El Marqués de Mantua/Acto II

Acto I
​El Marqués de Mantua​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen BALDOVINOS y SEVILLA.
SEVILLA:

  ¿Que no puedo deteneros?

BALDOVINOS:

Partirme es fuerza, señora,
pero el alma que os adora
me volverá presto a veros,
  que el Príncipe me ha pedido
que a esta caza le acompañe.

SEVILLA:

Plega al cielo que no os dañe
haber su ruego admitido.

BALDOVINOS:

  ¿Qué me puede a mí dañar
servir al Rey, si es forzoso?

SEVILLA:

El sol, mi bien y mi esposo,
y ser desierto el lugar.
  Alguna maldad recelo,
no me atrevo a descubrilla.

BALDOVINOS:

Es el dejaros, Sevilla,
el mayor rigor del cielo.
  Vuestra ausencia es lo que temo,
que habrá gran comodidad
si está el sol en la mitad
del uno y del otro estremo;
  esto para la salud,
que en el alma no hay consuelo,
ausente de vós, mi cielo.

SEVILLA:

¡Oh, temerosa inquietud!,
  no en balde el alma se altera
de aquesta triste jornada.

BALDOVINOS:

¿Qué decís, esposa amada?

SEVILLA:

Que ir con vós, mi bien, quisiera.
  ¡Notable desdicha mía
para aumento de mis daños,
que un deseo de seis años
apenas os goce un día!
  Cuando pensé verme asida
entre mil estrechos lazos,
gozo vuestros dulces brazos
y lloro vuestra partida.
  Mejor fuera no admitirse
dos que pretenden amarse,
que entiendo que es el gozarse
víspera de arrepentirse.
  Si lo que llaman amor
sin pensamiento rüin
tiene el gozarse por fin,
el no gozarse es mejor.
  ¡Ay, Baldovinos, mi bien,
deseo tan grande y justo
murió con tan poco gusto!

BALDOVINOS:

Matadme y llorad también.
  Eso sí, enseñad los ojos
a cualquiera niñería,
no haya más, señora mía,
que me dais sin culpa enojos.
  Que no porque mi deseo
mi casamiento amplió,
sin fuerza al amor dejo,
como bien que ya poseo.
  Gozar mi gusto, no es justo
que deshaga mi afición,
porque en mí la posesión
hace que desdoble el gusto;
  que aunque entretiene también
este gusto la esperanza,
en el que este bien alcanza,
siempre va creciendo el bien.
  Si el miedo conserva amor,
es bien tan perfeto y puro
tener este bien seguro,
que suele hacerle mayor.
  Y ansí, no se queda atrás
amor cumplido el deseo,
que mientras más os poseo
siempre os voy queriendo más.
  No agravies, señora mía,
mi entendimiento y razón,
con decir que mi afición
pudo acabarse en un día,
  que falta de entendimiento
es gozar vuestra hermosura
sin el alma, de quien dura
eterno el merecimiento;
  que si el cuerpo suele dar
solo un bien que no entretiene,
lo que es alma siempre tiene
novedades que gozar.

SEVILLA:

  ¿Para qué me encarecéis
lo que de ese amor sentís?
Pues desta alma y de París,
hoy ausentaros podéis,
  que en lo que es mi voluntad,
mi bien, si ausentaros viera
desta casa, lo sintiera,
cuanto más de la ciudad,
  que estos ojos enseñados
al bien de vuestra presencia
estarán, en vuestra ausencia,
en tinieblas sepultados.
  Mis suspiros siempre irán
a vuestra alma de mi boca,
y mis brazos como loca
vuestra sombra abrazarán.
  Y para aplacar después
del pensamiento la guerra,
besaré siempre esta tierra
en que pusistes los pies.

BALDOVINOS:

  Menos será menester,
querida señora mía,
que podrá ser en un día
ir a esta caza y volver.
  Del amor que me tenéis
no me hagáis ostentación
que crecéis mi obligación
pero mi amor no crecéis.
  Yo soy en esta partida
de un amigo y rey forzado,
a cada cual obligado
a ofrecelle sangre y vida.
  Y ansí me perdonaréis.

SEVILLA:

Mal os podéis escusar,
porque vós no podéis dar
aquello que no tenéis,
  que vuestra vida algún día
me llamó vuestro cuidado
y ansí quedáis escusado
de dar vós prenda que es mía.
  Mas pues palabra le distes,
razón es que la cumpláis
y presto a alegrar volváis
los ojos que veis tan tristes.
  ¿Daisme palabra, señor,
de que presto volveréis?

BALDOVINOS:

Fianzas de mí tenéis,
señora, en vuestro valor.
  Yo juro a esos ojos bellos,
que es jurar a las estrellas
del cielo, pues toman ellas
la luz que yo adoro en ellos,
  que en acabando la caza
un punto no me detenga,
si con rayos cuando venga
el sol del cielo amenaza.
  ¡Que vive Dios que me muero
en apartarme de vós!

SEVILLA:

¿Volveréis?

BALDOVINOS:

Sí.

SEVILLA:

¡Plega a Dios!,
que con él bien que os espero.

BALDOVINOS:

  Pues bien puedes abrazarme,
esposa mía.

SEVILLA:

¿Tan presto
me dejas?

BALDOVINOS:

Llegando a esto,
el detenerme es matarme.

SEVILLA:

  Espera, mis ojos, ponte,
si por ventura te agrada
ser de mis manos labrada,
sola una aljuba de monte,
  que irás con ella mejor
y llevarás prenda mía.

BALDOVINOS:

Iré con más bizarría
que el tebano cazador,
  que mejor de ti labrada
parecerá por el suelo
que el mozo Arcadio en el cielo
con la piel de osa estrellada.

(Sale MARCELO, criado.)
SEVILLA:

  ¡Hola!

MARCELO:

Señora.

SEVILLA:

Traed
la aljuba que ayer labraba,
de la manera que estaba,
y aquella banda de red.

BALDOVINOS:

  ¿Que vaya bizarro quieres,
galán y favorecido?

SEVILLA:

Porque te acuerde el vestido
del dueño de quien lo eres.

BALDOVINOS:

  El alma es cosa más llana,
y que yo iré más gallardo
que Céfalo con el dardo
que le dio en premio Diana.

(la aljuba en una fuente.)
MARCELO:

  Ya tienes la aljuba aquí.

BALDOVINOS:

¡Hola! Aquesta ropa ten.

SEVILLA:

Yo te la pondré, mi bien.

BALDOVINOS:

¿Eso más?

SEVILLA:

Póntela ansí.

BALDOVINOS:

  Marcelo, dame la espada.

SEVILLA:

Ponte la banda primero.

BALDOVINOS:

Por la fe de caballero
que es el aljuba estremada.

MARCELO:

  Cíñete la espada.

BALDOVINOS:

¿Estoy
bueno ansí?

SEVILLA:

¿La espada besas?

BALDOVINOS:

Sí, que en todas mis empresas
por mil causas se le doy.
  La primera, porque ver cruz,
y muestro que soy cristiano,
que tomándola en la mano,
desto y quien soy me da luz.
  Bésola porque es defensa
de mi fe, rey y mi honor,
y que con ella en rigor
nadie puede hacerme ofensa.

SEVILLA:

  ¡Bravo estás por vida mía!,
no me canso de mirarte,
Dios te me guarde y te aparte
de traidora compañía.
  Quiérote dar mil abrazos.

BALDOVINOS:

Éntrate, amor, en buen hora.

SEVILLA:

¿Que me he de ir?

BALDOVINOS:

Adiós, señora.

SEVILLA:

¡Pues dame otra vez tus brazos!

BALDOVINOS:

  Ea, mi bien.

SEVILLA:

Ya me voy,
adiós, y guárdete el cielo.

BALDOVINOS:

¿Fuese?

MARCELO:

Ya se fue.

BALDOVINOS:

Marcelo.

MARCELO:

Señor.

SEVILLA:

Por pedirte estoy...

BALDOVINOS:

  ¿Aún no eres ida?

SEVILLA:

Que vayas
por París de tal manera...

BALDOVINOS:

Iré, amores, de cualquiera
manera, que por bien hayas.

SEVILLA:

  Yo sé que a verte saldrán
a la ventana mil damas,
no las mires si me amas,
que vas bizarro y galán.

BALDOVINOS:

  Pierde cuidado, señora,
vete en paz.

SEVILLA:

¡Ay! No te engañen;
los ángeles te acompañen.

BALDOVINOS:

Y tú, de mí guarda agora.
  [(Aparte.)]
Marcelo, armarme conviene
sin que lo entienda mi esposa.

MARCELO:

Si es jornada peligrosa
que remedio en armas tiene,
  lleva buena compañía.

BALDOVINOS:

Conmigo no más irás,
pero ¿cómo sacarás
mis armas, que es mediodía?

MARCELO:

  Cubiertas las sacaré,
que estará a verte salir
mi señora.

BALDOVINOS:

¿Podrás ir
siguiendo el caballo a pie?

MARCELO:

  Correré a una cerda asido.

BALDOVINOS:

Las espuelas me apareja;
Sevilla estará en la reja.

MARCELO:

Y su hierro enternecido.

BALDOVINOS:

  Vamos.

MARCELO:

¿Qué es eso?

BALDOVINOS:

Caí
y en el umbral tropecé.

MARCELO:

¿Hicístete mal?

BALDOVINOS:

No sé,
toda la banda rompí.

MARCELO:

  Ten.

BALDOVINOS:

¡Cayóseme la espada!
¡Jesús! ¿Qué es aquesto agora?

MARCELO:

¡Por vida de mi señora,
que dejes esta jornada!,
  que ensillándote el caballo
casi un lacayo mató,
y un espejo se quebró
solamente de mirallo;
  ahorcado hallé un azor
del alcándara hoy al alba,
y un cuervo nos hizo salva
sobre el mismo corredor;
  un perro dio anoche aullidos
en esa puerta feroz,
que por no escuchar su voz
me tapaba los oídos;
  riñeron tus escuderos
y a la espada echaron mano.

BALDOVINOS:

No tengo por buen cristiano
hombre que mira en agüeros.
  Saca el bayo porque suba
donde Sevilla me vea,
que no habrá mal que lo sea
con reliquias desta aljuba.

(Sale CARDENIO, pastor.)
CARDENIO:

  Sierras de Ardenia frías,
por donde el Po discurre, y cuyo viento,
con esperanzas mías,
entretiene su fácil movimiento,
no me mostréis las frentes
con la nieve que el sol convierte en fuentes,
  que de los celestiales
ojos de Alcida, en quien tener desean
fin dulce tantos males,
haré que estos ausentes su luz vean
primero que el noviembre
coja estas flores y su escarcha siembre.
  Envíanme despechos
aquestas sierras, donde helarme veo
la nieve de tus pechos;
es el invierno que sufrir deseo,
allá quiero llevarme
por ver si puedo entre su nieve hallarme.
  Vívase el rico Albano
estas montañas de aspereza llenas,
llevando por la mano
al dueño de sus glorias y sus penas,
que con mi prenda cara
la Libia más estéril habitara.

(Salen dos cazadores, RIFELO y MONTUOSO.)
MONTUOSO:

  Es el perro estremado
de linda casta y talle.

RIFELO:

Estos braquetes,
si con algún cuidado
los enseñamos, dan lo que prometes.

MONTUOSO:

No como sin dar hueso
al buen Melampo.

RIFELO:

Es un gentil sabueso.

CARDENIO:

  Corte a la parra hojosa
el pendiente racimo del sarmiento,
Albano, y dé a su esposa,
o esparza el vuelo del halcón al viento,
y a la perdiz pintada
detenga el curso, de temor helada.
  Tire la echada liebre,
que el cazador le enseñe, y si la acierta,
su gente le celebre;
cuelgue despojos a su antigua puerta,
la frente, el cuerno, el ramo
de la cabra montés, del toro y gamo,
  que yo, mi Alcida cara,
por cuyo amor tan justamente muero,
por esa hermosa cara
dejar las sierras y el ganado quiero,
porque sois más hermosa
que el jazmín blanco y la encarnada rosa.

MONTUOSO:

  ¡Ah, labrador amigo!,
¿hay aquí algunas bandas de perdices?

CARDENIO:

¡Ay el diablo! ¡Que os digo
no piséis los sembrados!

MONTUOSO:

¿Qué nos dices?

CARDENIO:

Que echéis por acá fuera,
¿no os sobra harto lugar por la lindera?
  ¡Dios que si la desato!

RIFELO:

¿Entre estas zarzas andan francolines?
¡Responde, mentecato!,
y pues eres pastor no te amohínes.

CARDENIO:

¿Queréis andar a pullas?

MONTUOSO:

¿Hay caza aquí?

CARDENIO:

Muy poca.

RIFELO:

Y ¿qué son?

CARDENIO:

Grullas
  y algunas vivotardas,
con cuervos que te saquen los dos ojos
entre estas peñas pardas.

RIFELO:

Eso sí, ¡pesiatal!, y deja enojos;
andaremos a ellas.

CARDENIO:

¿Queréis dos garzas?

MONTUOSO:

Sí.

CARDENIO:

Pues no sé dellas,
  aunque unos asisones
pasaron por aquí habrá tres semanas.

RIFELO:

¡Qué avisos!

MONTUOSO:

¡Qué razones!

CARDENIO:

Si preguntaran bestias más cercanas
y con menos molestias
se las mostrara.

RIFELO:

¿Adónde?

CARDENIO:

Esas dos bestias.

RIFELO:

  Pues a fe, que no ignora
que del Marqués los cazadores somos.

CARDENIO:

Querría más agora
de un buen conejo los tostados lomos,
y ¿dónde agora queda?

MONTUOSO:

A la sombra quedó desta arboleda,
  que al pie de aquella fuente
merienda con algunos caballeros.

CARDENIO:

Y ¿viene mucha gente?

RIFELO:

Mucha de cazadores y monteros,
búhos, sacres, neblíes.
azores, gerifaltes, baharíes,
  trecientos perros vienen.

CARDENIO:

Y ¿dónde va con tanta perrería?

RIFELO:

Todos su oficio tienen,
que es vuelo, caza, guerra y montería,
hay lebreles polacos,
galgos, ventores y sabuesos bracos,
  pero él viene.

(Cuantos cazadores puedan salgan con perros y aves, dos Caballeros, TIMBRIO, y LIBEO, y el MARQUÉS DE MANTUA.)
TIMBRIO:

Esta tarde
podrás correr el monte, que ya Febo
menos furioso arde.

MARQUÉS DE MANTUA:

Bien lo hizo el gavilán para ser nuevo,
mas pues el monte entramos
matemos si os parece un par de gamos.
  ¿Sabe alguien esta tierra?

MONTUOSO:

Aquí está un pastorcillo.

MARQUÉS DE MANTUA:

Hola, buen hombre,
¿vives en esta sierra?

CARDENIO:

Sí, señor.

MARQUÉS DE MANTUA:

¿Cúya es y cuál su nombre?

CARDENIO:

Vuestra, señor, y vuestro
cuanto por todo su horizonte os muestro.
  El Po baja este valle
a dar al mar su censo eternamente,
abriendo una gran calle
por la alda de ese monte su corriente.

MARQUÉS DE MANTUA:

Si aquí esta noche quedo,
¿dónde yo solo aposentarme puedo?

CARDENIO:

  Mi mayoral Albano
tiene una casa.

MARQUÉS DE MANTUA:

¿Es cerca y habitada?

CARDENIO:

Habrá por este llano
seis leguas poco más.

LIBEO:

Gentil posada.

CARDENIO:

No hay más cerca poblado,
mas por San Juan el campo es regalado;
  sobre esa verde juncia
olorosos junquillos y retamas,
hasta que el alba anuncia
el claro día, ofrece julio camas
a todo caminante.

MARQUÉS DE MANTUA:

¿Hay caza aquí?

CARDENIO:

De caza es abundante.
  Hay jabalí cerdoso,
el espín erizado, el suelto pardo,
peludo lobo y oso,
liebre medrosa y vil ciervo gallardo,
la zorra mortecina,
toro salvaje y cabra montesina.

LIBEO:

  Por esa cuesta arriba
camina un ciervo.

MARQUÉS DE MANTUA:

¿Adónde?

LIBEO:

Allí.

MARQUÉS DE MANTUA:

Partamos.

TIMBRIO:

Ya pasa aquella oliva,
a cuyo pie denantes merendamos.

RIFELO:

¡To, to!

TIMBRIO:

¡Camina, corre!

LIBEO:

Mucho el espeso monte le socorre.

CARDENIO:

  ¡Ah, locura del mundo!
¡Que tantas bestias van tras una bestia!
¿Tiene este error segundo?
Mas que su vanidad me da molestia,
el caballero cace
y el que es pastor su ganadillo abrace.

(Vase, y salen CARLOTO, BALDOVINOS, MARCELO y CELIO, paje.)
BALDOVINOS:

  Mucho habemos caminado,
señor, en tan pocos días,
pero voy maravillado
que aún más caminar porfías
y siempre por despoblado;
  ya es larga aquesta aventura.

CARLOTO:

 ([(Aparte.)]
Hoy será tu desventura.
Digo, amigo Baldovinos,
que el fin de tantos caminos
mi buena dicha asegura.
  Ya estamos en el lugar
donde sabrás mi intención;
atrás os podéis quedar,
pajes, que en esta ocasión
solos habemos de estar.

BALDOVINOS:

  Vete y aguarda, Marcelo.

CARLOTO:

Tú, Celio, también.

MARCELO:

¡Oh, cielo,
cuánto me pesa el dejarte
solo, señor, y en tal parte!

(Vanse los criados.)
BALDOVINOS:

¿Qué es tu cuidado?

CARLOTO:

Direlo:
  sabrás, Baldovinos caro,
paladín famoso y fuerte
como entre griegos Aquiles,
caudillo de los franceses,
que un amigo que yo tuve,
haciendo guerra a infieles,
fue cautivo de un rey moro
dos años y cuatro meses.
Estando en esta prisión
sirviendo en unos vergeles,
por ser noble de hortelano,
que este oficio lo fue siempre,
una hija del rey moro,
viéndole entre unos laureles
lamentar su desventura,
creciendo el agua a una fuente
se enamoró dél, y al padre
le supo engañar, de suerte
que negoció su rescate,
dejando el alma en rehenes
a la partida de Francia.
El cristiano le promete
ser su esposo y su marido,
si ella cristiana se vuelve;
tratado aquesto por cartas,
el moro se lo consiente
y a París su hija envía
con cuatrocientos jinetes.

CARLOTO:

Yo la vi; que a Dios pluguiera
no la viera por no verme
tal, que al más deudo y amigo
la debida fe le quiebre.
Bautizose y desposose,
y creciendo mi acidente
quise forzalla una noche,
pero entró su esposo y fuese.
Pedí consejo a un amigo
más discreto que valiente
y díjome que matase
al marido si pudiese.
Tomé el consejo, aunque malo,
como hombre que se resuelve
a tomar la purga amarga
porque la salud se aumente.
Salimos, pues, los dos juntos
y vengo a dalle la muerte,
aunque primero pretendo
que lo mejor me aconsejes.

BALDOVINOS:

  Si no fuera, señor, quien eres, creo
que ser esta mi historia imaginara,
pero no cabe en ti tan mal deseo
contra las leyes de amistad tan rara.
Eres rey, y en un rey caso tan feo
mayor infamia de maldad dejara
que de un Cómodo, un Nero, un Ecelino,
y de no le ayudar me determino.
  Mal haya ese villano caballero,
que con su mal consejo te ha engañado.
¡Cielos, vendido estoy, sin duda hoy muero!

CARLOTO:

Quien me aconseja es hombre que ha estudiado;
no me dijo de Cómodo y de Nero,
sino de un rey David santo y sagrado,
que por gozar a Bersabé dos días
mató en la guerra a su marido Urías.

BALDOVINOS:

  ¿Y no te dijo que su mismo lecho
bañó mil veces de su llanto, haciendo
penitencia cruel?

CARLOTO:

Pues esto hecho,
hacer la misma penitencia entiendo.

BALDOVINOS:

Urías no era amigo tan estrecho
del rey, ni era su deudo.

CARLOTO:

Yo pretendo
saber si era su deudo, o igualalle.

BALDOVINOS:

Al santo en lo que es bueno has de imitalle,
  luego imitar a Pablo será bueno
cuando era matador de los cristianos
o cuando de elección fue vaso lleno
y dio su sangre a Dios atrás las manos.
Mas a ese basilisco, a ese veneno
que dio a tu mal consejos inhumanos,
¿qué le movió?

CARLOTO:

Que un deudo del marido
un bofetón le dio.

BALDOVINOS:

¿Y fue desmentido?

CARLOTO:

  Fue desmentido.

BALDOVINOS:

Galalón es ese,
y yo, Príncipe, soy el engañado.
¡Que tal consejo el magancés te diese!
¡Príncipe, vuelve en ti!

CARLOTO:

Ya es escusado.

(Salen GALALÓN y dos Caballeros todos tres embozados y con lanzas.)
GALALÓN:

¡Déjame que aquel pecho le atraviese!

CARLOTO:

¡Matalde!

BALDOVINOS:

¡Oh, mozo mal aconsejado!
¿A tu deudo, a tu sangre, a Baldovinos?

CARLOTO:

Amor nunca repara en desatinos.

BALDOVINOS:

  ¡Oh, qué poco valéis, famosa espada!

GALALÓN:

¡Cayó, rindiose!

CARLOTO:

¡Basta, muerto es cierto!

BALDOVINOS:

Vuelve y darás al muerto gran lanzada.

GALALÓN:

De veinte y dos heridas queda muerto,
ansí mi afrenta quedará vengada.

(Vanse.)
CARLOTO:

Tomemos los caballos.

BALDOVINOS:

¡Qué concierto
de un rey para matar su sangre y primo!
Yo me muero, sin duda que me animo.
  ¡Oh, mal Carloto! Cómodo segundo,
de Aurelio no, mas hijo de Faustina;
de hoy más te llamarán monstruo del mundo
por esta crüeldad que al cielo indina.
Virgen, en quien mis esperanzas fundo,
Virgen sin par nacida, Virgen dina
de ser madre de Dios, mirad que muero
y la vida del alma en vós espero.

(Sale MARCELO.)
MARCELO:

  A la bajada deste escuro valle,
con un pedazo de asta a partes roto
y con tres caballeros de buen talle,
corriendo he visto al príncipe Carloto;
no me atreví de miedo a preguntalle
por verle tanta sangre y alboroto.
¡Válame Dios! ¿Dó queda Baldovinos?

BALDOVINOS:

¡Vuelve tus ojos claros y divinos!
  ¡Ay, que muero, señora!

MARCELO:

¿Quién se queja?

BALDOVINOS:

Reina del cielo.

MARCELO:

¡Oh, cielo, en quien confío!
Que esta sospecha ¿no es de quien me deja
el cuerpo todo de calor vacío?,
mas del alma este temor se aleja.
¡Baldovinos, señor! ¡Ah, señor mío!
¡Ah, mi señor!

BALDOVINOS:

¿Qué es esto, santo cielo?

MARCELO:

Yo soy, señor.

BALDOVINOS:

¿Marcelo?

MARCELO:

Sí, Marcelo.

BALDOVINOS:

  Llámame un confesor.

MARCELO:

¿Estás herido
de muerte?

BALDOVINOS:

Luego un confesor me llama.

MARCELO:

¡Oh, Carloto cruel!

BALDOVINOS:

¿Aún no eres ido?
Quien ama el cuerpo, el alma aquí desama.

MARCELO:

Voy en mi propio llanto convertido,
que el alma por los ojos se derrama.
¡Triste de mí, que han muerto al señor mío!

BALDOVINOS:

¡Jesús, nombre piadoso, en vós confío!,
  quiero sentarme aquí por animarme,
aunque desmaya la mortal flaqueza,
y al cielo que me escucha confesarme.

(Sale el MARQUÉS.)
MARQUÉS DE MANTUA:

¡Oh, escuro monte de áspera maleza,
que el caballo viniese aquí a faltarme
y se cerrase con tan gran tristeza,
con tan fieros relámpagos y truenos
la noche aborrecida de los buenos!
  ¡Oh, presuroso ciervo! ¡Oh, gente loca,
que tras el viento a más correr camina!
¿Adónde voy de en una en otra roca,
de un risco en otro y de una en otra encina?
Ya no sirve ponérmela en la boca,
para llamar mi gente, la bocina,
y la del cielo apriesa centellea.

BALDOVINOS:

¡Ay!

MARQUÉS DE MANTUA:

¡Triste voz, mas lo que fuere sea!

BALDOVINOS:

  Que ya de mi voz mortal
no se ablanda cual solía
tu pecho hermoso y leal.
¿Dónde estás, señora mía,
que no te duele mi mal?
  Cuando fueron nuestras vidas
una sola, y un lugar
el alma pudo ocupar,
de mis pequeñas heridas
gran pasión solías tomar.
  Y de solas las señales
te vi mil veces llorar
lágrimas a sangre iguales;
agora de las mortales
no tienes ningún pesar.
  Pero si de tanta herida
no le vienes a mostrar
por no poderme escuchar,
no te doy culpa, mi vida,
que descanso con hablar.

MARQUÉS DE MANTUA:

  ¡Oh, afligido corazón!
De una voz estáis temblando,
que tristes agüeros son.
Un hombre se está quejando,
que no bramando un león.
  Salid, espada enseñada,
a ser destas canas nobles
valerosamente honrada.
Aquí, al pie de aquestos robles,
suena esta voz lastimada.
  Aquí cerca he visto un bulto,
con la noche dificulto
ver lo que es.

BALDOVINOS:

¡Ay, triste muero!

MARQUÉS DE MANTUA:

Aquí yace un caballero
por algún traidor insulto.

BALDOVINOS:

  Ya de nuestra eterna ausencia
no te debo a ti culpar,
que me hiciste resistencia;
yo te pedí la licencia
para mi muerte buscar.
  Pues yo, señora, la hallé,
¿a quién la culpa daré?
No a ti, que me lo estorbaste
y entre mis brazos lloraste
cuando de ti me aparté.
  Ya, señora, no me esperes,
aunque te lo prometí.

MARQUÉS DE MANTUA:

¿Qué escucho, triste de mí?
¡Que no conozco quién eres
y el alma dice que sí!

BALDOVINOS:

  Si viviendo me quisiste,
muriendo lo has de mostrar,
no en estremos ni en llorar
el cuerpo difunto y triste,
mas por el alma rogar.
  ¡Oh, mi primo Montesinos,
deshecha es la compañía
de los dos en este día!

MARQUÉS DE MANTUA:

Mueve los robles y pinos,
cuanto más el alma mía.
{{Pt|BALDOVINOS:|
  ¡Oh, buen paladín Roldán!
¡Oh, Durandarte el galán!
¡Oh, Reynaldos! ¡Oh, Oliveros!
¿Cómo ignoráis, caballeros,
que a traición muerto me han?
  ¡Oh, Emperador noble y fuerte!,
¿cómo vengarás mi muerte?
¡Oh, Carloto, que me has muerto
por traición y en un desierto!

MARQUÉS DE MANTUA:

Alma fatigada advierte,
  que sin duda este pesar
que te mueve como a padre,
bien te debe de tocar.

BALDOVINOS:

¡Oh, triste Reina, mi madre,
Dios te quiera consolar!
  El espejo de tus ojos
se quebró, ya mis deseos
no te causarán enojos,
ni en las fiestas y torneos
lamentarás mis despojos.
  Solíasme aconsejar,
y en viéndome desa suerte,
recelar algún pesar;
agora, triste en la muerte
aun no me puedes hablar.

MARQUÉS DE MANTUA:

  Ojos ya por edad larga,
como antigua fuente enjutos;
mar de pena tan amarga
merece grandes tributos;
llorad, que el dolor se alarga,
  que este afecto natural
pronostica un grande mal
y una desdichada suerte.

BALDOVINOS:

No me pesa de mi muerte,
pues es cosa natural.
  Mas por morir inocente
y en lugar donde jamás
sabrá mi muerte la gente.
¡Oh, buen Marqués! ¿Dónde estás?
¡Quién te tuviera presente!
  ¡Qué nueva tan dolorosa
de mi muerte y mi desdicha
te dieran, a ser famosa!
Pero no saberla es dicha
tuya y de mi triste esposa.
  Hicísteme tu heredero,
mas ya que primero muero
por fuerza habrás de heredarme.

MARQUÉS DE MANTUA:

Hablarle quiero y llegarme.
¿Qué mal tenéis, caballero?
  ¿Son heridas o otro mal?
Poned aquí la cabeza.

BALDOVINOS:

¡Oh, mi criado leal!,
aliviado has la tristeza
de mi congoja mortal.
  ¿Tráesme acaso confesor?

MARQUÉS DE MANTUA:

Yo no soy vuestro criado
pero soy un cazador
que por este despoblado
vine buscando un azor.
  Decidme el mal que tenéis.

BALDOVINOS:

Ya el mal con la vida lucha.

MARQUÉS DE MANTUA:

Habladme, no os desmayéis.

BALDOVINOS:

¡Oh, buen caballero, escucha!

MARQUÉS DE MANTUA:

En mis brazos hablaréis.

BALDOVINOS:

  Muchas mercedes, amigo,
por el amor que me muestras.
Mi mal es mortal, la causa
es de otro Abel la inocencia.
Veinte y dos heridas tengo,
cada cual mortal y fiera,
y el mayor dolor que paso
es morir en esta selva,
donde parece imposible
que mi desdicha se sepa,
porque me han muerto a traición
unas manos y una lengua.
La lengua con el consejo,
las manos con la soberbia;
a lo demás que decís
os quiero dar por respuesta
que a mí llaman Baldovinos
el Franco en la paz y guerra,
hijo soy del rey de Dacia,
de Carlos deudo muy cerca,
y uno de los doce pares
que comen pan a su mesa.
La reina doña Ermelina
fue mi madre, de quien era
hermano el Marqués de Mantua
que yo heredé y él me hereda.
Sevilla fue mi mujer,
hija del rey de Sansueña.
Carloto, Delfín de Francia
me dio la muerte por ella.
Si a París vais, caballero,
llevad a Carlos nüeva,
y si no a Mantua, que en Mantua
habrá quien os lo agradezca.

MARQUÉS DE MANTUA:

  ¿Es aquesto verdad? ¿Son desatinos
de la imaginación? Con este paño
limpiarle quiero el rostro a Baldovinos.
¡De mi muerte y la tuya desengaño!
¡Ay, ojos de otro Abel, de llorar dignos
de un viejo Adán, cual yo, que de un estraño
Caín tenéis las luces eclipsadas!
¡Ay, dulces prendas, por mí mal halladas!
  ¡Canas desventuradas que vivistes
para llegar a tanta desventura,
salid, salid, que de mis ojos tristes,
el agua os riega para dar blandura!
¡Quien mucho vive, como ya supistes,
a mucho mal se obliga y aventura!
¡Limpiad su sangre, canas desdichadas!
¡Ay, dulces prendas, por mi mal halladas!

BALDOVINOS:

  ¿Quién sois, señor, que ansí lloráis mi muerte?

MARQUÉS DE MANTUA:

Soy el Marqués de Mantua.

BALDOVINOS:

¡Oh, mi buen tío,
déjame alzar el rostro para verte!

MARQUÉS DE MANTUA:

Ya no me podrás ver, verás un río.

BALDOVINOS:

Dame esas manos, tenme desta suerte,
tenme, tócame, abrázame.

MARQUÉS DE MANTUA:

¡Hijo mío!,
ya de mis canas tanta parte baja
sobre ti, que te sirven de mortaja.

BALDOVINOS:

  Ponme las manos sobre aquesta boca,
que su olor me podrá dar nuevo aliento,
y el alma, que ya sale si las toca,
se volverá a vivir a su aposento.
Esa mortaja, tío, sea más poca,
que ya en aquel llorado apartamiento
me dio mi esposa en esta aljuba triste
mortaja que mi muerto cuerpo viste.
  No llores por tu vida, háblame agora,
que como hijo de leona muerto
vivo al bramido de tu voz sonora.

MARQUÉS DE MANTUA:

Ahogarte pienso en lágrimas cubierto;
la romana costumbre se mejora,
que de leña cubriendo el cuerpo yerto,
por honra estrema le quemaban luego,
y aquí son canas y agua, leña y fuego.

BALDOVINOS:

  Encomiéndoos, señor, mi amada esposa,
que no poder hablarla es lo que siento,
que aunque me quiso bien, es moza hermosa,
y cenizas de muerto danse al viento.
¡No la goce Carloto!

MARQUÉS DE MANTUA:

¡Oh, indigna cosa
de un amoroso y noble pensamiento!
Carloto morirá, que si en el suelo
falta justicia, rayos tiene el cielo.
  Si oyera un muerto de mi estruendo bélico,
presto oyeras el son, mas de mi ánimo
oirás la fama sobre el coro angélico,
que no soy, aunque viejo, pusilánimo.
Dame desde tu asiento favor célico
para que supla el corazón magnánimo
las fuerzas del espíritu decrépito,
entre las armas y el confuso estrépito.
(Salen el ERMITAÑO y MARCELO.)

ERMITAÑO:

  ¿Aquí decís que quedó?

MARCELO:

Aquí palpitando estaba.

MARQUÉS DE MANTUA:

Ya el buen confesor llegó.

BALDOVINOS:

Bien muere el que en Dios acaba;
ya muero contento yo.
  Padre, ¡ah, padre!

ERMITAÑO:

Hijo mío.

BALDOVINOS:

Dadme lugar, señor tío,
y oídme vós.

ERMITAÑO:

Sí haré.

BALDOVINOS:

Poco ha que me confesé.

ERMITAÑO:

¡Brava fe, cristiano brío!

MARCELO:

Era un ángel.

MARQUÉS DE MANTUA:

¡Ay, Marcelo!

ERMITAÑO:

(Dele un crucifijo.)
  Tomad, señor, en las manos
este Dios hombre que al cielo
subió los hombres humanos
por su pasión desde el suelo.
  Aquesta cruz fue la escala
de Jacob, y este, más puro
que el ángel pues no le iguala,
hizo el camino seguro.

MARQUÉS DE MANTUA:

¡Cómo en la cruz se regala!

MARCELO:

  Tiene estraña devoción.

ERMITAÑO:

Esta escala es confianza
de su sangre y su pasión,
que por darnos esperanza
subió por ella un ladrón.
  Decid con ternura aquí
vuestras culpas.

BALDOVINOS:

Padre, oí.

MARQUÉS DE MANTUA:

¿Qué sabes desto, Marcelo?

MARCELO:

Oye, señor, y direlo
mientras se confiesa.

MARQUÉS DE MANTUA:

Di.

MARCELO:

  Estando dentro en París,
de Carlos famosa Corte,
don Carloto a Baldovinos
envió a llamar una noche.
Hablaron en gran secreto
y al tiempo que el sol se pone
en el ocaso cubierto
de nubes y de arreboles
se armaron de todas armas,
espaldar y peto doble,
manoplas y guarda brazos,
escarcelas y quijotes.
Con espadas de a caballo
y caballos españoles,
con riendas y sillas de ante,
y acerados los arzones,
salieron por San Francisco
entre las diez y las once
llenos de malos agüeros
y no buenas intenciones.
Cantaban funestos búhos
de San Dionís en las torres,
y los caballos, sin causa,
daban relinchos y coces.
Cayósele una loriga
a Baldovinos entonces,
sin verlo, porque llevaba
puesta una aljuba de monte.
Al salir de la ciudad,
junto a la puerta de Londres,
desatinado el caballo
dio con la frente en un poste.

MARCELO:

Salimos, al fin, mostrando
de sucesos tan inormes
alegres los rostros tristes
y falsos los corazones.
Caminamos quince días,
no perezosos ni torpes,
hasta que ayer allegamos
a la entrada deste bosque.
Carloto llevaba un paje,
pienso que era Celio el nombre,
Baldovinos a mí sol,
solo, desarmado y pobre.
Hicieron que me quedase,
dejelos ir y pesome,
que ya el alma se temía
del autor destas traiciones.
Estando rendido al sueño
sentí pasar unos hombres,
el uno sobre una yegua,
y los dos en dos frisones.
El cuarto, que era Carloto,
lleno de sangre y disforme,
conocile por las armas,
harto más que el dueño, nobles.
Busqué luego a Baldovinos
y al eco de tristes voces
le vi tendido en la yerba,
entre estos pinos y robles.
Fui a llamar un confesor
por el peligro que corre
el alma en esta jornada.
Dios a una ermita inclinome;
hallé en ella un hombre santo
y, como ves, sacerdote;
trájele y hallete aquí,
para que su muerte llores.

ERMITAÑO:

  ¡Ánimo, señor!

MARCELO:

¡Ya espira!

ERMITAÑO:

¡Jesús mil veces, señor!

MARQUÉS DE MANTUA:

¡Hijo!

BALDOVINOS:

¡Tío!

MARQUÉS DE MANTUA:

¡Aquí el valor
de quien eres muestra y mira!

BALDOVINOS:

  A mi madre os encomiendo,
y a mi esposa consolalda,
y a don Roldán y a don Alda
diréis...

MARQUÉS DE MANTUA:

¡Basta, ya lo entiendo!

BALDOVINOS:

  Adiós, adiós mi buen tío,
dadme vuestra bendición,
que el alma desta prisión...

MARQUÉS DE MANTUA:

Dios te bendiga, hijo mío.
  ¡Ay, padre, que me desmayo!

ERMITAÑO:

¡Ánimo, señor! ¿Qué es esto?

MARQUÉS DE MANTUA:

¡Sobre quien así te ha puesto
decienda del cielo un rayo!

BALDOVINOS:

  Poned, mi bien, esa cruz.
Tío, adiós; Marcelo, adiós;
padre, adiós.

ERMITAÑO:

Vaya con vós.

BALDOVINOS:

Buen Jesús.

ERMITAÑO:

Él sea tu luz.

BALDOVINOS:

  Virgen, el alma os entrego;
María, valedme agora;
Jesús, divina señora.

ERMITAÑO:

¿Espiró?

MARCELO:

Muerto es.

MARQUÉS DE MANTUA:

Yo ciego,
  reviente mi corazón,
salga el alma dando aullidos,
haciendo en esta ocasión
todos los cinco sentidos,
consonancia a mi pasión.
  Menos de morir se salva
el lirio que nace al alba
que el roble caduco y viejo,
quebrose, mozo, tu espejo
y quedó mi barba y calva.
  ¡Pagarme, canas, tenéis
el haber vivido tanto!

ERMITAÑO:

Paso, señor. ¿Eso hacéis
vós, señor, que sabéis tanto?
¿Tanto al Señor ofendéis?

MARQUÉS DE MANTUA:

  Si muriera en una lid,
bien fuera, padre, razón,
¡pero a traición, a traición!

ERMITAÑO:

¿No trajeron a David
muerto a su hijo Absalón?

MARQUÉS DE MANTUA:

  ¿Y él no lloró?

ERMITAÑO:

Sí, mas fue
con un valiente sufrir,
no como el que en vós se vee.

MARQUÉS DE MANTUA:

Pues dejadme maldecir
los montes de Gelboé.

ERMITAÑO:

  ¿A Jacob no le trajeron
de Josef sangre y camisa,
hermanos que le vendieron?

MARQUÉS DE MANTUA:

Pues ese ejemplo me avisa
a hacer lo que ellos hicieron.

ERMITAÑO:

  Di lo que Jacob decía.

MARQUÉS DE MANTUA:

Digo que una vil serpiente
me ha devorado este día
aquel Josef inocente
que es sangre del alma mía.
  ¡Oh, Abel, que mis ojos dignos
son de tu muerte crüel,
pues llorar son desatinos!
Josef, Absalón y Abel,
hijo, sangre y Baldovinos,
  ¿qué tierra es esta?

ERMITAÑO:

Es, señor,
la floresta sin ventura,
nombre conforme al rigor;
hasta Mantua esta espesura
apenas tiene un pastor.
  Pero este cuerpo podremos
llevar a mi ermita.

MARQUÉS DE MANTUA:

Vamos.

ERMITAÑO:

Desde allí le llevaremos
a Milán.

MARQUÉS DE MANTUA:

Tenelde entrambos.

ERMITAÑO:

No hagáis, viejo noble, estremos.

MARQUÉS DE MANTUA:

  No le llevo, porque junto
mi cuerpo al suyo difunto
haré que caiga con él.

ERMITAÑO:

Pues, señor, desviaos dél
si es que os desmayáis al punto.

MARQUÉS DE MANTUA:

  Que yo te llevara creas,
honor de francesas lises,
mas fueran hazañas feas,
que eres mozo para Anquises
y soy viejo para Eneas.
  Mas yo hago juramento
a los Evangelios cuatro,
que de Dios hombre escribieron
Juan y Lucas, Mateo y Marcos,
de no comer a la mesa
pan sobre manteles blancos,
dormir en cama desnudo
ni entrar jamás en poblado,
desnudar armas y luto,
cortarme el cabello largo,
desceñirme aquesta espada
ni salir jamás del campo,
ora cubra el frío enero
o los principios de marzo
de nieve los altos montes,
de escarcha los verdes llanos;
ora el abrasado julio
despida del cielo rayos
volviendo en seca ceniza
las aristas de los prados,
hasta vengar, Baldovinos,
la muerte que lloro tanto,
o por justicia o por armas.
Si falta justicia en Carlos
doy esta palabra al cielo,
a tu sangre, a tus abrazos,
a tu madre y a tu esposa,
amigos, deudos, vasallos,
y de no dar sepultura
a tu cuerpo desdichado,
hasta vengar en Caín
la sangre de Abel tan santo.