El Angel de la Sombra
de Leopoldo Lugones
Capítulo LX

LX


Una semana después cambiaban su situación tres sucesos de muy distinta importancia: la esperada carta con noticias de los Almeidas, la compostura automática del reloj y la inesperada conclusión del sumario, que a favor de dos o tres circunstancias salía arreglándose casi de golpe, con doble satisfacción para él; pues resultaba, así, posible cerrarlo sin mayor perjuicio de aquella pobre gente, demasiado castigada ya por vida tan miserable.

La carta no decía gran cosa, aunque daba buenas noticias sobre la salud de todos.

Unicamente Luisa había sufrido una indisposición que no dejó de alarmarlos. Pero ya estaba bien. Lo extrañaban mucho, como se lo merecía el buen amigo. Luisa y Adelita proponíanse continuar las lecciones.

Besó reiteradas veces el nombre amado, y con una alegría desbordada hasta lo infantil activó sus preparativos.

La víspera del regreso, un llamado de la conciencia impulsólo a despedirse de Ibrahim. Lo cierto era que su actitud no obedecía a ningún motivo exacto. Nada tenía que reprochar al vidente, nada le debía tampoco, puesto que nada le había pedido, como no fuera su palabra de discreción, previa y libremente empeñada.

—Por lo demás, se dijo, fuí yo en suma quien buscó la relación y su cultivo, sin pedir correspondencia; de suerte que a mí me toca reanudarla con esta última cortesía.

No pudo hacerlo. El asiático acababa de salir para una de sus fincas en la montaña.