El Café de la Amistad

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
El Café de la Amistad


...fe!... amistad!.


I

Aunque aclaración á título semienigmático, sencilla y naturalmente fluirá, anticipamos no se trata de endilgar homilía teológica sobre la fe y la amistad, por más que predicamos en época que tanto escasea una como otra. Sin duda necesario no es viajar á Iscariot en procura de un Judas, donde á la vuelta de cada esquina peligro hay de tropezar con un traidor.

Sólo resta del antiguo Café de la Amistad, á más de sus recuerdos en tres generaciones que intimaron afectos, humeante taza de aromático moka por medio, fragmentos abollados de ovalada tablilla metálica que tenemos sobre la mesa, descifrando apenas en restos de letras medio borrajeadas: ... FE... AMISTAD. Lo que falta, lo carcomió el herrumbre. Sabio arqueólogo, exhumador de antiguallas, consiguió restaurar letrero en cuyo desciframiento se leía: Café de la Amistad.

El afamado establecimiento abría su única estrecha puerta, antes de dos amplias ventanas, todos los días del año, de siete de la mañana á diez de la noche, y desde el subsiguiente al año negro (1840) hasta el ennegrecimiento de su frontis, ocasionado por chamusquina de la Estación al frente...

Esto aconteció cuando la empresa del Ferrocarril del Norte, haciendo oídos de mercader á repetidas órdenes de trasladar su viejo casucho indiano, demoledor anónimo juzgó más expeditivo prenderle fuego, ante la reincidente desobediencia con que, esa y otras compañías extranjeras, acostumbran menospreciar la autoridad del país donde enriquecen.

Destarada la parroquia de viajeros retrasados, marinos que ya no desembarcaban por el largo muelle vecino, y asiduos más viejos, esparcidos ya en diferentes cementerios, cerró puerta y ventanas café tan limpio y confortable, después de haber hecho la fortuna de sus dueños y estrechado con apretado nudo amistad de numerosos comensales.

Verdad es que su origen remonta al cariño en los cuartos chicos, anterior á la invención de Clubs, que á desalojar han llegado contertulianos de confianza del mate, noche á noche al calor de la estufa, sin que el humo del cigarro separara todavía, del comedor á la sala, niñas y mozos, ancianos y pisaverdes de cabezas canas. Pasado habían aquellas largas noches de invierno lluvioso en que el negrito del farol precedía alumbrando al atravesar bocacalles, oscuras como boca de lobo, saltando sobre albañales y malos pasos, que por entonces lo eran todos, aunque únicamente llegaran al Café de Marcos, anterior al de don Ramón y el de Catalanes.

Luego de la introducción de clubs (de los cuales el de Residentes Extranjeros es decano) entre el Café del Plata y el de Colón, fué el Café de la Amistad de mayor concurrencia en las primeras horas matinales y en las últimas de la tarde. En parte alguna servíase mejor café con leche, ni tostada más tostada. ¿Qué estudiante no hizo rata por un par de ellas? ¿A qué marino no se le iban los ojos y el olfato tras humeante taza gruesa, como antigua jicara de aromado soconusco?

No en valde letrero tan atrayente! Sin los inmensos cristales que reflejan cientos de luces eléctricas en sus congéneres de la Avenida de Mayo, si no se vendía allí amistad á son de música, al calor del café y la amistad compenetráronse muchas almas en armonía. Concurrentes conocimos que desde su primer rabona, por cincuenta años consecutivos, infaltables fueron á la mesa de dominó. ¡Cuántos de ellos cuando sus manos se entrelazaron sus almas quedaron abrazadas!