Don Cristino Martos

El Museo Universal (1869)
Don Cristino Martos
de J. M. G. De Alba.

MUSEO BIOGRÁFICO.

CELEBRIDADES CONTEMPORÁNEAS.


DON CRISTINO MARTOS.

Entre los hombres que por su patriotismo y sus virtudes gozan hoy el envidiable privilegio de fijar la atención pública, creyéndoseles, no sin razón , como elementos necesarios para consolidar en nuestro pais las libertades proclamadas por la revolución de setiembre, se halla en primera línea el diputado demócrata, cuyo retrato precede á estos ligeros apuntes biográficos.

Nacido en Granada en 13 de setiembre de 1830, siguió su carrera literaria y científica, primero en Toledo y mas tarde en Mdrid, donde terminó de una manera brillante la de jurisprudencia, en cuya profesión tan pronto había de distinguirse.

Desde muy jóven manifestó ya dotes brillantes para la oratoria tribunicia, arengando á sus compañeros en la sublevación escolar de 1851, en que estuvo á punto de perder su carrera por haber atacado vigorosamente las aspiraciones retrógradas del ministerio Bravo Murillo.

La redacción de El Tribuno fue el palenque donde por primera vez esgrimió sus armas como político; y acreditado ya á los veinticuatro años como hombre de ideas avanzadas, le comisionó la Junta Revolucionaria de Madrid para entenderse con el general O'Donnell sobre los medios de llevar á cabo el movimiento iniciado en el Campo de Guardias, asistiendo por consiguiente con sus compañeros de comisión, en el cuartel general, á la acción de Vicálvaro.

Durante el efímero y pasajero triunfo de los principios liberales, que más tarde habían de sucumbir á manos de los mismos hombres que á su pesar los habían proclamado, el jóven Martos adquirió ya fama de orador elocuente en el Círculo de la Union, presidido primero por el conde de las Navas , y después por el ardierte demócrata don José María Orense.

En aquellos días, y desempeñando el puesto de abogado fiscal del Supremo Tribunal Contencioso-administratívo, defendió ante el Jurado la causa de más de un periódico liberal con tan notable acierto, que la prensa toda le tributó calorosas y justas alabanzas por sus brillantes discursos.

El movimiento reaccionario de 1856, le hizo abrazarse con más entusiasmo á la bandera democrática, que ya defendía en el periódico La Discusión, hallándose en aquellos momentos de prueba al lado de los patriotas Rivero, Asquerino y otros muchos, entre los cuales estaba también el autor de estas líneas, en la barricada que se improvisó en la Carrera de San Gerónimo por los redactores y amigos del periódico citado.

Consolidada aquella situación, y hecha por Martos la renuncia del puesto oficial que desempeñaba, fueron inútiles cuantas gestiones practicaron algunos de los hombres mas autorizados de la Union liberal para atraerle á su partido. Las profundas convicciones del jóven demócrata, su lealtad y honradez, le hicieron apartarse de la senda fatal en que muchos desventurados se lanzaron, para Hogar ¡i la mesa del festín por la puerta de la apostasía.

Soldado entusiasta de la libertad, luchó sin tregua ron la palabra y con la pluma en cuantas lides se empeñaron con la reacción; y una vez acordado el retraimiento de progresistas y demócratas, tomó parte en todas las conspiraciones con los infatigables revolucionarios Castelar, García Ruiz, Becerra y otros no menos ardientes patriotas.

Llegó el 22 de junio de 1866; el general O'DonnelI se hallaba al frente del gobierno, y los hombres de la unión liberal, que dormían tranquilos y confiados en sus propias fuerzas, despertaron al estampido del cañón revolucionario. Breve pero tremenda fue la lucha y varias las causas que contribuyeron á hacer estéril el esfuerzo noble y generoso de un puñado de valientes. Entre los mas osados y entusiastas agitadores de aquel movimiento insurreccional, hallábase don Cristino Martos, que hasta el último instante de la desigual pelea anduvo recorriendo las barricadas del barrio de San Ildefonso, animando á los sublevados con su palabra y con su ejemplo.

Vencida al fin la insurrección, en que sucumbieron innumerables víctimas, sacrificadas al furor de los que se creían eternos en el poder, el consejo de guerra impuso pena de muerte a cuantos habían tomado parte en la lucha como jefes del movimiento, comprendiéndose en esta terrible sentencia al joven demócrata, cuya biografía nos ocupa, y que, como todos sus dignos compañeros hubiera sufrido la horrible suerte de morir en un afrentoso patíbulo, si algunos amigos generosos no hubiesen acudido á salvarlos, proporcionándoles los medios de refugiarse en país estranjero.

Estrada coincidencia: los mismos hombres que entonces combatieron la insurrección; los que arriesgaron su vida por sostener la causa injusta de una reina perjura é ingrata, habían de ser los primeros en contribuir más tardé á derribar para siempre al ídolo, ante el cual se habían humillado, porque a su vez tuvieron que sufrir las consecuencias de su ingratitud y su perfidia.

Coaligados con los mismos liberales, lanzados por ellos á tierra estraña, y animados del mismo deseo, de las mismas aspiraciones que dos años antes habían combatido, uniéronse ante el peligro común bajo la sombra de una misma bandera, y dieron el grito de insurrección en las playas de Cádiz, grito que resonó con entusiasmo hasta en la cumbre del Pirineo, y á cuyos ecos huyó despavorida la intolerante y fanática turba de improvisados tiranuelos que habían esquilmado y oprimido á la noble nación española. Después de dos años largos de emigración, pasados en la libre Helvecia, en la Francia humillada y por último en el hospitalario suelo portugués, á los primeros albores de la revolución de setiembre, regreso Martos al seno de la patria, á tomar una parte activa en el movimiento regenerador que basado en los principios democráticos acababa de inaugurarse.

Establecidas las Juntas revolucionarias para concentrar la acción popular y dar vida y forma á las aspiraciones por todas partes manifestadas, Martos contribuyó en la de Madrid á la organización de las fuerzas revolucionarias, y como presidente de la Diputación provincial y uno de los hombres más importantes del partido democrático, aun á riesgo de abandonar los asuntos de su propio interés, se consagró del todo á los de la patria.

Propuesto con el señor Rivero para ministro del Gobierno provisional, tuvo como aquel la suficiente abnegación para no aceptar tan honroso cargo. Y aquí se nos presenta la ocasión más oportuna de esplicar la conducta de estos dos ¡lustres patricios , asi como la del señor Becerra, demócratas los tres, desde que en España se pronunció este nombre y empezó á tomar vida la idea: conducta defendida tan heroicamente por los partidarios de la monarquía democrática, como combatida por los de la república, á cuyo planteamiento y estabilidad contribuyen también aquellos, aunque por otro camino, quizás más largo, pero indudablemente más seguro.

No puede exigirse á todos los hombres la misma serenidad de espíritu, la misma calma imperturbable, la misma profundidad de miras que todos reconocen en este pequeño pero importante grupo, para colocarse en el terreno verdaderamente escabroso en que se hallan, abrazados al timón de la nave revolucionaria, para que no se estrelle contra los escollos de la reacción, ni se engolfe en mares desconocidos, antes de hacer las convenientes exploraciones para fijar el derrotero.

En vano la impaciencia de las falanjes republicanas se esforzará en hallar contradicción entre los antecedentes de este grupo y la conducta que hoy observa: el tiempo y solo el tiempo se encargará de probar quién ha elegido el mejor camino, para llegar sin trastornos al establecimiento de la república, bello ideal político de cuantos se hallan agrupados bajo la sombra de la bandera democrática.

No se tendría por más cuerdo al labrador que confiase á la tierra la semilla en el mes de agosto, creyendo recojer antes la cosecha, que al que, más conocedor de las prácticas y conveniencias agrícolas, esperase la llegada de octubre ó noviembre, preparando entre tanto el terreno con oportunas y fecundantes labores. Asi como no se utilizaría mejor, para el riego de un prado, el torrente desprendido de la montaña, dejándole correr desde luego con su ímpetu devastador, que deteniendo un tanto su curso, hasta tener formados los canales, por donde hubieran de dirigirse las aguas á producir sus benéficos y naturales frutos.

Perdonen nuestros lectores esta digresión hija de nuestro buen deseo de presentar e.-ta cuestión candente bajo su verdadero punto de vista, que es el de la oportunidad, y vamos desde luego á concluir estos ligeros apuntes biográficos.

En los momentos en que escribimos estas líneas, el señor Martos ocupa un elevadísimo y merecido puesto en la Asamblea constituyente, á la que ha sido enviado por la circunscripción de Ocaña, su distrito natural, en la provincia de Toledo. Propuesto por otras tres circunscripciones, se lia negado á figurar en ninguna otra más que en la suya propia, ejemplo raro de sobriedad en aspiraciones múltiples y perjudiciales, que no suelen imitar los hombre políticos, llevados en su mayor parte de una vanidad mal entendida y perjudicial siempre para los electores. Los de Madrid, á pesar de no presentarse el señor Martos en ninguna de as candidaturas patrocinadas por los comités, Te honraron con un número de votos, suficiente á probar sus grandes simpatías en la población, y la posibilidad de su triunfo caso de haberse intentado.

El hombre en todas las esferas refleja á su pesar lo que es en el hogar doméstico, y en la vida íntima de la familia. Don Crístino Martos, que es un modelo de padres, de esposos y de amigos, no podía dejar de ser ciudadano probo consecuente y honrado.

No solo es la posteridad fa que hace justicia al mérito verdadero: el señor Martos goza entre sus contemporáneos de una opinión envidiable. Como jurisconsulto, es una de las primeras humbreras del foro español; como hombre político, preside la Diputación provincial y es segundo vicepresidente de la Asamblea, a prensa periódica insiste un dia y otro en designarle como futuro ministro de Gracia y Justicia. Pocos hombres á su edad habrán alcanzado premio tan justo y tan glorioso á su honradez, á su talento, á su laboriosidad y á su patriotismo.


J. M. G. De Alba.