El Chancellor/Capítulo XV
XV.
ENCALLADOS.—EL AGUA ENTRA EN EL BUQUE. SE VA EXTINGUIENDO EN EL FUEGO.
Continuación de la noche del 29 de Octubre.
No son todavía las doce. No hay y la oscuridad es profunda. No podemos sabe en que sitio acaba el buque de encallar. Vilentamente rechazado por la tormenta, ¿habrá llegado al fin á la costa americana y estaremos á la vista de tierra?
He dicho que el Chancellor, después de haber taloneado varias veces, ha quedado absolutamente inmóvil. Pocos instantes después se oye hácia proa un ruido de cadenas, lo cual indica á Roberto Kurtis que se han echado las anclasel con — Bien, bien, dice; el teniente tramaestre han echado las dos anclas.
De esperar es que resistirán.
Veo entonces á Roberto Kurtis adelantarse por los parapetos hasta el límite á donde permiten llegar las llamas. Se desliza por la mesa de guarnición de estribor, del lado donde el buque da la banda y allí se mantiene, durante algunos minutos, á pesar de las grandes oleadas que le acometen. Veo que presta el oido como si escuchara un ruido particular en medio del rumor de la tormenta.
Al fin vuelve á la toldilla y dice: —El agua entra en el buque, y esa agua, si el cielo nos socorre, quizá domi nará el incendio.
—Pero, y después? le pregunto.
—Señor Kazallon, responde Roberto Kurtis, después está el porvenir, y será lo que Dios quiera.
No pensemos sino en el presente.La primera cosa que debería hacerse seria acudir á las bombas, pero en este momento no se puede llegar á ellas entre las llamas. Es probable que por alguna abertura de la tablazón, hundida en el fondo del buque, entre gran cantidad de agua, porque me parece que ya disminuye la violencia del fuego. Se oyen silbidos atronadores, que prueban que los dos elementos luchan entre sí. De seguro la base del foco del incendio ha sido atacada por el agua y la primera fila de las balas de algodón se encuentra ya anegada. Pues bien, que el agua mate el incendio; después la combatiremos nosotros á su vez Quizá sea menos temible que el fuego. El agua es el elemento del marino, y éste se halla acostumbrado á vencerla.
Durante las tres horas que dura todavia esta larga noche, esperamos con ansiedad indescriptible. En donde estamos? Lo cierto es que las olas se retiran poco á poco, y que su furor se apacigua.
El Chancellor debe de haber encallado una hora después de la plea mar, pero es dificil saberlo con exactitud, sin calcu los sin observaciones. Si así es, podemos tener alguna esperanza, siempre con la condición de que se apague el fuegode ponernos á flote muy en breve, cuando vuelva la próxima mareay proa.
Hácia las cuatro y media de la mañana, la cortina de llamas tendida entre la proa y la popa del buque se disipa poco a poco, y más allá vemos, en fin, un grupo negro. Es la tripulación que se ha refugiado en el estrecho castillo de Pronto se restablecen las comunicaciones entre los extremos del Chancellor y el teniente y el contramaestre vienen á la toldilla, marchando por las vagras, porque no es posible poner el pie en el puente.
El capitán Kurtis, el teniente y el contramaestre conferencían en mi presencia y están de acuerdo en que no puede hacerse nada hasta que amanezca. Si la tierra está inmediata y el mar practicable, nos dirigimos á la costa, ya con la ballenera, ya construyendo una balsa.
Si no hay tierra á la vista, y si el Chancellor ha encallado en un arrecife aisladose tratará de ponerle de nuevo á flote, y repararle en lo posible, de manera que pueda llegar al puerto más próximo.
—Pero, dice Roberto Kurtis, y de es ta opinión son también el teniente y el contramaestre, es dificil adivinar dónde estamos, porque con estos vientos del Noroeste, el Chaneellor ha debido ser arrojado muy lejos, hácia el Sur. Ya hace mucho tiempo que no he podido tomar altura. Y sin embargo, como no sé que exista ningún escollo en esta parte del Atlantico, creo que debemos haber encallado en alguna tierra de la America del Sur.
—Pero, digo yo, continuamos bajo la amenaza de una explosión. ¿No podre mos abandonar el Chancellor y refugiarnos?......
—En este arrecife? dijo Roberto Kurtis. Pero ¿qué forma tiene y de qué se compone? ¿No se cubre completamente de agua en la pleamar? ¿Podemos reconocerle en medio de esta oscuridad? Dejemos venir el día y veremos.
Comunico inmediatamente estas pala bras de Roberto Kurtis á los demás pasajeros. No son muy tranquilizadoras; pero nadie se detiene á pensar en el nuevo peligro que nace de la situación del buque, si por desdicha ha sido arrojado sobre algún arrecife desconocido á muchos centenares de millas de toda tierra.
Una sola consideración domina á las demás; y es que ahora el agua combate por nosotros y lucha ventajosamente contra el incendio, y por consiguiente contra las probabilidades de explosión.
á En efecto, á las llamas brillantes ha sucedido poco poco una humareda espesa y negra que se escapa por la escotilla en húmedos torbellinos. Algunas lenguas ardientes se proyectan todavía entre sombrías volutas, pero se extinguen casi al momento. A los ronquidos del fuego suceden los silbidos del agua que se evapora en el foco interior. Seguramente el mar hace allí lo que no hubieran podido hacer nuestros cubos ni nuestras bombas, pues no se necesitaba menos que una inundación para extinguir aquel incendio que se ha propagado en medio de mil setecientas balas de algodón.