El Chancellor/Capítulo V
V.
Hace diez días que hemos salido de Charleston y parece que hemos hecho bastante camino. Hablo con frecuencia con el segundo del buque, y se ha esta blecido cierta intimidad entre los dosya Roberto Kurtis me dice que no debemos estar muy lejos del grupo de las Bermudas, es decir, hácia el cabo Hatte ras. La observación nos ha dado 32 20' de latitud Norte y 64 50' de longitud Oeste del meridiano de Greenwich.
—Avistaremos las Bermudas y más particularmente la isla de San Jorge, antes de la noche, me dice el segundo. Yo le pregunto: —¿Pues cómo nos dirigimos hácia las Bermudas? yo creia que un buque que sale de Charleston para ir á Liverpool debería dirigirse al Norte y seguir la corriente del Gulf—Stream.
—Sin duda, señor Kazallon, respondió Roberto Kurtis, esa es la dirección que se toma generalmente; más parece que esta vez el capitán no ha sido de opinión de seguirla.
—¿Por qué?
—Lo ignoro; pero ha dado el rumbo al Este el Chancellor va al Estey Y no se lo ha hecho vd. observar?
—Le he dicho que no era el rumbo habitual, y me ha respondido que sabia lo que se hacía.
Hablando así Ruberto Kurtis france muchas veces el entrecejo y se pasa maquinalmente la mano por la frente. Creo observar que no dice todo lo que quisiera decir.
Sin embargo, señor Kurtis, le he dicho, estamos ya á 7 de Octubre, y creo que no es ocasión de probar caminos nuevos. No tenemos un dia que perder queremos llegar á Europa antes de la mala estaciónsi —No, señor Kazallon, ni un día.
—Señor Kurtis, ¿será una indiscre ción preguntar á vd. lo que piensa del capitán Huntly?
—Pienso, me responde, pienso que...es mi capitán.
Esta respuesta evasiva no deja de hacerme reflexionar.
Roberto Kurtis no se ha engañado.
Hácia las tres el marinero de vigía anuncia la tierra á barlovento hacia el Nordeste; pero todavía no se presenta sino como un vapor.
A las seis subo al puente en compañía de los Letourneur y contemplamos el grupo de las Bermudas, islas relativamente poco elevadas y defendidas por una cadena formidable de rompientes.
—Ese es el archipiélago encantado, dice Andrés Letourneur, el grupo pintoresco que su poeta de ustedes, Tomas Moore, ha celebrado en sus odas. Ya enel desterrado Walter había hecho una descripción entusiasta de estas islas, y si no me engaño, las señoras inglesas, durante algún tiempo, no quisieron lle var más sombreros de los que se hacían de cierta paja de palmera de las Bermudas.
—Tiene usted razón, mi querido Andrés, he respondido, el archipiélago de las Bermudas ha estado muy de moda en el siglo XVII; pero ahora ha caído en el olvido más completo.
—Por lo demás, amigo Andrés, dice Roberto Kurtis, los poetas que hablan con entusiasmo de este archipiélago no deben de estar de acuerdo con los marinos, porque esa mansión cuyo aspecto les ha seducido, es dificilmente abordapara los buques, y los escollos, á dos ó tres leguas de tierra, forman un cintuble ,ron semicircular sumergido bajo las aguas y muy temido de los navegantes.
Añadiré que la serenidad del cielo, que tante ponderan los habitantes de esas islas, se ve turbada con frecuencia por los huracanes. Sus islas reciben el coletazo de esas tempestades que devastan las Antillas, coletazo que, como el de una ballena, es lo más temible de la tempestad.
No aconsejaria yo, pues, á los que navegan por el Oceáno que se fiara de las relaciones de Walter ni de Tomás Moore.
—Señor Kurtis, dice sonriendo Andrés Letourneur, usted debe tener razón; pero los poetas son como los proverbios, que siempre se encuentra uno para contradecir al otro. Si Tomás Moore y Walter han celebrado ese archipiélago como una mansión maravillosa, el más grande de sus poetas de ustedes, Shakspeare, por el contrario, conociéndolo sin duda mejor, ha creído que debió colocar en él las más terribles escenas de su drama, La Tempestad.
En efecto, son parajes peligrosos estos de las inmediaciones del archipiélago de las Bermudas. Los ingleses, á quienes ha pertenecido desde su descubrimiento, no le utilizan sino como puesto militar, situado entre las Antillas y la Nueva E—cocia. Por lo demás está destinado á acrecentarse y probablemente en grande escala. Con el tiempo ese principio del trabajo de la naturaleza, ese archipiélago, ya compuesto de ciento cincuenta islas ó islotes, contará mucho mayor número, pues las madréporas trabajan incesantemente en construir nuevas Bermudas, que se unirán entre sí y formarán poco á poco un nuevo continente.
Ni los otros tres pasajeros ni Mrs. Kear se han tomado la molestia de subir al puente para examinar este curioso archipiélago. En cuanto á Miss Herbey apenas ha llegado á la toldilla, cuando la voz áspera de Mrs. Kear la llama y la obliga á volver á sentarse á su lado.