El Gaucho Martín Fierro - La vuelta de Martín Fierro
A pesar de nuestra afición por la lectura, no conocíamos el primero de estos poemas, hasta hace pocos dias, en que su autor tuvo la bondad de enviárnoslo, despertando tal interés en nuestro corazón, que inmediatamente buscamos el segundo cuyo mérito, como obra de observación, corre parejas con el del anterior, aun cuando no suscite la misma curiosidad, por la reproducción de escenas análogas.
El Gaucho Martin Fierro ha producido un fenómeno de publicidad en la República Argentina, pues sus once ediciones han alcanzado á la cifra extraordinaria de 50,000 ejemplares.
Un libro que despierta tan vivo anhelo, debe tener algún mérito excepcional, porque, de otra manera, no habría salido, como muchos que conocemos, de los anaqueles de las librerías.
El señor Hernandez ha explotado el venero inexhausto de las costumbres populares, poniendo en acción tipos nacionales, desdeñados por la generalidad de nuestros escritores, haciéndolos vivir, obrar y sufrir en su medio social, y colocando al mismo tiempo, el dedo sobre las llagas gangrenadas que consumen á una gran parte de la familia argentina.
Martin Fierro es la personificación verdadera del gaucho de la pampa, condenado al servicio forzoso de las armas, desheredado de todos sus derechos de ciudadano, perseguido por la autoridad civil, oprimido por la autoridad militar, explotado por los negociantes aventureros, aflijdo por el hambre y la desnudez en los campamentos de la frontera.
Diferénciase «Martin Fierro» de otros gauchos creados por nuestra literatura, en que él no es un personaje puramente cómico, sino un héroe dramático, en el que aparecen de tiempo en tiempo, los refiejos de la gracia andaluza, manifestados por medio de un estilo pintoresco, salpicado de imájenes y de comparaciones originales en las cuales asoma un ingenio nativo, una suspicacia propia de quien está acostumbrado á desconfiar, y una inspiración silvestre, pero poética, que lo inclina á cantar alegrías y dolores.
El señor Hernandez ha querido conservar intencionalmente los defectos del lenguaje, de construcción y de métrica en los sentidos versos de su poema.
No estamos de acuerdo con su manera de entender el arte, porque creemos que la verdad no está reñida con la belleza, y que es posible conservar la originalidad de un tipo, sin herir el oído con las desafinaciones del verso incorrecto.
El ideal del arte consiste en imitar la naturaleza, mejorándola en la medida de nuestras facultades.
La obra que nos ocupa es el fruto de la observación de Las costumbres campesinas, estudiadas en la estancia, en la pulpería, que es el club del gaucho, y á la luz del fogón, al rededor del cual improvisa todas las noches su hogar, aquel que no tiene un palmo de tierra propia, en la ilimitada extensión que riega con su sangre.
Por eso la expresión es rigorosa, original el giro de la frase, y nueva, y hasta sorprendente, la imagen, con que al parecer dá formas tangibles á sus pensamientos.
No se nos oculta que el libro del señor Hernandez contiene un peligro, que sería conveniente que él hiciera desaparecer, luego que se diera cuenta cabal de su importancia.
Aun cuando es verdad que la condición del gaucho es abominable, lo que hasta cierto punto explica sus excesos, la enumeración de sus hazañas, el elojio de su valor, ejercitado en riñas sangrientas, debiera contrapesarse, enseñándole á condenar los extravíos de su sensibilidad.
Está demostrado que las narraciones, rodeadas de circunstancias poéticas, de toda clase de crímenes, desde el suicidio hasta el duelo, y desde el duelo hasta el asesinato vulgar, producen una especie de epidemia moral, que se traduce en otras tantas ofensas á las leyes divinas y humanas, si no las multiplican.
En hora buena que se condene los abusos, y se disculpe ante los jueces que la sociedad se ha dado, los extravios á que pueden conducir la falta de educación y las injusticias, de que un hombre puede ser objeto.
Pero la misión del escritor filosófico, del moralista que pone libros en manos del pueblo, consiste en condenar no solo á quien oprime, sino al oprimido que á su vez abusa de su fuerza, y huyendo de sus enemigos se convierte en enemigo de sus semejantes.
El señor Hernandez, que indudablemente posee las aptitudes necesarias, para hacerse escuchar, tiene una alta misión que desempeñar, ensanchando su esfera de cronista, haciéndose maestro de los gauchos que lo leen con avidez, inspirándoles aversión al puñal, repugnancia á la sangre, levantando, en una palabra, su nivel moral, abriéndoles horizontes que su vista, habituada á explorar la pampa, no ha descubierto todavía.
La tarea debe comenzar por enseñarles á conocer á Dios, mostrándoles que la compañía de una buena conciencia y la esperanza en el cielo, mitigan los sufrimientos y obligan á amar los hombres.
Su héroe, dotado de una resistencia física que supera á la de la mayor parte de los hijos de la naturaleza, sería doblemente amable y poderoso, si adquiriera esa fuerza moral que domina las pasiones y encadena la carne al espíritu.
La oportunidad nos parece propicia para llevar á cabo un empeño tan generoso.
El perseguido, en vez de buscar asilo en las tolderías hoy puede encontrarlo en las ciudades, en las colonias, en las tareas agrícolas que han venido á modificar las condiciones sociales de los campos dominados por el pastoreo, que convertía á los gauchos en beduinos, y á los beduinos en siervos, que ignoraban que existieran hombres buenos y compatriotas justos.
El señor Hernandez, que ha tenido el poder de hacernos derramar lágrimas con la descripción de la tapera del rancho de Martin Fierro; que ha sabido tocarnos la fibra mas delicada del sentimiento, con aquella tierna despedida del vagabundo á las últimas poblaciones cristianas, está llamado á combatir con éxito las preocupaciones del gaucho contra sus prójimos, blancos, negros, nacionales ó extranjeros, ahogando en su corazón el odio con las semillas del amor.
Mientras que el campesino errante, perseguido por sus delitos, asilado entre los indios, arrojado de las tolderías por otra ola de sangre, no manifieste al regresar á su pago, como Martin Fierro, el arrepentimiento fecundo del hombre religioso, no debe dar por terminada su labor el poeta á cuyos cantos consagramos estas lineas, hijas de la admiración é inspiradas por el deseo de verlo á la cabeza de una cruzada regeneradora.
«La America del Sur» Marzo 9 de 1879.