El Capitán Pajarito: 3

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

III

Escandalizado al oír comentar en los fogones la noche de Chacabuco, que cruzara entre los gritos y lamentos de los heridos arrastrándose hasta la rueda de sus compañeros, hizo un voto prometiéndose asimismo de imitar, no el ejemplo de fray Félix, que se arremangaba el hábito tinto en sangre para proseguir matanza, sino de colgar la espada, cuando la guerra de la Independencia terminara, y propagar bajo el hábito seráfico los principios de caridad cristiana y de humanidad aún en la guerra, socorriendo al caído, y procurando cerrar mayor número de heridas que las abiertas por los corvos famosos de su regimiento.

Así procedió. Después de Maipú, cuando los argentinos creyeron concluida alli su misión, pidió la «baja» ingresando al convento. Tenía el buen cristiano más de valiente que de instrucción, y cuando San Martín le llamó á solas con objeto de disuadirle, no lo consiguió.

— Un capellán no ha encontrado inconveniente para convertirse en militar; menos encontraré yo, soldado que he cumplido con mi deber para continuar con honor una orden que por severa que sea, no es más rigurosa que la militar.

Cuenta Fray Félix que por una promesa de su madre, si salvaba de las viruelas en su infancia, le prometió para la Iglesia, y que encontrándose con hábito y corona á su mayoridad, creyó deber cumplir la promesa maternal; pero que luego seducido por la carrera de sus hermanos, de capellán ascendió en grados militares de asimilación, y de ésta á soldado de fila.

— ¿Entonces, pretende dejar usted en él su personero en el ejército? — replicaba el general, á las repetidas solicitudes del capitán.

— Ni tampoco ser su personero en la orden religiosa que escandaliza, pero me eligió el señor general asistiendo heridos en San Lorenzo, y ya los franciscanos de aquel convento me auguraban inclinación natural á otra orden que la militar. Fuí soldado por accidente. Usía tiene sobre su despacho mi foja de servicios. Ahora que se ha terminado la guerra, ó al menos la misión del ejército argentino, más allá de las fronteras de la patria, solicito respetuosamente de Su Excelencia venia para tramitar la baja y entrar en el convento de mi predilección.

— Por sus meritorios servicios cuente con mi apoyo, capitán; por más que en eso de haberse acabado la guerra hay mucho que andar. Si bien no hay un soldado español en la Argentina, por sus vecindades asoman codiciosos acechando la presa. La independencia americana obra es de mancomunidad. Fuera de esto, y en otro orden de ideas, me informa el capellán del ejército no sabe usted ni el «musa muse» del latín.

— Regresaré á mi pueblo para predicar en guaraní. También los que sólo ese idioma entienden son cristianos. Soy de Misiones y en vecindad del pueblo de su nacimiento, señor general, he nacido cerca de Yapeyú.

Acaso por esta inmediación de cuna, ó porque al fin á cada uno «le llega su San Martín», insistió tanto, apadrinado por el capellán del ejército de los Andes, que no pudo negar el general en jefe lo solicitado después de Maipo.

Muro de inconvenientes más alto que el de los Andes se levantaba ante «Fray Pajarito».

El obispo de Chile se descartaba por no ser de su diócesis. El obispo de Cuyo, le daba otro empujoncito para atrás porque no era de su feligresía. El de la capital de la República, porque era guaraní. Y así comenzaba tanto tropiezo el bravo granadero andando de Herodes á Pilatos, como en la vía crucis de toda aspiración humana.

— Para derramar mi sangre en Corrientes, como en Santa Fe, Salta, Mendoza y Chile, no averiguaron de mi procedencia, y en todas partes la encontraron de igual color á las de los más decididos patriotas. Para consagrarme á la carrera de mi inclinación, pues aprendí á llamar misa antes de tocar llamada en la corneta, tropiezo con mayor número de inconvenientes. ¡Bendito sea Dios! Pero el santo de mi devoción, «San Juan de Vera de las siete corrientes», me ha de alzar de las siete caídas, en alguna de ellas me ha de dar la mano.

Y el milagro se produjo. Antes de embarcarse San Martín en Valparaíso en el segundo memorial apoyado por el padre capellán, escribió San Martín al Deán Zavaleta, empeñándose dispensara todo lo dispensable al capitán Ortiz para que se metiera á fraile, ya que en tal quería transformarse.