El Museo Arqueológico: Carta I

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España


EL MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL. editar

CARTAS AL SR. D. JOSÉ LUIS ALBAREDA. editar

I. editar


29 de Agosto de 1868.


Muy señor y estimado Amigo mio: Honrado con las muy apreciadas de V., en que se sirve invitarme para que tome alguna parte en los trabajos de su ya acreditada REVISTA DE ESPAÑA, héme visto perplejo entre el bien nacido deseo de corresponder á su benévola invitacion y la imposibilidad de consagrarme al estudio de algun punto histórico ó literario, que por su índole pudiera prestar sabrosa lectura á los ilustrados suscritores de la REVISTA. Ocupado totalmente en la organizacion y aumento del Museo Nacional de Antigüedades, cuya inauguracion preparo, fuérame en verdad imposible fijarme en materia de importancia, estrechado al par del tiempo y de las multiplicadas atenciones que llevan trás sí aquella indeclinable obligacion y patriótico intento. Tan vivo y eficaz es no obstante en mí el anhelo de no parecer ingrato, pecado que de todo corazon abomino, que aún á riesgo de burlar las generosas esperanzas de V., me aventuro al fin á tomar la pluma.

Y no ya para esclarecer ni apuntar siquiera asunto alguno especial que toque á la historia, á la literatura, ó á las artes, sino para llamar por breves momentos la atención de V., sobre la materia que traigo entre manos, por si hallase dignas de sus lectores las observaciones que á sobre vuelo me asaltan, al reparar en la inmensa riqueza que sirve ya de base y fundamento á este nuestro Museo Nacional, aumentada felizmente cada dia con el hidalgo tributo, que de todos los ángulos de la península envían la ilustracion y el patriotismo. Consolador es en efecto, mi querido amigo, el espectáculo que se ofrece de contínuo á mi vista, desde que dejada la quietud de las tareas universitarias, me ví colocado al frente de este Instituto, nuevo por desgracia en nuestro suelo; y si el noble sentimiento de la dignidad y de la grandeza del pueblo español despertare en todos los hombres doctos, como ha despertado en algunos, no sería en mí censurable jactancia el asegurar que no se há menester largo plazo para ganar cuanto hemos perdido, con dejar á otras naciones la delantera por el espacio de dos siglos en la creacion y formacion de tan útil establecimiento.

Ni parecerá aventurado este aserto para quien se pare un instante á considerar, que respondiendo la riqueza monumental de todo pueblo á las vicisitudes de su historia, y que siendo tantas y de tan vária índole las que en muy apartadas edades pesaron sobre la Península pirenáica, copioso y por extremo variado debe ser el caudal de sus monumentos en las multiplicadas esferas de la vida, á que responden siempre con entera fidelidad las creaciones de las Bellas Artes, y los productos de las artes industriales. Rico, no tanto por el número de los objetos al presente allegados, cuanto por su sorprendente diversidad, aparece en su misma cuna este Nacional Museo, intérprete genuino de todas las glorias de la patria y éco vivo de todas las dominaciones que en el proceso de los tiempos se establecieron del lado acá de los Pirineos; y si no es prudente poner en tela de juicio que los Museos Arqueológicos de otros pueblos, han contribuido con creciente eficacia á esclarecer la historia de los mismos, indudable es para mí, y este convencimiento labrará luego en la conciencia de los estudiosos, que del exámen de los tesoros ya acaudalados en el Casino de la Reina, brotará luz suficiente para disipar las cerradas nieblas, que envuelven todavía épocas enteras de la historia nacional, y para rectificar muchos y muy autorizados errores, relativos á las costumbres, las creencias y la cultura de otras edades, que se conceptúan más conocidas ó estudiadas.

Porque yo tengo por seguro, mi excelente amigo, que dado por fortuna el fecundo impulso que han recibido los estudios crítico-históricos en las regiones especulativas, obra á que he procurado contribuir desde la cátedra por el espacio de veintiun años, y restablecida á dicha en su prístina fuerza y valor aquella verídica máxima de que no abona la historia partida alguna, si no se le presenta legítima quitanza, están en efecto llamados los monumentos de nuestra pasada civilizacion á derribar muchos y grandes ídolos, levantados por la credulidad y la incuria, no ménos que por la holgazanería, la ignorancia ó el avieso interés de otros siglos y generaciones. Sin odio ni amor, agenos á toda influencia, lejanos de todo fin preconcebido, ni se doblan los monumentos á forzado querer, ni se amoldan á mañero fingimiento, ni hablan más lenguaje que el espontáneo y siempre ingénuo de la verdad, desbaratando con incontrastable elocuencia toda cábala é impostura, y lanzando el fallo de inapelable condenacion contra los que osaron desmentirlos ó calumniarlos. Los monumentos jamás engañan: toda la dificultad de leer en ellos la verdad que encierran, consiste en preguntarles con la sana intencion de obtenerla; y alcanzado una vez este honrado fin, no hay temor de contradiccion ni mudanza. Lo que un monumento revela, con leal propósito interrogado, lo confirma otro, y otros ciento, establecida entre ellos cierta misteriosa relacion, que se hace cada dia más perceptible y luminosa á los ojos del historiador ó del crítico. Epocas artísticas hay en los anales de nuestra España, cuyos gloriosos monumentos eran há poco no sólo desconocidos, si no absolutamente negados por naturales y extranjeros: la contemplacion de algunos fragmentos arquitectónicos, abandonados en las ruinas de Toledo, despertó al cabo el estudio, y trás larga série de juicios comparativos, sobre haberse reconocido en todas las comarcas de Iberia los mismos elementos de arte, elaborados por una sóla cultura, se han llegado por último á descubrir templos enteros, cuya belleza y majestad desmienten todas las aseveraciones asentadas por largos siglos. Tal está sucediendo con la época visigoda y con el arte latino-bizantino, que en ella florece.

Si pues este, y no otro, es el poder y el oficio de los monumentos arqueológicos, ya los consultemos aisladamente, ya busquemos entre ellos, á fuerza de observaciones individuales, esas misteriosas y verídicas relaciones, dicho se está que ordenados estos en séries y sometidos á los principios fundamentales de la ciencia, ha de ser más abundante y colmada su enseñanza, abarcando la vida toda del hombre en sus multiplicadas ramificaciones y más variados estados de cultura.

A tan altos, útiles y trascendentales fines, aspira este Museo Arqueológico Nacional, y no es dudable que empieza brillantemente á realizarlos. Desde los tiempos á que se dá en nuestros dias título de prehistóricos, son ya numerosos, más de lo que fuera de esperar, los monumentos que encierra. Las edades de piedra (arqueolítica y neolítica), asi como las de bronce y de hierro; el largo período apellidado céltico, no ménos que los tiempos primitivos de las civilizaciones que preceden, dentro y fuera de nuestra España, á la griega y romana, —cuentan en verdad, cada cual por su parte, muchos centenares de objetos llamados á despertar la atencion de los sabios, no solamente porque abren á su contemplacion nuevos y no medidos horizontes, si no tambien porque arrojan nueva y brillantísima luz sobre el estudio de la raza humana, que se desarrolla, crece y civiliza en muy apartadas latitudes. El salon, que destino á custodiar los peregrinos restos de estas edades primitivas, recogidos así en España como en toda Europa, presentará igualmente productos de la embrionaria industria de los primeros pobladores de Asia, África, América y Oceanía, por lo que toca á las edades de piedra y bronce.

En cuanto á los monumentos de la antigüedad clásica y de las colonias que precedieron en nuestro suelo á la dominacion romana, no puede hoy, mi distinguido amigo, representar de lleno este Museo Nacional la gran riqueza atesorada por aquella provincia, que fué la primera en ser invadida y la última en someterse á las águilas de la República. Numerosas son, no obstante, las colecciones de barros y bronces, abundando los objetos de primer órden, ya en la relacion artística, ya en la suntuaria; pero no así las de mármoles, principalmente en lo que á la estatuaria atañe. Y no es por cierto, maravilla: el Museo de Pinturas de S. M., instituido más á tiempo, es depósito tan rico y preciado de bellas estátuas, bustos y relieves, que no sin razon excita la admiracion y envidia de los más granados críticos extranjeros; y en esta misma capital, no ménos que en otras de provincia, tales como Barcelona, Sevilla, Córdoba, Málaga, Tarragona y Zaragoza, existen en los palacios de los antiguos próceres, ó en manos de particulares, no pocas estatuas y aun colecciones formadas en siglos precedentes, ó recogidas en el actual con plausible diligencia. Alléguese á esto que, aun dada la predileccion con que miró la antigüedad clásica el arte de la escultura, fueron siempre obras difíciles y costosas, como creaciones y como productos industriales, las estátuas, bustos y relieves, y no será de extrañar la rareza de los descubrimientos de este linaje de objetos, sobre todo si se consulta en ellos, para su recta quilatacion, la belleza. Empeño grande debe ser, sin embargo, del Gobierno el procurar el acrecentamiento de esta parte del Nacional Museo, que es además notable por los delicados mosáicos hasta hoy recogidos; y con este fin reputo muy alta obligacion mia llamar sin tregua su atencion, no sin solicitar al par el ilustrado patriotismo de próceres, corporaciones y particulares.

Abundante, vária y aun peregrina es ya en este departamento la coleccion de objetos de indumentaria, que tanto interes ofrecen y tanta luz ministran para el estudio de la vida interior de los pueblos, adunados con los objetos del moviliario, no escasos por cierto en este Museo. —Anillos, con grabados y sin ellos, fíbulas, agujas, inaures, torquex, hebillas de balteos y cíngulos, dextras, armillas, ocreas, collares y otros cien objetos de igual naturaleza contrastan notablemente con los espejos, peines, anforiolas, cucharas, estilos, lámparas de multiplicadas formas y tamaños, tintinábulos, olfatariolas, con otros mil muebles menores, necesarios para la vida doméstica, cuya enumeración podria acaso parecer á V. por extremo prolija, cuando no impertinente y pedantesca. Cónstele á V., mi distinguido amigo, y conste á la nacion entera, que estas colecciones parecen más bien propias de un Museo há largo tiempo constituido que de un Museo aún no inaugurado; y sepa tambien que, si no son numerosos los vidrios hasta ahora allegados, lo cual proviene en no pequeña parte de su fragilidad característica, cuenta este departamento excelentes ejemplares que pueden arrostrar la comparacion con los más celebrados de otros Museos. Diariamente crece la sección de hierros, no sólo por lo que respecta á las armas, sino tambien por lo que á la agricultura y demás artes útiles se refiere, ofreciendo no escasa y muy interesante materia de estudio. Entre otras muchas observaciones y enseñanzas queá primera vista sugieren estos objetos, no es por cierto insignificante la de mostrar la forma de aquella famosísima machera hispana, tan temida un dia de los soldados romanos, no ménos que el ponderado gladius, que dio á los españoles singular renombre entre los pueblos del mundo antiguo. Rejas de arado, hazadones, segures, hoces, sierras y otros muchos objetos, que piden todavía la clasificacion, que no ha consentido darles la urgencia de terminar el Inventario, documento administrativo que ha llamado hasta ahora toda mi atención, han venido á dar nuevo interés á esta parte del Museo, recordándonos que fué la Península ibérica aquella codiciada provincia que competía con Sicilia en la abundancia y excelencia de sus cereales.

Contados, muy contados eran los monumentos litológicos que hallé, al encargarme de la dirección de este Nacional Museo; cosa en verdad solamente explicable, considerando que nunca hubo hasta hoy deliberado intento de recoger y ordenar en series los preciosos restos de nuestras antigüedades. Pocas provincias del Imperio romano ofrecen en efecto tanta riqueza epigráfica como España, y salva Italia, ninguna de las naciones modernas puede ostentar tantos y tan doctos cultivadores de este ramo de la arqueología clásica. Desde los tiempos de Nebrija hasta la edad presente, recordábanse con respeto los nombres de Morales y Martin del Rio, Franco y Antonio Agustín, Caro y Pedro de Valencia, y en más cercanos dias los de Leirens y Trigueros, Gusseme y Pérez Bayer, el Principe Pío y Cean Bermudez. ¿Cómo, pues, formadas la riqueza de las inscripciones y la copia de sus ilustradores, ni el gabinete etnográfico del Museo de Ciencias naturales, ni el depósito de antigüedades de la Biblioteca Nacional han ministrado á este Museo arqueológico las colecciones, que eran de esperar, en orden á la epigrafía clásica?.... Ni ocultaré tampoco que esta misma carestía y aún inopia cundia á los primeros siglos del cristianismo, á la edad visigoda, á la dominación arábiga, y alas monarquías de la reconquista; con lo cual dicho se está que he debido poner, y he puesto, todo empeño en dar comienzo, y no sin fortuna, atan variadas é interesantes colecciones, que presupuestos el favor del Gobierno y el patriotismo de nuestros naturales, crecerán muy en breve, á compás de la riqueza derramada en las más apartadas comarcas.

Vindícanos de esta falta, que no de otra suerte la reputo, el abundantísimo monetario, conocido en todo el mundo civilizado de cuantos cultivan la numismática; y con decir á V. que es el mismo custodiado hasta ahora en la Biblioteca Nacional, excuso mayores explicaciones. No es esto asegurar que ya no sea susceptible de aumentos: procúroselos cada dia con nuevas compras de ejemplares ó muy raros ó no existentes, y proporcióname no escasas adquisiciones el noble desprendimiento de nuestros compatricios; y á uno y otro medio es debido que se multipliquen las monedas de la antigüedad clásica, se aumenten las de la Edad Media y se vayan completando las colecciones de los tiempos modernos.

Hasta ahora, mi benévolo amigo, sólo he hablado á V. de las edades primitivas y de la antigüedad clásica, que hallan asilo y no indigna morada, á pesar de la penuria del Tesoro público, en el antiguo palacio del Casino. Réstame decir á V. algo de la Edad Media, en que nace, se desenvuelve y crece, no sin luchas y contradicciones, luminosos momentos y terribles eclipses, la nacionalidad española, que lleva después su actividad, su fuerza y su cultura á lejanas regiones é ignorados mundos, donde establece grandes y poderosas colonias. Ese desarrollo natural, alimentado por la tradición del antiguo mundo, y excitado sin tregua por otra civilización rival, llamada por tanto á realizar diferentes fines, y esa exuberancia de vida y de poder, que lanza á nuestros padres, en alas del espíritu aventurero, al través de los mares, formando la grande historia del pueblo español, pedian principalísima representación en el Museo Nacional de Antigüedades, para que llevase éste dignamente semejante nombre. Los departamentos de la Edad Media y de las Colonias vienen gloriosamente á justificarlo.

Pero me he detenido ya por demás, y va tomando excesivo bulto esta carta. El Museo de nuestra Edad Media, por lo que debe ser en corto plazo, y el Museo de las Colonias, por lo que fué ya desde el pasado siglo, demandan algunas consideraciones, que no rechazarán, sin duda, su generosa cortesía y benevolencia; y aun á riesgo de abusar de una y otra, quiero dar aquí punto, para no fatigar á los lectores, remitiendo á otro dia y á otra carta el completar las indicaciones que me propuse dirigirle sobre este científico Instituto. No lleve V. á mal que asi lo haga, robando á otros escritores el espacio, que tal vez, y sin tal vez, ocuparían en la REVISTA con más agradables, si no más útiles tareas. La bondad de V., al honrarme con su invitación, lo ha querido: ocupado constantemente en la organización del Museo, hubiérame sido imposible apartar las miradas de lo que sirve hoy de asunto á mi actividad y pobre inteligencia. Nadie puede, amigo mio, dar más de lo que tiene: á lo exiguo del don, suplirán, sin embargo, el noble deseo y la limpia voluntad que lo ofrecen, no menos que la deferente y calificada bondad que lo recibe.

Soy de V., con toda consideración, devoto servidor y apasionado amigo, q. b. s. m.


José Amador de los Ríos.