El Discreto/Preliminares
Preliminares
Señor:
Este feliz asunto, que la amistad pudo hacerle mío, dedicándole yo a Vuestra Alteza le consagro a la eternidad. Pequeño es el don, pero confiado; que si al gran Jerjes le cayó en gusto la vulgar agua brindada,[1] con más realce será lisonja a Vuestra Alteza el singular sudor de un estudioso, ofrecido en este culto trabajo. Émulo es de El Héroe, más que hermano, en el intento y en la dicha; que si aquel se admiró en la mayor esfera del selecto Museo Real[2], este aspira al sumo grado del juicioso agrado de Vuestra Alteza. Examínese de águila esta pluma a los rayos de un sol que amanece tan brillante a eclipsar lunas y marchitar flores.[3] Señor, pues Vuestra Alteza es el verdadero Discreto, dígnese dar a un imaginado el ser, la vida, la fama de tan augusto patrocinio.[4]
Por comisión del ilustre señor Jerónimo Arascués, doctor en Derechos, canónigo de esta Santa Iglesia de Huesca, oficial y vicario general del ilustrísimo y reverendísimo señor don Esteban Esmir, obispo de Huesca, del Consejo de su Majestad, vi El Discreto, que publica don Vincencio Juan de Lastanosa. Costome su lectura admiración y cuidado, que ha menester tenerle el más perspicaz ingenio, para no ocupar el tiempo sin lograrle; que hay distancia de lo que percibe el oído a lo que penetra el entendimiento. Solo el título promete mucho, pero desempeña más, que en genios de remonte de águila está asegurado el acierto en la dificultad del asunto. Todos los que ha logrado este autor (otros emprenden, él logra) son singulares; no lo atribuyo a afectación, sino a fuerza del natural, que el entendimiento siempre busca proporcionado el objeto, por diferenciarle de la voluntad, que es ciega. Dio las primeras luces de su idea a la enseñanza de un príncipe en El Héroe y Político, que es muy propio de sol dorar con sus primeros rayos las cumbres. Por ser tan eminente el modo de su enseñanza, dio Arte al Ingenio, que mal se caminara por senda tan desconocida y nueva sin arte. Forma ahora de política general un Discreto, si le halla entendido, que esta es prenda del natural y aquella del arte y la experiencia. Enseña a un hombre a ser perfecto en todo; por eso no enseña a todos. Autoriza cuerdamente su doctrina con ejemplos de insignes varones de todos siglos, que siempre han menester la virtud y magnanimidad, en nuestra flaqueza, el estímulo. El estilo es lacónico, y tan divinizado, que a fuer de lo más sacro, tiene hasta en la puntuación misterios. Mídese con la grandeza de la materia. Todo conseguirá la aprobación de los entendidos, que no acredita el aplauso de todos, cuando son tan pocos los doctos. Obra es no para ocupar las horas, sino para lograrlas, que ofrece poco a la lectura pero mucho al discurso. No contiene cosa contra la fe, antes la aviva, porque excita el entendimiento; ni contra las costumbres, pues no trata sino de enseñar a mejorarlas. Y así puede darse licencia para que se imprima. Éste es mi parecer, en Huesca, a 30 de enero de 1646.
damos licencia que se imprima El Varón Discreto.
El doctor Jerónimo Arascués,
El Discreto, de Lorenzo Gracián[5], que publica don Vincencio Juan de Lastanosa, se me comete de orden del ilustre señor don Miguel Marta, doctor en ambos derechos, del Consejo de su Majestad y Regente de la Real Cancillería del reino de Aragón, para que diga mi sentir y le asegure de los encuentros de las preeminencias reales y bien de la república, en cuyos escollos está muy lejos de peligrar la discreción. El asunto que describe es tan provechoso cuanto experimentarán los que atentamente le meditaren, que no basta leerle para comprenderle. La cultura de su estilo y la sutileza de sus conceptos se unen con engarce tan relevante, que necesita la atención de sus cuidadosos reparos para aprovecharse de su doctrina. Ostentó sus airosos rasgos en el Arte de Ingenio y Agudeza, y en otras fatigas de igual artificio, pero ¿quién admirará la singularidad de su idea, pues tiene por cuna a Bílbilis (hoy Calatayud), patria augusta de Marcial, que también se hereda el ingenio como la naturaleza? Las constelaciones influyen con más benevolencia en unos climas que en otros; de aquí nace la abundancia en unos y la necesidad en otros de varones sabios, aunque esta falta se ocasiona muchas veces de la violencia de los genios, señalando los padres a sus hijos las artes y ciencias que eligió un antojo, sin averiguar sus geniales inclinaciones; de esta causa se originan las desdichas o los aciertos de las repúblicas, porque faltando en ellas la sabiduría y madurez fácilmente vacilan, porque éstas son los ejes políticos donde se asegura la estabilidad. Pudiera la ignorancia desengañarse en sus desaciertos, pero depusiera su malignidad si llegara a conocerlos, y así vanamente desvanecida en su tema, procura adelantarlo y aun persuadirlo, pues desprecia las observaciones de aquellos que examinan la propensión del ánimo. En muchas provincias se platican los dictámenes del acierto y se lucen también, que las artes liberales, encontradas con los sujetos que las profesan, no resplandecen con eminencia, sino con mediocridad.
Estos errores podrá enmendar quien observare las reglas del Varón Discreto, porque sin la discreción será lo mismo que un diamante rudo, pues aunque tiene valor intrínseco, no le descubre hasta que el buril lo proporciona, debiendo más luces al artífice que a su oculto resplandor; y así merece darse a la estampa. Huesca, 5 de febrero, 1646.
El Dr. Juan Francisco Andrés
Imprimatur:
El cuarto (que es calidad) de los trabajos de un amigo doy al lucimiento. Muchos faltan hasta doce, que aspiran a tanta emulación. Puedo asegurar que no le desaniman al presente los pasados, aunque el primero fue un Héroe, cuya mayor gloria no es haberse visto impreso tantas veces y en tantas leguas, todas de su fama; no haber sido celebrado de las más cultas naciones; no haberle honrado tanto algunos escritores, que injirieron capítulos enteros en sus eruditas obras, como lo es El Privado Cristiano.[7] Su verdadero aplauso, y aun su vida, fueron estas reales palabras que dijo, habiéndose dignado de leerle el gran Filipo IV de las Españas: «Es muy donoso este brinquiño;[8] asegúroos que contiene cosas grandes». Que fue lo mismo que laurearlo de inmortal.
Tampoco le retira la crisis[9] real aquella célebre Política del rey don Fernando el Católico, que a votos de juiciosos es lo mejor de este autor. No la prodigiosa Arte de Agudeza, por lo raro, erudito e ingenioso, que antes de ella se tenía por imposible hallarle arte al ingenio. Contentole tanto a un genovés, que la tradujo luego en italiano, y aun se la apropió, que no se contentan éstos con traducir el oro y plata de España, sino que quieren chuparla hasta los ingenios.[10] Ninguno, pues, de los que le preceden, juzgaría que le espanta, si los que le siguen, especialmente un Atento y un Galante, que le vienen ya a los alcances y le han de pasar a non plus ultra.[11]
Mas a dos géneros de lectores he oído quejarse de estas obras: a unos de las cosas y a otros del estilo; aquéllos por sobra de estimación, y éstos por deseársela. Objetan los primeros, y aun se lastimaba la fénix de nuestro siglo para toda una eternidad, la excelentísima señora condesa de Aranda, en fe de sus seis inmortales plumas, de que materias tan sublimes, dignas de solos héroes, se vulgarizasen con la estampa y que cualquier plebeyo, por precio de un real, haya de malograr lo que no le tiene. Oponen los segundos que este modo de escribir puntual, en este estilo conciso, echa a perder la lengua castellana, destruyendo su claridad, que ellos llaman pureza. ¡Oh, cómo solemnizara este vulgar cargo, si lo oyera, el crítico Barclayo, y aun lo añadiera a su Satiricón, donde apasionadamente condena a barbaridad la española llaneza en sus escritores!
Intento responder a entrambos de una vez, y satisfacer a los unos con los otros, de suerte que la objeción primera sea solución de la segunda, y la segunda, de la primera. Digo, pues, que no se escribe para todos, y por eso es de modo que la arcanidad del estilo aumente veneración a la sublimidad de la materia, haciendo más veneradas las cosas el misterioso modo del decirlas. Que no echaron a perder Aristóteles ni Séneca las dos lenguas, griega y latina, con su escribir recóndito. Afectáronle, por no vulgarizar entrambas filosofías, la natural aquél y la moral éste, por más que el Momo[12] inútil los apode a entrambos, de jibia[13] al uno y de arena sin cal[14] al otro.
Merezca, lector discreto, o porque lo eres o para que lo seas, tener vez este arte de entendidos, estos aforismos de prudencia, en tu gusto y tu provecho.
canónigo de la Santa Iglesia de Huesca
Benjamín de Minerva, no ya en vano
Al mundo el nombre recatar intentes.
Lauro, el laurel con que el nativo mientes
Te corona y te ostenta más ufano.
Hombre que, humilde, hazañas de su mano
A la noticia esconde de las gentes,
Solicita con rayos más lucientes
Aplausos del Apolo soberano.
Repetidos blasones, El Discreto
Goce ya de la fama, que ligera
Rompe el aire tu nombre publicando.
Atento ya el Varón, varón perfecto,
Corra en la prensa con veloz carrera,
Y váyanse hasta doce continuando,
Así serás tú solo
Norte de ingenios y laurel de Apolo.
Cuánto a tu genio toda España deba
Contarán tus Medallas conocidas,
Si antes la oscuridad desconocidas,
Juzgó hasta que tu pluma las renueva.
Nuevos aplausos a los doctos mueva
La edición de las luces escondidas
A tus ansias debiendo esclarecidas
El lucimiento, que su autor reprueba.
A cuál debamos más no fácilmente
Se podrá discernir; aquél oculta
Su propio nombre artificiosamente.
Tú, porque del retiro le resulta
Mayor gloria, divulgas diligente