Doctores
de Rafael Barrett


Varios jóvenes de nuestra sociedad han sido armados caballeros; el título uniforme de doctor les incorpora a la aristocracia del país. Este grado de nobleza democrática significa en quien la lleva la facultad de enseñar y el mérito de saber, cosas más de acuerdo con el siglo que el poder militar, el dominio sobre la tierra y la confianza del príncipe, orígenes respectivos del duque, del marqués y del conde.

No basta ser hijo o reputarse hijo de doctor para ser doctor. He aquí una gran conquista de los tiempos. Es necesario que la alcurnia se refresque y abrillante sin descanso, que cada generación renueve sus hazañas. Hemos roto una de las cadenas de la herencia; hemos libertado un poco más a los individuos, desligándoles del pasado. Es humillante la corona adquirida por el hecho de haber nacido; al lograr el honor en virtud del propio esfuerzo, introducimos en nuestra existencia la lógica, la unidad indispensable a los bellos destinos. Conviene deber lo menos posible, aunque sea a los padres. Heredar es repetir y lo fuerte es lo nuevo. Dichoso el día en que ni la fortuna ni la miseria se hereden.

Los flamantes doctores notarán que disponen de mayor crédito en plaza. Medirán enseguida su avance social con la paciencia de sus acreedores, si los tienen, o con la facilidad de adquirirlos. La energía económica añadida a sus personas les servirá para pesar exactamente la importancia práctica de su profesión. Observarán también que se han vuelto más hermosos desde que firmaron su tesis. Se verán lánguidamente contemplados por ojos femeninos. Les llegarán declaraciones veladas. Sentirán una mano mórbida temblar entre las suyas con más frecuencia que un año antes. Y es el amor verdadero y no el fingido, el que encontrarán a su paso, porque las mujeres son románticas y se enamoran de los diplomas lo mismo que la casta Desdémona se enamoró de las aventuras de Otelo.

Pero hay que cumplir las promesas; hay que vivir lo escrito; hay que prolongar y justificar el interés despertado. Detrás del doctor hay que construir el hombre. Hay, por de pronto, que ponerse a estudiar.



Publicado en "Los Sucesos", Asunción, 29 de noviembre de 1906.