El Cíclope (1881)
de Eurípides
traducción de Federico Baráibar


EL CÍCLOPE




DRAMA SATÍRICO DE EURÍPIDES

primera version del griego en castellano


por




D. Federico Baráibar.










VITORIA
Establecimiento Tipográfico de la Viuda é Hijos de Iturbe.
1881.


EL CÍCLOPE





DRAMA SATÍRICO DE EURÍPIDES

traducido directamente del griego


por




D. Federico Baráibar.










VITORIA
Establecimiento Tipográfico de la Viuda é Hijos.
1880.

 
El Cíclope.
 



Personajes.



Sileno.
Coro de Sátiros.
Ulíses.
El Cíclope Polifemo.





AL SR. D. MARCELINO MENENDEZ PELAYO,

catedrático

EN LA UNIVERSIDAD CENTRAL


En testimonio de amistad y gratitud, dedica este humilde trabajo


Feredico Baraibar.


 
EL CÍCLOPE.

 
(La escena al pié del monte Etna, en Sicilia, á la entrada de la cueva de Polifemo). (1).
 
Sileno.

¡Oh Baco! siempre estoy sufriendo innumerables trabajos por tu causa; lo mismo ahora que en la flor de mi juventud: el primero fué cuando, arrebatado por el furor que te inspirara Juno, (2) huiste abandonando á las ninfas de los montes, tus nodrizas; despues siendo tu esforzado auxiliar en aquel combate de la guerra de los Gigantes, (3) en que maté á Encélado, atravesando su escudo con mi lanza. Mas...esto que digo ¿fuė realidad ó sueño? ¡Oh! no hay duda. Yo mismo enseñé los despojos á Baco. Pero el trabajo que ahora me aflige sobrepuja á todos. En cuanto supe que, para que te vendiesen en remotas tierras, Juno habia lanzado contra ti los piratas del Tirreno, (4) me embarqué con mis hijos y partí en tu busca; yo mismo colocado en la alta popa y agarrado al timon dirigia la nave vigorosamente impulsada por mis sátiros, que, sentados en los bancos, te buscaban ¡oh rey! blanqueando con sus remos las cerúleas ondas. Y hé aquí que, cuando nos hallábamos junto al promontorio de Malea, (5) un fuerte viento de Levante nos arroja á estos peñascos del Etna, donde en cavernas solitarias viven los hijos homicidas del dios de los mares, los Cíclopes, (6) que tienen un sólo ojo. Estos mónstruos nos apresaron de seguida, y reducidos á una triste esclavitud, servimos á uno de ellos llamado Polifemo, viéndonos obligados á apacentar sus rebaños en vez de gozar en las deliciosas bacanales. Mis hijos, como jóvenes, llevan los tiernos corderos á pacer en las remotas colinas: yo, como viejo, me quedo aquí para llenar las pilas, barrer la cueva y servir al impío Cíclope en sus nefandos banquetes. Fuerza es que ahora cumpla sus órdenes y que limpie los establos con este rastrillo de hierro para que mi señor Polifemo y sus ovejas los encuentren aseados cuando vuelvan del campo. Pero ya veo á mis hijos que se acercan apacentando sus rebaños ¿Qué es eso? ¿Acaso bailais la bulliciosa danza sicinnida (7) como cuando, acompañando alegremente á Baco, ibais á la casa de Altea (8) encantados por la melodía de las citaras?

CORO DE SÁTIROS.
Estrofa (9)

¿A dónde corres noble descendiente de una noble raza? ¿A qué te pierdes entre las rocas? ¿No tienes aquí suaves brisas, agradables yerbas y agua fresca y cristalina en los abrevaderos junto á las cuadras donde tus hijuelos balan? Eh... por aquí... á pacer en este ribazo húmedo de rocío... Ohé... ¿A que tengo que tirarte una piedra? Vuelve, animal de hermosa cornamenta, vuelve á la morada del agreste Cíclope, tu pastor.

Antistrofa.

Y tú ven acá, con las ubres repletas de leche: acércaselas á los cabritos que dejaste en el redil. ¿No oyes como te llaman balando los pobrecillos que han dormido todo el dia? ¿No acabarás de pacer la fresca yerba y de entrar en el aprisco, abierto en la roca?

Aquí no tenemos á Baco ni sus danzas, ni á las tirsíferas Ménades, ni el estrépito de los tambores junto á las murmuradoras fuentes, ni las copas de vino delicioso (10), ni el Nisa con sus Ninfas (11)

Épodo.

En loor de la beldad en cuya busca volaba acompañado de las Bacantes de blancos piés, entonaré un cantar báquico. ¡Oh Baco, amado Baco! ¿dónde habitas sacudiendo solitario tu rubia cabellera? Yo, tu criado, sirvo ahora al monóculo Cíclope, y privado de tu dulce amistad, soy un esclavo infelíz vestido con la miserable piel de un macho cabrío.

Sileno.

Silencio, hijos mios. Mandad á los criados que recojan los rebaños en las cuadras.

CORO.

Id; pero, padre, ¿porqué tanta prisa?

Sileno.

Distingo cerca de la costa la quilla de una nave griega y veo que sus tripulantes precedidos de su jefe, se dirigen hacia nosotros. Traen sacos vacios colgados del cuello, prueba, sin duda, de que carecen de víveres y además cántaros para el agua. ¡Infelices extranjeros! ¿Quiénes serán? No conocen á nuestro amo Polifemo, ni saben cuán inhospitalaria es su caverna, de otro modo no se encaminarian, por un acaso infelíz, á la misma boca del impío devorador de carne humana. Mas... callad. Sepamos de donde vienen y porqué han desembarcado junto á los peñascos del Etna.

Ulises.

Extranjeros ¿me direis si hay en esta isla algun rio donde podamos recoger agua para apagar nuestra sed y si hay quien quiera vender víveres á unos navegantes necesitados? ¿Qué es esto? (12) Creo que hemos arribado á una tierra consagrada á Baco, pues veo un grupo de sátiros á la entrada de la cueva.

¡Salud, en primer lugar, al más anciano!

Sileno.

¡Salud, extranjero! ¿Cuál es tu nombre y tu pátria.

Ulises.

Soy Ulises de Itaca, (13) rey del pais de Cefalonia.

Sileno.

¡Ah! te conozco; un hombre elocuente, hijo astuto de Sisifo (14)

Ulises.

El mismo: mas no me insultes.

Sileno.

Y ¿de dónde has venido á esta costa de Sicilia?

Ulises.

De Ilion y del penoso asedio de Troya.

Sileno.

¡Cómo! ¿no sabias el camino de tu pátria?

Ulises.

Aquí me arrojaron las tempestades.

Sileno.

¡Ay! has tenido la misma desgracia que yo.

Ulises.

¿Tambien tú has venido por fuerza?

Sileno.

Sí: cuando iba en persecucion de los piratas que robaron á Baco.

Ulises.

¿Qué país es éste, y quiénes lo habitan?

Sileno.

Es el monte Etna, el punto mas elevado de Sicilia.

Ulises.

¿Y dónde están las murallas, y las torres de la ciudad?

Sileno.

No las hay: estas montañas no están habitadas por hombres.

Ulises.

¡Pues quién las puebla! ¿Acaso algun linaje de fieras?

Sileno.

Los Cíclopes que no viven en sus casas, sino en cavernas.

Ulises.

¿Quién es su rey? O el gobierno es democrático?

Sileno.

Son pastores nómadas, y ninguno obedece á nadie en nada. (15).

Ulises.

¿Cultivan los dones de Céres ó de que viven?

Sileno.

Se alimentan de carne, leche y queso.

Ulises.

¿Conocen la bebida de Baco, el zumo de la vid?

Sileno.

¡Ay, no por cierto! esta tierra es muy triste.

Ulises.

¿Son hospitalarios y compasivos con los extranjeros?

Sileno.

Dicen que nada hay mas sabroso que sus carnes.

Ulises.

¡Qué dices! ¡matan y devoran á los hombres!

Sileno.

Todos los que aquí han venido han sido muertos.

Ulises.

¿Y dónde está el Cíclope? ¿En su morada?

Sileno.

Salió hácia el Etna para ojear las fieras con sus perros.

Ulises.

¿Sabes lo que has de hacer para que escapemos de esta tierra?

Sileno.

No lo sé Ulíses; pero estamos dispuestos á hacer cualquiera cosa en tu obsequio.

Ulises.

Pues véndenos los víveres que necesitamos.

Sileno.

Sólo tenemos carne, como ya te he dicho.

Ulises.

A fé que es un agradable lenitivo del hambre.

Sileno.

Tambien tenemos queso y leche de vaca.

Ulises.

Sacadlo fuera: la luz conviene á los contratos.

Sileno.

¿Y tú cuánto oro nos daras por ello?

Ulises.

No traigo oro, pero en cambio traigo vino.

Sileno.

¡Admirable! precisamente carecemos de él hace mucho tiempo,

Ulises.

Y cuenta que este licor me lo dió el divino Maron.

Sileno.

¿El que yo eduqué y llevé en mis brazos?

Ulises.

El nieto de Baco, para que acabes de entenderlo.

Sileno.

¿Lo tienes en la nave ó lo traes contigo?

Ulises.

Este es el odre que lo contiene; ¿lo ves, anciano?

Sileno.

Con eso ni siquiera se me llena la boca.

Ulises.

Tengo doble cantidad que la que saldrá de este cuero.

Sileno.

¡Oh qué fuente tan grata y tan hermosa!

Ulises.

¿Quieres probar esta deliciosa bebida?

Sileno.

Sí, sí: el probar anima á la compra.

Ulises.

Traigo un vaso además del odre.

Sileno.

Ea, echa de firme: para que, despues de beber, me quede el gusto en la boca.

Ulises.

Toma.

Sileno.

¡Ah, ah! qué riquísimo olor tiene.

Ulises.

¿Ya lo has visto, eh?

Sileno.

No, á fé mia, pero lo huelo.

Ulises.

Gústalo para que no lo elogies sólo con palabras.

Sileno.

¡Sopla! Baco me invita á bailar. ¡Ah, ah, ah!

Ulises.

¿Qué tal? ¿Te ha regado bien la garganta?

Sileno.

Tanto que me ha llegado hasta la punta de las uñas.

Ulises.

Además te daremos dinero.

Sileno.

Venga el vino y guárdate el oro.

Ulises.

Trae pues los corderos y los quesos.

Sileno.

Los traeré, importándoseme un ardite de mi dueño. Por una sola copa de este vino daría los rebaños de todos los Cíclopes; y, una vez ebrio y desarrugado el triste ceño, sería capaz de arrojarme al mar desde una pelada roca. El que no se alegra bebiendo, es un insensato. El vino excita al amor; á abrazar á las bellas; á dar volteretas por los prados y disipa con el baile el recuerdo sombrío de las penas. Si esto es así; ¿vacilaré un momento en comprar este licor precioso, burlándome de la ignorancia del Cíclope y de aquel ojazo (17) que lleva en medio de la frente?

Coro.

Oye, Ulíses; tendremos un rato de conversacion contigo.

Ulíses.

Acercaos como si fueseis mis intimos amigos.

Coro.

¿Os apoderásteis de Troya y de la cautiva Helena?

Ulises.

Y saqueamos todas las riquezas de Priamo.

Coro.

Despues que os apoderásteis de la jóven ¿no abusásteis de ella uno tras otro, ya que era su gusto el tener muchos maridos? Pérfida, bastóle ver las elegantes bragas que ceñian la pierna del extranjero y su collar de oro, para enamorarse perdidamente y decidirse á abandonar á Menelao, el más bonachon de los maridos. Es espantoso. ¡Ojalá no hubieran existido nunca las mujeres..... sino para mí sólo!

Sileno.

Rey Ulíses, aquí tienes reses de nuestros rebaños, abundantes quesos, y no poca cantidad de la dulce bebida, alimento de los corderillos. Llevaoslo todo y huid cuanto ántes de esta cueva inhospitalaria. Dadme en pago el delicioso zumo de las viñas de Baco..... ¡Ah gran Júpiter....! El Cíclope viene. ¿Qué haremos?

Ulises.

¡Somos perdidos! ¿A dónde huiremos, anciano?

Sileno.

Escondeos en esa caverna.

Ulises.

Peligroso refugio. ¿Quieres que yo mismo me meta en la boca del lobo?

Sileno.

No es peligroso; la roca tiene muchos escondrijos.

Ulises.

Jamás. El dolor de Troya se aumentaría justamente, si yo, que tantas veces contuve con mi escudo á una multitud de Frigios, húyese ahora delante de un solo hombre. Si es fuerza morir, muramos honrosamente; si vivir, salvemos como valientes nuestra antigua gloria.

Cíclope.

Detente... escancia... ¿Qué juegos son estos? ¿A qué estas Bacanales?

Aquí no se halla Baco, ni el obligado estruendo de los cascabeles de bronce y el redoblar de los tambores. ¿Cómo están mis recentales? ¿Se cuelgan de la teta de sus madres ó juguetean, corriendo bajo su vientre? ¿Habeis dispuesto ya bastante cantidad de leche en las encellas de junco? ¿Qué decís? ¿Qué respondeis? Paréceme que este garrote va á hacer llorar á alguno de vosotros. Alzad la vista y no mireis al suelo.

Coro.

Ya levantamos los ojos hasta el Olimpo y vemos á Orion y los astros. (18)

Cíclope.

¿Está preparada la comida?

Coro.

Sí; sólo falta que dispongas tus mandíbulas.

Cíclope.

¿Están llenas de leche las crateras!

Coro.

Tanto que, si quieres, te puedes beber toda una tinaja.

Cíclope.

La leche es sólo de vaca y oveja ó mezclada?

Coro.

Es de lo que quieras: con tal que no me tragues.

Cíclope.

No hay cuidado; pues si os tragase saltariais dentro de mi estómago; y me matariais con vuestros movimientos. ¡Ah! ¿Qué gente es aquella que distingo junto á los establos? ¿Son algunos ladrones ó piratas que se han apoderado de esta tierra? Tambien veo una porcion de mis corderos atados con retorcidos mimbres y las vasijas de los quesos revueltas y á este viejo con su calva cabeza hinchada por los golpes que ha recibido.

Sileno.

¡Ay de mí! infelíz aporreado, qué calentura tengo! ((19)

Cíclope.

¿Quién te ha pegado en la cabeza, Sileno?

Sileno.

Aquellos, por que no les dejaba que se llevasen tu hacienda.

Cíclope.

¿lgnoran que soy un dios y descendiente de dioses?

Sileno.

Ya se lo dije: pero ellos saqueaban tu caverna y se comian tus quesos, aunque yo trataba de impedírselo: se llevaban tus corderos y decian que, atándote á un poste de tres codos, te arrancarian á viva fuerza las entrañas y te matarian á palos. Despues pensaban echarte atado al fondo de su nave y venderte á cualquiera para que te emplease en arrancar piedras ó en bajarlas á un molino.

Cíclope.

¿Es verdad? Pues bien, corre, afila mis cortantes cuchillos lo más pronto que puedas y arrima un gran haz de leña al fuego, por que quiero matarlos al instante y saciar mi apetito: los asaré en las brasas y me los comeré bien calientes; yo mismo me serviré de cocinero; á los restantes los coceré en una caldera. Ya estoy harto de selváticos alimentos; bastantes ciervos y leones he comido y hace mucho tiempo que no he devorado carne humana.

Sileno.

Nada hay tan sabroso como el nuevo manjar que se presenta despues de no haber variado en mucho tiempo de alimentos. Y, á fé, que hace muchísimo que no vienen hombres á estos lugares.

Ulises.

Cíclope, oye tambien á los extranjeros. Nosotros hemos venido á tu caverna para comprar provisiones. Ese viejo nos ha vendido tus corderos por una copa de vino y nos los ha entregado despues de haberla bebido. El consentimiento ha sido mútuo y á nadie se le ha hecho fuerza. Pero ese, desde que le has sorprendido vendiendo furtivamente tus cosas, no dice una palabra de verdad.

Sileno.

¿Yo! Así te mueras....!

Ulises.

Si miento.

Sileno.

No; por Neptuno que te engendró, por el gran Triton, por Nereo, por Calipso y por los hijos de Nereo, por los sagrados rios, por toda la casta de los peces, yo te juro hermosísimo y adorado Cíclope, dueño mio querido, yo te juro que no he vendido nada á los extranjeros. Si tal hice, permita Júpiter que mueran desastrosamente esos perversos hijos á quienes amo tanto!

Coro.

Eso á tí. Yo mismo te he visto vender los víveres á los extranjeros. Si miento, permita Júpiter que te parta un rayo, padre mio; pero no calumnies á esos desgraciados.

Cíclope.

Mentís. Yo creo á Sileno más justo y fidedigno que el mismo Radamanto. (20) Pero les haré algunas preguntas. ¿De dónde venís, extranjeros? ¿de que país sois? ¿en qué ciudad os habeis criado?

Ulises.

Somos de Itaca, oh Cíclope, pero ahora venimos de Troya, arrojados por las tempestades á esta region.

Cíclope.

¿Sois, por ventura, los que fuisteis hasta la ciudad de Troya, próxima al Escamandro, para vengar el rapto de la pérfida Helena?

Ulises.

Los mismos, que hemos soportado tantos trabajos.

Cíclope.

¡Infame ejército, en verdad! ¡Navegar por una sola mujer hasta las costas de Frigia!

Ulises.

Fué obra de un dios; no acuses de ello á ningun mortal. Nosotros, poderoso hijo del dios de los mares, te suplicamos y te hablamos como hombres libres. No mates y destines á nefanda comida á los que hemos llegado como amigos á tus antros, á los que hemos erigido templos á tu padre hasta en los más remotos lugares de la Grecia. El puerto de Ténaro (21) y los altos peñascos de Malea que le están consagrados, permanecen inviolables, lo mismo que la roca de Sunnio, (22) con su templo á Minerva, sus argentíferas minas y los puertos de Geresto. (23) Nosotros no perdonamos á los Frigios un ultraje, que era imposible soportar. De la gloria conquistada en tal empresa te corresponde no pequeña parte, pues habitas en el último confin de las tierras griegas, en la ignífera roca del Etna. Sé, pues, piadoso y, como la humanidad prescribe, acoge benigno á los que, extraviados en los mares, rendidamente te suplican; ofréceles los dones de la hospitalidad; proporciónales vestidos en vez de atravesarlos con enormes asadores y de llenar tu boca y tu vientre con sus carnes. ¡Harto diezmó á Grecia la tierra de Priamo, empapada de la sangre de tantos guerreros! Si despues de haber perdido á sus maridos tantas esposas, y tantos encanecidos padres y madres ancianas á sus hijos, tú arrojas al fuego á los que lograron salvarse y los devoras en horrendo banquete ¿quiénes volverán á su pátria? ¡Ah! nó, tú atenderás mis ruegos, oh Cíclope, tú preferirás la compasion á la crueldad, pues á muchos les causó graves daños una mala ganancia.

Sileno.

Quiero darte un consejo, Cíclope. No dejes nada de la carne de ese; si te comes la lengua estoy seguro de que te convertirás en un orador facundo y elegante.

Cíclope.

La riqueza hombrecillo, (24) es el dios de los discretos; el resto es vanidad y bella palabrería. Existan enhorabuena esos templos consagrados á mi padre; mas ¿á qué decírmelo? A mí no me amedrentan los rayos de Júpiter, ni creo que Júpiter sea más poderoso que yo. Nada se me dá de él. Oye el motivo. Cuando envía la lluvia hallo en mi cueva abrigo seguro contra las inclemencias del cielo; acostado blandamente me cómo asado un novillo ú otro animal cualquiera; me bebo un cántaro de leche y despues me desahogo compitiendo en estrépito con los truenos de Júpiter. Si sopla el Bóreas (25) de la parte de Tracia, y nieva copiosamente, yo, envolviéndome en pieles y encendiendo una hoguera, me burlo del frio y de la nieve. La tierra, quiera ó no, produce la yerba con que engordan mis rebaños, que yo no sacrifico á otro dios que á mí mismo y á este vientre que es el mayor de los dioses; porque el comer y el beber lo que se necesita cada dia y el no atormentarse por nada, es el dios de los hombres discretos. ¡Malditos sean los que con sus leyes intentan contrariar los apetitos! Yo por ellas no he de perder esta ocasion de regalarme y de comerte. Mas para que nada tengais que echarme en cara, te daré los presentes de la hospitalidad. Serán el fuego y aquella paternal caldera donde cabrán holgadamente y hervirán á placer tus macizas carnes. Entrad, pues; colocaos en torno del altar del dios de esa caverna, para que le sirvais de suculenta comida.

Ulises.

¡Ah, desdichado! Yo que evité los peligros de Troya y los del mar, ahora me estrello contra el corazon inexorable de este mónstruo feroz. ¡Oh, Palas, hija soberana de Júpiter, ahora has de socorrerme; ahora que expuesto á riesgos mayores que los de Ilion, me encuentro al borde del abismo! Y tú, Júpiter hospitalario, que resides en la morada de los brillantes astros, dígnate mirar lo que sucede; que si no lo vieses, en vano siendo un dios impotente, se te creería el gran Júpiter.

Coro.

Abre, Cíclope, tu inmensa boca: ya están asadas y cocidas las carnes de tus huéspedes: tendido sobre las pieles de cabra, (27) despedázalos y tritúrales entre tus dientes. Pero no me ofrezcas semejantes manjares. Mi único deseo es embarcarme y dar un adios eterno á esta caverna, y á los horrendos sacrificios del Cíclope, que se deleita devorando á sus huéspedes. Cruel es y miserable quien inmola en su casa á los extranjeros que se acercaron suplicantes á su hogar; quien despedaza, tritura y devora carnes humanas retiradas palpitantes de los carbones.

Ulises.

¡Oh Júpiter! ¿Qué diré? ¡Qué horrores ví en la cueva! Es increible... Más parecen delirios de la imaginacion que obra de los hombres.

Coro.

¿Qué ocurre Ulises? ¿El impío Cíclope devora á tus amados compañeros?

Ulises.

Sí, á dos de los más gordos, despues de haberlos mirado y tanteado. (28)

Coro.

¡Infelíz! ¿cómo ha sucedido eso?

Ulises.

En cuanto entramos en la cueva lo primero que hizo fué encender fuego, echando sobre el ancho hogar los troncos de una enorme encina que hubieran sido carga suficiente para tres carros no pequeños. Extendió despues en el suelo una capa de hojas de abeto y colocó este lecho junto á la lumbre; ordeñó luego sus vacas y llenó de blanca leche una cratera (29), como de diez ánforas (30) y la puso junto á sí con un vaso de hiedra, que bien tendria cuatro codos (31) de profundidad por tres de ancho. Hizo hervir enseguida el agua en una caldera de bronce; preparó asadores de espino de puntas endurecidas al fuego, y vasos del Etna torpemente desbastados con el hacha.

Dispuesto todo, el impío cocinero de Pluton, aborrecido de los dioses, arrebató á dos de mis compañeros y los mató con cierta regularidad hija de la costumbre; al uno lo arrojó á la caldera de bronce; al otro lo cogió por el talon y lo estrelló contra la aguda punta de una roca; los sesos saltaron á la violencia del golpe; cortó su carne en pedazos con un espantoso cuchillo; puso á asar parte de sus miembros y echó los restantes á la caldera, para que se cociesen. (32) Yo, infelíz, derramando lágrimas amargas tuve valor para acercarme al Cíclope y servirle; pero mis compañeros ocultos como aves espantadas en los entrantes de la roca se extremecian de terror y sentian helárseles la sangre en las venas. Cuando el mónstruo harto de la carne de mis amigos se tendió en la caverna, tuve una inspiracion divina. Llené una copa de este mismo vino de Maron y se la presenté para que bebiera, diciéndole: «Cíclope, hijo del Dios del mar, mira qué celestial licor, delicias de Baco, exprime la Grecia de sus vides.» El, repleto de sus abominables manjares, la tomó y la apuró de un trago y levantando las manos, dijo en su elogio: «No puede negarse, amabilísimo huésped, que es un licor excelente para digerir mi excelente comida.» Viéndole tan alegre, le presenté otra copa, comprendiendo que el vino le dominaria y le daria despues el condigno castigo. Así fué. Pronto empezó á cantar, y yo á darle copa tras copa y á enardecerle el estómago con aquella fuerte bebida. Ahora, miéntras hace resonar la caverna con sus toscos cantares que se mezclan á los lamentos de mis amigos, yo, resuelto á salvarme y si, quereis, á salvaros, me he escapado recatadamente. Decid, pues, si deseais ó nó huir de este mónstruo insaciable, para habitar con las Náyades en la córte de Baco. Vuestro padre, aunque permanece en la cueva, aprueba mi proyecto; pero es débil y le toma tal gusto á la bebida que está sujeto á la copa, como un pajarillo que, cogido en la liga, agita en vano las alas. (33) Mas vosotros que sois jóvenes, salvaos conmigo y os reunireis á Baco, vuestro antiguo amigo, bien distinto del Cíclope.

Coro.

¡Oh queridísimo Ulíses, ojalá llegue el dia en que dejemos de ver la cabeza de ese mónsturo abominable! Harto tiempo hace ya que, sin poder huir, nos vemos privados de la espita querida!

Ulises.

Oid la venganza que preparo contra esa fiera y los medios de libertaros de la esclavitud.

Coro.

Habla; la noticia de la muerte del Cíclope será mas grata á nuestro oido que los acordes de la cítara asiática.

Ulises.

Polifemo, alegre con lo que ha bebido, piensa ir á celebrar una orgía con sus hermanos.

Coro.

Comprendo: piensas sorprenderlo cuando esté solo y matarlo en el bosque ó precipitarlo de una roca.

Ulises.

Nada de eso; mi intención es emplear la astucia.

Coro.

¿De qué modo? Mucho tiempo hace que oimos celebrar tu ingenio.

Ulises.

Le aconsejaré que no vaya á esa orgía pues no le conviene regalar el vino, sino guardarlo para sí y pasar con él deliciosamente la vida. Además he visto en la caverna un tronco de olivo cuya punta aguzaré con mi espada y lo meteré en el fuego; despues, cuando se duerma el Cíclope rendido por Baco, sacaré el tizon echando llamas, se lo clavaré en la frente y consumiré su único ojo. Y como un carpintero, al construir una nave se sirve de dos correas para manejar fácilmente el barreno, yo haré girar el tizon dentro del ojo luminoso del Cíclope y abrasaré su pupila. (34)

Coro.

¡Oh, qué alegría! ¡Esa idea nos enloquece de gozo!

Ulises.

Y embarcándonos luego en mi negra nave, huiremos rápidamente de esta tierra maldita, tú, mis amigos y el anciano.

Coro.

¿Nos permitirás que á modo de juramento de fidelidad, cojamos el tizon que ha de dejarle ciego? Porque deseamos tomar parte en su muerte.

Ulises.

Será convenientísimo: el tizon es grande y lo cojereis conmigo.

Coro.

Capaz seria de llevar la carga de cien carros, con tal de quemar como un avispero el ojo de ese maldito Cíclope.

Ulises.

Callad ahora; y pues ya conoceis la trama, sólo falta que obedezcais en todo al que la ha urdido. No temais que yo me ponga en salvo abandonando á los queridos compañeros que dejo en la cueva; aunque bien pudiera hacerlo, pues conseguí evadirme, mas no es justo abandonar á los amigos que me han acompañado.

Semicoro.

¡Ea¡ ¿Quién será el primero, quién el segundo á quien quepa la suerte de apoderarse del tizon y hundirlo entre los párpados del Cíclope atravesando su ojo resplandeciente?

(Se oye cantar dentro.)
Semicoro.

Chito, chito. El estúpido Cíclope, ébrio ya, sale de su caverna cantando desentonadamente. ¡Qué poca gracia tienen sus versos! ¡Qué poco tardará en llorar! Enseñemos á ese ignorante á estar borracho. Despues cegará del todo.

Semicoro.

Felíz el que se embriaga con el grato jugo de la vid. Tendido en el banquete, perfumados los brillantes rizos de sus rubios cabellos, abraza á su amigo predilecto y á su voluptuosa amante. Entonces canta. “¿Quién me abrirá la puerta?”

Cíclope.

¡Ah! ¡Ah! Estoy lleno de vino. ¡Qué alegre me ha puesto tan delicioso banquete! ¿Cómo no; si mi estómago á modo de una nave de carga, está repleto hasta la cubierta? El verde césped, parece que me invita á celebrar una orgía en esta florida estacion con mis hermanos los Cíclopes.—Eh tu, extranjero, tráeme el odre que quedó en la caverna.

Semicoro.

El hermoso Cíclope sale de su palacio con el ojo resplandeciente de hermosura. Alguien nos ama. Ya están preparadas las antorchas, para que á su resplandor brille tu cuerpo en la gruta húmeda de rocío, como el de una delicada ninfa: pronto una guirnalda de variados matices coronará tu frente.

Ulises.

Escúchame, Cíclope; pues yo conozco perfectamente el Baco que te he dado á beber.

Cíclope.

¿Hay quién cree que Baco es un dios?

Ulises.

Y poderoso, pues alegra la vida.

Cíclope.

Por eso lo eructo con delicia.

Ulises.

Su condicion es tal, que á nadie hace daño.

Cíclope.

¿Mas cómo, todo un dios se complace en habitar en un odre?

Ulises.

Se halla á gusto en cualquiera parte.

Cíclope.

Pero no parece bien que un dios esté metido en un cuero.

Ulises.

¡Qué importa! si el dios te sabe dulce ¿acaso el cuero te amarga?

Cíclope.

Detesto el cuero y adoro su contenido.

Ulises.

Quédate, pues, aquí, Cíclope; y alégrate bebiendo.

Cíclope.

¿No debo dar de esta bebida á mis hermanos?

Ulises.

Si la guardas para tí solo serás más considerado.

Cíclope.

Y dándosela á mis amigos sería más útil.

Ulises.

La orgía suele ser causa de riñas y disputas.

Cíclope.

Embriaguémonos. Sin embargo nadie me tocará.

Ulises.

Amigo mío, el que ha bebido no debe salir de su casa.

Cíclope.

Yo creo que es un necio el que despues de embriagarse no busca la orgía.

Ulises.

Yo que es muy cuerdo el que en tal estado permanece en su morada.

Cíclope.

¿Qué hacemos Sileno? ¿Te parece que debemos quedarnos?

Sileno.

Sí por cierto. ¿Qué falta nos hacen otros bebedores?

Cíclope.

Además el suelo está aquí cubierto de verde césped salpicado de florecillas.

Sileno.

Y es delicioso beber cuando el calor aprieta. Apóyate en mi y tiéndete en tierra, Cíclope.

Cíclope.

Ya estoy. ¿Mas porqué pones detrás de mí la cratera?

Sileno.

Para que nadie la coja al pasar.

Cíclope.

No; lo que tú quieres es beber á hurtadillas. Pónla en medio. Ahora, extranjero, dime como te llamas.

Ulises.

Me llamo Ninguno. (35) ¿Pero qué favor tendré que agradecerte?

Cíclope.

Te comeré el último de todos tus compañeros.

Ulises.

¡Soberbio regalo haces á tus huéspedes!

Cíclope.

¡Eh, tú! ¿Qué haces? ¿Te estás bebiendo el vino á escondidas?

Sileno.

No es eso, sino que Baco me ha dado un beso porque soy muy hermoso.

Cíclope.

Te dará que sentir tu no correspondida pasion por el vino.

Sileno.

No, á fé mia; dice que mi belleza es causa de su amor.

Cíclope.

Echa un vaso lleno; y calla.

Sileno.

¿Y como está hecha la mezcla? Ea, veámoslo.

Cíclope.

Me estás pudriendo la sangre. Dámelo como esté.

Sileno.

Por Júpiter, no será antes de que tú te pongas una corona, y yo lo pruebe.

Cíclope.

¡Maldito copero!

Sileno.

Pero si este vino es dulcísimo. Por eso debes de limpiarte antes de beberlo.

Cíclope.

Sea; ya están limpios mis labios y mi barba.

Sileno.

Bien. Ahora apóyate con gracia sobre el codo y despues bebe, como ves que bebo, ó, por mejor decir, que he bebido.

Cíclope.

¡Eh! ¡eh! ¿Qué haces?

Sileno.

He bebido deliciosamente sin tomar aliento.

Cíclope.

Coje el odre, extranjero, y escánciame tú el vino.

Ulises.

Me es familiar ese servicio.

Cíclope.

Vamos, escancia ya.

Ulises.

Escancio, pero calla.

Cíclope.

Difícil es que calle el que ha bebido mucho.

Ulises.

Toma, y bebe sin dejar ni una gota; es necesario apurar el licor y morir con él.

Cíclope.

¡Sopla! ¡La vid es una madera admirable!

Ulises.

Si despues de una abundante comida, bañas con abundante vino tu estómago, aunque no tengas sed, Baco te infundirá un grato sueño; pero si dejas algo te abrasará.

Cíclope.

¡Oh! ¡oh! Por poco tengo que nadar... Extremado es este placer. Me parece que el cielo gira confundido con la tierra... Veo el trono de Júpiter y la sacra majestad de todos los dioses... No las besaré... las gracias me incitan... Este Ganimédes (á Sileno) bastará á mi solaz. Prefiero el amor de los jóvenes al de las mujeres.

Sileno.

¿Pues qué soy yo el Ganimédes (36) de Júpiter?

Cíclope.

Sí por cierto; y yo el que te roba del palacio de Dárdano.

Sileno.

Soy perdido, hijos mios. ¡Qué indigno tratamiento me amenaza!

Cíclope.

¿Acusas á tu amante que ha bebido y te haces el desdeñoso?

Sileno.

¡Ay de mí! pronto probaré la amargura de su vino.

(Entran en la Caverna)
Ulises.

Valor, hijos generosos de Baco. El monstruo está en la cueva; pronto rendido por el sueño, devolverá por sus hediondas fauces las carnes que ha devorado. El tizon humea en la caverna: sólo falta, que con él abrasemos el ojo del Cíclope. Vamos, pues, y obrad como valientes.

Coro.

Nuestro corazon será inquebrantable como las rocas y el diamante. Entra en la caverna, ántes que nuestro padre sea víctima de la brutalidad del Cíclope. Todo cuanto ordenaste está ya dispuesto.

Ulises.

Vulcano, rey del Etna, abrasa el brillante ojo de tu bárbaro vecino y líbranos de él al primer golpe. Y tú, Sueño, hijo de la negra noche, infunde un profundo sopor á esa fiera aborrecida por los dioses. No consintais que despues de los ilustres trabajos de Troya, Ulíses y sus compañeros perezcan á manos de un mónstruo á quien nada importan ni los dioses ni los hombres. Si no fuerza será creer que la Fortuna es una deidad y confesar que los demás dioses le son inferiores.

Coro.

Las tenazas van á sujetar el cuello del horrible antropófago. Pronto el fuego consumirá su luminosa pupila. Ya se oculta en el rescoldo el inmenso tizon. Manos á la obra, vino de Maron; véngate furioso del Cíclope y arráncale su único ojo. Así podrá decir; “bebí en mala hora.” Yo quiero abandonar esta soledad y reunirme al amable Baco que gusta de coronarse de yedra. ¿Conseguiré tal dicha?

Ulises.

¡Silencio, sátiros, en nombre de los dioses! Estaos quietos y cerrad la boca; ni aun respirar os permito; ni escupir, ni hacer guiños: no vaya á despertarse el mónstruo antes de que el fuego haya privado de vista á su único ojo.

Coro.

Callamos y nos tragamos nuestro propio aliento.

Ulises.

Ahora ¡ánimo! entrad en la caverna y coged el tizon: ya está bien encendido.

Coro.

¿No designarás tú quien ha de ser el primero que coja la abrasada palanca y, participando de tu suerte, queme el ojo del Cíclope?

Semicoro.

Nosotros, como estamos aquí fuera, no podemos empujar el tizon hasta el ojo de Polifemo.

Semicoro.

Nosotros nos hemos quedado cojos de repente.

Semicoro.

Entónces os ha sucedido lo mismo que á mí: estando inmóvil se me ha dislocado un pié, yo no sé como.

Semicoro.

¿Se os dislocan los piés estando quietos?

Semicoro.

Además tenemos los ojos llenos de ceniza ó polvo, venido de no sé donde.

Ulises.

Qué auxiliares tan cobardes é inútiles.

Coro.

¡Cómo! ¿Es cobardía el compadecernos de nuestra espalda y de nuestra espina dorsal y el no querer que nos salten los dientes á porrazos? Pero sabemos un conjuro de Orfeo tan eficáz, que el tizon irá por sí solo á la cabeza del hijo de la tierra y abrasará su único ojo.

Ulises.

Tiempo hace que sabia que ese era vuestro carácter; pero al presente lo conozco mejor. Tendré que valerme de mis propios compañeros. Mas ya que no os atreveis á ayudarme con obras, animadme á lo ménos con vuestras palabras. Vuestras amistosas exhortaciones nos infundirán valor.

Coro.

Lo haré. Esto será sacar el ascua con mano de gato. (37) Lo que es por palabras no ha de quedar. Si sólo de ellas se trata, el Cíclope perderá seguramente su ojo.

¡Animo! ¡ánimo! Empujad sin miedo el tizon; apresuraos: abrasad el ojo del mónstruo devorador de extranjeros. Quemad, consumid al abominable pastor del Etna. ¡Ah! ¡ah! Hunde el barreno; sácalo no sea que se levante por la fuerza del dolor y te cause grave daño.

Cíclope.

¡Ay de mí! me han dejado ciego.

Coro.

¡Oh, qué hermoso pean! (38) Cántamelo Cíclope.

Cíclope.

¡Oh qué espantoso ultraje! ¡Ay de mí, que me han muerto! Mas nunca, miserables, nunca regocijados con vuestra infame accion lograreis escaparos de mi antro. Me colocaré en la entrada y cuando intenteis salir, os detendrán mis manos.

Coro.

¿Qué estas gritando, Cíclope?

Cíclope.

¡Me han muerto!

Coro.

¡Qué horroroso!

Cíclope.

¡Y qué desdichado!

Coro.

¿Como estabas ebrio te has caido en medio de la lumbre?

Cíclope.

Ninguno me ha asesinado.

Coro.

Entónces nadie te ha hecho daño.

Cíclope.

Ninguno ha abrasado mi pupila.

Coro.

Luego no estás ciego.

Cíclope.

¡Ojalá lo estuvieras tú!

Coro.

¿Pero cómo es posible que ninguno te haya cegado?

Cíclope.

¡Te burlas! ¿Dónde está Ninguno?

Coro.

En ninguna parte.

Cíclope.

Ese detestable extranjero, para que acabeis de entenderlo, es el que me ha perdido dándome de beber y abrasándome mi único ojo.

Coro.

El vino es fuerte y difícil de vencer.

Cíclope.

Decidme, por los dioses, han huido ó están aún en la cueva.

Coro.

Están callados y ocultos en lo más recóndito de la roca.

Cíclope.

¿A qué mano?

Coro.

A tu derecha.

Cíclope.

¿Dónde?

Coro.

En esa misma peña. ¿Los has cogido?

Cíclope.

¡Ah! ¡qué nueva desgracia! me he dado un golpe y me he roto la cabeza.

Coro.

¡Ya se te escapan!

Cíclope.

Por ahí no: ¿pues no decias que por este lado?

Coro.

Por ahí no.

Cíclope.

¿Pues por dónde?

Coro.

Dan vuelta en tu rededor, por la izquierda.

Cíclope.

¡Ay! os burlais de mí; os reis de mi infortunio.

Coro.

Ya no más: tu enemigo está delante de ti.

Cíclope.

Infame, ¿dónde estás?

Ulises.

Léjos de tí: poniendo á cubierto de tus iras el cuerpo de Ulíses.

Cíclope.

¡Qué has dicho? ¿Cambias tu primitivo nombre en otro nuevo?

Ulises.

No: mi padre me llamó Ulíses, y tú debias de sufrir el castigo que merecia tu nefando banquete. Mezquina fuera la gloria que conquisté venciendo á Troya, si no hubiera vengado la horrible muerte que diste á mis amigos.

Cíclope.

¡Ah! Cumplióse el antiguo oráculo, (39) que me anunció me dejarías ciego á tu regreso de Troya: mas tambien predijo que, en castigo de tu crímen, serias largo tiempo juguete de las tempestades.

Ulises.

Llora; te lo permito, y á fé que he hecho cuanto he podido para que te deshagas en llanto. Vamos ahora á la playa. Embarquémonos en mi nave y naveguemos hácia el mar de Sicilia con rumbo á mi pátria.

Cíclope.

¡Oh! no. Antes con este enorme peñasco aplastaré á tí y á todos tus compañeros. (40) Subiré á esa montaña, y, aunque ciego, llegaré á su cumbre atravesando esta caverna abierta por sus dos extremos.

Coro.

Nosotros acompañaremos á Ulíses y serviremos despues á nuestro amable Baco.



FIN.


 
NOTAS.
 
 
(1)

«Las escenas satíricas (Vitruvio, Lib. V, Cap. VIII) se vestian de bosques, grutas, montes y demás adminículos campestres á manera de paisaje,» Quizá para la decoracion del Cíclope se tendria presente la siguiente descripcion que de la entrada de su caverna hace Homero (Odisea, Cant, IX, v. 181—186):

Al llegar aquel sitio distinguimos
Próxima al mar la entrada de una cueva
Sombreada de laureles: sesteaban,
Al pié de ella de cabras y de ovejas
Rebaños numerosos; y alto muro
De peñas enclavadas en la tierra,
De gigantescos pinos y de encinas
Ceñíala, formando vasta cerca.

(2)

Juno, celosa de Semele, madre de Baco, persiguió encarnizadamente á este dios, suscitando contra él todo género de enemigos y de trabajos. Entre estos se cuenta, el acceso de locura á que en el texto se alude, el cual obligó á Baco á recorrer toda la tierra.

(3)

Es graciosa la jactancia de Sileno, cuya cobardía era proverbial: sin embargo en la guerra de los gigantes tomó, en cierto modo, alguna parte, ya que no por sí mismo, por medio del asno, su cabalgadura favorita: éste, en lo más apurado de aquel tremendo combate, rebuznó tan descomunal y fuertemente que asustó y puso en fuga á los desatentados enemigos de Júpiter, por lo cual le fué concedida la suprema distincion de figurar entre las constelaciones (Vid. Higin,, Astron. poet., II, 23). Conviene tener presente, para que tal aventura no parezca ridícula, que el asno era entre los antiguos un animal importante pues no habia caido en el inexplicable desprecio de que hoy es víctima: los Dacios le llevaban pintado en sus enseñas guerreras; Homero compara indistintamente al esforzado Ayax con un asno ó un leon; un asno tomó asiento en el tribunal de Pistoya; otro salvó á Vesta de la deshonra de Priapo; en las fiestas de Isis desempeñaba muy importante papel, y no menor es el que tiene en la Sagrada Escritura.

(4)

Unos piratas del Tirreno se apoderaron de Baco, pero en castigo de su atrevimiento fueron transformados en delfines. Un Himno de los atribuidos á Homero, relata y celebra esta aventura del hijo de Semele.

(5)

El promontorio de Malea estaba situado en la extremidad Sud-este de la Laconia: hoy se llama cabo Malio. Es muy citado en las poesías homéricas.

(6)

Los Cíclopes recibieron este nombre de χϋχλος (círculo) y φ΄ὠψ (ojo), por suponerse que tenian un sólo ojo de forma circular en medio de la frente. La Mitología los hace hijos de Neptuno, habitantes de la Sicilia y ayudantes de Vulcano en la tarea de forjar los rayos de Júpiter. Se cree que el mito de los Cíclopes recuerda los primeros hombres que se dedicaron á la explotacion de las minas, llevando para alumbrarse en sus trabajos subterráneos una lámpara sujeta á la frente por medio de una correa. Homero, en la Odisea, IX, v. 106 y siguientes, describe con su maestría acostumbrada la vida y costumbres de estos gigantes.

(7)

La Sicinnis era una danza dionisiaca, término medio entre la de la Tragedia y la de la Comedia, y propia del drama satírico. Su invencion se atribuia por unos á Baco, por otros á la ninfa Sicinnia, acompañante de Cibéles. Era, segun se cree, un baile vivo y jugueton, de muchos y rápidos movimientos (Vid. Millin Dict. des Beaux Arts. Tom. III:) y se ejecutaba al compás de un aire particular llamado Sicinnotirbe.

(8)

Altea era hija de Lestio y amada por Baco.

(9)

El coro se dirige en la estrofa al macho cabrío, jefe del rebaño, vir gregis ipse caper: en la antistrofa habla con la cabra principal.

(10)

Para la descripcion poética de las Bacantes y sus fiestas puede verse al mismo Eurípides, en las Bacantes, coro primero, v. 106 y siguientes. A estas se las ve representadas generalmente con los cabellos esparcidos y coronados de yedra ú otras plantas y entremezclados de blancas florecillas; una banda de piel oculta en parte su seno; armadas del tirso adornado de un nudo de cintas y llevando en la otra mano un címbalo guarnecido de cascabeles. Así está la de un cuadro descubierto en Civita, descrito por Maréchal, en su obra Antiquités d' Herculanum, tom. V., Pág. 57, ed. de Paris, 1780.

Para la descripcion y origen de las Bacanales puede verse ademas Diodoro Sículo, Bib. Hist., lib. IV, 3.

(11)

Nisa, nombre de una alta montaña que segun un himno homérico se elevaba coronada de verdes selvas, lejos de la Fenicia y cerca del rio Egipto (Nilo). En ella fué educado Baco por las Ninfas á que le encomendó Ino despues de terminada la gestacion en el muslo de Júpiter (vid. Hom. Himn. XXV y Ovid., Metam. lib. III, p. 3): Diodoro Sículo (Bib. Hist., lib. IV, 2) hace derivar de este hecho el sobrenombre de Dionisio con que se distingue á Baco.

(12)

Ulíses no ha notado hasta estas palabras que sus interlocutores son sátiros.

(13)

Itaca es una isla del mar Jonio de la cual era rey Ulíses.

(14)

Ulíses, segun malas lenguas, no era hijo de Laértes sino del Bandido Sisifo que habia sorprendido á su madre Anticlea. Ayax, en la disputa sobre las armas de Aquiles, le echa tambien en cara su bastardo origen:

.........Quid sanguine cretus
Sisyphio, furtisque, et fraude simillimus illi,)
Imerit Aeacidis alienae nomina gentis?

(Ovid., Metam., Lib. XIII, f. I
(15)

Αχονει δ΄ ούδεν ούδείς ούδενός, enérgica perífrasis para pintar la absoluta independencia de los Cíclopes.

(16)

Sobre el vino de Maron, que tan importante papel desempeña en el drama de Eurípides, véase lo que dice Homero (Odisea, IX, v. 196 y siguientes.):


Tomé un odre de dulce y negro vino
Regalo de Maron, hijo de Evánteo,
Sacerdote de Apolo, á cuya guarda,
Ismaro se encomienda; yo y mis gentes
Le habíamos piadosos defendido
Y á sus hijos y esposa, que moraban
En el espeso bosque consagrado
Al vivífico Apolo. Ricos dones
El en cambio nos dió: siete talentos
De oro fino, una copa de maciza
Plata, y de un vino puro,
Süave y celestial ánforas doce
Llenas hasta la boca: ningun siervo
Ni esclava del palacio conocia
Aquel dulce licor, sólo gustado
Por Maron, y su esposa y mayordomo.
Para beberlo en una copa echaban
Una parte de vino y de agua veinte;
Y perfume tan grato y delicioso
Del vaso se exhalaba, que ninguno
Resistiera á su encanto. Un odre henchido
De este vino tomé, y un saco lleno
De provisiones. . . . . . . . . . .

Los efectos del vino descritos toscamente por Sileno habian sido elegante y delicadamente cantados por Anacreonte. Véase, como muestra, nuestra traduccion de una de sus odas:

Si el dulce Liéo
De mi se apodera,
Se aduermen los tristes
Cuidados y penas.
Ya pienso de Creso
Tener las riquezas,

Y entonar ansío
Mil cantigas tiernas;
Corono mi frente
De pomposas yedras,
Y lo huello todo
Con planta soberbia.
Que corra á las armas
Quién quiera peleas,
Yo corro á las copas
Del bermejo néctar.
Trae vino muchacho,
Mejor es me tienda
Beodo en el suelo
Que muerto en la guerra.

(17)

En Herculano se han descubierto muchas pinturas, representando á Polifemo. Winckelmann. (Monuments inédites de la Antiquité. París, 1808. Tom. I., pag. 204). trae una lámina copia de un bajo relieve en mármol de la villa Albani, que figura al gigante cantando sus amores á Galatea, acompañándose de una lira tetracorde: tiene un ojo en la frente, y los otros dos en el sitio ordinario, pero cerrados. Flaxman, siguiendo á los antiguos, le representa de igual modo en sus ilustraciones de la Odisea (Obras completas de Flaxman, gravadas al contorno, por Don Joaquin Pí y Margall, Madrid 1860). Es de notar que en nuestros cuentos del Ojanco ú Ojarancon, se conservan, á pesar de haber transcurrido tantos siglos, la figura y la tradicion del Cíclope (Menéndez Pelayo, Historia de los heteródoxos españoles, T.1. p. 247) Homero no fijó el tamaño del único ojo de Polifemo, pero ya Virgilio (Eneida, III, 1835) lo compara á un escudo, y al disco de la luna.
Ingens (lumen) quod torva solum sub fronte latebat.
Argolici Clipei aut Phoebea lampadis instar.

Nuestros poetas han dejado atrás al de Mántua: Góngora (Polifemo) dice:

Era un monte de miembros eminente
Este que, de Neptuno hijo fiero,
De un ojo ilustra el orbe de su frente
Émulo casi del mayor lucero.

Y Lope de Vega (La Circe):

El rostro y frente en quien un ojo solo
Imita al cielo miéntras duerme Apolo.

(18)

Cuando el coro no cantaba, se colocaba en las gradas de la Timela, altar consagrado á Baco en los teatros griegos, y en la cual el Corifeo ocupaba la parte más elevada. El coro entonaba sus cantos en comun, pero al mezclarse en el diálogo, usaba de la palabra un solo actor entablándose un diálogo entre él y los personajes de la pieza: así es que el coro habla unas veces en singular, como en el pasaje objeto de esta nota, y otras en plural (Vid. Schelegel Cours de litt. dram., Trad. de l' Allem., T, I. p. 101). Nosotros traducimos siempre en plural, creyendo que esta pequeña infidelidad queda compensada con el mal efecto que de otro modo habian de causar en la version las diferencias indicadas.

(19)

¡Qué calentura tengo! Sileno, para disculpar su conducta y escapar del castigo que le espera, coge al vuelo las palabras de Polifemo, que cree efecto de un golpe la rubicundez producida por el vino.

(20)

Radamanto fué hijo de Júpiter y de Europa. Se grangeó tal reputacion de justo, que mereció formar con Eaco y Minos el tribunal de los infiernos. Su equidad se hizo proverbial: la frase un juicio de Radamanto, se usaba para indicar un juicio justo y severo.

(21)

El puerto de Ténaro, en la Laconia, se hallaba situado cerca del promontorio del mismo nombre, hoy cabo de Matapan. El templo que sobre este promontorio se elevaba estaba dedicado á Neptuno y rodeado de un bosque sagrado que gozaba del derecho de asilo. En su interior se abria la entrada de una gran caverna, que pasaba por ser una de las bocas del infierno. Vid. Tucid., lib. I, 128, 123: Pausan. lib. III, 25)

(22)

Sunnio. Promontorio del Atica en cuya cumbre habia un magnífico templo de mármol blanco consagrado á Minerva (Le Roi, Ruínes de Grece, part. I, p. 24 ed. París, 1758). Homero le llama sagrado (Odis. III, 177).

(23)

Geresto. Promontorio de Eubea, con puerto consagrado á Neptuno (Hom., Odis. III, 177).

(24)

Hombrecillo. Esta palabra es muy natural en boca del Cíclope cuya estatura era gigantesca. De él dice Homero al describirle (Odis., IX, v 190—192.)

Horrendo monstruo en nada semejante
Al mortal que de trigo se alimenta,
Y si á la abrupta cumbre de selvosa
Montaña inaccesible, que descuella
Sobre las otras.

Virgilio, siguiendo al cantor de Ulíses, dice de Polifemo en la Eneida (lib. III, 619):

Ipse arduus; altaque pulsat
Sidera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Y á ambos excedió Lope de Vega, en su Circe.

Pero de todos estos (Los Cíclopes) apartado
Vive en un alto monte Polifemo,
Que mirándole no he determinado
Cual es el monte y de mirarle temo:
Que puesto que se ve proporcionado,
La frente mide con su verde extremo;
Tanto que el monte de árboles se vale
Sobre las peñas por que no le iguale
Pero, por más que crezca, al fin le excede,
Y es tal la pesadumbre de su exceso,
Que se queja la mar de que no puede
Dos montes sustentar de tanto peso. . . . . . .

(25)

Bóreas. Viento norte, personificado por la Mitologia griega: quien quiera conocer sus aventuras y amores, que no fueron pocos, lea á Carrasco, Mitología universal. p. 563.

(26)

Pálas ó Minerva fué constante protectora en la guerra de Troya de los griegos y muy particularmente de Ulíses. Eurípides se conforma, como se vé, en el Cíclope y en otros dramas con esta tradicion consagrada por Homero. En el Reso, la misma Diosa toma parte en la accion (Eurip., Reso, v, 595 y sig.)

(27)

Tendida sobre una piel de cabra. En otras ediciones se lée (v. 360) ὸχσνμάλλψ ὲν χὶγίὸι χαινόμενα (cortados sobre una peluda piel de cabra en vez de ὸχσνμάλλψ ὲν χὶγίὸι χλινομένψ (Tendido sobre una peluda piel de cabra) que trae el texto que seguimos. Fix, Bibl. Graeca, ed. Didot, París, 1843.)

Aunque es cierto, que desde la más remota antigüedad (Pollux, Onomast. X, 181) habia costumbre de servirse de pieles para cortar sobre ellas las carnes, parece más natural que el coro, sin descender á tan minuciosos detalles culinarios, suponga á Polifemo cómodamente tendido en una piel de cabra; y más si se tiene en cuenta el epíteto ὸχσνμάλλψ (peluda) que holgaria completamente, si se tratase de una especie de tabla de carniceria.

(28)

Despues de haberlos mirado y tanteado. Homero no trae este expresivo detalle inventado sin duda por Eurípides.

(29)

La Cratera era una gran copa donde solia mezclarse el vino con el agua.

(30)

El ánfora era una medida de capacidad que, segun el sistema ático, equivalia á 19 litros y 44 centílitros: de modo que el Cíclope se proponia beber 194 litros de leche próximamente.

(31)

El codo griego tenia 45 centímetros.

(32)

En la descripcion de la matanza de los compañeros de Ulíses no hay en Homero y Virgilio tantos pormenores.

Vidi egomet, duo de numero cum corpora nostro
Prensa manu magna, medio resupinus in antro:
Frangeret ad saxum, sanieque aspersa natarent
Limina.

(Eneida, III, 632, y sig.)
(33)

Como un pajarillo que, cogido en la liga, agita en vano sus alas. Nótese la belleza y gracia de esta comparacion que debia producir un efecto muy cómico, atendida la obesidad y pesadez de Sileno.

(34)

La quemadura del ojo del Cíclope se describe en Homero (Odis., IX) con una verdad y exactitud de detalles admirables y dignos del príncipe de los poetas épicos. Los comentadores hacen notar que en este pasaje incurre Eurípides en su acostumbrada falta de prevenir el desenlace.

(35)

Traducimos ο΄ύτιν Ninguno y no Nadie, como hacen algunos, entre ellos Canales en su version de La Odisea, por seguir la tradicion iniciada por Lope de Vega en su Circe, en la que Ulíses dice á Polifemo, llamarse Ninguno y no Nadie.

(36)

Ganimédes. Príncipe troyano de extraordinaria hermosura, arrebatado del monte Ida, donde se hallaba cazando, por Júpiter transformado en águila. Conocidas son las funciones que desempeñó cerca del padre de los dioses á las cuales alude el Cíclope en su embriaguez, y cuánto irritaron á Juno los

Rapti Ganimedis honores.
(37)

Sacar el ascua con mano de gato. Lit. Corremos peligros en la Caria, frase proverbial que expresa la misma idea que la equivalente castellana que va en el texto, y que se formó en Grecia por haber constituido los Carios las primeras tropas mercenarias.

(38)

El Pean, himno dedicado primeramente á celebrar á Apolo, llegó á designar todo canto de alegria.

(39)

Ovidio (Metam., XIII, 5.) especifica cual era el oráculo á que se refiere el Cíclope:

Telemus Eurimedes, quem nulla fefellerat ales:
Terribilem Poliphemon adit: «Lumenque, quod unum
Fronte geris media; rapiet tibi dixit, Ulixes,

(40)

En la Odisea cumple el Cíclope su terrible amenaza arrojando sobre los fugitivos la cima de una alta montaña, que levanta una inmensa ola y pone al navío de Ulises en grave riesgo de embarrancar en la playa. Conocida es la hipérbole con que pinta Lope de Vega (La Circe, II), el efecto de la caida de la roca:

De una mina de mármoles previene
Un gran peñasco, y tan feroz le arroja
Que la cara del Sol retira y moja.