se puso el macho a correr con mucha agitación, probó varias veces darle de comer; más viéndola inmóvil, se detuvo a contemplarla, se puso a exhalar los gritos más lastimosos, y poco tiempo después sucumbió." ¡Qué cuadro tan lleno de emociones para las almas tiernas y sensibles! Y de no menor interés para la misma filosofía que se complace en contemplar el principio y el efecto de un instinto elevado, especie de inteligencia que produce entre estas aves habitudes sociales y pacíficas en que se ve la rara unión de la fuerza y la dulzura; que da origen a tiernísimos afectos y goces en cierto modo sentimentales; y que nos ofrece perfectos ejemplos de amor y de fidelidad, sublimados hasta la abnegación y el sacrificio.

¡Ah! ¿por qué estas virtudes que harían un edén de la sociedad humana, son tan raras entre los seres infinitamente superiores por las dotes celestes de la razón y el sentimiento? Si la historia del chajá hubiera sido conocida por las antiguas musas europeas; si el númen poético del nuevo mundo hubiese bebido las inspiraciones en las mágicas fuentes de una naturaleza llena de maravillas y seducciones, ¡cuántas veces estos modelos de amor y de ternura no hubieran sido celebrados en esas encantadoras producciones de una invención brillante y un sentimiento delicado, que la sabiduría recibe de manos de la poesía, como los perfumes y las formas bellas que dan más atractivo a los frutos de la ciencia!

Domestiquemos, tengamos a nuestro lado estos preciosos seres, tan justamente denominados aves de amor, aves inseparables, para tener constantemente a nuestra vista escenas tan hermosas como propias para educar el corazón. Así podremos ver aun entre los brutos, y contemplar realizado el objeto de las primeras aspiraciones de nuestra alma, el amor constante, la amistad verdadera; afectos generosos, virtudes que el hombre siempre envidia y admira, y cuyo espectáculo tiene siempre el poder de conmoverlo, aunque no las posea, o pervertido, afecte desconocerlas.