Discurso sobre la educación: Objeto de este discurso

​Discurso sobre la educación popular sobre los artesanos y su fomento​ de Pedro Rodríguez de Campomanes
Objeto de este discurso


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La educación es la norma de vivir las gentes, constituidas en qualquier sociedad, bien ordenada.

Es diferente, y respectiva a las clases de las misma sociedad, y para que se arraigue entre los hombre, se ha de dar desde la más tierna edad.

Tiene la educación principios comunes a todos los individuos de la república: tales son los que respetan a la religión, y al orden público.

Un buen cristiano consultará su conciencia, para vivir arreglado a los preceptos divinos, y a la moral de Jesu-Cristo.

Es tan perfecta esta ley divina, que no sólo modera las pasiones destempladas; sino que enseña a respetar al Soberano, y a los Magistrados, que en el Real nombre gobiernan al público. También dicta la caridad con sus semejantes, para no hacerles ofensas, y aliviarles en sus verdaderas necesidades.

El orden público consiste en el respeto paterno; en la fidelidad de los matrimonios; en la educación y buen ejemplo a los hijos; y en que cada uno cumpla con sus obligaciones particulares.

Estas reglas son comunes a todos los súbditos, y el respeto a las leyes, que prescriben las relaciones, respectivas de cada uno de los individuos de la sociedad en común.

Los artesanos en esta parte, deben vivir subordinados a las leyes generales de la sociedad: de manera que no formen una especie de pueblo apartado.

Qualquiera excepción de las reglas, que deben ser comunes a todos, perjudica al estado, y perturba notablemente el buen gobierno: inconveniente que se tocará, siempre que los artesanos obtengan fueros particulares, o se substraigan de la policía general, y ordinaria.

Estos principios en la práctica, no se han conocido muy bien en las ordenanzas gremiales, al tiempo de aprobarlas: de esta confusión han resultado notables inconvenientes al orden público, y al fomento y progreso sólido de las artes.

Tienen necesidad los cuerpos de oficios, o gremios de artesanos, de una educación y enseñanza particular; respectiva a cada arte, y al porte correspondiente al oficio, que ejercen.

Esta educación técnica, y moral suele ser defectuosa, y descuidada entre nuestros artesanos: persuadiéndose no pocos, de que un menestral no necesita educación popular.

De aquí procede el abandono de muchos, y los resabios, que continuamente se introducen en las gentes de oficio: los cuales van creciendo con la edad, e influyen notablemente en la decadencia de las mismas artes, y en la tosquedad que conservan algunas en España, por ignorancia de lo que han adelantado otras naciones.

Este conocimiento sólo habría costado el trabajo de imitarlas; e instruir a los aprendices, al tiempo de su enseñanza.

Tampoco ésta, su duración, la formalidad de los exámenes, y las clases de aprendices, oficiales, maestros, y veedores de las artes, se hallan bien distinguidas en las ordenanzas gremiales; y es otra de las causas, para que los oficios no se adelanten.

Importa mucho mejorar en esta parte la jurisprudencia municipal de los oficios, y poner a la vista de los Magistrados aquellos vicios, que el descuido, o el interés de algunos gremiales, haya podido introducir en perjuicio del verdadero progreso de las artes.

Este conocimiento iluminará a los artesanos, para no proponer en sus ordenanzas cosas perjudiciales; y los Magistrados tendrán en resumen las máximas, que conviene adoptar, para que se concilien el bien general de la nación, y en particular de los artistas españoles.

Necesitan también fomento, y discernimiento de los medios, que pueden contribuir a este fin; y la relación que el comercio tiene a las artes, conforme al sistema constitucional de nuestras leyes, e intereses públicos.

Yo he creído, que haría un esencial servicio a la patria, en proponer mis reflexiones sobre la educación, conveniente a los artesanos; entrelazando las máximas conducentes a su policía, y fomento: llevando por norte el bien general del Estado, y lo establecido en las leyes.

Algunos creerán tal vez, que entre nosotros no han estado jamás las artes en mejor estado, y que la nación no es a propósito para los oficios; y se fundarán, en que así ha pasado de largos tiempos.

Es menester confesar, que las artes se van mejorando en España al presente, y que se les facilitan muchos auxilios: restando discernir por principios constantes, cuales son los más oportunos.

La España no introducía manufacturas de fuera, hasta los principios del Reinado de Felipe III, y fines del de Felipe II; porque todas se fabricaban en el Reino. Las leyes, y las condiciones de millones, conspiran al mismo objeto: con el fin de sostener a nuestros artesanos, y mantener poblado el Reino.

La Universidad de Toledo manifestó a Felipe III, en una reverente representación, que la decadencia del Reino dimanaba de la miseria, que se tocaba de diez años a aquella parte, por la introducción de manufacturas extranjeras; y que no equivalía el adeudo de las aduanas, a indemnizar lo que perdía el Erario con la despoblación interior, que resultaba en menos-cabo de los artesanos.

Damián de Olivares determina por aquel mismo tiempo, que la decadencia se originaba de esta causa; y ajusta, que las personas, que fabricaban la lana, y seda, que le faltó a Toledo, Mancha, y Segovia por la introducción de tegidos extranjeros en aquel Reinado, era de 127.823 personas.

«Pues júntense (prosigue su cálculo) a estas personas las otras cuatro tantas, que a su calor viven; y déseles a cada una doce maravedís de contribución, como dice (Gerónimo Cevallos en su arte Real) que pagan los vasallos cada día a la Real hacienda. Sumando el valor de las mercaderías, que fabricaban las dichas personas, que son según la cuenta de Damián Olivares 5 millones 621.036 ducados, y cuatro reales; se verá, como montan los tributos de los doce maravedises más de seis millones. Con que queda probado, que el valor de las mercaderías propias, o extranjeras, debieron tocar a la Real hacienda.

Otros muchos individualizan la despoblación, que ocasionó la ruina de nuestras manufacturas en aquella época, que fue después continuado con más rapidez, por todo el siglo pasado hasta la sucesión de Felipe V, que detuvo el impulso a la decadencia de las artes; y las procuró restablecer, ordenando a sus vasallos se vistiesen de manufacturas españolas: ejemplo, que han seguido religiosamente sus augustos sucesores en sus decretos.

Luego que faltaron las manufacturas en España, el Erario se agotó, y el pueblo disminuyó de gente notablemente.

Diego Mexía de las Higueras en el discurso de sus proposiciones, deduce de la misma causa la despoblación de Castilla, y con particularidad las de Burgos, y Medina del Campo.

«Con todo lo que crían estos Reinos, (dice el mismo Mexía) y el comercio de ellos entre los naturales, ha venido a tan grande disminución, que en las ciudades, y villas más principales de Castilla, donde tenían los asientos, ha faltado. Porque a la ciudad de Burgos, cabeza de Castilla, no le ha quedado, sino el nombre; ni aun vestigios de sus ruinas: reducida la grandeza de sus tratos, Prior, y Cónsules, y ordenanzas, para la conservación de ellos, a 600 vecinos, que conservan el nombre, y lustre de aquella antigua y noble ciudad; que encerró en sí más de seis mil; sin la gente suelta, natural, y forastera. Medina del Campo, que eran más de cinco mil vecinos, los cuales competían con los más prósperos de España, no le han quedado quinientos; y estos pobres, reducidos sus caudales a la cultura de viñas, y tierras.»


Francisco de Cisneros, y Gerónimo de Porras, Alcaldes del arte-mayor de la seda de la Ciudad de Sevilla, se explican sobre el propio asunto, con determinación bien clara, de que la extinción de las manufacturas, ha sido causa inmediata de la despoblación, y pobreza de España.

«Teniendo esta ciudad (de Sevilla) más de tres mil telares, en que se ocupaban, y en los demás oficios adherentes al beneficio de la seda, que son criadores, y torcedores, más de treinta mil personas; es así que de presente no hay sesenta telares, por ni tener que hacer; porque no se gastan los tejidos de Sevilla, sino los que traen de fuera de estos Reinos. Con lo cual no hay quien compre seda, ni quien la beneficie; y absolutamente se perderá este trato. Resulta de lo dicho la despoblación de esta ciudad; porque por falta de los dichos telares, y fábricas de la seda, por no tener en qué trabajar, se ha ido mucha gente: con que ha quedado despoblada la tercera parte de ella, como se podrá reconocer por las muchas casas, que hay cerradas, destruidas, y asoladas de todo punto.»


Francisco Martínez de la Mata coincide, con esta misma deducción, de las causas originales de la despoblación, acaecida en el siglo pasado, de los pueblos de fábricas, por la inobservancia de lo estipulado en las cortes a este fin, en las condiciones de millones.

«Cuando el Reino concedió (así dice) el servicio de millones, puso por capítulo, y sacó por condición: que no habían de entrar ningún género de tejidos de seda de los extranjeros; conociendo que, con eso podrían cumplir con la obligación, en que se hallaba, de servir con ellos a S. M. Y como esta condición no tuvo observancia, por la omisión de los interesados, que habían de hacerla ejecutar; como se prueba en este discurso; faltó el comercio y consumo de las cosas, de que habían de proceder los millones, y las alcabalas; y ha sido necesario el recargar más, con nuevos arbitrios y tributos los pocos vasallos, que van quedando, y la prorrogación continua de los millones; faltando cada día más las fuerzas, y vigor del Reino, para poder ayudar a S. M. con ellas.»


El Canónigo Pedro Fernández de Navarrete estima la ociosidad, como causa principal de la despoblación; y después propone, entre los medios de recobrar la población, el fomento de la agricultura. Por segundo medio considera el fomento de las artes y oficios, doliéndose de que por la extracción de primeras materias, viviesen ociosos los españoles.

«Las artes y oficios mecánicos aumentan asimismo las provincias; porque además de que la experiencia enseña, que todos los que las profesan, se acomodan bien al estado del matrimonio, con que se propaga y estiende la generación; convidan también, a que de las provincias comarcanas, y aun de las remotas, se vengan al ejercicio de las artes y oficios, los que inclinados a ellos, no tienen en sus ciudades y Reinos, tantos materiales, tanta comodidad, o tanto útil. Y los hijos de estos a segunda generación serían españoles, con que se poblaría España, que es el fin a que mira este discurso. Tiene España los frutos naturales, aventajando a los de otros Reinos; y por no cuidarse, de que haya suficiente número de laborantes, salen de ella estos frutos naturales; sin que queden los industriales de la labor, que son los que hacen ricas las provincias. Las lanas y sedas son aventajadas: y si saliesen beneficiadas en telas y tapicerías, como ha enseñado la experiencia, que se puede hacer; no sólo sería de grande utilidad, por excusarse con eso la saca de tanto dinero, en la compra de estos frutos industriales; sino que se traería mucho de otros Reinos, que carecen de los naturales, que España tiene.»


Distingue Navarrete oportunamente la mayor ventaja, que sacan las naciones industriosas con la manufactura; haciendo comparación con la nuestra, que vendía sin labrar sus crudos, y primeras materias desde el Reinado de Felipe III, en que decayeron, como se ha visto, nuestras fábricas.

«La razón es, (reflexiona Navarrete) porque de los frutos naturales, en que la naturaleza pone sus formas, en la primera materia no se saca más, que el útil de la primera venta. Pero la industria humana, que de ellos fabrica infinitas, y diferentes formas, viene a sacar otros tantos útiles, como se ve en la variedad de cosas, que se labran de seda, de lana, de madera, de hierro, y de otros materiales. Y así vemos, que de ordinario, estar más ricas las tierras estériles, que las fértiles: porque éstas se contentan con la limitada ganancia de los frutos naturales; y aquellas con lo industrial de los oficios suplen, y aventajan lo defectuoso de la naturaleza, en no haberlas fertilizado. Y así en España, donde son pocos, los que se aplican a las artes y oficios mecánicos, pierde el útil, que pudiera tener, en beneficiar tantos, y tan aventajados frutos naturales, como tiene.»


Hace consistir la pérdida anual de la nación D. Miguel Álvarez Osorio, por causa de la introdución de géneros extranjeros, en 50 millones de pesos; y duplica la suma por lo respectivo a las Indias, desde el abandono de las fábricas propias. Da razón individual de los supuestos, en que funda sus cálculos; recorriendo todas las clases de tejidos y ramos de industria. Cuando se crean excesivos, y se rebaje mucho, es fácil deducir las inmensas sumas, que habrían podido circular en nuestros artesanos, repuestas las antiguas fábricas.

De los testimonios hasta aquí alegados, y otros muchos, que sería fácil traer, si la notoriedad no lo hiciese superfluo, se prueba: que la nación tuvo hasta el Reinado de Felipe III florencientes las manufacturas, y su población: que decayó notablemente, luego que éstas cesaron, y las primeras materias se sacaron del Reino; introduciéndose casi generalmente los géneros, fabricados en los países extranjeros, en lugar de labrarles los españoles con sus crudos propios.

Por consiguiente el restablecimiento de las artes y oficios, o su perfección, no es un pensamiento nuevo; ni industria, que ignorasen, o de que careciesen nuestros mayores en sus mejores tiempos. Es uno de los medios de resarcirse la nación, de aquellas desventajas, como reflexiona un escritor político de mucho juicio.

Aunque el presente siglo haya depuesto muchos de los yerros políticos que causaron aquellos males, son necesarios todavía otros medios, para poner en estimación, y en utilidad común, los oficios, de que me ha parecido convenía tratar con alguna individualidad.

De todos estos medios, ninguno iguala al impulso y favor, que el comercio puede dar a nuestras manufacturas; excusando introducciones perjudiciales, y facilitando el consumo de los géneros, fabricados en el Reino, con preferencia, como Felipe V lo mandó expresamente a todos sus vasallos.

«Son el ministerio forzoso de los laborantes, dice un escritor político, los mercaderes, que por sus intereses recogen cuanto fabrica la parte principal... disponiendo la distribución para su consumo como si fuesen sus factores: encaminando el dinero de su monta con todo cuidado a las partes, donde se fabrican, aunque el consumo sea en partes muy remotas.»


Se difunde con mucho acierto sobre la utilidad, que rinden los oficios; y atribuye por causa parcial de su decadencia en España, no haber quien represente contra los perjuicios, e infracciones de las leyes, que sufren los artesanos, por las introducciones reprobadas en ellas.

«La cabeza es el miembro principal, que sustenta los demás; y el gremio de la justicia es el principal de todos los gremios, de que se compone el cuerpo místico de la república; y es necesario, que la conservación de todos dependa de él, como miembro principal.

»De haberse destruido los gremios de las artes, que son el nutrimento de la república, se ha originado la destrucción de las ciudades, villas, y lugares; y la pobreza común de los pobres vasallos, que por esta causa van quedando; destrucción del patrimonio Real, público y particular; y demás conflictos, en que se hallan estos Reinos: como queda probado en el contexto de mis breves discursos. Y es indubitable, que todo ha consistido, en no haber acudido a su tiempo cada gremio, cuando conocía la causa, porque se destruía, pidiendo en el de la justicia el cumplimiento de las leyes y ordenanzas, hechas a su favor.

»Esta omisión común se opone a la ejecución de justicia, y es causa de que cese su influencia; porque el alma de las justas leyes, y ministros, consiste en que haya, quien pida observancia de leyes, porque si falta, son una cosa muerta. Y la queja que tienen, es sin razón; porque su daño ha resultado de dicha omisión. Estos pequeños descuidos en los principios, han causado los grandes daños, que se están experimentando; no siendo posible el conservarse las monarquías; sino es guardando las leyes, que sirven de custodia al comercio, y al beneficio público.

»El medio, que se me ofrece, para el reparo y restauración de tanto bien perdido, es que S. M. mande: que todas las artes, tratos, oficios, y modos de vivir, que se hallan en estos Reinos padeciendo, y se van acabando de perder en los vasallos; que cada uno de por sí, unánimes, y conformes se agreguen, y nombren una persona, que por todos venga a pedir en el Consejo el cumplimiento de las leyes, que están ordenadas a la conservación de ellos. Y que si así lo hicieren, viniendo a pedirlo, que no se dé traslado a las partes interesadas, que se mostraren contrarias; porque andando en probanzas, desampararían sus pretensiones. Demás de que pedir los gremios observancia de leyes, no es pleito entre partes, que se ha de averiguar con traslados; porque fuera hacerlo civil y ordinario, siendo de suyo criminal y ejecutivo; y fuera dar ocasión a que los contrarios, con probanzas siniestras destruyesen el bien común; y a que los gremios cansados, dejasen la demanda.

»En los pleitos civiles y criminales, que son entre partes, aunque hay leyes, que alegan en su favor, hay lances, términos, y ocasiones, que deshacen sus pretensiones: que aquella epiqueya no se halla en leyes de comercio, que están ordenadas a la conservación de la república. Porque no ha de haber causa, ocasión, lugar, y tiempo, en que algún particular, por sus intereses las altere. Demás de que en caso de duda , es razón de que pierda la justicia, que pudiera tener, por no arriesgar el bien universal. Por lo cual se debe pedir a S. M. mande, que no se dé traslado a la parte, contra las leyes de comercio. Porque son sofística, y simulada retórica, del que lo defiende, ahoga la verdad, y quiere que al más entendido juez se le escape el punto, en que estriba la intención del que fundó la ley. Y demás de esto suplicar a S. M. mande, que todos los gremios traten, de conservarse a sí mismos, teniendo y sustentando espías; y que cada uno de los maestros, oficiales, y aprendices lo sean, celando y espiando, si algún género de gentes obran algo en contrario, venga a dar cuenta de ello; y que si lo pidieren, se les dé ministro con comisión que proceda con los términos, que se obra en el juicio de las visitas secretas. Y esto ha de ser con calidad, que si los gremios no lo hicieren, hayan de ser multados en la cantidad, que S. M. y Real Consejo ordenare para la cámara; y que para esto sean fiscales los unos gremios de los otros, porque si falta quien deponga, no sirven de nada las santas leyes, y ministros de S. M.

»Y para que se conozca, que el daño universal ha consistido, en no pedir observancia de estas leyes; y también se conozca, que para el remedio universal de todos, sólo falta un medio, que las haga observar, el cual ha de proceder de los mismos interesados.»


Si las ordenanzas gremiales se hubiesen arreglado a estas leyes, en lugar de los fueros y estancos que han promovido; tendría cada gremio presentes las preferencias, que las leyes dan a las manufacturas propias. Se hubieran hecho con sistema, y orden, iguales prevenciones en las ordenanzas de los mercaderes, para que el comercio fuese a una, y no se desviase de tan saludables reglas, que deben ser trascendentales al consumo de Indias: por la unidad de intereses de aquellas provincias, que componen con estas, un mismo estado y monarquía.

Es preciso confesar, que se han reformado muchos de estos males políticos: mi objeto se dirige a presentar los caminos, de facilitar el remedio a los que todavía subsisten: en cuanto fuere posible, y yo alcance.

Livio se quejaba, de que la república Romana en su tiempo, ya no podía soportar los males, ni sufrir los remedios. Semejante debilidad política es el extremo, a que puede llegar un estado.

En España basta descubrir las verdaderas causas, del atraso de nuestra industria. Porque no falta el celo, y la protección a cuanto pueda ser ventajoso a la nación; ni los medios e ingenio, para promover sólidamente, la industria común de las gentes. Bastaría recorrer por mayor las excelentes providencias, dictadas en el Reinado de Carlos III, y en los de su augusto padre, y hermano para certificarse de esta verdad.

Convendrá imprimir en todos los ánimos la necesidad, de que cada uno trabaje, y que sea con la posible perfección y esmero: diga lo que quisiere el embidioso Crhemes, en cualquiera ocupación honesta, y útil:


Numquam tam mane egredior, neque tam vesperi
Domum revortor, quin te in fundo conspicer
Fodere, aut arare, aut aliquid ferre denique.


Terent. in heautontimorumen. act. scen. 1. vers.
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