Serví luego a un clerigón
un mes (pienso que no entero)
de lacayo y despensero.
Era un hombre de opinión:
Su bonetazo calado, 435
lucio, grave, carilleno,
mula de veintidoseno,
el cuello torcido a un lado;
y hombre, en fin, que nos mandaba
a pan y agua ayunar 440
los viernes, por ahorrar
la pitanza que nos daba;
y él comiéndose un capón
(que tenía con ensanchas
la conciencia, por ser anchas 445
las que teólogas son),
quedándose con los dos
alones cabeceando,
decía, al cielo mirando:
¡Ay, ama, qué bueno es Dios! 450
Dejéle, en fin, por no ver
santo que tan gordo y lleno,
nunca a Dios llamaba bueno,
hasta después de comer.
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