El Chancellor/Capítulo II
II.
He dicho que el capitán del Chancellor se llama Huntly de apeliido: los nombres son Juan Sila. Es un escocés de Dundee, de edad de cincuenta años, que tiene la fama de hábil navegante del Atlántico. Sn estatura es mediana, sus hombros estrechos, su cabeza pequeña, y por costumbre un poco inclinada á la izquierda. Sin ser fisonomista de primer orden, me parece que puedo ya juzgar al capitán Huntly, aunque no hace más que pocas horas que le conozco.
No digo que Sila Huntly no tenga la reputación de ser buen marino, ni que deje de saber perfectamente su oficio, pero me parece inadmisible que haya en ese hombre un carácter firme ni una energía fisica y moral á toda prueba.
En efecto, la actitud del capitán Huntly es pesada y su cuerpo presenta cierta especie de abatimiento. Es negligencelo cual se ve en la indecisión de su mirada, en el movimiento pasivo de sus manos, en la oscilación que le lleva lenta mente á sostenerse ya sobre una pierna, ya sobre la otra. No es, no puede ser hombre enérgico ni siquiera hombre obstinado, porque sus ojos no se contraen sus quijadas son blandas, sus puños no tienen tendencia habitual á cerrarse.
Además le encuentro un aire singular que no puedo explicarme todavía, pero le observaré con la atención que merece el comandante de un buque, es decir, el que se llama el amo despues de Dios.
Ahora bien, si no me engaño, entre Dios y Sila Huntly hay á bordo otro hombre que me parece destinado en caso necesario á ocupar un lugar importante. Es el segundo del Chancellor, á quien todavía no he estudiado suficientemente, pero del cual me reservo ha blar mas adelante.
La tripulación del Chancellor se com pone del capitan Huntly, del segundo Roberto Kurtis, del teniente Walter, de un contramaestre y catorce marineros ingleses ó escoceses, en todo diez y ocho marinos, lo que basta para la maniobra de un buque de tres palos de novecientas toneladas. Estos hombres parece que conocen bien su oficio. Todo lo que puedo afirmar hasta ahora es que han maniobrado hábilmente, á las órdenes del segundo, en los pasos de Charleston.
Completo la enumeración de las personas embarcadas á bordo del Chancellor citando al mayordomo Hobbart, al cocinero negro Jynxtrop, y dando la lista de los pasajeros.
Estos pasajeros son en número de ocho, incluyéndome á mí. Apenas los conozco, pero la monotonia de una travesía, los incidentes diarios, el roce continuo con personas limitadas á un estrecho espacio, la necesidad natural de hablar. la curiosidad innata en el corazón del hombre, todo nos acercará pronto unos á otro.
Hasta ahora, los cuidados del embarque, la tema de posesión de los camarotes, los arreglos que necesita un viaje cuya duración puede ser de veinte á veinticinco días y otras ocupaciones diversas nos han tenido alejados los unos de los otros; ayer y hoy no todos se han presentado siquiera á la mesa, y quizá algunos están marcados. No los he visto á todos; pero sé que entre los pasajeros hay dos señoras que ocupan los camarotes de popa, cuyas ventanas dan al espejo del buque.
Por lo demás, esta es la lista de los pasajeros, tal como la he copiado del rol del buque:
Mr. y Mrs. Kear, norte—americanos de Buffalo; Miss. Herbey, inglesa, señorita de compañía de Mrs. Kear; M. Letourneur y su hijo Andrés Letourneur, franceses del Havre; William Falsten, ingeniero de Manchester, y John Ruby, negociante de Cardiff, ambos ingleses.
J. R. Kazallon, de Lóndres, autor de estas notas.