El Tempe Argentino: 03

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Capítulo I

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Introducción

No lejos de la ciudad de Buenos Aires existe un amenísimo recinto agreste y solitario, limitado por las aguas del Plata, el Paraná y el Uruguay. Ninguno de los que frecuentan el pueblo de San Fernando habrá dejado de visitarlo; a no ser que sea un hombre indiferente a las bellezas de la naturaleza y ajeno a las dulces afecciones. Todo el que tenga un corazón sensible y tierno, lo sentirá inundado de las más gratas emociones al surcar sus plácidas corrientes, bordadas de la más lozana vegetación; se extasiará bajo sus frondosas arboledas, veladas de bejucos, y verá con delicia serpentear los numerosos arroyuelos que van a unirse con los grandes ríos.

En mi infancia, arrancado por primera vez de los muros de la ciudad natal, me hallé un día absorto y alborozado en aquel sitio encantador. Más tarde, en la edad de las ilusiones, lo visité impelido por los placenteros recuerdos de la niñez, y creí haber hallado el edén de mis ensueños de oro; y hoy, en la tarde de la vida, cuando la ignoble rivalidad ha oscurecido la aureola de mis esperanzas, lo he vuelto a visitar con indecible placer; he vuelto a gozar de sus encantos: he aspirado con dulce expansión interior las puras y embalsamadas emanaciones de aquellas aguas saludables y de aquellos bosques siempre floridos. Este recinto tan ameno, ceñido por los tres caudalosos ríos, son las islas que forman su espacioso delta. ¡Quién pudiera describirlas!

Una mansión campestre, en un clima apacible, embellecida con bosques umbrosos y arroyos cristalinos, animada por el canto y los amores de las aves, habitada por corazones buenos y sencillos, ha sido y será siempre el halagüeño objeto de la aspiración de todas las almas, en la edad en que la imaginación se forja los más bellos cuadros de una vida de gloria y de ventura. Y después de la lucha de las pasiones, de los combates de la adversidad y los desengaños de la vida, en los términos de su carrera, es todavía la paz y el solaz de una mansión campestre, la última aspiración del corazón humano. Por eso la tabloza y la lira de los genios de la Grecia consagraron los más bellos colores y armonías para pintar la amenidad de su valle del Tempe; y por eso también serán algún día celebradas por los ingenios argentinos y orientales, las bellezas y excelencias de las islas deliciosas que a porfía acarician las aguas del Paraná, el Plata y el Uruguay, y que, situadas casi a las puertas de la populosa Buenos Aires, se encuentran solitarias y sin dueño.

Mil sitios habrá en el globo más pintorescos, por las variadas escenas y románticos paisajes con que la naturaleza sabe hermosear un terreno ondulado y montañoso; pero ninguno que iguale a nuestras islas en el lujo de su eterno verdor, en la pureza de su ambiente y de sus aguas, en la numerosidad y la gracia de sus canales y arroyuelos, en la fertilidad de su suelo, en la abundancia y dulzura de sus frutos.