El Rey de los olmos

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

—Sí, algo de nuevo pasa, dijo la segunda lagartija.



EL REY DE LOS OLMOS.


 Dos grandes lagartijas corrian una noche, en sentido opuesto, por el tronco hueco de un viejo sauce que estaba á orillas de un riachuelo en medio de la olmeda; en la oscuridad tropezaron una con otra y retrocedieron de espanto; pero pronto se reconocieron y entablaron una conversacioncilla, pues ambas se comprendían bien y sabían el idioma de las lagartijas.

« ¡Qué algarabía! dijo la primera, ¡Qué ruido hay en la colina que cubre el palacio del rey de los olmos! Hace dos noches que no puedo cerrar los ojos; preferiria tener dolor de muelas, porque entónces si no duermo, á lo ménos no rabio contra otros.

- Sí, algo de nuevo pasa, dijo la segunda lagartija; por la noche se levanta la colina y hasta que canta el gallo se mantiene en el aire, sostenida por cuatro troncos pintados de encarnado; es, segun creo, para dejar entrar el aire embalsamado de las lagunas. Las hijas del rey han aprendido nuevas danzas, ¿Para qué es todo eso?.

- He hablado sobre este asunto con un gusano conocído mio, que habita la colina y se mete en todas partes; aunque no ve, porque no tiene ojos, está dotado de un oído muy fino, y hé aquí lo que oyó. En palacio se están esperando forasteros, nobles forasteros. ¿Quiénes? No ha querido decírmelo.

Todos los fuegos fatuos es tán apalabrados para la retreta con antorchas, Están bruñendo todas las prendas de oro y plata para que brillen bíen con la luz de la luna. »

En estose oyeron susurros, cuchicheos y otros varios ruidos extraños; una cuadrilla de nuevas lagartijas atemorizadas salieron de sus guaridas preguntándose mutuamente: « ¿Qué visitas serán esas que son causa de un estrépito tan infernal? »

De repente se abrió la colina, y se vió aparecer á una vieja princesa, parienta lejana del rey de los olmos,que era la que gobernaba la casa. Llevaba en la frente, como diadema, un corazon de ámbar. Trotaba, corria, galopaba, como quien ha de recorrer un largo camino. Iba á la orilla del mar para buscar al cuervo de las noches, al espíritu maligno que habian echado la víspera del viejo castillo, que frecuentaba, y que íué desterrado por mil años bajo esta forma.

Le halló graznaudo encima de una roca y le dijo: « Mañana por la noche estáis convidado á una gran fiesta que da el rey en su casa, ¿Tendriais la bondad de encargaros de distribuir algunas esquelas de convite? La función será espléndida; tendremos huéspedes de la mayor distincion y una docena de mágicos á lo ménos.

- ¡Bien! ¿Y á quién debo convidar? dijo el cuervo.

- Para el gran baile se dejará entrar a casi todo el mundo, aun á los hombres es decir, á los sonámbulos. Pero para el banquete queremos a sólo lo más escogido de la sociedad. Yo opinaba que no se debian convidar á las simples fantasmas; no quería más que espectros que han representado un papel en la historia.

 En primer lugar, necesitamos al rey del mar y del


Le halló graznando encima de una roca.


fango, con las princesas sus hijas. No les debe gustar venir á tierra porque está seca ,pero se procurará que estén en su elemento; en todo caso, se tendrán sus sillas húmedas.

Luego tendremos los demonios de primera clase, con cola retorcida, la mandrágora y el caballo de los muertos [1].

- Cuac, cuac, dijo el cuervo y echó á volar para desempeñar el encargo que se le había dado.

Durante este tiempo, las hijas del rey ensayaban el paso de baile que acababan de enseñarlas, arropándose en sus chales tejidos de niebla y de luz de la luna. El gran salon de honor estaba magnificamente adornado, y las paredes, frotadas con grasa de bruja, relucían como hojas de tulipa. En la cocina se estaban guisando pistos de sapos y culebras; centenares de ranas estaban preparadas para ponerlas en el asador y se calentaba la grasa para freír babosas y sanguijuelas; se estaba mondando una ensalada de nenúfares y de hongos encarnados, de los cuales bastaba un bocado para matar al hombre más robusto; esta ensalada estaba sazonada con rabos de ratas. La reina de los hornagueros había enviado una cerveza hecha por ella misma y en los postres habia clavos de féretros enmohecidos.

El anciano rey de los olmos había hecho limpiar á fondo su hermosa corona de oro. En el palacio todo era continuas idas y venidas, barriendo, limpiando y restregando hasta el últino rincon.

« Ahora, dijo la princesa, no falta más que quemar inciensos; id á buscarme cerdas de caballo y plumas de pavo.

- Díme, padrecito, exclamó la hija menor del rey, ¿no puedo saber aun cuáles son los nobles extranjeros á quienes vamos á dar esta fiesta?

- ¡Vaya! contestó el rey, voy á satisfacer tu curiosidad. Se trata de casar á dos hermanas tuyas con los hijos del viejo gnomo de los montes de Dovre, en Noruega, el cual posee tan profundas cavernas y una mina de oro tan rica, que los hombres no la descubrirán jamas. Este viejo gnomo es sumamente bonachon y divertido, y tan intimo amigo mio que nos tuteamos; no le he visto desde la vez que vino aquí á celebrar sus bodas con la hija del rey de las rocas de Moen. ¡Cuánto hidromiel bebimos entonces, procedente de un buque que baró en la costa! ¡Qué gusto tendré en volver á ver á ese mozo de buen humor, flor y nata de los hombres de bien. Dicen que sus dos hijos están bastante mal educados y que sus modales no son de los más decentes; se conoce que han tenido mucho trato con los hijos de los hombres. Pero son todavía jóvenes y pueden enmendarse.

 —¿Y cuándo llegarán? preguntó la mayor de las princesas.

 —Los aguardo esta noche, respondió el rey, pero eso depende del viento y de la marea; yo creia que tomarian la posta y viajarian en un carro tirado por delfines, como los dioses y espíritus del mar; pero, en vez de esto, han ido á meterse, como verdaderos


El viejo gnomo de Dovre llevaba tambien una corona


gnomos en la bodega de un buque que las tempestades pueden retardar largo tiempo. »

De repente aparecieron dos fuegos fatuos bailando y saltando. « ¡Ahí están, ahí están! » exclamaron todos.

Dadme la corona, dijo el rey y pongámonos en rueda, á la claridad de la luna, como conviene á los genios de la noche. »

Las princesas se arroparon en sus chales diáfanos é hicieron una graciosa reverencia á sus augustos huéspedes.

El viejo gnomo de Dovre llevaba tambien una corona hecha de hielo y de piñas, cortada con arte; iba vestido de una piel de oso blanco, y calzado de enormes botas forradas. Sus hijos iban con el cuello descubierto y en mangas de camisa, como unos gañanes; parecían gnomos de la plebe, por más que su gorro puntiagudo tuviese una forma elegante.

« ¿Es eso lo que llaman aquí una altura? dijeron mirando la colina; en Noruega la llamaríamos un nido de hormigas. - Vamos callen esas bocas! dijo su padre, y fué en seguida á saludar á las princesas y dar un abrazo á su antiguo amigo el rey de los olmos.

Despues que hubieron admirado y alabado las maravillas del palacio, se sentaron á la mesa. Los personajes acuáticos, el rey del fango y sus familias, estaban colocados en unos grandes barreños lleno s de agua, donde se zambullian á su placer.

Celehróse el festin con toda felicidad y los convídados hallaron los manjares exquisitos. Sólo los dos gnomitos turbaban de cuando en cuando la alegria general con sus farsas groseras é indecentes, pues uno tomaba la cuchara con los dedos del pié y el otro bebia la cerveza en sus botas, como sí fueran vasos y acariciaba la nariz de su vecina con una piña. Su padre los reñía, pero ellos no le hacían caso y volvían á las andadas.

En cambio el viejo de Dovre gustaba á todo el mundo y su conversación era sumamente interesante. ¡Con qué elocuencia y poesia hablaba de las elevadas y majestuosas montañas de Noruega, de las terribles tempestades que las conmueven, de los espumosos torrentes que se precipitan de sus cumbres y corren hasta el mar con un estruendo que se asemeja á veces al del trueno y otras al sonido de un órgano poderoso! Des cribia los esfuerzos de los salmones cuando brincan al remontar los torrentes. Contó en seguida lo que sucede en las alegres fiestas que se celebran sobre el hielo transparente, del modo como bailan alli los mozos, blandiendo antorchas encendidas con cadencia y espantando los peces que se esconden en el fondo del mar.

Despues de comer, se formó un corro para ver bailar á las princesas. ¡Qué espectáculo tan lindo fué aquel! Ejecutaron rondós, pasos serios, saltaron y brincaron como cabritos. Meneaban brazos y pierna con tal presteza que casi causaban vértigos; era un baile cual nunca se había visto en ninguna corte de los reyes y emperadores de la tierra. El caballo de los muertos, que era siempre propenso á la tristeza, halló la fiesta demasiado jovial para él y pidió permiso para retirarse.

« ¡Bum! ¡Bum! exclamó el viejo gnomo, vaya una andanada de cabriolas. Cuando me fastidie allá en Noruega, diré á mis nueras que me distraigan con sus rigodones. ¿Pero no saben hacer otra cosa más que dar vueltas como un torbellino?

- Ahora lo verás y juzgarás por ti mismo, contestó el rey de los olmos, Vamos, señoritas! Haced ver de lo que sois capaces. »

Adelantóse la más joven que era tan delgada y delicada que diríase una estatuita de luz lunar cristalizada, Vivaracha como si tuviese azogue en el cuerpo, se puso en la boca una viruta de olmo y desapareciendo con ella, se volvió invisible.

Ese don es muy precioso para los que están dotados de él; pero un marido no debe apetecer que su mujer se desvanezca en el aire de ese modo, como, por ejemplo, cuando quiera castigarla. Eso no puede acomodar a mis hijos, que gustarán de dar de cuando en cuando un cachete a sus mujeres.

La segunda princesa se adelantó despues, contando al reyes el número de sus años; llevaba consigo una sombra, cosa casi desconocida en el mundo de los duendes. Así es que se mostraba muy ufana con ella.

La tercera era de muy buena pasta y había aprendido en el palacio de la reina de los hornagueros á hacer una cerveza exquisita; sabía tambien sazonaas raíces de olmos y pinos y servirlas mechadas con uciérnagas.

« Será una excelente ama de gobierno, dijo el eal vejestorio, pero mis hijos no necesitan tales alicientes para abrirles el apetito, pues lo que les sobra son ganas de comer y beber.

Acercóse la cuarta con una hermosa arpa de oro; en cuanto vibró una cuerda, todo el mundo alzó una pata y la de los tres gnomos fué la izquierda, porque toda su raza era zurda. Continuó tocando el instrumento y todos los circunstantes, impulsados por una fuerza mágica, se levantaron y pusiéronse á bailar y patear.

« Basta, basta, exclamó el viejo gnomo. Pierda yo mi corona ántes que mis hijos se casen con una moza que los lleve por los piés. ¿Y tú, chiquita, qué sabes hacer? dijo á la quinta princesa que se adelantaba haciendo dengues.

- Yo, dijo, he aprendido á amar la Noruega y no me casaré más que con quien me lleve á ese país que tanto he soñado.

Estas palabras embelesaron al viejo de Dovre, pero la hermana menor, deslizándose detras de su trono, le dijo al oido:

« Eso que está diciendo es porque ha leido no sé en qué parte que cuando llegue el fin del mundo los móntes de Noruega se elevarán sobre el cáos, y espera refugiarse alli para no perecer.

- ¡Oh! eso es puro egoísmo, dijo el rey gnomo; veamos lo que dice la última princesa.

- Hay aun dos, le respondió el rey de los olmos; la sexta debe comparecer ántes de la que le sigue.

Pero la sexta hacía mil zalamerías para presentarse.

Yo no sé más que decir la verdad á la gente, y por consiguiente no soy útil para nada, dijo la remilgada princesa. Así, me ocupo sólo en cortar y coser vestidos para los hombres que mi padre nos trae á veces, y les hago tambien juguetes. »

Llegó la séptima y última, es decir, la mayor. ¿Qué sabía hacer? Tenía un don muy precioso, pues podia contar cuentos noche y día, sin pararse, sobre un asunto cualquiera. « Hé aquí mis cinco dedos, dijo el viejo gnomo, cuéntame algo sobre cada uno de ellos. » La ladina princesa asió prontamente el dedo que llevaba el anillo é iba á empezar la historia de la sortija, cuando el anciano monarca la interrumpió diciéndole:

«Mira, toma el anillo, pues quíero que seas mi mujer, En el invierno nos divertirás con tus cuentos cuando estemos metidos en nuestras cavernas de Noruega, sentados alrededor de las mesas de cristal de roca, bebiendo hidromiel en grandes cuernos de oro sacados de las sepulturas donde reposan los reyes de los humanos. Y cuando te canses, la reina de las ondinas, que viene á vernos con frecuencia, nos divertirá con sus cantos. ¡Vaya! verás qué vida tan alegre y regalada rasamos. Pero, ¿en dónde están mis dos galopines?

Se habían separado de la compañia para continuar sus grosems diabluras, y se estaban divirtiendo en apagar los pobres fuegos fatuos que con tan buena voluntad se habían ofrecido para animar la fiesta.

« Vamos, tunantes, dijo el padre, acercaos y escoged cada cual á una de estas princesas por esposa. Procurad que vuestra eleccion sea tan acertada como la mia.

Pero los gnomitos declararon que las hijas del rey de los olmos les parecían muy zalameras, y que preferian casarse con una robusla gnorna de su tierra, que no hiciese asco de sus modales. Nadie insistió y ellos empezaron á vaciar toneles de hidromiel y á brindar hasta que cayeron redondos debajo de la mesa.

Mientras tanto, el viejo de Dovre bailó un rigodón con su novia y á lo mejor la metió en una de sus grandes bolas forradas, la llevó en triunfo y pidió al rey de los olmos que les diese su bendición.

 « Ya canta el gallo, exclamó la vieja príncesa, aya de las hijas del rey, que no perdió la cabeza en aquella francachela. Cerremos pronto todos los postigos para que no penetre aquí el más mínimo rayo de la luz del sol. Supongo que no hacéis ánimo de estar enfermos durante cien años. ¿No es verdad?

 Y efectivamente, cerraron herméticamente el palacio.

 Las dos lagartijas que habian entrevisto una parte de la fiesta, se pusieron á conversar sobre toda aquella magnificencia. El viejo gnomo les gustó mucho, pero el gusano preferia los hijos. Hé aquí lo que es el estar privado de la vista; bien es verdad que muchos de los que tienen ojos, juzgan tan mal como el gusano.

 En cuanto al cuervo, halló á todos á cuál más absurdo, y se volvió à su guarida roqueña, sin envidiar los troncos de los olmos ni á su rey.



  1. Conforme a un uso supersticioso, en Dinamarca, procedente del paganismo, cada vez que se edificaba una iglesia, se enterraba un caballo vivo en los cimientos; el espectro de este animal, decía el vulgo, iba á buscar el alma de los muertos.