Discurso sobre el fomento de la Industria popular: 01

Advertencia

Deseando el Consejo cumplir con las Reales intenciones y lo que disponen las leyes, desterrar la ociosidad y promover la industria popular y común de las gentes, creyó oportuno hacer presente a S. M. la utilidad de imprimir y comunicar a todo el Reino este discurso a costa del público, en el cual estuviesen reunidas las ideas y principios que pudiesen reducir a práctica la aplicación a un trabajo proporcionado a todas las clases que viven actualmente desocupadas. Así lo resolvió el Rey nuestro Señor, en cuya soberana inteligencia merecen la primera atención los alivios de sus vasallos.

Las Justicias y Juntas de Propios, igualmente que los Intendentes, encontrarán los varios objetos que pueden proponer para destinar en beneficio común y acrecentamiento de los respectivos pueblos el sobrante de los caudales públicos, evitando su extravío.

La nobleza, reducida a Sociedades Patrióticas, cuales se proponen, consumirá en ellas útilmente el tiempo que le sobre de sus cuidados domésticos, alistándose los caballeros, eclesiásticos y gentes ricas en estas Academias Económicas de los Amigos del País, para dedicarse a hacer las observaciones y cálculos necesarios, o experimentos, y a adquirir los demás conocimientos instructivos que se indican con individualidad en el mismo discurso.

El auxilio de los señores Obispos, Cabildos, Comunidades eclesiásticas y Párrocos es el más importante, así para instruir a sus feligreses e inclinarlos a una general y continua aplicación como para que las limosnas, en lugar de mantener los desidiosos en la mendicidad, contribuyan a fomentar su prosperidad y a que no sean gravosos a los demás vecinos.

Los desmontes de tierras y formación de pueblos que hizo el Cardenal Belluga para dotar sus pías fundaciones serán siempre un ejemplo de enlace que tiene el bien del Estado con la distribución bien entendida de la limosna.

El Clero de España se distingue por su piedad y cuantiosas limosnas. Distribuidas éstas con sistema uniforme, como ya lo están haciendo muchos, todo el Reino se volverá industrioso. Se logrará el importante plan de desterrar radicalmente la flojedad y exterminar los resabios y malas costumbres que causa la holgazanería, tan contraria a los preceptos de la religión como a la pública felicidad del Reino.

A tan loables fines se encamina este discurso, para que las gentes y los Magistrados se reúnan con celo patriótico a promover, según sus fuerzas, la utilidad general de España y a destruir la opinión injuriosa y vulgar con que sin razón se tacha a los Españoles de perezosos, facilitándoles los medios de no serlo y que hasta ahora les han faltado.

La caridad con el prójimo, muy recomendada en la moral cristiana, tendrá un seguro método de ayudar al Estado. La verdadera riqueza de éste consiste en que a nadie falte dentro del Reino ocupación provechosa y acomodada a sus fuerzas, con que poder mantenerse y criar sus hijos aplicados.

Como en España hay muchos otros fondos que útilmente pueden destinarse a estos importantes objetos, se enuncian las especies oportunas, estando reservada la diligencia de ponerlas en práctica a los Magistrados y Prelados, a quienes corresponde, auxiliados de la augusta protección de Carlos III y de las sabias máximas de su Consejo.

Por de contado hallarán un ejemplo que les sirva de guía en la distribución que se está haciendo de los expolios y vacantes de los Obispados en beneficio de la industria común y a consulta del Ilustrísimo Señor Don Manuel Ventura de Figueroa, Comisario General de Cruzada, Colector general de dichos efectos.

Aunque no estaban expeditos tantos recursos en 1726, debe la industria nacional sus primeros esfuerzos a Felipe V, que además exhortaba a su Vasallos a fin de que se vistiesen generalmente de manufacturas de España, restableciendo las fábricas propias y prohibiendo la introducción de los géneros fabricados fuera que pudiesen excusarse.

Siempre nuestros gloriosos Reyes han parado su principal atención en dar ocupación ventajosa al pueblo y no dejarle ocioso y miserable.

Las costumbres arregladas de la nación crecerán al paso mismo que la industria y se consolidarán de un modo permanente. Es imposible amar el bien público y adular las pasiones desordenadas del ocio. La actividad del pueblo es el verdadero móvil que le puede conducir a la prosperidad, y a ese blanco se dirige el presente razonamiento.