El Chancellor/Capítulo XI
XI.
EL PICATRO DE POTASA.—SUSTO GENERAL. LOCURA DE RUBY.
Continuación del 21 de Octubre.
—No puedo contar lo que pasa por por mí al oir la respuesta de Falsten.
Más que de espanto me encuentro poseldo de una especie de resignación. Me parece que esto completa la situación y hasta puede desenlazarla. Por lo mismo me adelanto con gran serenidad en busca de Roberto Kurtis que estaba en el alcázar de proa.
Roberto Kurtis, al saber que una caja que contiene treinta libras de picrato, es decir, lo bastante para hacer volar una montaña, está á bordo del buque en la bodega, en el foco mismo del incendio que y el Chancellor puede hacer explosión de un momento á otro, se queda inmóvil y apenas si su frente se arruga y su pupila se dilata.
—Bien, me responde; ni una palabra de esto. ¿Dónde está Ruby?
—En la toldilla.
—Venga usted conmigo, señor Kazallon.
Llegamos juntos á la toldilla donde el ingeniero y el negociante disputaban todavia.
Roberto Kurtis va derecho á ellos.
—¿Ha traído usted picrato de potasa?
pregunta á Ruby, —Si señor, sí, lo he traído, responde tranquilamente Ruby que se creía culpado todo lo más de un pequeño fraude.
Por un instante me parece que Roberto Kurtis.va á aplastar al desdichado pasajero, que no puede comprender la gravedad de su imprudencia. Pero al fin logra contenerse y le veo que aprieta las manos que tiene cruzadas á la espalda para no verse obligado á ahogar con ellas á Ruby.
Después con voz tranquila le interroga. Este confirma los hechos que ha referido Entre los bultos de su equipaje se encuentra una caja que contiene unas treinta libras de la sustancia peligrosa.
Este pasajero ha procedido en la ocasión presente con la imprudencia inherente, preciso es confesarlo, á las razas anglosajonas, introduciendo esa mezcla explosiva en la bodega del buque como un francés hubiera podido introducir una botella de vino. Si no ha declarado la naturaleza de aquel bulto, es porque sabía perfectamente que el capitan se habría negado á admitirle.
Al fin y al cabo, añade encogiéndose de hombros, esto no merece que ahorquen á un hombre: y si esa caja les incomoda á ustedes tanto, no hay más que arrojarla al mar. Mi equipaje está asegurado.
Al oir esta respuesta no puedo contenerme porque no tengo la serenidad de Roberto Kurtis y poseído de cólera irresistible me precipitó sobre Ruby antes que el segundo lo pueda impedir y exclamó: —Miserable! ¿no sabe usted que tenemos fuego á bordo?
Apenas he pronunciado estas palabras, siento haberlas dicho, pero ya es tarde.
El efecto que producen en Ruby es indescriptible: el desdichado se vé acometido de un temblor convulsivo; el cuerpo se le paraliza apoderándose de él una rigidez tetánica; se le erizan los cabellos, abre los ojos desmesuradamente, la respiración se le oprime como si estuviera asmático, no puede hablar y llega en él el espanto á sus últimos límites. De repente se agitan sus brazos; mira el puente del Chancellor que puede saltar de un instante á otro, se lanza de la toldilla abajo, se levanta, y recorre el buque gesticulando como un loco. Después recobrando el uso de la palabra se escapan de su boca estas siniestras frases: —Fuego á bordo, fuego á bordo!
Al oir este grito toda la tripulación acude al puente creyendo sin duda que el siniestro estallá al exterior y que ha llegado la hora de huir en las embarcaciones. Llegan después los pasajeros: Mrs. Kear, su mujer, miss Herbey, los dos Letourneur. Roberto Kurtis quiere imponer silencio á Ruby, pero éste ha perdido la razón.
En aquel momento el desorden es extremo. Mrs. Kear ha caído desmayada sobre el puente. Su marido no se cuida de ella y deja a miss Herbey la tarea de socorrerla. Los marineros han enganchado ya el aparejo de la chalupa á fin de lanzarla al mar.
Entre tanto refiero á los Letourneur lo que ignoran, es decir, que el cargamento está encendido. El pensamiento del padre se fija inmediatamente en el pe ligro que corre su hija y le estrecha en sus brazos. El joven conserva una gran serenidad y tranquiliza á su padre repitiéndole que el peligro no es inmediato.
Roberto Kurtis ayudado del teniente logra contener á los hombres de la tripulación afirmándoles que el incendio no ha hecho nuevos progresos, que el pasajero Ruby no sabe lo que se hace ni lo que se dice; que no debe obrarse con precipitación y que cuando llegue el momento se hará el abandono del buque como debe hacerse.
La mayor parte de los marineros se contienen al oir la voz del segundo á quien estiman y respetan. Este consigue de ellos lo que el capitán Huntly no habría podido conseguir, y la chalupa queda en su sitio.
Por fortuna Ruby no ha hablado del picrato encerrado en la bodega. Si la tripulación conociese la verdad y supiera que el buque es un volcán próximo tal vez á entreabrirse bajo los pies, se desmoralizaria, no se la podría contener y huiría á toda costa.
El segundo, el ingeniero Falsten y yo somos los únicos que sabemos la terrible complicación que se une al incendio y es preciso que seamos los únicos en saberlo.
Cuando se restablece el orden, Roberto Kurtis y yo nos reunimos con Falsten en la toldilla. El ingeniero se ha quedado allí con los brazos cruzados pensando quizá en algún problema de mecánica en medio del espanto general. Le recomendamos que no diga una palabra de la nueva complicación debida á la imprudencia de Ruby.
Falsten promete guardar secreto. En cuanto al capitán Huntly, que ignora todavía la terrible gravedad de la situación, Roberto Kurtis se encarga de de cirsela.
Pero antes es preciso asegurar la persona de Ruby porque el desdichado se halla en completo estado de demencia.
No tiene ya conciencia de sus actos y corre por el puente gritando siempre.
—Fuego; fuego!
Roberto Kustis da orden á los marineros de que se apoderen del pasajero y al fin logran atarle sólidamente y ponerle una mordaza, hecho lo cual le llevan á su camarote donde le ponen centinelas de vista.
La palabra terrible no se ha escapado de su boca.