Don Alfonso y la hermosa Zaida
Con viento murmurador La noche obscura cerraba Cuando en busca de su amor Don Alfonso cabalgaba Con el Cid campeador. Monta el rey un alazán Cuyas crines prolongadas Parece que a besar van Las estriberas doradas Do los regios pies están. Lleva en la cuja la lanza Y el escudo en el arzón Y a medio galope avanza, Que inquietan su corazón El amor y la esperanza. Gobierna un caballo el Cid Tan veloz como el deseo, Digno del noble adalid, Tan galán en el paseo Como feroz en la lid. Por él Aliatár daría. Para lucirse en el coso No sólo su yegua pía, Que es un animal brioso, Sino también su alcaidía. Lleva pretal de cadena De malla los paramentos, Su ferrado casco suena, Bebe los helados vientos Y ellos rizan su melena. De una labor peregrina Viste el gallardo jinete Delicada jacerina Y un airón sobre el almete Con plumas gualdas se inclina. Tiene la lanza enristrada, Lanza de filos certeros, Porque teme una celada, Pues los moros son arteros Y la noche va enlutada. Junto a Ocaña, hermosa villa, Dio la cita en un vergel Al Rey noble de Castilla La Zaida, que es hija fiel Del rey moro de Sevilla. Es muy garrida la mora, Con los labios de coral, De una tez que se colora, De alto seno virginal Que si suspira enamora. Rodea sus sienes bellas Un almaizar turquí Sembrado todo de estrellas Y en cada estrella un rubí Que da brillo en medio de ellas. Delicado faldellín Se desprende hasta su pie Prisionero de un chapín Que guarnecido se ve De perlas de Comorín. La marlota es de brocado Con galana pedrería Y el apretador leonado De costosa arjentería Cada extremo recamado. Con Rodrigo de Vivar Llega el Monarca dichoso Al encantado lugar Y con ademán brioso Descabalgan a la par. Y mientras al tronco atados Con rienda corta y segura Los corceles regalados Muerden la corteza dura De dos sauces inclinados, Conducidos de un doncel Al retrete de la dama Cruzan el ancho vergel El Rey que en amor se inflama Y el Cid que le sigue fiel. Zayda recibe a su amado: Sus ojos en tal momento Viendo al Rey tan fatigado, Llenos de agradecimiento Con rubor se han humillado. El retrete los jazmines Respiraba y los amores, Edén de los serafines Con hermosos miradores A los plácidos jardines. Tiene marfiles labrados, Alcatifas, otomanas, Pebeteros delicados, Sedas, muselinas, granas, Ámbar, perlas y brocados. ¡Cuánto amor allí escuchó La noche que se acababa! ¡Cuántos suspiros llevó La brisa que refrescaba Y en las rosas los dejó...! Al despedirse dijera Don Alfonso al Cid. -«Catad »Que Zayda es muy hechicera, »Yo la hago reina en verdad »Como ser mi esposa quiera.» Rodrigo le respondió: -«¿Qué han de decir los prelados? »Si Zayda mora nació »Non podéis ser ayuntados »Ca la ley lo prohibió.» Repuso el Rey: -«Lo veremos; »Todo lo puede el amor: »Cristiana la tornaremos »Y se llamará Leonor...; »Pero es tarde, cabalguemos.»