El Miajón de los Castúos
- Extraído del libro de versos EL MIAJÓN DE LOS CASTÚOS de Luis Chamizo publicado por vez 1ª en el año 1921.
- Nótese que el texto está escrito en un dialecto extremeño, (el castúo), de ahí su peculiar ortografía.
- La obra al completo se reparte en varias páginas wiki.
EL MIAJÓN DE LOS CASTÚOS
(RAPSODIAS EXTREMEÑAS)
Dedicatoria |
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DEDICATORIA
A la memoria de mi padre:
un hombre honrado
que trabajó mucho y amó
mucho.
el autor
PRÓLOGO
Pocos meses hace que vino a verme un pariente queridísimo e ilustre en quien admiro el entendimiento y la virtud: el jurisperito y notario de Don Benito, D. Victoriano Rosado Munilla. El objeto de esa visita era presentarme a un poeta recién nacido en las artes por espontáneo impulso del propio brío. Este poeta había escrito poesías muy bellas y había tenido un acierto singularísimo: el de hallar en el lenguaje de los extremeños de la provincia de Badajoz palabras, giros, temas de energía y de originalidad asombrosos. No ocultaré que temía encontrarme con una de estas glorias locales que pocas veces fructifican.
Comenzó el joven a recitar, y a los pocos momentos se había apoderado de mi ánimo, porque en verdad os digo que el novel ingenio posee dos cualidades eminentes y dominadoras: la originalidad y la vehemencia expresiva, y aumentaba el interés de estas composiciones el estar escritas en el decir, un tanto bárbaro y fiero, de la gente de Extremadura, el de haberse adueñado el compositor del estilo arrogante y bravo de sus pasiones, el haber inventado, en fin, un nuevo modo de belleza en las letras. Y la emoción fue aumentando según recitaba más y más poesías el poeta. También me dijo canciones a la moderna, en puro estilo castellano, pero yo preferí las otras, las en que nuestro idioma ha sido troceado por una raza que, hallándose entre Castilla y la Bética, participa de ambas modalidades étnicas y dice lo que siente con energía poderosa y siente lo que ha dicho con violencia amenazadora. Esa condición extremeña está prodigiosamente representada en estas poesías de Luis Chamizo, que es el poeta de quien hablo.
Los idiomas van modificándose según los grados geográficos. Apenas viajéis unas horas hallaréis las diferencias. Quien se meta en el tren expreso de Andalucía para ver la primera luz matutina en Despeñaperros, ya encuentra en el modo de vocear el mozo de la estación o los viajeros acentos distintos de los de Castilla la Nueva. Y así va el vocablo cambiando de sonoridad y tal vez de sentido.
Nada tan curioso como este estudio de la palabra a través de los kilómetros de una expedición. Diríase que no es el hombre el que habla, sino la tierra, el medio ambiente. La tradición, las costumbres, el paisaje... Así que el que intentara reducir todas las formas idiomáticas a un solo concepto, erraría gravemente, porque ni el amor, ni el odio, ni el negocio, ni la amistad, ni la polémica, ni la concordia, se expresan de igual suerte en Valladolid que en Sevilla. Y ello no es sino la prueba de que la naturaleza se impone y de ella surge todo, quieran o no quieran los doctos.
En lo que atañe a los extremeños, es evidente que ellos han cambiado el decir buscando dos modalidades diversas; la energía y la delicadeza. Para dar a la palabra fuerza sustituyen unas consonantes por otras. Para darle suavidad mimosa y tierna operan del mismo modo. Y así el vocabulario se enriquece, adquiere matices inesperados y produce la impresión que importaba. Maravilla del ingenio de los pueblos, que de tal manera saben vestir su pensamiento con la indumenta que conviene. Sobran aquí las casacas .bordadas y los vuelillos de encaje, lo que hace falta es la ruda zamarra, el calzón de estezado, la polaina de piel de cabra, la monteruca hirsuta y iodos los demás detalles del labriego, del venador, de los que guardan piaras en la montanera. Haría falta en quien estudiase lo que apenas indico y casi ni esbozo, una competencia lingüística extraordinaria y una agudeza de observación por la que se interese y nos interese a los demás de qué modo se realiza esta mudanza. Es que el hombre troquela nuevamente la palabra, recorta un podadlo de la moneda, imprime en ella una nueva figura para que circule entre la aceptación común de la raza.
El señor Chamizo ha acertado, reconstituyendo la emoción y el parlar del pueblo en que ha nacido, allá en un lugar de la "crasa" Extremadura.
Porque semos asina, semos pardos,
del coló de la tierra,
los nietos de los machos que otros días
trunfaron en América.
Así dice el cantor de la recia Extremadura en un lindo prólogo con que encabeza este libro. Y en verdad que fue afortunado el recuerdo de los trágicos antepasados, los que realizaron en América prodigios que parecen inventados y que aún no han sido descritos sino por el acaso y con intenciones no siempre plausibles ni veraces. Añadiré que las poesías de Chamizo, las palabras que él saca de la conversación del pueblo, el sentir de éste, expresado a maravilla en su tosquedad ruda, nos explica aquellos casos de Hernán Cortes y de los Pizarro, así como de los otros que les acompañaron y siguieron en las epopeyas inmortales. Los que fueron capaces de esas epopeyas habían de hablar con un poder que desgarra los labios, escogiendo las palabras más enérgicas, adobándolas de suerte que aún tuviesen mayor energía... Y esos hombres, que fueron el máximo de la potencialidad luchadora, tuvieron luego en sus amores la dulzura meliflua.
Ved cómo el gran caudillo enamora a doña Marina, ved cómo el mayor de los Pizarro acaricia al fiel pajecillo, el que le lleva la coracina y la espada. Esos diminutivos de ternura que florecen en el hablar extremeño son la fórmula que el contraste pedía con la rudeza violentísima de los otros vocablos.
No cabe en estas páginas sino la indicación de los temas, porque, aparte de no hallarme yo preparado para estudio semejante, he de ser breve y aún tengo algo que decir acerca del autor de este libro.
Sabed que Luis Chamizo es ocasionalmente poeta y fundamentalmente tinajero. Es decir, que su verdadero oficio en la sociedad es construir, allá en sus talleres de Guareña, recipientes para el aceite y para el vino. Es toda una historia familiar que yo quiero que quede aquí apuntada. El padre de Chamizo comenzó su vida pobremente. Era un hombre bueno, era un hombre valeroso. Dios le había concedido una luminosa mentalidad, y sin estudios, sin maestros, entregado a sí mismo, fue levantándose hasta conseguir una fortuna y el respeto de sus convecinos. De él sí que puede decirse que quería romper los moldes. Y trabajó porque la tinaja ventruda se estilizase, podríamos decir si yo me atreviese a emplear esta palabra que me es poco simpática, y se adaptara a las realidades del almacenamiento. ¿Qué razón ha podido haber para que la tinaja ocupe lanío sitio con su panza y tan poco con su pie y con su boca? ¿Es que la runflante calidad de los poetas antiguos había servido de modelo y de inspiración a los que fabrican estos recipientes? Yo he consultado a un maestro de la cerámica y él me ha dicho:
"Es que la orza, el puchero, el jarro, fabricándose sobre el disco giratorio del alfarero, había de seguir el movimiento de las manos, que oprimían abajo, iban abriéndose más arriba y tornaban a juntarse en lo alto."
Claro que éste es un modo de ser poético de la alfarería, y que no se burlen los solemnísimos maestros de la observación que hago. Cuando el poeta Herrera nos asombraba con la majestad de su estilo, hasta los más ignorantes soldados, al marchar por la Rúa, puesta la mano izquierda en el pomo de la espada, iban marcando en su espaciado marchar la rima del vate sevillano. Influye de tal modo el genio sobre las muchedumbres, que hasta el que no sabe leer al maestro recibe de él la inspiración. Así, la gente popular madrileña en los días de la gloria de Lope, enamoraba, reñía, trataba de sus asuntos con el concepto agudo y galano del inquieto y genial Fray Félix.
Bien podemos los académicos esforzarnos en limpiar, fijar y dar esplendor al léxico. En último recurso, no hemos de ser sino los que organicemos lo que el pueblo hace, lo que el pueblo dictamina, y demos forma pragmática a lo que el pueblo resuelve. Quedamos, pues, en que la tinaja oronda fue una fórmula del casticismo antiguo y que Chamizo el padre, el inventor de la tinaja cilíndrica, fue un revolucionario.
Pues ved cómo el autor de este libro, el feliz tinajero de Guareña, mientras sus máquinas laboran, mientras los obreros que él dirige se esfuerzan, allá en un cuartito de su casa escribe. Escribe copiando la manera de hablar de sus operarios. Y viaja el poeta para vender sus tinajas, y anda por las montaneras y por las dehesas, y pernocta a las veces en las chozas pastoriles, y se satura del espíritu racial en la conversación de los mercados. Y luego, de todo este caudal de ideas, de sentimientos y de frases expresivas, él realiza el empeño noble que la Providencia le ha confiado: el de convertir en páginas perdurables lo que de otra suerte quedaría en el olvido. Y además dignifica, ennoblece, cubre de gloría esas maneras de la actividad espiritual de su pueblo, y hoy, cuando los bien entendidos otorguen a Chamizo su aplauso, como yo se lo otorgo/ deberán sentirse alegres y contentos los hombres de la montanera, los labriegos de la Extremadura, los que el poeta ha sacado a la luz del aplauso en sus pasiones y en sus quereres, recios como la encina, luchadores como los que crearon su antiguo linaje:
Y sus dirá tamién cómo palramos
los hijos d'estas tierras,
porqu'icimos asina: jierro, jumo
y la jacha y el jigo y la jiguera.
Y ésta es una cadencia en que Chamizo anuncia su programa.
Cada uno de los poemas que forman este libro significa una modalidad espiritual de las composiciones extremeñas. Chamizo llama al conjunto de sus versos El miajón. de los castúos, esto es, la esencia, el jugo, el tuétano de una raza... ¡El miajón...!
Palabra feliz, prodigiosamente hallada entre tantas, así como es felicísima la otra con que el título se completa... ¡los castúos! Los que constituyen la entraña de un pueblo, los guardadores de ¡o castizo, conservan y defienden la majestad intangible de una estirpe. Y acreditan el valor de ésta en las palabras y en los usos y en los trajes.
En el estío anterior me encontraba yo en Llanes, la ilustre villa asturiana, y asistí a la danza típica de los llaniscos y pensaba: "Ésta es una raza." Y poco antes había estado en Sevilla y había visto bailar a las niñas garridas del Betis la sevillana entre los repiqueteos de las castañuelas, con el honesto y limpio andar de los pies menudos sobre la alfombra de la tienda..., ésta es otra raza. Y así recogiendo las impresiones diversas de una nación tan varia en sus modalidades, es como se comprende la grandeza nacional.
¡El miajón de los castúos!... Véase cómo ahora surge a la consideración de los curiosos una nueva manera del estilo, el que predomina en una dilatada región española.
El poeta Chamizo tiene el secreto de la expresión brava. Tiene también el secreto de la expresión tierna. Los que leáis este libro no quedaréis defraudados. Lo que os afirmo es que no lo podréis leer con tranquilidad, porque salían de aquí para allá las vehemencias, surgen de improviso las audacias expresivas. Todo es grande, fuerte, potentísimo...
El libro de Chamizo no es de los que se dejan dormir en la estantería de la biblioteca. Quien comience la lectura, la continuará y la dará fin y no se olvidará más de ella.
Con esto he dicho todo lo que tenía que decir, porque no cabe elogio mayor para quien traza líneas con su pluma en las cuartillas, que la certeza de que esas líneas van a vivir en muchas memorias y van a excitar muchos ánimos. Así es como una fama nace. Y por eso he querido yo escribir este prólogo.
Porque os advierto que yo he solicitado de Chamizo el iniciar su obra con mis palabras. Quiero añadir a mis antiguos descubrimientos el del tinajero de Guareña, el que ha descubierto una modalidad literaria española, el que no olvida su oficio, el que heredó de su padre. Y así, al padre le dedica este libro con una frase bella:
"A la memoria de mi padre: un hombre honrado que trabajó mucho y amó mucho."
Y ésta es la honra de un hombre. Ser heredado por quien le engrandece, por quien le continúa, por quien le bendice y le adora después del tránsito...
COMPUERTA
Corre'l tren retumbando por los jierros
de la vía. Retiemblan
los recios arcornoques qu'esparraman
al reor del troncón las hojas secas.
Juyen las yuntas cuando'l bicho negro,
silbando, traquetea.
S'esmorona un terrón, y el jumo riñe
con las ramas d'encinas que l'enrean...
Vusotros qu'ajuís pa no sé onde,
no queändo'n los jierros ni las juellas;
vusotros qu'asomaos a las ventanas
guipáis las foscas y arrogantes jesas
y las jondas colás con sus regachos
y la tierra e labor enjuta y seria
donde rumian su pan unos gañanes
del coló de la tierra.
Vusotros qu'atendéis a las lerturas
y séis tan sabijndos de las cencias
que quizás nus larguéis de carrerilla
y en romances jazañas extremeñas
que los nuestros ejaron sin contaglas
endispués de jaceglas.
Vusotros, los que vais drento del bicho
que juyendo retumba y traquetea,
¿no sentís al pasá junto por junto
al mesmo corazón de nuestras tierras
argo asín com'argún juerte deseo
que s'eschanguen del chisme toas las rueas
pa queäros aquí, junt'a nusotros,
pa endurzá una mijina nuestras penas,
pa rumiá nuestro pan y p'ampaparos
en la sal del süor que nus chorrea?
Vusotros qu'atendéis a las lerturas
sin queär en los jierros ni las juellas,
qu'asina como'l tren vais por la vida,
retumbando y depriesa...
Si n'os podéis pará, meté pal bolso
este cacho e libreta,
y al pasá por aquí mirá pal cielo,
y endispués pa la tierra,
y endispués de miranos con cariño,
prencipiar a leegla;
porqu'ella sus dirá nuestros quereles,
nuestros guapos jorgorios, nuestras penas,
ocurrencias mu juertes y mu jondas
y cosinas mu durces y mu tiernas.
Y sus dirá tamién cómo palramos
los hijos d'estas tierras,
porqu'icimos asina: jierro, jumo
y la jacha y el jigo y la jiguera.
Y tamién sus dirá que semos güenos,
que nuestra vida es güeña
en la pas d'un viví lleno e trebajos
y al doló d'un viví lleno e miserias:
¡el miajón que llevamos los castúos
por bajo e la corteza!
Porque semos asina, semos pardos,
del coló de la tierra,
los nietos de los machos que otros días
trunfaron en América.
CONSEJOS DEL TÍO PERICO
No me jimples, no me jimples, mocosina;
no t'enfusques ni me fartes al respeto,
no reguñas, Carnación, ni esparrataques
esos ojos cuando yo te dé un consejo.
Esos ojos qu'otros días me miraban
chiqueninos, entornaos, zalameros
y hora miran rencorosos y asustaos
del sentir que llevas drento
y de l'honra de tu casta que derrumban
ese jambre que tú tienes de dinero
y ese orgullo mardecío, porque sabes
qu'eres guapa, más que toas las del pueblo.
Ya ie ije qu'el noviajo s'ha eschangao,
que no quiero yo jarones, que no quiero
ni las jesas, ni las yuntas, ni los miles
mal ganaos por el padre de Nocencio;
qu'el süor que nuestras frentes esparraman
pa ganar el cacho pan que nos comemos
jiede a sangre corrompía si es que güerve
a nusotros del arcón del usurero.
No me jimples, no reguñas; no te casas
con el hijo del tío Bruno, no consiento
qu'esta cara tan bonita qu'han bruñío
estos labios con la juerza de sus besos
jasta hacegla reluciente como el oro
de la tarde, cuando el sol se va del cielo,
te s'empringue con el vaho de los süores
ya podríos encerraos en el cuerpo
sin que chupen las esponjas del trebajo
la carroña creminal de su veneno.
Semos probes, hija mía, porque icen
que son probes los que no tienen dinero;
semos probes, semos probes, ¡qué sé yo!,
eso icen de nusotros, icen eso.
Quiero un hombre de rïanos, que te quiera,
quiero un hombre con agallas de los nuestros,
d'esos hombres que dispiertan las gallinas
cuando salen con los burros del cabresto,
y en el campo despabilan las alondras
agachás entre los surcos del barbecho,
qu'esparraman sus chilríos d'amor cuando
viene el sol agateändo por los cerros
y s'ajuyen las neblinas y s'apagan
las estrellas y la luna y los luceros.
Quiero un hombre sin fanfarrias que te iga
los sentires que se jinchan mu p'adrento,
jasta cuando que revientan en paliques
que los ojos arrebuscan en el suelo.
Quiero un hombre, quiero un hombre d'estos hombres
ya curtíos por el frío del invierno,
y tostaos por el sol del meyodía,
y bañaos po las aguas de febrero,
y besaos po la luna cuando duermen
en las eras, junt'al trillo, cara'l cielo.
Qu'estos hombres son los machos d'una raza
de castúos labraores extremeños
que inorantes de las cencias de los sabios
las jonduras d'otras cencias descubrieron
cabilando tras las yuntas
en la pas de los barbechos.
Ellos saben que la tierra labrantía,
seria, llana y arrogante'n los recuestos,
es la jembra que mantiene muchos hijos
con la juerza de la savia de sus senos;
y es la madre, y es la novia y es la hermana
del gañán que, con calor de macho en celo,
la colmara de cuidiados,
la regara con süores de su cuerpo,
la labrara con cariño,
derramara por sus surcos el granero
y supiera conformarse cual cristiano
cuando Dios, dende los cielos,
pa probá si eran mu jondas sus querencias,
malograra sus esfuerzos.
Qu'estos hombres qu'al amor de sus terruños
ayuntaron el sentir de sus adrentos,
despreciando la pereza sin descanso
de los hijos poltronaos del dinero,
con la juerte calentura de su gloria
que manó del corazón a sus celebros,
conquistaron pa los reyes de su Patria
los Peruses y los Méjicos,
y llenaron de pinturas sus iglesias,
y parlaron su sentir en los Congresos,
y cantaron la belleza de sus campos,
y elevaron sus plegarias a los cielos,
y murieron orgullosos por la causa
de las santas libertades de su pueblo...
Son asina los cachorros de la raza
de castúos labraores extremeños,
que, inorantes de las cencias d'hoy en día,
cavilando tras las yuntas, descubrieron
que los campos de su Patria
y la madre de sus hijos, son lo mesmo.
- La continuación de este libro está en El Miajón de los Castúos 1