Dos rosas y dos rosales: 08

Dos rosas y dos rosales de José Zorrilla
Historia de la primera Rosa: capítulo III, I

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I. editar

Tres meses han transcurrido:
La casita del Doctor
Tan alegre antes, tan llena
De flores, de luz y son,
Está respirando duelo;
Habitan en su interior
La soledad y el silencio:
No hallan el aire ni el sol
Por sus cerrados balcones
Paso: no queda una flor
En las incultas macetas
Que retirar se olvidó
De ellos; trabajan su tela
En el ángulo esterior
De sus marcos las arañas;
Ecsala en fin la mansión
Del doctor no sé qué ambiente
De tristeza, qué vapor
De misterio, que comienza
De su triste habitación
A hacer para la comarca
Un objeto de pavor.
Ante esta falta absoluta
De movimiento y de voz,
De aquella casa dijeran
Que la vida se ausentó.
Y como solo de noche
Y en los cuartos que el doctor
Habita en el piso bajo,
Se vé luz hasta que Dios
Ahoga su fulgor mezquino
De su faz con el fulgor,
Parece que aquella casa
Se ha convertido en panteón
Dó un melancólico genio
Llora un oculto dolor,
En vez del genio benéfico
Que otro tiempo la habitó.
Ya no encuentra el campesino
Al volverse á la oración
A sus hogares á Rosa
Sentada en el mirador,
Cuya sonrisa pagaba
Su tosca salutación;
Ni el mendigo vagabundo,
Ni el ciego errante cantor
De romances, ni el santero
Postulante á su balcón
Se paran á bendecir
El rostro consolador
De aquel ángel generoso,
Que cual blanca aparición
Salia el paso á atajarles
Con su sonrisa de amor,
Sus palabras de consuelo,
Y su generoso dón.
Ya no tiene aquella casa
Aquel risueño esterior
De las casas en que moran,
Cual flores en un jarrón,
La juventud, la belleza,
La alegría y el amor;
Cuatro esencias que no pueden
Sugetarse á tal presión
Que de sí no desparramen
Su perfume en derredor.
La Rosa que vegetaba
Como en chinesco tazón
En esta blanca casita
Sus hojas no abre ya al sol:
Y el vaso vacío de ella
Todo su encanto perdió
Ahora se vé solamente
Al anciano servidor
Del médico á los que vienen
Introducir al salón
Del piso bajo, en que sigue
Caritativo el doctor
Dando al dolor medicinas
Y consuelo á la afliccion;
Mas ya no sale de casa:
Y aunque hace él correr la voz
De que allí preso le tiene
Una morbosa afección,
Se vé en su torbo semblante
Y en su atrabiliario humor
Que el mal de que está atacado
Reside en su corazón.
Hondo pesar se le roe
Y continuo torcedor
Se le atormenta ¿quién sabe
Lo que sus tormentos son?
Estraña inquietud le agita
¿Espera ó teme? El rumor
Del misterio que hay de Rosa
En la desaparición
Cunde, y ya habla mucho de ella
El vulgo murmurador.
¿Y quién no lleva curiosos
Sino enemigos en pós?
¿Y quién sabe lo que minan
Del hombre sabio el honor
La curiosidad ociosa,
La envidia y la emulación?
Alguno que vió á D. Carlos,
Tal vez su vuelta observó
Que coincide de Rosa
Con la desaparición;
Que reina al par desde entonces
Un misterio acusador
En la casita del médico
Y en la torre del Barón:
Que el mozo está enamorado.
Goza en la corte favor,
Y es tan audaz como Rosa
Es constante en su pasión:
Y que atropelló, pues todo
Lo atropella un grande amor,
La voluntad de sus padres
La voluntad de los dos.
Otros suponen al médico
De un carácter tan feroz,
Tan celoso de su Rosa
Y de tal resolución,
Que si él los ha sorprendido
Habrá sido en su furor
Capaz de matarlos á ambos:
Y se afirma esta opinión
Tanto mas cuanto que dicen
Los médicos, que el doctor
De los mas fuertes venenos
Posee una gran colección,
Y que como allá entre idólatras
La medicina aprendió,
Sus drogas solo son filtros
En cuya composición,
Ademas de las sustancias
Ponzoñosas que él le dió
A conocer, entra el diablo
De sus drogas inventor.
Y así en tres meses el viento
Vil de la murmuración
El polvo de la calumnia
De tal modo levantó,
Que anduvieron los anónimos
Revoloteando en montón,
Comenzó el vulgo á estraviarse
Y en enquiña comenzó
A tornarse contra el médico
Lo que antes fué estimación
Y gratitud á su ciencia,
Con cuyas drogas sanó
El ingrato que ahora juzga
Que es un envenenador,
Empírico y charlatán
Quien se las administró.
Y esta opinión amparada
Por la ruin superstición
Fué tomando tanto vuelo,
Que hubo al fin quien estimó
Necesario dar con ella
En la santa inquisición.
¡Así siempre la ignorancia
Juzga al hombre superior!

Y así pasaron tres meses,
Durante los cuales no
Se dieron por entendidos
Castellano ni doctor
De las fábulas que inventa
La vulgar suposición,
Ni de los viles anónimos
Que al aire la envidia echó,
Ni del polvo que levanta
El viento calumniador,
Y el acecho en que contra ambos
Está ya la inquisición.
Si oyen, si ven y si saben
Lo que pasa en su redor,
Lo disimulan; y el uno
Como pájaro sin voz
Encaramado en su torre,
Y el otro como un tejón
Enterrado en su casita,
Siguen, sin dar esterior
Señal de cambio en costumbres,
El médico y el barón.