El Único y su Propiedad :11
El Único y su Propiedad, Max Stirner, 1844. Primera parte: El liberalismo humanista.
El liberalismo humanista
El liberalismo encuentra su expresión completa y definitiva en el liberalismo crítico que se somete él mismo a examen y, sin embargo, el crítico es un liberal que no traspasa los límites del principio del liberalismo, el Hombre. Esta última encarnación del principio es la que merece por excelencia ser llamada liberalismo humano o humanista.
El trabajador pasa por el más material y el más egoísta de los hombres; no hace nada por la humanidad, y no obra más que para sí mismo, con la intención de satisfacer sus propias necesidades.
La burguesía, no haciendo al hombre libre más que por su nacimiento, lo ha dejado para el resto de la vida en las garras del inhumano (del egoísta). Así el egoísmo posee, bajo el régimen del liberalismo político, un campo de acción extraordinariamente extenso. Como el ciudadano utiliza el Estado, el trabajador utilizará la sociedad con un fin egoísta. ¡Tú no tienes más que un fin egoísta, tu bienestar! -grita el humanista al socialista -. Abraza un interés puramente humano, si quieres que Yo sea tu compañero. Pero se necesitaría para eso una conciencia más firme y más comprensiva que una conciencia de puro trabajador.
El trabajador no hace nada y por ello carece de todo, pero si no hace nada, es porque su trabajo, permaneciendo siempre individual, e impuesto por la necesidad inmediata, carece de mañana. Se podría pensar lo contrario: la obra de Gutenberg no ha quedado aislada, y hoy sigue viva, púes respondía a una necesidad de la humanidad, así que es eterna, imperecedera.
La conciencia humanista desprecia tanto a la conciencia del burgués, como a la del trabajador, el burgués se indigna contra los vagabundos (todos los que no tienen una posición estable) y su inmoralidad; el trabajador se subleva contra los holgazanes y sus máximasinmorales, por antisociales y explotadoras. El humanista les responde: ¡La falta de establecimiento de la mayor parte es tu obra, filisteo! Pero si Tú, proletario, quieres que todos se maten a trabajar, si exiges que todos lleven el yugo, es porque no has sido hasta ahora nada más que una bestia de carga. Pretendes, en verdad, condenándonos a todos a trabajos forzados, aliviar el esfuerzo mismo, pero es únicamente para que todos dispongan de los mismos descansos. ¿Y qué harán de esos descansos? ¿Cómo se arreglará tu Sociedad para que los descansos así conquistados sean empleados humanamente? Deberá, sí, abandonarlos como una presa al egoísmo, y todo el beneficio de tu Sociedad lo acaparará el egoísta. ¿Qué ha resultado de la liberación del hombre de todo capricho personal, esa conquista tan loada de la burguesía? El Estado, no habiendo podido dar a esa libertad un valor humano, ha tenido que abandonarla a lo arbitrario.
Ciertamente, conviene que el hombre no tenga Señor, pero se necesita para eso que el egoísta no se convierta en su Señor, y que él sea el Señor del egoísta. No es menos necesario que el hombre goce de descansos, pero si el egoísta es quien desvía esos descansos en su provecho, serán perdidos para el hombre; así debéis dar a los descansos una significación humana. Pero a vuestro trabajo mismo, vosotros los obreros, no os entregáis sino con un fin egoísta, porque queréis comer, vivir. ¿Cómo podríais ser menos egoístas en vuestro reposo? No trabajáis sino porque una vez acabada la tarea, es dulce recrearse, callejear; en cuanto a la forma en que ocuparéis vuestras horas de descanso, sólo el azar lo decidirá.
Para cerrar bien todas las puertas por donde el egoísmo puede introducirse en la plaza, habría que esforzarse en llegar al completo desinterés. Sólo el desinterés es humano, ya que sólo el hombre es desinteresado, en tanto que el egoísta no lo es jamás.(...)
En la sociedad humana que nos promete el humanista no hay evidentemente lugar para lo que Tú y Yo tenemos de particular y nada puede ya entrar en la cuenta que lleve el sello de asunto privado. Así se completa el ciclo del liberalismo; su buen principio es el egoísta y todo lo que es privado; allí está su dios, aquí su diablo. Perdiendo la persona particular todo valor en el Estado (nada de privilegios), y despojándose la propiedad particular o privada de su legitimidad por la Sociedad de los trabajadores o Sociedad de los indigentes, viene la sociedad humana, que liquida indistintamente todo lo particular o privado. Sólo el día en que la crítica pura haya terminado su laboriosa información, sabremos exactamente lo que debemos considerar por privado, y penetrados de su vanidad y de su nada ... dejar todo exactamente como antes.
Ni el Estado ni la Sociedad satisfacen al liberal humanista; así, niega a ambos, a condición de conservarlos. Afirma que el problema de la época no es político, sino social, y promete de nuevo el Estado libre del futuro. En realidad, la Sociedad humana es a la vez Estado universal y Sociedad universal. Tan sólo critica al Estado limitado por estar demasiado ligado a los intereses espirituales privados (por ejemplo, las convicciones religiosas de las personas), y a la Sociedad limitada por atender con exceso los intereses materiales privados. Ambos deben entregar a los particulares el cuidado de los intereses privados, y convirtiéndose en Sociedad humana, preocuparse únicamente por los intereses humanos generales.
Cuando los políticos trataban de suprimir la voluntad personal (lo arbitrario y el real agrado), no advertían que la propiedad les ofrecía un segundo asilo.
Cuando los socialistas, a su vez, suprimen la propiedad, no se cuidan de observar que esa propiedad se perpetúa bajo la forma de individualidad. ¿No existe otra propiedad que el dinero y los bienes materiales?
¿Cada uno de mis pensamientos, cada una de mis opiniones, no Me es igualmente propio, no es Mío?
No hay otra alternativa, pues, para el pensamiento, que desaparecer o hacerse impersonal. La persona no crea opiniones, todo lo que pudiera tener como propio, debe retornar a alguna cosa más general que ella misma: lo mismo que el Estado ha confiscado la voluntad y que la sociedad ha acaparado la propiedad, el Hombre, a su vez, debe totalizar los pensamientos individuales y hacer de ellos el pensamiento humano, pura y universalmente humano.
Si se dejan subsistir las opiniones individuales, Yo tendré Mi Dios (Dios no puede ser más que Mi Dios , es Mi opinión o Mi conciencia) y si yo tengo Mi Dios, tendré Mi fe, Mi religión, Mis pensamientos, Mis ideales. Por eso tiene que constituirse una fe común a todos los hombres: el fanatismo de la libertad. Ésta será una fe estrechamente correspondiente a la esencia humana, y será, en fin, siendo sólo el hombre razonable (Tú y Yo podemos ser muy poco razonables), una fe razonable.
Para reducir a la impotencia la voluntad y la propiedad privadas, es preciso, ante todo, domar el individualismo, o el egoísmo. Tras esa victoria fundamental, etapa suprema en la evolución del hombre libre, se desmoronarán los fines de orden inferior, tales como el bienestar social de los socialistas ante la sublime idea de la Humanidad. Todo lo que no es universalmente Humano, constituye algo separado que no satisface más que a algunos o a uno solo, y que, si satisface a todo el mundo, no satisface a todos ellos sino en tanto que individuo y no en tanto que hombre; dicho de otro modo: todo lo que no es Humanidad pura es egoísmo.
El bienestar es aún el fin supremo de los socialistas, como el libre concurso, la emulación, lo es de los liberales políticos. Ahora también es uno libre de vivir bien y de hacer para ello lo necesario, lo mismo que se permite entrar en la liza a quien intenta la competencia. Pero para tomar parte en la competencia basta ser ciudadano, y para tener parte en el bienestar social, ser trabajador: ciudadano y trabajador no son todavía, ni el uno ni el otro, sinónimos de hombre. ¡El hombre no llega al verdadero bien sino cuando es también espiritualmente libre! Porque el Hombre es Espíritu y por ello todas las potencias extrañas a él, al Espíritu, todas las potencias suprahumanas celestes, no humanas, deben ser destruidas, y el nombre de Hombre debe elevarse radiante por encima de todos los nombres.
Así, la época moderna (época de los modernos) acaba por volver a su punto de partida, y convierte de nuevo la libertad espiritual en su principio y su fin.
El liberal humanista, dirigiéndose particularmente al comunista, le dice: Si la sociedad Te prescribe una actividad, libera esta actividad de la influencia de los individuos, es decir, de los egoístas; sin embargo, ella no es todavía una actividad puramente humana, ni te convierte en un órgano de la Humanidad. ¿Qué especie de actividad exige la Sociedad de Ti? Sólo el azar de las circunstancias lo decidirá; podría emplearte en construir un templo o algo semejante, si no lo hiciese, podrías por tu propio impulso dedicarte a una tontería, o dicho de otro modo, a algo no humano. Más aún, si trabajas es únicamente para proveer a Tus necesidades y, en suma, para vivir por el amor de Tu querida vida, y en modo alguno por la mayor gloria de la humanidad. ¿Qué se necesita, pues, para poder lisonjearte de una actividad verdaderamente libre? Se necesita que Te liberes de todas las necesidades, que te eximas de todo lo que no es humano, sino egoísta (relativo al individuo y no al hombre que el individuo encarna), es preciso que te despojes de todas las ideas cuya falsedad obscurece al Hombre o a la idea de Humanidad. En suma, es preciso que no solamente seas libre de actuar, sino que, además, el contenido de tu actividad sea exclusivamente humano, y no obres ni vivas más que para la Humanidad. Tú estás lejos de eso en tanto que tus esfuerzos no tiendan hacia otro objeto que el bienestar, la prosperidad tuya y de todos: lo que haces por Tu sociedad de indigentes, no es nada para la sociedad Humana.
El trabajo solo no basta para hacer de Ti un hombre, porque el trabajo es algo formal y su materia está a merced de las circunstancias; lo que hay que saber es quién eres Tú que trabajas. Puedes trabajar perfectamente espoleado por necesidades egoístas (materiales), nada más que para procurarte el vivir, etc., el trabajo debe ser guiado por la Humanidad, ha de tender al bien de la Humanidad, ser provechoso a su evolución histórica. En suma, el trabajo debe ser humano. Eso supone dos cosas: primero, que sea útil a la Humanidad y segundo, que sea la obra de un Hombre. La primera de estas dos condiciones puede cumplirse por todo trabajo, sea el que fuere, porque las obras de la Naturaleza misma, los animales, por ejemplo, son puestas a contribución por la Humanidad y sirven para las investigaciones científicas, etc., pero la segunda condición implica que el trabajador conozca el objeto humano de su labor. Pues bien, de ese objeto no puede darse cuenta sino cuando se sabe hombre. ¿Y quién le instruirá en su dignidad humana? -La conciencia de sí.
Ciertamente, mucho se ha conseguido si dejas de estar encadenado a un fragmento del trabajo, pero no abarcas más que con la vista el conjunto de tu tarea, y la conciencia de tu obra que has adquirido está aún muy lejos de la conciencia de ti, de la conciencia de tu verdadero Yo, o de tu esencia de Hombre. El trabajador siente, pues, la necesidad de una conciencia superior que le falta, y de esta necesidad que no puede satisfacer por la práctica de su oficio, busca la satisfacción fuera de las horas de trabajo, durante sus descansos. Así, el recreo, el asueto, siguen siendo el complemento necesario de su trabajo; se ve forzado a considerar como humanos, a la vez el trabajo y la holganza, y aun a dar la primacía al perezoso, a quien descansa. No trabaja más que para verse libre de su trabajo, no quiere franquear el trabajo más que para eximirse de él.
En suma, su trabajo no le satisface, simplemente está prescrito por la Sociedad, sólo es una carga, un deber, una tarea. Recíprocamente, su Sociedad no le satisface porque no le suministra más que trabajo. El trabajo debería satisfacerle en cuanto hombre, pero no satisface más que a la Sociedad; la Sociedad debería emplearlo como hombre, pero no le emplea sino como un trabajador indigente o un indigente trabajador.
Trabajo y Sociedad no le son provechosos sino en tanto que tiene las necesidades de un egoísta y no de un hombre.
Tal es la crítica del trabajo. Ella apela al Espíritu, dirige la lucha del Espíritu contra la masa (Allgemeine Literatur-Zeitung, Bruno Bauer, Charlottenburg, 1843-44) y declara que el trabajo comunista es una tarea sin ninguna huella de Espíritu. La masa que teme al trabajo se hace el trabajo fácil. En la literatura que nos inunda, este horror del trabajo tiene por consecuencia esa superficialidad bien conocida que rehúsa la fatiga de investigar.
Por eso, el liberalismo humanista afirma: ¿Queréis el trabajo? Perfectamente, nosotros lo queremos también, pero lo queremos integral. No buscamos un medio de tener descansos, sino pretendemos hallar en él plena satisfacción. Deseamos el trabajo porque él es nuestra autorrealización.
Pero, para eso, es preciso que el trabajo sea digno de este nombre. Sólo honra al hombre el trabajo humano y consciente que no tiene un fin egoísta, sino que tiene por fin al Hombre, la expansión de las energías humanas, de suerte que permite decir: laboro ergo sum; trabajo, luego soy hombre. El humanista quiere el trabajo del Espíritu que elabora la materia; quiere que el Espíritu no deje nada de reposo, que no repose ante nada, que analice y ponga sin cesar sobre el telar de su crítica los resultados obtenidos. Ese Espíritu inquieto es el verdadero trabajador; es él quien destruye las preocupaciones, quien derriba todas las barreras y las limitaciones y exalta al hombre por encima de todo lo que podría dominarlo, en tanto que el comunista, que no trabaja más que para él, nunca libremente, sino siempre forzado por la necesidad, no se libera de la esclavitud del trabajo, continúa siendo un trabajador esclavo.
El trabajador, tal como lo concibe el humanista, no tiene nada de egoísta, porque no produce para individuos, ni para sí mismo, ni para otros; su satisfacción no tiende a la satisfacción de necesidades privadas, sino que tiene por fin la Humanidad y su progreso; no se detiene en aliviar los sufrimientos individuales ni en inquietarse por los deseos de cada uno; abate las barreras que encierran la Humanidad, desarraiga las preocupaciones seculares, barre los obstáculos que embarazan el camino, desvela los errores que hacen tropezar a los hombres y las verdades que descubre para todos y para siempre; en suma, vive y trabaja para la Humanidad. Yo respondo a eso:
En primer lugar, quien descubre una verdad importante, sabe que puede ser útil a los demás hombres, y como ocultarla celosamente no le procuraría ningún goce, da parte de ella y la comparte con ellos. Pero si tiene acaso conciencia de que esa participación es preciada para los demás, no es sin embargo, en modo alguno por amor de los demás, sino únicamente por sí mismo, por lo que ha buscado y hallado, porque el problema lo atraía y la obscuridad y el error no le habrían dejado reposo si no hubiera desembrollado el caos y descifrado el enigma de la mejor manera posible.
Trabaja, pues, para sí mismo, para satisfacer su deseo. Que su obra resulte útil a los demás y para la posteridad, no quita el carácter egoísta de su trabajo.
En segundo lugar, siendo así que trabaja para sí mismo, ¿por qué sería su obra humana, cuando la de los demás es inhumana, es decir, egoísta? ¿Sería porque ese libro, ese cuadro, esa sinfonía, es la obra de todo su ser, porque en ella ha puesto lo mejor de él, porque en ella se ha exteriorizado y en ella puede reconocerse en su totalidad, mientras que la obra del artesano no refleja más que el artesano, es decir, la habilidad profesional y no el hombre? Por sus poemas conocemos todos a Schiller, en tanto que centenares y millares de estufas no nos enseñan a conocer más que al fumista, y no al hombre.
Esto equivale a decir simplemente que tal obra me revela todas mis posibilidades, en tanto que tal otra no atestigua más que el conocimiento que tengo de mi oficio. ¿No soy yo una vez más el que expreso el fruto de mis veladas? ¿Y no es más egoísta hacer de su obra el pedestal sobre el que uno se expone a los ojos del mundo, sobre el cual uno se ostenta en todas las posturas posibles, que permanecer disimulado detrás de ella? ¡Tú me dirás que lo que expones así es el Hombre! Pero observa que ese hombre que nos muestras eras Tú: no nos muestras más que a Ti, y si algo te distingue del artesano, es que éste no sabe expresarse así, en pequeño, en una sola y única obra, sino que necesita, para ser reconocido como él mismo, ser considerado bajo todos los demás aspectos que constituyen su vida; el deseo para cuya satisfacción había nacido su obra era teórico.
Vas a replicar que revelas un hombre muy distinto, un hombre más digno, más elevado, más grande, en una palabra, más Hombre que tal o cual otro. Sea; quiero admitir que realizas todas las posibilidades humanas, que has llegado adonde ningún otro puede alcanzar. ¿En qué consiste tu grandeza? Precisamente en que eres más que otros hombres (que la masa), más que los hombres ordinarios, lo que te hace grande es tu elevación por encima de los hombres. Si Te distingues entre ellos, no es de ningún modo porque eres un hombre, sino porque eres un hombre único. Tu obra atestigua, sí, de lo que un hombre es capaz, pero del hecho que Tú, que eres un hombre, la hayas realizado, no se desprende que todos los hombres puedan hacer otro tanto. Sólo porque eres un hombre único has podido hacerla, y en eso eres único.
No es el Hombre quien hace Tu grandeza, eres Tú quien la hace, porque eres más que un hombre y más poderoso que otros hombres. Uno se imagina no poder ser más que hombre. Ser menos que hombre sería, sin embargo, mucho más difícil.
Uno se imagina, además, que todo lo que se hace bueno, bello, notable, honra al Hombre. Pero Yo soy hombre de la misma manera que Schiller era suavo, Kant prusiano y Gustavo Adolfo miope, y mis méritos y los tuyos hacen de nosotros un hombre, un suavo, un prusiano y un miope distinguidos, Todos esos calificativos valen, en el fondo, lo que el bastón de Federico el Grande, que no es célebre sino porque Federico lo es.
Al antiguo rendid homenaje a Dios, corresponde el moderno rendid homenaje al Hombre. Pero Mis homenajes me los guardo para Mí.
Cuando la crítica exhorta a los hombres a ser humanos, formula la condición indispensable de la sociabilidad porque sólo en tanto que Hombre se puede vivir en sociedad con otros hombres. Ella muestra así su fin social, la fundación de la sociedad humana.
La crítica es, indudablemente, la teoría social más perfecta porque quita y reduce todo lo que separa al hombre: todos los privilegios, e incluso el privilegio de la fe. Ella ha acabado de purificar y ha sistematizado el verdadero principio social, el principio de amor del cristianismo, y ella es la que habrá hecho la última tentativa posible para despojar a los hombres de su exclusivismo y de su radical enemistad, luchando cuerpo a cuerpo con el egoísmo bajo su forma más primitiva y, por consiguiente, más dura: la unicidad o el exclusivismo.
¿Cómo podéis vivir una vida verdaderamente social si existe en vosotros la menor huella de exclusivismo?
Yo pregunto, inversamente: ¿Cómo podéis ser verdaderamente únicos, si existe en vosotros la menor huella de dependencia, la menor cosa que no sea Vosotros y nada más que Vosotros? ¡Mientras permanezcáis encadenados unos a otros, no podréis hablar de Vosotros en singular, mientras os una un lazo, seguís siendo un plural; de vosotros doce hacéis la docena, mil formáis un pueblo y algunos millones la Humanidad!
¡Sólo si sois humanos podréis relacionaros los unos con los otros como Hombres, de la misma manera que sólo os podréis comprender como patriotas si sois patriotas!
Sea, pero yo respondo: Sólo si sois únicos podréis relacionaros los unos con los otros como los que sois Vosotros mismos.
El critico más radical es precisamente al que hiere más cruelmente la maldición que pesa sobre su principio. A medida que se despoja de un exclusivismo tras otro y que sacude sucesivamente su celo religioso, su patriotismo, etc., desata un lazo tras otro y se separa de los devotos, de los patriotas, etcétera, a tal punto, que, finalmente, desplomándose todos los lazos, se encuentra solo. Está forzado a rechazar todo lo que tiene algo de exclusivo o de privado, pero, ¿qué puede ser, en definitiva, más exclusivo que la exclusiva, la única persona misma? (...)
Hasta el presente, los hombres han tratado siempre de descubrir una forma social en la que sus antiguas desigualdades no fuesen ya esenciales. El objeto de sus esfuerzos fue una nivelación y con ella la igualdad y esa pretensión de poner tantas cabezas bajo un mismo sombrero significaba nada menos que esto: buscaban un Señor, un lazo, una fe (todos creemos en un Dios). Si alguna cosa es común a los hombres e igual en todos, es ciertamente el Hombre, y gracias a esa comunidad, la necesidad de amor ha encontrado su satisfacción: ella no descansó hasta que hubo realizado esa última nivelación, allanado toda desigualdad y echado al hombre en los brazos del hombre. Pero es justamente ese lazo de unión lo que hace la ruptura y el antagonismo más escandaloso; una sociedad limitada ponía en riña al francés y el alemán, al cristiano y el mahometano, etc., en tanto que ahora el Hombre se opone a los hombres, o, puesto que los hombres no son el Hombre, al no hombre.
A la proposición Dios se ha hecho hombre, sucede ahora esta otra: el Hombre se ha hecho Yo. He aquí el Yo humano. Pero decimos, por el contrario: Yo no he podido encontrarme en tanto que me he buscado como Hombre. Si el Hombre intenta llegar a ser Yo y alcanzar una corporeidad en Mí, Yo noto que, en suma, todo reposa sobre Mí, y que sin Mí el Hombre está perdido. Yo no puedo, sin embargo, sacrificarme sobre el altar de ese santo de los santos, y en adelante no me preguntaré ya si mis manifestaciones son de un Hombre o de un no hombre. ¡Que ese Espíritu me deje en paz!
El liberalismo humanista no se para en barras. Cuando quieras, no importa bajo qué punto de vista, ser o tener alguna cosa particular, cuando pretendas la menor ventaja que no tienen los demás y quieras autorizarte con un derecho que no es uno de los "derechos generales de la humanidad", entonces eres un egoísta.
Sea; yo no pretendo tener o ser nada particular que me haga pasar antes que los demás, no quiero beneficiarme a sus expensas de ningún privilegio; pero Yo no me mido por la medida de los demás, y si no quiero sinrazón en mi favor, no quiero tampoco ninguna clase de derecho. Yo quiero ser todo lo que puedo ser, tener todo lo que puedo tener. Que los otros sean o tengan algo análogo, ¿qué me importa? Tener lo que Yo tengo, ser lo que Yo soy, no lo pueden. Yo no les hago ningún agravio, como no hago agravio a la roca teniendo sobre ella el privilegio del movimiento. Si ella pudiera tenerlo, lo tendría.
¡No hacer agravio a los demás hombres! De ahí se derivan la necesidad de no poseer ningún privilegio, de renunciar a toda ventaja y la más rigurosa doctrina de renuncia. No debe uno considerarse como algo especial, por ejemplo, como judío o como cristiano. ¡Muy bien, Yo tampoco me tengo por alguna cosa particular! ¡Me tengo por único! Tengo, sí, alguna analogía con los demás, pero eso no tiene importancia más que para la comparación y la reflexión; de hecho, soy incomparable, único. Mi carne no es su carne, mi Espíritu no es su Espíritu. Aunque los coloquéis en categorías generales, la carne, el Espíritu, ésos son pensamientos vuestros, que no tienen nada común con mi carne y mi espíritu, y de ningún modo pueden pretender dictarme una vocación.
Yo no quiero respetar en Ti nada, ni el propietario, ni el indigente, ni siquiera el Hombre, pero quiero utilizarte. Yo aprecio que la sal hace saber mejor mis alimentos, así es que no dejo de usarla; reconozco en el pescado un alimento que me conviene y lo como; he descubierto en Ti el don de iluminar y de amenizar Mi vida y he hecho de Ti mi compañero. Pudiera ser también que Yo estudiase en la sal la cristalización, en el pescado la animalidad y en Ti la humanidad, pero Tú no eres jamás, a mis ojos, más que lo que eres para Mí, es decir, mi objeto, y en tanto que Mi objeto, eres Mi propiedad.
El liberalismo humanista es el apogeo de la indigencia. Debemos empezar por descender hasta el último escalón de la desnudez y de la indigencia, si queremos llegar a la individualidad. Pero, ¿hay nada más miserable que el Hombre completamente desnudo?
Es más que indigencia, despojarse incluso del Hombre, al sentir que él también Me es extraño y que no debo configurarme a su imagen. Pero ya no es mera indigencia: desprendidos sus últimos harapos, al enderezarse el indigente en su desnudez, despojado de toda cubierta extraña, encuentra que ha rechazado incluso su indigencia y por ello deja de ser un indigente.
No soy ya un indigente, pero lo fui.