​El Angel de la Sombra​ de Leopoldo Lugones
Capítulo LXIII

LXIII


Luisa convaleciente ya en una especie de reflorecimiento asombroso, escuchaba sus recomendaciones.

Tenía que dejar sus costuras caritativas; leer poco, y mejor aún nada por el momento; acostarse temprano, alimentarse más, evitar la intemperie.

Disimuló con un vago bostezo el retumbo asfixiante de su corazón.

—Hemos creído—añadió—notarte ahora último algo triste... O quizá preocupada Hay que evitar eso también... Las emociones.

Calló un momento, como replegándose en su angustia escondida. Y de repente:

—Díme, Luchita: bajo secreto de médico y de amigo fiel ¿no estarás acaso un poquito enamorada?...

Cerró ella los ojos, ruborizándose ligeramente, y una leve sombra pasó por sus párpados estremecidos.

Peut etre... —suspiró con dulzura.

¿No debía poner de su parte todo lo que pudiera para mejorar cuanto antes y esperarlo sana?...

Una racha de hielo endureció definitivamente a Sandoval. La sentencia de muerte estaba dictada.