El Museo Arqueológico: Carta II

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España


EL MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL. editar

CARTAS AL SR. D. JOSÉ LUIS ALBAREDA. editar

II. editar


24 de Setiembre de 1868.


Muy señor y estimado Amigo mio: Héme tardado algún tanto en cumplir á Vd. la palabra empeñada en las postreras lineas de mi anterior, porque á medida que se acerca el momento de abrir las puertas de este Museo á la inspección del público ilustrado, arrecian las atenciones, interpuestos al par los cuidados que solicitan de mi el desprendimiento de los generosos patricios, que menudean con sus regalos, y la cortesía y gratitud á tales y tan nobles actos debidas. Á riesgo de andar tal vez más á prisa de lo que se hubiera menester, y por no pasar plaza de olvidadizo, voy, pues, á reanudar la interrumpida reseña de este nacional Instituto, tocando en alguna parte lo relativo á la Edad Media, no sin manifestar á V. de pasada, que ha sido el mes corriente por demás fecundo en notabilísimas adquisiciones de todas épocas.

Indiqué á V. al terminar las breves observaciones, que me inspiraron los monumentos de la antigüedad clásica, ya atesorados en este Museo, que exigía toda predilección cuanto á los siglos medios se referia, por nacer en ellos, crecer y llegar á granazon la nacionalidad española, dando en todas las esferas de la vida muy preciados frutos de su múltiple cultura. De esperar era, en efecto, habida consideración á las mudanzas políticas, y aun sociales, que acaecen en el pueblo ibérico desde la gran ruina del Imperio Occidental, que diesen los monumentos, al ser allegados con inteligente diligencia, inequívoco y claro testimonio de las variadas influencias que se cruzan, luchan y se asimilan, por último, en cada momento y en cada edad de nuestra complicadísima historia. En lid, primero con la gentilidad, hasta lograr su vencimiento, no sin heredar y hacer suyas las más elevadas preseas del arte clásico; hermanando después los gloriosos despojos del Oriente y del Occidente bajo la doble dominación de Bizantinos y Visigodos; reanudando con generoso aliento las tradiciones nacionales, tras las dolorosas jornadas del Guadalete y el felicísimo triunfo de Covadonga; reflejando con ingenua fidelidad los nobles esfuerzos de la Reconquista, que asientan al cabo su trono y sus reales en la egregia ciudad de los Concilios; recibiendo, cual legitimo y natural tributo, las peregrinas conquistas de otra civilización rival y fundiéndolas, en singular y único maridaje, con cuantos elementos habia elaborado en largas centurias; y acogiendo, por último, no sin imprimirles sello especial, las delicadas joyas del Renacimiento, recorre en efecto el Arte cristiano dentro de la Península el inmenso período de diez y siete siglos, llenando todas las necesidades de la vida, ya en las tranquilas moradas de Dios y de los Santos, ya en la soledad y retiro de los monasterios; ora en el estruendo y tumulto de los campamentos y las lides, ora en los faustuosos alcázares y formidables castillos; ora, en fin, en los modestos hogares de ciudadanos y labriegos.

Y mientras este vario, rico y majestuoso desarrollo de las Bellas Artes y de las artes industriales se opera, tiene también en las comarcas sometidas al yugo del Islam notabilísimo desenvolvimiento el arte mahometano, que reflejando vivamente la civilización hispano-arábiga, revela los portentosos triunfos y conquistas de los sectarios de Mahoma en las esferas de la inteligencia, con los grandes conflictos y desastres que, produciendo la desmembración del Califato, preparan el largo reinado de los Beni-Nazares, cuyo trono derroca la poderosa diestra de los Reyes Católicos. Tres son, en efecto, las épocias que se determinan, desde la exaltación de Abd-er-rahman á la calda de Boabdil, en la historia de aquel Arte con los caracteres de diversos estilos: tales son la época de los Amires independientes (estilo del Califato); la de los Almoravides y Almohades (estilo mauritano), y la de los Alhamares (estilo granadino). En ellas viven al calor de la arquitectura y producen multiplicadas maravillas las artes industriales, con entera aplicación á todos los menesteres y usos de la vida, y en ellas se establece aquel singularísimo comercio con el arte cristiano, á que dejo hecha alusión, de donde nace un estilo propio y exclusivamente español, como que no ha podido producirse ni florecer su igual en otra de las naciones europeas, en tiempo alguno.

Un pueblo que asi cuenta con dos civilizaciones, á cada cual más abastada de producciones artísticas, seguro está, mi excelente amigo, de poseer preciosas y numerosísimas reliquias de ambas, para enriquecer no uno, sino diferentes Museos de antigüedades, con sólo abrigar el firme propósito de allegarlas; y por lo que á éste Nacional concierne, nada aventuro con decir á V. que empieza á tener realidad este generoso desideratum de los hombres doctos de aquende y de allende los Pirineos. No me detendré á mencionar individualmente los monumentos de los primeros siglos del Cristianismo, si bien me complazco en reconocer que no son tan escasos como pudiera suponerse, dadas la rareza de los mismos y la poca estimación en que los ha tenido hasta nuestros dias el exclusivismo de los discretos, más nocivo de continuo que la indiferencia de los ignorantes. Curiosas inscripciones en variados mármoles, bellas lucernas y lámparas de barro y bronce, preciosas urnas cinerarias que recuerdan las más exquisitas del siglo augusteo, inaures exornados de clamasterios, fragmentos arquitecténicos, y otros no menos estimables objetos, dan aquí razón de aquellas artes que se trasformaban paulatinamente bajo la mano del Cristianismo, y de aquella Era de fluctuación y de lucha, que se preparaba á trasmitir á otras edades, en medio de muy dolorosas con tradiciones, la herencia del antiguo mundo.

Más numerosos, puesto que más desconocidos del común de los que se precian de sabios, son ya en este Museo los monumentos de aquel arte, de que sólo se habia conservado memoria en las inextimables Etimologías de San Isidoro. —Usted recordará sin duda, mi distinguido amigo, que en el pasado año de 1857 despertó grandemente la curiosidad del mundo científico el descubrimiento del portentoso tesoro de las coronas visigodas de Guarrazar, cuyas más preciosas preseas habían salvado los Pirineos para figurar en el Museo de las Termas y del Hotel Cluny, como otras tantas maravillas de un arte desconocido. Ni habrá V. tampoco olvidado cómo los hombres doctos en el estudio de la ciencia arqueológica se lanzaron, con cierta noble avidez, en el campo de las investigaciones, ganosos de fijar por una parte la representación de aquellas peregrinas coronas y de ilustrar por otra la historia del arte, que las habia producido. Entre las multiplicadas y contradictorias hipótesis que salieron á luz con tal motivo, no será á V. difícil traer á la memoria la singular y originalisima teoría que formuló en muy erudito libro el más erudito M. de Lasteyrie, dando por sentado que el Tesoro de Guarrazar era en suma debido al arte germánico. — Esta osada aseveración, que despojaba á la nación española de toda cultura, durante la edad más floreciente del episcopado hispano-latino, dio origen á mi Ensayo histórico-crítico sobre el Arte latino-bizantino en España y las coronas visigodas de Guarrazar, libro que juzgó digno de encabezar la nueva serie de sus Memorias la Academia de San Fernando.— Animábame, al escribirlo, el anhelo de comprobar que asi las coronas como todas las preseas que constituían aquel gran tesoro, eran debidas á un arte, hermano de la gran literatura representada por los Leandros y Fulgencios, Eugenios é Ildefonsos; arte que satisfacía amplia y ciimplidamente todas las necesidades de la vida, política, social y religiosamente considerada; y cúpome la satisfacción de recibir en breve notabilísima carta del docto M. de Lasteyrie, en que felicitándome hidalgamente por haber escrito aquel libro, restituía á España, no menos ingenua y noblemente, la honra antes negada. —Lasteyrie reconocía, durante la Monarquía visigoda, la existencia en el suelo ibérico del arte latino-bizantino. Pues bien, mi digno amigo: todos los días recibo nuevos testimonios de esta verdad histórica, anunciada ya desde 1844 en mi Sevilla Pintoresca y puesta en duda, con más aparato de agena erudición que de propios estudios, por alguno de los que entre nosotros se atribuyen autoridad de críticos universales. Lo mismo de Guadamur que de Toledo, de Puente Genil que de Córdoba, de Elche que de Murcia, de León que de Oviedo, de Mérida que de Sevilla se remiten á este Nacional Museo fragmentos arquitectónicos exornados de bellas labores, que hermanándose con todo linaje de objetos indumentarios, antes recogidos en los gabinetes de la Biblioteca y Museo de Ciencias Naturales, demuestran la exactitud del libro de San Isidoro, al describir todo género de edificios existentes en su época, y prueban al par que el indicado arte latino-bizantino, como hijo de aquella magestuosa cultura; florecía en todas las comarcas del Imperio visigodo. No será difícil en este concepto determinar inuy en breve, por medio de tan preciosas reliquias, los especiales caracteres de las basílicas, aulas regias, atrios, martirios, capillas (sacella), xenódoquios, y otras fábricas mencionadas por el sabio autor de las Etimologías, así como nos es ya dado designar, entre los fragmentos recogidos, los que pertenecen al templo de Guarrazar, depositario de las famosas coronas, á la renombrada basílica de Santa Leocadia y al celebrado pretorio de Wamba en Toledo, y al grandioso templo de San Vicente en Córdoba, cuyas riquísimos despojos ingirió el grande Ábd-er-rahman en su maravillosa mezquita. —Como V. puede fácilmente deducir, este arte, así negado y revelado en sus proucciones, y cuyo estudio ha despertado en nuestro mismo suelo el amor patrio, ha debido llamar muy eficazmente mi atención, no sólo por la noble satisfacción de ver coronados mis esfuerzos, al vindicar á España de la nota de barbarie que le imponían nuevamente los eruditos ultramontanos, sino porque arroja toda luz sobre la historia de nuestra civilización, dando á conocer de lleno uno de los más gloriosos períodos de nuestra cultura.

Y no otro oficio hará este Museo Nacional por lo que respecta al arte mahometano. Atesorando ya peregrinos restos arquitectónicos de todas las edades de su vario y rico desarrollo en el suelo español, está llamado este departamento del Museo de la Edad Media á reconcentrar en sí las miradas de nacionales y extranjeros; y cuando en contados meses lo he visto acaudalarse con objetos tales que hacen verosímiles y muy naturales las descripciones de los palacios de Medina Ázzahra, que antes conceptuábamos hiperbólicas, ya que no fabulosas; cuando al lado de estas exquisitas muestras de lo que fué en Medina-Andálus el alcázar de los Califas de Occidente, veo ya figurar no menos estimables miembros arquitectónicos de los palacios levantados en Toledo y Zaragoza por los Beni-n-dhinum y los Beni-Lopes, ya en riquísimos mármoles, ya en incorruptibles maderas; cuando de la portentosa aljama de Abd-er-rahman y de Almanzor y de la celebrada Alhambra y de otros edificios granadinos se van acopiando vistosos aliceres y delicados relieves (alharas, ataujías y atauriques), y á toda esta arqueológica riqueza responden con creces las adquisiciones relativas al moviliario y á la indumentaria en lamparas, bateas, espadas, jarros, gumías, ajorcas, collares, arracadas, dedales, zuhumadores y otros multiplicados objetos, no arriesgaré el tomar plaza de ligero, si me atrevo á repetir que los salones destinados al arte mahometano en este Museo, han de ser el encanto de los doctos, si como anhelo, sigue respondiendo el sentimiento nacional á lo que de él esperan cuantos aman la honra y la gloria patria.

No ocultaré á V., mi buen amigo, que si el arte llamado á representar en las Monarquías independientes de Asturias, Aragón y Navarra, con el Condado de Barcelona, la gran tradición latino-bizantina, comienza á tener en este Nacional Instituto digna representación, no abundan todavía los monumentos que produce. A la verdad, la misma pobreza de aquellos primeros dias de la reconquista, fué causa de que se eclipsara en las montanas del Norte la magnificencia visigoda, produciendo verdadero escándalo los conatos de algunos Príncipes asturianos para restablecerla; pero desde el momento en que empieza en la España central la dinastía navarra con D. Sancho el Mayor, y toman su hijo y nietos título de Emperadores, poniendo en Toledo el trono castellano, revive con inusitada pompa el fausto latino-bizantino, presentando las Bellas Artes y las artes secundarias muy peregrino, bien que todavía no bien estudiado renacimiento. De este renacimiento y de las edades que se siguen, existen á dicha muchas y muy peregrinas preseas arquitectónicas é industriales; y cumple á los fines de este Museo el allegarlos con el mayor esmero y eficacia. La obra se inaugura; pero por sus especiales condiciones, no puede llevarse á cabo, sin la honrada y decidida cooperación del clero, depositario en gran parte de tan venerables reliquias. Lejanas há tiempo de toda aplicación al culto, duermen las más ignoradas en desvanes y sótanos, á que suele darse en catedrales y parroquias título de trasteros: sólo sirven allí para ser víctimas de la travesura ó ignorancia de acólitos y sacristanes, ya que no para saciar alguna vez su menguada codicia, excitados por viajeros extraños que explotan, con vergüenza y daño de la patria, aquel inmemorial abandono. ¿Será mucho exigir el esperar de la ilustración del clero español que, imitando el ejemplo del clero francés y aun del clero romano, responda á la voz del patriotismo para contribuir, tan á poca costa, á la pacifica y noble exaltación de las glorias españolas?... La mayor parte del episcopado ha respondido dignamente á mis invitaciones, prometiéndome su cooperación; algunos Prelados y Cabildos han tomado ya honrosísima iniciativa: de esperar es que, sacudida la habitual inercia, sigan todos el noble ejemplo, que imitado por los Párrocos, habrá de acaudalar á este naciente Museo en tal manera, que eclipse á los más renombrados, en cuanto á este linaje de riquezas.

Pero en lo que no ha de tener par, ni rival, por las razones arriba expuestas, es en todo lo concerniente al arte y estilo mudejar, único y característico de nuestra España. Cuando en 19 de Junio de 1859 alcancé la honra de pronunciar en el seno de la Academia de Nobles Artes mi discurso de recepción, tomé por asunto el estudio de este arte, materia hasta entonces no tocada, en cuyo trabajo me ayudó, respondiéndome á nombre del Cuerpo, mi dulce amigo D. Pedro de Madrazo. Todas las observaciones que alli apunté respecto de la Arquitectura, que acude, durante los siglos XIII, XIV, XV y parte del XVI, á representar la cultura española; todas las indicaciones, que respecto de las costumbres y en orden á la indumentaria y al moviliario hizo con grande perspicuidad el referido académico, van logrando nueva y muy luminosa comprobación en cuantos monumentos de todas clases se reciben cotidianamente en este central Instituto. Y no ya se refieren dichos monumentos á Toledo y Córdoba, Granada y Sevilla, puntos donde parecía haber alcanzado mayor desarrollo aquel arte, lastimosamente confundido hasta ahora con el arte arábigo: los testimonios de su existencia y de su predominio en todas las esferas, en que brilla el ingenio español, vienen al par de Valencia y Zaragoza, de Valladolid y León, de Burgos y Pamplona, de Calatayud y Talavera; y en fragmentos arquitectónicos y ricos muebles de peregrina taracea, en vistosos azulejos y gallardos jarrones y platos de doradas labores; en suntuosas estofas y joyas, más preciadas por la belleza de su forma que por el valor de la materia de que se componen, traen siempre el sello de aquel singular maridaje, operado igualmente en las regiones literarias, y que entraña la única explicación de cómo podía ser cumplidero el edicto de 1502, que trajo al gremio del Cristianismo los vasallos mudejares de Aragón y de Castilla. El arte mudejar, fusión brillante del arte cristiano y del arte arábigo, caminando paralelo á la manifestación ojival, penetra al cabo en las esferas del Renacimiento para imprimirle, en el suelo español, el peculiar carácter de nuestra peculiar cultura, influencia que se sostiene al par en el arte de construir y en las artes industriales, y con mayor especialidad en la orfebrería.

Paréceme, pues, dejar demostrado, con estas breves reflexiones sobre los departamentos dé la Edad Media en el naciente Museo Nacional, que representando directa y genuinamente el desarrollo de la civilización española, bajo tan multiplicados aspectos, no puede ser mayor el interés que deben inspirar, como no puede ser más varia la riqueza que atesoren en breve, si prosigue significándose con igual decisión que hasta aquí el patriotismo de nuestros conciudadanos. Abiertos desde luego al estudio de los doctos, les ofrecerán abundante materia para ilustrar y rectificar multitud de hechos y de preocupaciones históricas, que afean por desgracia nuestros gloriosos anales: en ellos encontrarán los artistas perpétua enseñanza, no sólo para evitar las extravagancias y anacronismos que suelen todavía deslustrar las más espontáneas producciones del genio, sino para caracterizar digna y convenientemente las escenas que intenten figurar ó reproducir en cuadros, grupos, estatuas y relieves; en ellos aprenderán finalmente todo linaje de artífices á moderar y purificar el gusto, harto depravado por cierto en los círculos industriales, llegando sin duda el dia en que por este camino les sea dado desechar la miserable tutela en que hoy viven, como meros tributarios de otras naciones, las cuales carecen por cierto de fuentes tan abundantes y peregrinas como las que ofrece el arte español en tan brillantes y variadas manifestaciones.

Quédame ahora, para dar cabo á la tarea que el deseo de corresponder en algún modo á lo benevolencia de V. me impuso, el llamar unos momentos su atención sobre el Museo de las colonias, que es ya sin duda uno de los más ricos depósitos que pudieran imaginarse; pero sobre pedir de suyo la naturaleza del asunto el ser tratado aparte, temo haber abusado ya de su bondad, extendiéndome en esta carta más de lo que intentaba, si bien he tocado los puntos en ella contenidos con excesiva prisa. Perdóneme V. pues, si tal ha sucedido, y permítame dejar para otro dia la terminación de esta pendiente reseña.

Queda de V. con la mayor consideración y afecto amigo y servidera q. b. s. m.


José Amador de los Rios.