El Ángel del Señor al hombre

Poesías religiosas, caballerescas, amatorias y orientales
El Ángel del Señor al hombre - Después de su caída

de Juan Arolas


 ¿Eres tú aquel Adán afortunado  
 Que de recientes flores coronado  
           Dios puso en un jardín,  
 Para que con tu vista entretenido,  
 Al resplandor del sol recién nacido,  
           Te amase el serafín?   
   
 ¿Por quien el Hacedor lanzó al espacio  
 Un globo do tuvieses tu palacio  
           Ceñido por el mar,  
 Y que el mar, poderoso en esterminio,  
 Se plegase al confín de tu dominio  
           Lamiendo el valladar? 

 ¿Por quien hizo un edén del vasto suelo  
 Y pintó el arrebol y doró el cielo  
           Y al aura embalsamó,  
 Y al prado su esmeralda y su rocío  
 Y al ave su cantar, y al bosque frío  
           Trémula sombra dio?  
   
 ¿No te miró Satán nacer de arcilla  
 Para ocupar su trono y alta silla  
           De nácar y rubí?  
 ¿No dio bronco suspiro de su pecho  
 Arrastrando cual sierpe por tu lecho  
           De rosa y alelí? 

 ¿Dónde está tu graciosa compañera,  
 Estatua de jazmín, virgen de cera  
           Con labios de clavel,  
 En tu sueño feliz apetecida,  
 Y al volver de tu sueño poseída  
           Con ósculos de miel?  
   
 ¡Héla ya que sus ojos no levanta!  
 Suspira melancólica y encanta,  
           Y es bella en su dolor   
 Así como la luna soñolienta  
 Si detrás de una nube trasparenta  
           Su mágico fulgor. 

 Yo que vi en el edén todas sus galas,  
 Yo mismo cubriría con mis alas  
           Su hermosa desnudez;  
 Mas ¡ay!, entre los dos alzó el delito  
 Muro de pedernal, bronce maldito,  
           Gigante en altivez.  
   
 Recuerdo que la amé, porque eran bellos  
 Tendidos sobre el seno sus cabellos,  
           Y el seno era marfil;  
 Porque las frescas risas de sus labios  
 Mataban, o de envidias o de agravios,  
           Las flores del pensil. 

 Porque a su alrededor todos amaban;  
 Los vientos que en las hojas susurraban  
           Y el tierno ruiseñor;  
 Alba y anochecer, plantas y ambiente,  
 Sombras, ríos y luz, arroyo y fuente  
           Vivían de su amor.  
   
 Tú viste que una lágrima imperiosa  
 Rodaba por su faz de nieve y rosa  
           Cual globo de cristal,  
 Y a sofocarla el labio apresuraste,  
 Y a dura esclavitud te condenaste  
           Con aquel sí fatal.  

 ¡Insensato de ti, que no veías  
 Cuántas por sofocarla causarías  
           A tu prole infeliz!  
 Más que tiene tu patria flores bellas,  
 Más que puede tener mi patria estrellas  
           Y errores tu desliz.  
   
 Tantas, que si a tu lado, por tus males,  
 Confundiesen sus líquidos cristales  
           Que el tiempo no soltó,  
 En un piélago de ondas plañideras  
 Náufrago con tu amada perecieras  
           Volando encima yo. 

 Tú gimes desterrado de tu cielo:  
 ¿Qué miras a tu amada por consuelo  
           Si está enojado Dios,  
 Si son para sentidas, no explicadas  
 Por un cariño igual aniveladas  
           Las penas de los dos?  
   
 ¿No ves que cuando gimes y te nombra  
 Oprime sus pupilas una sombra  
           Que, al salir del vergel  
 Para pisar estériles abrojos,  
 Sello de presa suya, entre sus ojos  
           Puso la muerte infiel? 

 Cuando armado de espada llameante  
 Yo te cerré las puertas de diamante,  
    ¿No viste, por tu mal,   
 En la extensión del árido desierto  
 Al borde de tus pies un hoyo abierto,  
           La tumba funeral?  
   
 ¡Adán! ¡Adán! El lodo fue animado  
 Por un soplo de Aquel que ha fabricado  
           El día y su arrebol,  
 Y el lodo se ufanó: quiso elevarse  
 Y ser igual a Dios, y Dios llamarse,  
           Y lo ha secado el sol. 

 Y el viento soplará del mediodía,  
 Y de la estatua débil y vacía  
           El polvo aventará.  
 ¿Y qué será en tal época del hombre?  
 Ni una sombra fugaz, un soplo, un nombre  
           Ni un eco quedará.  
   
 Dijo el querub y remontó su vuelo  
 A la eterna mansión del alto cielo  
           Con pura brillantez;  
 Y el hombre y su afligida compañera  
 Cubrieron con las hojas de una higuera  
           Su triste desnudez.