Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

DUDA Y MISTERIO.

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A MI AMIGO

LUIS G. ORTÍZ


DE la profunda nada salimos á la vida
Con sueños en la mente de dichas y de paz;
Vergel de ricas flores, mansión apetecida
Oue con halagos tiernos al ánima convida
        Los goces á apurar.


Por senda en que destiende la primavera hermosa
Tapices de esmeralda y flores por doquier,

Al borde de las fuentes ó en la arboleda umbrosa
Hallamos las delicias que el alma venturosa
        Anhela no perder.

Una expansión suave que dentro el pecho ardiente
Sentimos al contacto de dulce inspiración;
Meciéndose en ensueños magníficos la mente,
No el porvenir, tan solo miramos el presente
        Risueño, halagador.

Quimeras mil tan gratas revuelan á porfía
Como la turba leve de sílfides veloz,
Que embriágase y delira la loca fantasía
Y solo amor y gloria entonce el hombre ansia
        Con entusiasta ardor.

Y lánzase sediento en pos de los placeres;
Para su gloria el mundo es pobre pedestal,
Do quier la vista fije, mezquinos ve á los seres,
Y busca en senos puros de célicas mujeres
        Divina idealidad.

Y canta, y á los ecos de su laúd querido
Despiértase el murmullo de triunfo halagador:

Y á la beldad que el canto sonoro ha conmovido,
Coronas de laureles ante sus pies rendido
        La arroja con amor.

Y en plácidos deliquios tranquilas van las horas
Corriendo como corren las olas de la mar;
Cuando sereno el cielo sin nubes bramadoras
Por sus espacios cruzan mil aves, que canoras,
        Modulan su cantar.

No mira que en los goces su alma debilita;
No mira, cual mirára un tiempo Baltasar,
Por una negra mano una sentencia escrita,
Sentencia ¡ay Dios! funesta que del placer nos quita
        El néctar celestial.

Osténtase á lo lejos fatídico nublado
Formando un horizonte de fúnebre crespón;
El corazón sentimos herido, maltratado;
El pérfido destino de súbito ha lanzado
        Su torpe maldición....

La duda, cual gusano que anídase en el pecho,
Hora por hora ¡ay triste! nos roe el corazón;

Buscamos el descanso, y en el mullido lecho
Fantasmas nos persiguen que excitan el despecho;
        No hay treguas al dolor.

Quedan al hombre solo dulcísimas memorias
Que adora cual los restos de dicha que voló;
El pensamiento vaga trayendo las historias
Carísimas al alma, de las pasadas glorias
        Y del perdido amor.

Y busca en los jardines las flores de su encanto,
Y quiere sus aromas fragantes aspirar;
Las flores delicadas que amó su pecho tanto,
Ahora las contempla marchitas, con espanto,
        Sus frentes inclinar.

Y busca los halagos de virgen seductora
Que un tiempo le rindiera sublime adoración...
Bajo el saúz contempla señal aterradora,
¡Ay!... una cruz... se postra, y desolado llora
        y eleva una oración.

A veces cruza ráuda como fugace sombra
De su existencia triste por el desierto erial,

Una mujer que ríe; mas á su mente asombra
Fatal reminiscencia, y en su dolor la nombra
        «¡Liviana criminal!»

Ante sus puertas llega el mísero mendigo
Con apagado acento causando compasión:
El rostro reconoce del olvidado amigo:
Antes fué grande, y ora pidiendo está un abrigo
        Transido de dolor.

¿Qué, todo, todo vuela cual ave amedrentada
Que por los valles cruza perdiéndose fugaz?
¿Y el esplendente brillo que el alma enagenada
Contempla ¡ay! es tan solo una fantasma helada,
        Una ilusión no más?

Todo se estingue, muere, como en la tarde amena
El último reflejo del moribundo sol;
Sucédense la calma, el tedio que envenena,
Marasmo que de acibar el corazón nos llena,
        Sollozos de dolor.

Vosotras las sensibles, las lánguidas mujeres
Que haceis de la existencia espléndido vergel,

Que sois para la dicha espirituales seres,
Y que ofreceis traidoras, en copa de placeres.
        Emponzoñada hiel.

¿Creeréis que porque os mecen magníficas visiones
En blandas nubes tintas de pálido arrebol,
El genio de los males con torpes intenciones
No verterá de pronto en vuestros corazones
        Un filtro de dolor?

¡Ah! sí; que todo vuela cual ave amedrentada,
Que por los valles cruza perdiéndose fugaz;
Y el esplendente brillo que el alma enagenada
Contempla ¡ay! es tan solo una fantasma helada;
        Una ilusión no más!