El Liberalismo es mentira
iente el Liberalismo al prometer al pueblo una libertad de que jamás ha gozado durante su odioso imperio y á la par que falsea un lema halagador y engañoso, ha sometido con lazos pérfidos al que de buena fe pudo creer en sus amaños y arterías.
Miente ante Dios y sus ministros cuando, revistiéndose de hipócrita fariseismo, dobla su rodilla á los piés del Sumo Pontífice y protesta de amor y afecto á la Iglesia, cuyo poder sojuzgó, cuyas temporalidades arrebató, cuya jurisdicción ha usurpado y usurpa en los mismos momentos de su ridícula humillación.
Miente ante la Patria al hacer alarde de amarla y engrandecerla, mientras en la nuestra, que jamás puede ser suya, la ha sumido en la postración y la miseria, vendiendo nuestras colonias, mancillando nuestro honor nacional, imponiendo gabelas insoportables á las producciones propias, facilitando entrada á las extranjeras, enajenando riquezas nacionales é imponiendo feudalismos financieros con arrendamientos y monopolios de determinadas industrias y de imposiciones arbitrarias.
Miente el Liberalismo ante el pueblo, á quien por escarnio llamó Rey y le engañó vilmente con la consignación de derechos individuales, mientras para azotarle apostaba partidas de la porra, portones y caciques, y disponía para desollarle ejércitos de investigadores, fiscalizaciones crueles y leyes despóticas dignas del arcontado de Dracón.
Miente, sí, el Liberalismo en todas sus manifestaciones y sus farsas, y en su decrépita existencia no le salvan las torpes conquistas revolucionarias, ni los sucios harapos de una mal llamada Restauración bastan á cubrir la miseria de su cuerpo.
Vedle; ved al Liberalismo en su manifestación religiosa: ayer ateo y revolucionario asesinando frailes y robando conventos, hoy haciendo alardes de una catolicidad ferviente, escudándose en las virtuosísimas prendas de sus príncipes mientras concede favor y halago á la herejía y á la impiedad, elevando á la primera templos y abriendo á la segunda las puertas de los centros de enseñanza. Vedle cómo se rodea de príncipes de la Iglesia, creando diócesis y fomentando círculos y congresos de carácter más ó menos religioso, mientras usurpa atribuciones de la jurisdicción eclesiástica en sus leyes civiles y concede vida legal á las logias de la masonería y á las publicaciones perversas del librepensamiento.
Ved al Liberalismo en sus leyes políticas, con sus constituciones exóticas, con sus monarquías merovingias y de bajo imperio, con sus administraciones de agio é irregularidad, con sus parlamentos de continuo escándalo y con su jerarquía despótica que empieza en el ministro y acaba en el poder indomable del cacique de lugar, dueño y árbitro del voto de los ciudadanos, y decid con aquella noble franqueza que caracteriza al ciudadano español: ¿Es verdad ó mentira el Liberalismo en todas sus prácticas realizaciones?
Si el Liberalismo fuera verdad, si fuera posible aquella disquisición de cierto personaje que ya no existe, de que pudiera ser un español católico como sus antepasados y liberal como hombre del siglo, ó tendríamos que desconocer lo que nuestros antepasados entendían por catolicismo, ó bien sabiéndolo, nos sería preciso decir que el Liberalismo mintió ayer y miente hoy; que fué tan audaz mintiendo ayer en su cruda y descarnada guerra al Catolicismo, como es perverso é hipócrita hoy fingiendo lo que no es y suponiendo que cabe un lazo de unión y extraño maridaje entre los crímenes y traiciones que dieron origen á la secta, y aquella doctrina de paz y amor, de fe y de caridad que nos predicaron Jesucristo y sus apóstoles.
Pero no; el Liberalismo, esa secta que por espacio de un siglo se ha cernido sobre los pueblos neo-latinos, nació con la mentira y mintiendo transcurre los años de su funesta existencia.
Falso y artero, el Liberalismo mintió libertad allí donde dió solamente despotismo, dominio arbitrario y verdadera esclavitud. Mintió para el pueblo una fingida soberanía, y las leyes del sufragio, los Parlamentos y las más justas manifestaciones populares han sido sojuzgados por la fracción dominante con un cinismo inaudito en nuestros mismos días. ¿Quién cree hoy en los derechos individuales, simbolizados con el garrote y el arma blanca? ¿Quién cree en la libertad liberal, allí donde entronizados sátrapas y tiranos de baja estofa han monopolizado los poderes y sus delegaciones? ¿Quién no considera el sufragio universal como una irrisión sarcástica, burla la más vil que inventara la Revolución para sojuzgar á los pueblos engañados? ¿Quién no ve en sus Constituciones políticas y en sus Códigos civiles el ridículo plagio de leyes extranjeras, impuestas autócratamente á los pueblos con desprecio de tradiciones y de protestas? ¿Quién, tras de los reyes que reinan y no gobiernan no ve la virgo férrea de ministros orgullosos y de ambiciosos jefes de bandería endiosados en un poder sin verdadera limitación? ¿Quién en esa estúpida ley de mayorías ficticias no ve menuda la división de los poderes, y en verdad centralizados en la persona de un ministro arbitrario las funciones legislativas con las del poder ejecutivo y del judicial? ¿Quién no repara en ese afán inusitado de legislar en el funcionamiento continuo de la máquina de fabricar y deshacer leyes esa idea innoble predominante de aumentar las gabelas y de multiplicar cuotidianamente los impuestos en favor del fisco? ¿Quién, por fin, no ha experimentado los efectos desastrosos de su tiranía y predominio?
Pero los días del imperio liberal se acaban; el liberalismo transcurre azaroso y delirante su última etapa. Viejo y caduco él, no inspira ya á sus adeptos aquellos raptos de entusiasmo que en juveniles años le brindaba un glorioso porvenir; ya no suena aquel sálvense los principios y perezcan las colonias con que Riego arengó a los ejércitos sublevados en las Cabezas de San Juan; ya no se encuentran hoy un Espartero endiosado por sus milicias, ni un Narvaez ó un O’Donell que exalten con sus manifestaciones el ánimo abatido y desengañado de moderados y progresistas; ya el himno de la Revolución no es más que una antigualla, recuerdo de viles traiciones y rapiñas ya, en fin, Cádiz y Alcolea no son más que estéril memoria de aquellos héroes exaltados que pasaron para no volver. El Liberalismo ha llegado a su ultimo período, y en su edad provecta ni le halagan los cantos del poeta, ni le conmueven los himnos del guerrero, ni con el entronizamiento de Orestes y Augústulos puede contener la avalancha de las invasiones que señalan el advenimiento de una nueva época, ni el fingimiento de una religiosidad falsa, ni el asentimiento de las llamadas conquistas revolucionarias pueden detener la implacable marcha del tiempo. La sed de oro y de riquezas y la avaricia de viejo empedernido señala esa terrible época de decadencia, é inútiles son para él los consuelos de la Religión cristiana que perdona y absuelve al ladrón si restituye y abraza al criminal arrepentido.
Muere, sí, muere el Liberalismo con el siglo de su imperio; muere maldecido de propios y extraños, así de los que desde su cuna conocieron sus arterías, como de los engañados que algún día regaron el árbol pernicioso de la Libertad; muere el Liberalismo víctima de sus propios vicios, y carcomido por sus miserias. Por esto, en su agonía, llama á la Iglesia y á sus ministros; por esto implora bendiciones é indulgencias, y si á confesar sus crímenes no se atreve, mintiendo aun hasta en su última hora, acaba por suplicar el Santo Oleo y pide para su cadáver la sepultura cristiana.
Acudiremos gustosos al entierro, y si los herederos no podemos recoger aquellos cuantiosos bienes que en vida ha despilfarrado, salvaremos la bandera de la Patria a verdadera honra nacional, repitiendo sobre su tumba aquellas palabras de la francmasonería:
Séale la tierra ligera.
Mariano Fortuny
Fuente
editar- El Correo Español: «Número extraordinario» (Julio de 1895).