El Chancellor/Capítulo XXVII

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

XXVII

CAMBIA EL VIENTO.—LA TOLDIILLA Y EL CASTILLO DE PROA AL NIVEL DEL MAR.EUGA. LA BALLENERA HA DESAPARECIDO. CINCO QUE SE HAN SALVADO Ó QUE SE HAN PERDIDO.

5 de Diciembre.

He conseguido dormir algunas horas, y á las cuatro de la mañana el silbido de la brisa me despierta bruscamente. Oigo la voz de Roberto Kurtis que resuena entre el ruido de las ráfagas, cuyas sacudidas conmueven la arboladura del buque.

Me levanto. Fuertemente asido á las cuerdas trato de ver lo que pasa debajo y alrededor de mí.

En medio de la oscuridad oigo los mugidos del mar. Grandes sábanas de espumas, lividas, más que blancas, pasan por los más.iles, imprimiéndoles grandes oscilaciones. Dos sombras negras se destacan hácia poco sobre el color blanquizco del mar: son el capitán Kurtis y el contramaestre: sus voces, que se distin guen poco en medio del estrépito de las o as y de los silbidos de la brisa llegan á mis oídos como un largo gemido.

En aquel momento uno de los marineros que ha subido á la gavia para amarrar un cabo, pasa cerca de mí.

—¿Qué hay? le pregunto.

—El viento ha cambiado......

El marinero añade después algunas palabras que no he podido oir claramente. Sin embargo, me parece ha añadido, de medio á medio.

De medio á medio! Pero entonces el viento ha saltado del Nordeste al Sudoeste, y ahora nos rechaza á alta mar.

Mis pensamientos no me han engañado.

En efecto, amaLece poco a poco: el viento no ha cambiado absolutamente en dirección contraria, pero circunstancia igualmente funesta para nosotros, sopla del Nordeste, es decir, que nos aleja de la tierra. Además hay cinco piés de agua sobre el puente, cuyos parapetos han desaparecido del todo bajo el mar. El buque se ha hundido durante la noche, y el castillo de proa, lo mismo que la toldilla, están ahora al nivel del mar, que les barre incesantemente. A sotavento Roberto Kurtis y su tripulación trabajan para concluir la construcción de la balsa, pero el trabajo no puede ir de prisa, vista la violencia del mar, y es preciso tomar las más sérias precauciones para que la armazón no se dislo que antes de estar absolutamente consolidada.

En aquel momento los Letourneur se encuentran á mi lado en pié, y el padre sostiene al hijo contra la vielencia de los balances.

—Pero esta gavia va á romperse, exclama Mr. Letourneur oyendo los crugidos de la estrecha plataforma en que estamos.

Miss Herbey se levanta al oir estas palabras, y mostrando á Miss Kear que es tá tendida á sus piés, pregunta: —¿Qué debemos hacer, señores?

—Quedarnos donde estamos, respondo yo.

—Miss Herbey, añade Andrés Letour neur, de todas maneras este es nuestro mas seguro refagio. No tema usted nada......

—No temo por mi, responde la joven con voz tranquila, sino por los que tienen alguna razón para apreciar la vida.

A las ocho y cuarto el contramaestre grita á los de la tripulación: —¡Eh! ¡á proa!

—¿Qué se ofrece, maestro? responde uno de los marineros, creo que era O'Ready.

—¿Teneis la ballenera?

—No, maestro.

—¡Entonces se la ha llevado la corriente!

En efecto, la ballenera no está ya suspendida del bauprés, y casi inmediata mente se observa la desaparición de Mr.

Kear, de Sila Huntly y de tres hombres de la tripulación; un escocés y dos ingleses. Comprendo entonces cuál ha sido el objeto de la conversación de Mr.

Kear y de Huntly. Temiendo que el Chancellor zozobrase antes que se acabara de construir la balsa, se han conjurado para huir y han decidido, á precio de dinero, á tres marineros á que se apoderen de la ballenera. Ahora me explico lo que significaba aquel punto negro que he visto durante la noche. El miserable ha abandonado á su mujer. El indigno capitán ha abandonado su buque y nos han llevado la canoa, es decir, la única embarcación que nos quedaba.

—Cinco que se han salvado, dice el contramaestre.

—Cinco que se han perdido, responde el viejo irlandés.

En efecto, el estado del mar no puede menos de justificar las palabras de O'Ready.

No somos ya más que veintidos á bordo. ¿Cuántos van á quedar después?

y Al raber esta cobarde deserción el robo de la balleners, la tripulación colma de invectivas á los fugitivos, y si la casualidad los trajese de nuevo á bordo, pagarian cara su traición.

Aconsejo que se culte á Mrs. Kear la fuga de su marido. La infeliz mujer está c nsumida por una fiebre incesante, contra la cual no podemos hacer nada, pues que el hundimiento del buque ha sido tan pronto, que no ha podido salvarse la caja de medicamentos. Además, aunque los tuviéramos, ¿qué efecto podriamos esperar en las condiciones en que se encuentra Mrs. Kear?