El águila, el chimango y las urracas
Las urracas, habiéndose reído al pasar el águila, ésta, en un arranque impetuoso, se abalanzó sobre ellas, mató dos o tres y remontó el vuelo, dejándolas para siempre curadas de las ganas de burlarse de ella.
El chimango asistía de lejos a la escena; y también quiso un día imponerles respeto a las urracas. Pretexto no le faltaba, pues siempre de él se mofaban ellas y lo perseguían, riéndose a carcajadas.
Majestuosamente, pues, desplegó sus alas, y dejándose caer sobre el grupo de las más gritonas, las amenazó con las uñas y el pico. ¡Pobre de él!
Las urracas se juntaron en bandadas, y de tal modo lo hostigaron, que tuvo que salir disparando, no sin haber perdido parte del plumaje. Y a doña Chimanga, que le preguntaba por qué se había metido con esa gente:
-Me quise hacer respetar -dijo.
-Y saliste chiflado -le contestó la compañera.