El Chancellor/Capítulo XXXIX

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

XXXIX.

HORRIBLES PRIVACIONES. EL MAYORDOMO HORWART.—MR. LETOURNEUR.—RESISTO A LA TENTACIÓN.

5 y 6 de Enero.

Esta escena nos ha causado una impresión profunda. La exclamación de Owen, dadas las circunstancias en que nos encontramos, es para abatir á los mas enérgicos.

Cuando he recobrado alguna tranquilidad, he dado las gracias al joven Letourneur por su intervención, que me ha salvado la vida.

—Usted me dá las gracias, responde, cuando quizá debería maldecirme.

—¿Por qué Andrés?

—Porque no he hecho más que prolongar su suplicio.

—No importa, señor Letourneur, dice entonces miss Herbey que se ha acerca do, ha cumplido usted con su deber.

El sentimiento del deber sostiene continuamente á esta joven. Está debilitada por las privaciones; sus vestidos, empapados en agua y desgarrados por los choques, cuelgan miserablemente de su cuerpo, pero ni una queja se escapa de su boca y no se dejará abatir.

—Señor Kazallon, me pregunta, ¿estamos destinados á morir de hambre?

—Si, miss Herbey, respondo brutalmente.

—¿Cuánto tiempo se puede vivir sin comer? pregunta.

—Más de lo que se cree, quizá muchos é interminables días.

—Las personas fuertes padecen más, ¿no es verdad? vuelve á preguntar.

—Sí, pero mueren más pronto. Es una compensación.

¿Cómo he podido responder con. esta dureza á la pobre joven? ¡Cómo! ¿No he encontrado una sola palabra de esperanza que dirigirle? Le he arrojado la verdad brutal á la cara? ¿Por ventura se ha extinguido en mi todo sentimiento de humanidad? Andrés Letourneur y su padre que me oyen, me miran varias veces fijamente, con sus grandes ojos dilatados por el hambre. Se preguntan si soy yo, en efecto, el que habla así.

Pocos instantes después, cuando estamos solos, miss Herbey me dice en voz baja:

—Señor Kazallon, ¿quiere usted hacerme un favor?

—Sí, señorita, he respondido con emo ción, esta vez dispuesto á hacer todo lo que pudiera por la joven.

—Si muero antes que usted, continúa miss Herbey, lo cual puede suceder, aunque soy más débil, prométame usted arrojar mi cuerpo al mar.

—Mis Herbey, pido á usted perdón, por......

—Ne, ne, añade medio sonriéndose, nsted ha tenido razón para hablarme así, pero prométame hacer lo que le pido.

Es una debilidad; no temo nada mientras esté viva...pero, muerta... Prométa ne usted arrojarme al mar.

Se lo prometo. Mis Herbey me tiende su mano y siento sus dedos enflaqueci dos estrechar débilmente los míos.

Ha pasado otra noche. En algunos instantes mis padecimientos son tan atroces, que se me escapan gritos de dolor; després se calman y quedo sumergido en una especie de estupor. Cuando vuelvo en mí, me admiro de encontrar á mis compañeros todavia vivos.

El que parece sufrir mejor las privaciones entre todos nosotros es el rhayordomo Hobbart, del cual se ha hecho poca mención en estas lineas. Es in hom brecillo de fisonomia ambigua y mirada cariñosa, y con frecuencia se sonríe con que una de esas sonrisas que no mueven más los labios, que lleva los ojos medio cerrados, como si quisiera disimular sus pensamientos y cuya persona toda respira la falsedad. Juraría que es un hipócrita; y en efecto, si he dicho que las privaciones no han producido grande efecto sobre él, no es porque deje de quejarse. Al contrario, gime sin cesar, pero no sé por qué sus gemidos me parecen men tira. Ya veremos; vigilaré á ese hombre porque tengo de él sospechas que convendrá aclarar.

Hoy 6 de Enero, Mr. Letourneur me llama aparte, y llevándome á popa me manifiesta la intención de hacerme una comunicación secreta. Desea no ser visto ni oído.

Me dirijo al ángulo de babor y como empieza á caer la noche nadie puede vernos.

—Señor Kazallon, me dice en voz baja Mr. Letourneur. Andrés está muy débil, mi hijo se muere de hambre, y yo no puedo resistir mas tiempo semejante espectáculo. No, no quiero verloen que Mr. Letourneur me habla con un tono advierto la espresión de la cólera contenida y su acento tiene algo de salvaje. ¡Ah, comprendo todo lo que este padre debe padecer.

—Señor Letourneur, le digo, tomandole la mano, no perdamos la esperanza Algún buque...

—No vengo, dice el padre, interrumpiéndome, no vengo á pedir á usted consuelos vulgares. No pasará ningún buque, ya lo sabe usted. Se trata de otra cosa. ¿Cuántos días hace que mi hijo, usted mismo y los demás no han comido?

A esta pregunta, que me admira, respondo: —Desde el 2 de Enero se concluyó el bizcocho; estamos á 6, es decir que van cuatro días que...

—Que no han comido ustedes, responde Mr. Letourneur. Pues bien, para mí van ocho

—Ocho días!

—Si, he economizado para mi hijo.

Al oir estas palabras se escapan las lágrimas de mis ojos; me apodero de las manos de Mr. Letourneur... apenas puede hablar. Le miro...jocho días!

—Señor Letourneur, le digo en fin; qué quiere usted de mí?

—Silencio, no hable usted tan alto; que nadie nos oiga.

—Pero, diga usted.

—Quiero.... dijo bajando la voz, deseo que ofresca usted esto á Andrés...

—¿Pero, usted mismo po puede?...

—No, no...creería que me he privado del alimento por él y lo rechazaría. No; es preciso que lo reciba de usted.

—¡Señor Letourneur!

—Por compasión, hágame usted este servicio......

El mayor que puedo pedir á usted en este momento..., además...por su trabajo de usted...

Diciendo esto, Mr. Letourneur me toma la mano y la acaricia suavemente.

Por su trabajo de usted, si..., podrá usted tomar..., un poco.

¡Pobre padre! al oirle tiemblo como un niño. Todo mi ser se estreme y mi cora zón palpita como si quisiera romperse.

Al mismo tiempo, siento que Mr. Letour neur me introduce en la mano un pedacito de galleta.

Tenga usted cuidado de que nadie le vea, me dice porque esos mónstruos le asesinarian. No lleva usted más que para un día...pero, mañana..., le daré á usted otro tanto, El desgraciado descoL fía de mí. Y quizá tiene razón, porque cuando siento el pedazo de bizcocho entre mis manos, estoy á punto de llevármele á la boca.

He resistido, y los que me lean comprenderán, sin duda, todo lo que mi pluma no podria expresar aquí.

Ha llegado la noche con la rapidez especial de las latitudes bajas. Me acerco á Andrés Letourneur y le presento el pedacito de galleta como ofrecido por mi á él.

El joven lo coge con ansia. Después dice: —¿Y mi padre?

Le respondo que Mr. Letourneur ha recibido también su parte y yo la mía..que mañana..., los días siguientes, podré sin duda, darle más..., que coma, que coma.

Andrés no me ha preguntado de donde procedía este bizcocho y le ha llevado ávidamente á sus lábios.

Y este día, á pesar de la oferta de Mr.

Letourneur no he comido nada...nada.